bc

La Tentación del Diablo

book_age18+
7.6K
SEGUIR
130.9K
LEER
oscuro
prohibido
brecha de edad
mafia
drama
pelea
ciudad
like
intro-logo
Descripción

Cuando Sofía Uribe estuvo a punto de ser secuestrada por miembros de la mafia, su mundo cambió para siempre. Ahora es el blanco de enemigos que solo quieren verla desaparecer. Para protegerla, su hermana decide enviarla con Salvatore Morgan, el líder de la mafia italiana… y el único capaz de mantenerla a salvo.Pero Sofía no quiere saber nada de él.Salvatore desapareció de sus vidas años atrás. Nunca llamó, nunca escribió, jamás envió una postal. Solo llegaban cheques con muchos ceros y un silencio que dolía más que cualquier ausencia. Ella lo odia por haberla dejado atrás.Él la quiere como a una hermana menor. O al menos eso creía.Porque todo cambia cuando vuelve a verla… y la descubre mujer. Ya no es aquella niña indefensa, sino una joven con carácter, fuego en la mirada y un cuerpo que despierta en él los deseos más prohibidos. Al principio, lucha contra lo que siente. Se niega a aceptar que anhela a alguien veinte años menor, a quien alguna vez protegió como si fuera de su sangre. Pero la tentación lo consume.¿Podrán el deseo y la pasión arrasarlo todo, o los prejuicios y las promesas impedirán que se amen?Él es un hombre peligroso, un Diablo sin corazón… pero ella, ella es su más oscura y pecaminosa tentación.

chap-preview
Vista previa gratis
Un intento de secuestro
⚠️Advertencia⚠️ Esta obra contiene escenas de erotismo explícito, encuentros múltiples y dinámicas sexuales intensas que pueden resultar perturbadoras para algunos lectores. Los personajes que habitan estas páginas son cuestionables, imperfectos y moralmente ambiguos; sus acciones y decisiones no buscan ser un ejemplo, sino un reflejo de lo oscuro y lo complejo de los deseos humanos. Asimismo, la trama incluye diferencia de edad entre los protagonistas, relaciones marcadas por el poder, la obsesión y el deseo, elementos que podrían incomodar a ciertos públicos. Si buscas un relato edulcorado o personajes intachables, este no es tu libro. Aquí encontrarás lujuria, contradicciones, excesos y verdades incómodas. Lector, entra bajo tu propia voluntad: este viaje no promete redención, sino intensidad. ... Florencia Italia Pov Sofía Nunca me sentí más viva que cuando estaba en el centro del salón, con la música guiando cada parte de mi cuerpo. Era como flotar dentro de mí misma. El aire está templado, y las luces del gran candelabro sobre mi cabeza se reflejan en el suelo de mármol como si danzaran conmigo. Hay un centenar de personas alrededor —invitados elegantes, empresarios, figuras de alto nivel— pero yo no veo a nadie. Solo escucho. Solo siento. Los violines comienzan a sonar, y mis pies en punta responden con el primer plié, suave. Respiro hondo y dejo que la melodía me avasalle. Giro con cuidado, sintiendo cómo los pliegues del tutú blanco se elevan con gracia. Mi espalda se arquea con precisión, las manos extendidas como alas. El reflejo de los vitrales me pintan los hombros con tonos dorados y azulados. Cada paso, cada jeté, cada curva de mi brazo se mueve al compás de la música. Siento el calor subir por mis piernas, las zapatillas apretadas doliéndome apenas, pero eso no importaba, me muevo con ligereza. Doy una vuelta completa sobre mí misma, la cabeza girando al final con firmeza, y abro los ojos hacia el techo como si buscara el cielo. El corazón me late tan rápido que me pregunto si alguien puede escucharlo por encima de la música. Me muevo con soltura, elevando mis manos al aire y luego dando pequeños saltos mientras la luz enfoca mi cuerpo marfileño. Cierro los ojos dejando que la música vibre en mi interior, hasta que… Un sonido extraño se cuela entre los compases. Una especie de estallido sordo. No es parte de la música. Un segundo después, una nube blanca se levanta desde el fondo del salón. Al principio, creo que es parte de algún efecto especial. Pero luego siento el ardor. En los ojos. En la garganta. Gas. Gas lacrimógeno. —¡Tírense al piso! —grita alguien. La música se detiene bruscamente, y el caos toma su lugar. Toso con fuerza, mis pulmones luchan por respirar. La vista se me nubla y apenas puedo mantener el equilibrio. Me llevo las manos al rostro, pero el gas ya está dentro de mí. Los invitados gritan, corren, tropiezan unos con otros. Algunos se arrastran por el suelo. Oigo los cristales romperse. Un disparo. Dos. Todo mi cuerpo tiembla. Quiero huir. Moverme. Pero no puedo ver. Unas manos me sujetan por la cintura. Firmes. Ásperas. Extrañas. —¡La tenemos! ¡Vamos! —dice con voz ronca. Mi corazón estalla de miedo. Intento resistirme, le araño la cara, me remuevo, pero mis piernas no responden del todo. Grito, aunque mi voz se ahoga entre la tos. —¡Déjenme! —jadeo. —Cállate, pequeña puta —Su acento es marcado. Siento el cañón frío de una pistola rozar mi costado. La desesperación me arranca lágrimas. ¿Esto era real? ¿Me estaban… secuestrando? Una ráfaga de gritos se suma al pánico. No entiendo nada. La música ha sido reemplazada por el caos, la belleza por la brutalidad. Y entonces… Escucho su voz. Fuerte. Ruda. En ruso. —¡Suelta a la niña, cabrón! El agarre en mi cintura se tensa. Mi captor intenta correr, pero no tiene tiempo. Bang. Un disparo preciso. El hombre que me sostenía se desploma a mis pies. Me tambaleo, casi caigo, pero un brazo me sostiene con fuerza. —Tranquila, niña Sofía. Estoy aquí. Pavel. Lo reconozco al instante. Alto, ancho, con esa mirada de hielo y voz rasposa. Su traje está abierto, el arma aún humeante. Me carga sin esfuerzo, presionándome contra su pecho. —Te tengo. Respira. Cierra los ojos. El corre conmigo en brazos, sorteando cuerpos, humo y disparos. Yo apenas puedo mantener los ojos abiertos. —¿Qué está pasando? —logro decir —Querían secuestrarte. No te van a tocar, lo juro por mi madre —murmura entre dientes. Pavel dispara de nuevo. El cuerpo de otro atacante cae frente a nosotros. Él lo pisa sin detenerse y sigue por un largo pasillo. Gira por un pasillo lateral. Patea una puerta. Entramos a una habitación vacía. Oscura. La cierra de golpe. Pone el seguro. Me deja sobre un sofá viejo, me cubre con su chaqueta. Me tiemblan las manos y mi garganta está seca, rasposa. —¿Estás herida? —pregunta y niego con la cabeza. —¿Y los demás? —Están evacuando. No te preocupes por nadie más. Tú eres prioridad. Su voz no deja espacio para discutir. —¿Quiénes eran? —pregunto nerviosa. —No lo sabemos aún. Pero alguien pagó para sacarte de aquí viva. —¿Por qué? No responde. Se limita a mirarme, serio. Sus ojos negros me estudian como si hubiera algo que yo misma ignoro. Me aprieto más en la chaqueta de Pavel, aún temblando, aún sintiendo la presión del cañón en la piel como si aún me apuntaran. … El cuero del asiento me raspa los muslos desnudos y me doy cuenta de que sigo en el tutú. Ni siquiera tuve tiempo de cambiarme. Tengo sangre seca en las rodillas, aunque no sé si es mía. Tal vez me raspé cuando caí al suelo. Tal vez es de otro. Mis dedos tiemblan. Intento ocultarlos entre las faldas de tul, pero no hay forma de disimular el temblor que me recorre entera. —¿Estás bien? —me pregunta Salomé con voz preocupada, girándose en el asiento del copiloto. Sus ojos, delineados con elegancia, me estudian con suavidad. Asiento. No puedo hablar. Tengo el sabor del gas en la garganta, quemándome. Pavel está sentado a mi lado. Su cuerpo inmenso ocupa casi todo el asiento trasero, pero de alguna manera se acomoda para que yo tenga espacio. Aún lleva la pistola en la mano. No la ha soltado ni un segundo desde que me sacó del teatro como un rayo. Como un monstruo protector. Como un salvaje. Lo amo por eso. Damián va al volante. Su mandíbula está tan apretada que los músculos parecen de mármol. Siento su rabia como si fuera un aura caliente y peligrosa que llenara el auto. —¿Qué mierda fue eso? —gruñe al fin, rompiendo el silencio como un trueno. Pavel no responde. Está revisando su teléfono con una mano y sosteniendo su arma con la otra. —Lo resolveremos —dice Salomé con un tono suave pero firme—. Ya está a salvo, Damián. —¿A salvo? —él lanza una risa seca, amarga—. ¿Viste lo que pasó? ¿Cómo carajos entraron al teatro? ¿Cómo lograron cruzar la seguridad con gas lacrimógeno y armas? Silencio. Yo no entiendo mucho. Aún tengo la cabeza nublada. Recuerdo el sonido de las balas, el grito ahogado de una mujer, los rostros cubiertos, el ardor en los ojos. Recuerdo el brazo de Pavel alrededor de mi cintura, arrastrándome hacia la salida de emergencia. Y luego… la oscuridad del auto. Miro por la ventana. Las luces de la ciudad se mezclan en manchas. Ya dejamos atrás el centro. Ahora todo parece más vacío. Las avenidas se ensanchan, los edificios son más bajos. El camino hacia la mansión Morgan. Donde todo está en silencio, rodeado por muros imposibles y hombres armados. —Pavel —dice Damián sin quitar los ojos del camino—. Quiero los rostros. Cámaras, testigos, infiltrados. No me importa si tienes que patear cada puerta de Italia. Quiero saber quién tocó a Sofía. Quiero saber sus nombres, el de sus madres y el lugar exacto donde duermen. —Sí, señor. —Pavel asiente con voz grave, casi indiferente, como si esa amenaza fuera rutina. Salomé gira un poco el cuerpo y extiende su mano hacia mí. Toca la mía con cuidado, con ternura. Siento la calidez de su piel, el consuelo sutil. —Estás a salvo, Sofía. —Su voz es como un arrullo—. Ya pasó, ¿sí? Miento con un gesto. Asiento, pero no estoy bien. No por fuera, no por dentro. Siento que sigo bailando, como si mi cuerpo aún girara en el centro del escenario, ajeno al humo, ajeno al caos. —¿Quién… quién querría hacerme eso? —murmuro, apenas audible. Damián me escucha. Lo sé por el modo en que sus nudillos se blanquean sobre el volante. Gira por una calle más estrecha y acelera. El motor del auto ruge. —Podría ser cualquiera —dice al fin, con ese tono tenso que no busca consolar, sino proteger—, alguien está tratando de darnos un mensaje. Trago saliva. Siento un nudo en la garganta. —¿Un mensaje? —pregunto, apenas, como si tuviera miedo de la respuesta. —Uno muy estúpido —interviene Pavel, esta vez mirando al frente—. Porque no saldrá barato. Damián asiente, apretando los dientes. —Voy a hacerlos pagar —dice, con esa calma siniestra que da más miedo que cualquier otra cosa. El auto gira por una entrada enrejada. Las luces exteriores iluminan el camino. Guardias abren el portón sin que Damián siquiera baje la velocidad. Todo funciona como un reloj suizo en este mundo. Todo menos el caos que a veces se cuela entre las grietas. Me obligo a respirar. Mi corazón late rápido, pero al menos late. Estoy viva. Salomé se gira hacia mí una última vez antes de que el auto se detenga. —Ven conmigo. Te ayudaré a limpiarte. Y luego descansarás. Asiento otra vez. Ya no tengo voz. Solo miedo y un extraño vacío en el pecho. Me bajé del escenario como una bailarina... y subí a este auto como una rehén. Todo cambió en cuestión de segundos. Pavel se baja primero. Abre mi puerta con una mirada de escaneo automático. Sus ojos negros están fijos en los alrededores, y su mano aún aprieta el arma. —Vamos, pequeña —dice con un leve acento ruso—. Yo me encargo ahora. … Las escaleras crujen bajo mis pasos descalzos, pero no me detengo. No tengo miedo. No esta vez. Aunque mis piernas todavía sienten el temblor residual del caos de anoche, aunque mi garganta se cierra cada vez que pienso en el humo, los gritos, los disparos… Camino. Respiro. Me obligo a hacerlo. La casa está en silencio, salvo por el murmullo lejano de voces apagadas y el aroma envolvente del café recién hecho. Huele a pan tostado, a mermelada de frutos rojos, a mantequilla derritiéndose sobre algo caliente. Doblo en el pasillo y me detengo en seco antes de entrar al comedor. La puerta está entornada y las voces que escucho se tensan como cuerdas a punto de romperse. —No puedes estar hablando en serio, Salomé —gruñe Damián. Su voz es baja, pero iracunda. —Estoy más que seria —responde ella con esa calma suya que a veces suena más peligrosa—. No es una niña, Damián. Es una mujer. Y casi la secuestran anoche frente a todos. Trago saliva. Sé que hablan de mí. Me acerco despacio, sin hacer ruido. Apoyo la espalda contra la pared, justo fuera del marco de la puerta, y escucho. La madera del piso está fría, pero no me muevo. —Tengo a Pavel con ella —insiste él—. He duplicado la seguridad. ¿Te parece poco? —¿Y si anoche hubiera fallado? —le lanza Salomé—. ¿Qué estarías diciendo ahora? ¿Estarías llorando sobre su cadáver? Mis manos tiemblan. Aprieto los puños contra la tela de mi vestido. No necesito que nadie derrame lágrimas por mí. No me rompo tan fácil. No más. —Es mi responsabilidad —dice él al fin, pero su voz se quiebra, como si le doliera aceptar algo. —Tu responsabilidad es protegerla. Y tú mismo dijiste que Salvatore era el único que puede hacerlo. Salvatore. Mi estómago se tensa. Su nombre cae como un cuchillo dentro de mí, cortando el poco sosiego que me queda. No lo he visto desde que tenía doce años. —¿Sabes lo que estás diciendo? —responde Damián, más bajo ahora, como si temiera que yo estuviera cerca—. No quiero meterla en ese mundo. Él no es exactamente… —¿Seguro? —interrumpe Salomé—. Porque a esta altura, ya está dentro, Damián. La vieron. La buscaron. ¿Tú crees que van a detenerse? Cierro los ojos. Mi pecho sube y baja más rápido, pero no dejo que se note. No quiero entrar en esa conversación. No quiero que me miren como una víctima ni como una carga. Y, sin embargo, ahí estoy: la chica que deben esconder. La pieza que se mueve por obligación en un tablero que ni siquiera entiende. Salgo de mi escondite. —Buenos días —digo, cruzando el umbral con la cabeza en alto, como si no hubiera escuchado nada. Damián se gira hacia mí. Salomé también. Ambos se quedan en silencio. Ella, al menos, me ofrece una sonrisa suave. Él parece tenso. «Cree que puede protegernos a todos» —Sofía… —murmura. —¿Pasa algo? —pregunto con el tono más natural que puedo. Me siento a la mesa, levanto la taza de café y la huelo antes de darle un sorbo. Fuerte, oscuro, justo como me gusta. Damián carraspea. —Estábamos… hablando de seguridad. Nada importante. —Claro —respondo—. Nada importante… como que casi me llevan anoche como si fuera una bolsa de papas, ¿no? Su mandíbula se tensa. —Sofía… —No me digas que me tranquilice —le corto, sin levantar la voz, pero con toda la firmeza que tengo—. No soy idiota. Sé que tienen miedo, pero no voy a sentarme aquí a fingir que todo está bien mientras me encierran como a un animal. Salomé baja la mirada. Damián se cruza de brazos. —No se trata de encerrarte, Sofía. Se trata de protegerte. No podemos permitirnos otro intento como el de anoche. —Entonces dilo de frente —le respondo, sin rodeos—. ¿Qué están planeando? Él duda. Veo cómo aprieta los dientes, cómo busca palabras que no suenen tan duras. —Queremos enviarte con Salvatore. La taza tiembla en mi mano. Bajo la vista. La dejo sobre el platillo con cuidado. —¿Con Salvatore? —Sí. Él… —respira hondo—. Mañana mismo viajas a Nápoles, vivirás con el diablo, y es una decisión ya tomada —habla Damián con seriedad y yo trago el nudo espeso en mi garganta.

editor-pick
Dreame - Selecciones del Editor

bc

Venganza por amor: Infiltrado

read
64.6K
bc

Una niñera para los hijos del mafioso

read
53.5K
bc

Mafioso despiadado Esposo tierno

read
25.6K
bc

Prisionera Entre tus brazos

read
101.9K
bc

La embarazada sacrificada

read
3.2K
bc

Eres mío, idiota.

read
3.6K
bc

Profesor Roberts

read
1.7M

Escanee para descargar la aplicación

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook