CAPÍTULO III

1791 Palabras
Era la mañana perfecta para tomar una taza de café, ver un par de capítulos de "El chavo del ocho", comer una pizza de jamón, pepperoni y piña, mientras apreciaba el paisaje de una pradera soleada, con un bello río de agua cristalina fluyendo y un par de bellas montañas verdes repletas de hermosas flores blancas como la nieve; era un hermoso día para soñar, reír, bailar música romántica a la luz de nada más que un par de velas, cumplir mis sueños y matar a la persona que tenía enfrente. ¿Mucho? Bueno, sí pudiera, lo enviaría en una caja de madera hacia Madagascar, pero cabe el riesgo de que regresaría. Me senté lo más profesional posible en la silla que estaba tras el asiento giratorio, crucé una pierna sobre la otra y ajuste mi escote. Me estaba llamando al orden, porque con lo mal que podía salir esto, no me quería imaginar que pronto tendría que salir corriendo o posiblemente estrellándole mis tacones en la cabeza al apuesto ogro que estaba al otro lado del escritorio. — ¿Nombre completo? Rodé los ojos. — Eso ya lo sabes. — Claro que no. — señaló el folder n***o que sostenía en mis manos. — Aún no me has entregado tu hoja de vida. — Bueno, creí que no era necesario — me encogí de hombros. — Conoces a mi familia, coqueteas con mis hermanas, tú mejor amigo es mi hermano y casi siempre vas a casa. No es que le haya puesto tanta atención… para nada. — ¿Es todo? ¿Sabes cuál es el color de mi ropa interior? ¿Mi cómoda favorita?. — inquirió con un toque de burla. Rodé los ojos. De hecho, sí lo sabía. Siempre que mandaba en nuestra alberca usaba ropa interior de color azul, podría adivinar que ese era su color favorito y en cuento a su comida. Todo lo que se considerara italiano, aunque cuando Christian lo invitaba a almorzar en casa, si tenía que elegir entre pasta o guisado de carne, elegía la pasta, con vegetales frescos y mucho parmesano. — ¿No se supone que el Golden Bank lo debería dirigir tu hermano? — miré minuciosamente la oficina. Los cuadros que enmarcaban sus paredes eran más confusos y difíciles de interpretar que una radiología de olécranon en proyección AP. Sabía ahora que le gustaba el arte abstracto, aunque a decir verdad, no le encontraba ningún sentido. Se me hacía que así tenía él sus ideas. — ¿La entrevista era para mí o para ti?. — no lo sé — me encogí de hombros. — podemos probar ambos roles. Ignora mis palabras con tanta facilidad, como si estuviera hablando con su perro. Esto es nuevo, nuevo porque nunca he hablado tanto tiempo con él, ni con su familia, de hecho; nuevo porque aunque lo conozco, sigue siendo un desconocido y aún más nuevo, es que mi opinión sobre él, ahora que pasamos de dos palabras, siga siendo la misma. Un idiota egocéntrico. — ¿Tienes experiencia en contabilidad financiera?. Asiento, luego niego y después vago con la mirada por toda la oficina, detallando los cuadros abstractos sobre las paredes de nuevo. — Bueno… — Abrí la boca para contestar, pero Andrew me detuvo. — La prostitución, el lavado de dinero y el terrorismo no cuenta. — señaló. — ser prestamista tampoco. Lo fulminé con la mirada y apreté mi puño para no sacarle el dedo medio. ¡Malnacido! — ¡¿Puedo responder?!. Bufó exasperado y cedió. — adelante. Evité rodar los ojos y contesté. — ¿Sacar el recorte diario de un negocio pequeño, cuenta?. — desgraciadamente. — Asintió. — ¿Nombre del cargo? ¿y lugar en el que desempeñaba dicho cargo?. ¿Acaso se estaba burlando? ¡Eso era algo que él ya sabía! "Sigue con el protocolo, Danna, ignora lo demás". Me dije en mi mente. No sabía si mencionar mis achaques laborales, era claro que no tenía nada de qué estar orgullosa. Lo pensé por un minuto entero antes de hablar. — Depende. — — ¿De qué? — del lugar que quieras que te mencione. Me miró extraño, enfadado quizá. — Dos cosas, señorita White: 1. Soy o puedo llegar a ser su jefe, así que tráteme de "Usted" y 2: por si no es obvio, me es irrelevante su cantidad de fracasos laborales. ¿En cuál se desempeñó mejor?. En ninguno, ninguno valía la pena. De nuevo rehuí de su mirada. — Eso depende. Puso sus ojos en blanco. — ¿Depende de qué?. — De si esta entrevista queda solo entre nosotros o si serías capaz de decírselo a mi familia. Su entrecejo fruncido podía deberse a tres cosas, la primera: porque lo había tuteado de nuevo y para él era una falta de respeto, la segunda: porque tenía mucha curiosidad, y la tercera, pero no menos importante: ya había nacido con sus cejas así y por eso parecía andar amargado toda la vida. Si no era ninguna de esas, es que tenía ganas de ir al baño y seguro se estaba aguantando. Pero eso para mí era irrelevante. Si no me daba el empleo, por mí estaría bien. No quería tener que soportarlo. De hecho eso era más que obvio, además, las chicas que pasaron antes que yo, venían vestidas formalmente, parecían más preparadas y más profesionales, tenían porte de modelo y eran igual de estiradas que él. Yo en cambio, parecía una borracha recién salida de la cantina en busca de su marido abandona familias. Llevaba puestos unos jeans un poco flojos, una camisa de botones a cuadros y unos tenis de la temporada pasada. Mi cabello no me hacía el favor, estaba despeinado, sostenido únicamente por una cola mal hecha; algunos mechones incluso, se enredaban en mis anteojos. La razón: mis padres creían que estaba en la universidad, hasta me habían revisado la mochila para asegurarse de que no llevaba nada ilícito en ella. Todo gracias al gusano de Johnny, mi hermano menor. — Mis entrevistas son totalmente confidenciales, no revelo las desgracias de los infelices que se sientan en esa silla, no me interesan. — miró mi currículum con indiferencia y lo lanzó sobre el escritorio —. Tu vida, menos. ¡Ouch! — Entonces prefiero no decirlo. — no creo que sea tan malo… — no tiene nada que ver con finanzas. Le restó importancia —. No importa. No estaba segura de lo que haría, pero supongo que podía decirlo. Tomé una, quizá dos, bocanadas de aire y llevé un mechón de cabello tras mi oreja. — Trabajé un tiempo en la revista Playboy. Elevó ambas cejas con sorpresa, luego miró mis fachas y negó horrorizado. — Bu-Bueno, eso no es del todo malo, al menos no eras el horrible conejo que salía en la portada como marca… Aparte la mirada. Como si con eso le dijera todo, se echó a reír como loco, tomó mi currículum para darse aire y secó sus lágrimas. — me alegra que te estés divirtiendo. — ¿Tú eras ese horrible conejo?. — Disculpa, pero no soy yo la que lee esa clase de revistas. ¿Muy poca actividad s****l?. ¡Cállate idiota, tú sigues siendo virgen! Una vez más mi mente me abofeteó. — En eso estamos de acuerdo, quien las ve es mi hermano menor. Tú no las ves, sales en ella que es peor — salía. Volvió a reír. Apreté mis dientes y eché fuego por mi nariz. — ¿Por qué quieres el trabajo?. — ¿porque no tengo? Independencia, masoquismo, terquedad… todo era igual. Aquello que le había contado era parte de uno de mis destrozos empleos. El primer empleo que había tenido había sido en un bar; las cosas no habían salido bien, todo había sido un caos y había salido huyendo de ese lugar. Partes fragmentadas de un pasado que no quería que nadie supiera, mucho menos mis padres. — de acuerdo, tienes el empleo. Sé que parte de esto tiene que ver con Christian, así que te ayudaré. Mi desconfianza fue interpretada en una furtiva mirada. Algo no estaba bien...algo estaba tramando. — ¿Por qué?. — inquirí con el ceño arrugado. — No tengo la experiencia que necesitas en la empresa. Quería el empleo, o al menos eso pensaba, hasta que lo vi. Ahora sentía un poco de miedo. — ¿Quieres el empleo o no? — Sí… no… bueno… — el sueldo es bueno. — acepto. ¿Qué acaba de pasar? (...) — tu trabajo es ordenar las carpetas por nivel de prioridad, las que Andrew deba firmar con más urgencia. — Leti, la recepcionista, me ayudaba a conocer el edificio, me informaba de mis obligaciones y me advertía sobre algunas cosas que "al jefe" le molestaban. — Nunca mezcles las carpetas rojas con las negras, saca las copias y ordenalas antes de que Andrew lo pida, así tendrás más tiempo para organizar las juntas; por nada del mundo llegues tarde y lo más importante de todo. — se detuvo a medio pasillo, se dió la vuelta y tomándome de los hombros, fijo sus ojos en los míos, como si quisiera hacer que lo que fuera a decirme, quedara clavado en mi cabeza. — Nunca te cruces en el camino de la señorita Hart. — ¿Señorita Hart?. — Eliana Hart, hija de uno de los accionistas mayoritarios del banco, y la prometida del jefe. Largué la mirada a la puerta de la oficina de Andrew y señalé con el pulgar. Más que sorprendida debo decir. — ¿De verdad existe alguien en el mundo que lo aguanta?. Contuvo una risa y afirmó con la cabeza. — no es tan malo… — ¿Cuánto devebgas de salario?. — Dos mil dólares la quincena. Tateé mi cabeza. — con ese sueldo hasta yo lo aguantaría. — entonces esto te va a gustar. — me mostró mi planilla. Lo tomé desinteresadamente, hasta que ví la cifra plasmada en el papel y casi me voy de espaldas. — ¡¿Cuatro mil?! Por el amor a las cifras grandes… ¿A dónde había estado Andrew Daigle toda mi vida?. — lo sé, solo por favor, no lo grites, tienes el sueldo más alto de la empresa, y muchos podrían molestarse. — ¿Segura que es mi sueldo? — para lo que tendrás que aguantar. — habló entre dientes, rodando disimuladamente los ojos. — lo que ese sujeto tiene de atractivo y hermoso, lo tiene de amargado y frío. Miré de nuevo la planilla, la olí y emanaba olor a dinero de ella, la palpé y era como tocar un billete de cien dólares; no importaba, podía soportarlo… o quizá y solo quizá, cambiarlo.
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