La mirada enloquecida y desalmada se clavó en la suya, contuvo la respiración mientras esperaba a ser devorada, la cola con el aguijón serpenteaba en el aire lista para a****r. La criatura debía dar el primer paso y si no, uno de los presentes entraría en pánico y todo se iría al retrete. Fueron un par de segundos (que le parecieron horas) intensos, el aire se congeló, ni un alma atrevió a moverse, cualquier sonido por minúsculo que fuera, se esfumó en ese momento.
Y entonces el hombre cometió el error de emitir un quejido mientras caía de rodillas, eso fue su perdición. Los rubíes se centraron en el hombre y aquellas poderosas fauces se cerraron en torno a la garganta evitando que cayera, los colmillos desgarraron la carne como si fuera una hoja de papel, Cinthia estaba lo suficientemente cerca como para recibir la salpicadura de la espesa sangre en su cara. El crujido del hueso y el tacto caliente de la sangre la sacó de su trance. Alguien gritaba, probablemente todos, ella incluida.
– ¡Corran!
Tenían una oportunidad, la criatura estaba ocupada devorando a un pobre hombre que sólo quería ayudar y debían aprovechar la distracción. El aire comenzó a soplar de nuevo, en conjunto con los árboles, entonó un aullido tenebroso.
Sus jadeos desesperados y su respiración agitada se unieron a la de sus compañeros, cuatro humanos, cuatro seres vivos, cuatro almas que estaban en peligro por su culpa. Mientras se abría paso entre las múltiples ramas y hojas que se enterraban en su piel desnuda, alcanzó a detectar una figura oscura. No sabía si los seguía o sólo los observaba, pero imaginó que no era amigable.
Al divisar la belleza de la acera, el alivio y esperanza la embargaron. Por un instante se permitió pensar que todo estaría bien, que una vez en la calle todo ese horror desaparecería y que nadie más saldría herido…hasta que el alarido de dolor de Fernando cortó el viento.
Cinthia se detuvo y se arriesgó a voltear. Su compañero estaba inclinado en una pose extraña, Sam estaba a su lado y lo miraba horrorizada; la figura negra que avistó hacía unos minutos estaba abrazando a Fernando o eso parecía. Después lo soltó y se adhirió a Samanta quien soltó un alarido más agudo, pero igual de atemorizado.
– ¿Qué hacemos? –preguntó Tania desesperada.
Cinthia buscó con la mirada algo que pudiera fungir como arma; hojas y tierra, eso no serviría. El alarido de Santiago logró sacarle un grito. Atisbó una rama colgante de un árbol y de un tirón la separó.
Se dio la vuelta justo a tiempo para ver como la oscuridad la engullía, el pánico subió por su garganta. Inmediatamente sintió un calor abrumador tan intenso que le cortó la respiración; su piel ardía tanto que creyó escuchar el crepitar del fuego que la consumía. Y gritó con todas sus fuerzas para tratar de apaciguar el dolor, pero en lugar de sosegarlo convirtió su piel en carbón al rojo vivo con mil hormigas trepando por ella.
Fue una sensación que no duró más de cinco segundos, tan efímera como dolorosa y jamás quiso volver a sentir algo semejante. Así como se manifestó, se esfumó, se dio un segundo para respirar, pero apenas le dio tiempo porque vio a la mancha acercarse a Tania.
Su compañera se paralizó, la mancha se acercó casi con elegancia, si esa cosa tuviera rostro, apostaría su vida a que estaba sonriendo. Tomó la rama fuertemente y se preparó; apenas la mancha hubo tocado el brazo de Tania, Cinthia la golpeó duramente. La mancha salió disparada exhalando un chillido, la piel del brazo de su compañera sólo estaba un poco irritada.
Sin pensarlo, la tomó de la mano y salieron del bosque antes de que a otro ser sobrenatural se le ocurriera interceptarlos.
Fueran las primeras en salir, seguidas de Santiago, luego Samanta y finalmente Fernando. Cinthia se tiró en el piso y comenzó a sollozar, pero no derramó una sola lágrima. ¿Qué había hecho? ¿Qué había desencadenado? Desde el principio supo que algo andaba mal, todo en ella gritaba que era una mala idea y aun así ignoró sus instintos y como una necia se adentró a la aventura. Un hombre inocente estaba muerto y sus compañeros se salvaron por poco.
– Ya pasó –Santiago intentó tranquilizar a Samanta quien lloraba de una forma extraña –. Estamos bien, estaremos bien.
Estaban bien, era cierto, pero tal vez no siempre lo estarían. Esa cosa no tardaría en salir del bosque, debían avisar a las autoridades, decir que algo peligroso andaba suelto y que no tardaría en asesinar a alguien más. Aunque eso los perjudicaría, difícilmente les creerían y más si llegaban con aroma a alcohol. Aparte, estaba el asunto del asesinato, ellos serían los principales sospechosos. Un arresto e investigación podría no terminar bien.
– ¡Mató a un señor! –gritó Sam –. Le destrozó la garganta después de atravesarlo con esa cosa filosa en su cola.
– Lo sé –dijo Cinthia –. Estaba en primera fila.
– ¿Qué haremos? –preguntó Fernando entre jadeos –. Esa cosa sigue ahí.
Y ahí seguiría. A menos que consiguieran una escopeta, dudaba que pudieran acabar con ella.
– Sí Cinthia, ¿qué haremos? Todo esto es tu culpa —reprochó Santiago—. Si no hubieras tomado el anillo no habría pasado esto, nada más lo tocaste y todo se desató. Más vale que vayas buscando la solución porque…
– ¡Silencio! –Tania echaba chispas por los ojos –. Suenan como unos locos. Nadie nos creerá, estamos ebrios y nada tiene sentido. Tal vez lo mejor es olvidar el asunto.
– No digas pendejadas –Fernando señaló a Cinthia – ¿A poco la sangre de Cinthia es imaginaria?
Se llevó las manos al rostro, había olvidado la sangre. Sintió fuertes náuseas, pero se controló, ese no era el momento.
– Entonces tenemos que matar a la criatura.
– ¿Estás idiota, Samanta? Dejémoslo así, alguien la matará y si no, se darán cuenta y la mandarán matar –Fernando se hallaba de mal humor –. Dudo que esa cosa pase desapercibida.
Al final, no acordaron algo: Santiago insistía en culpar a Cinthia, Samanta repetía una y otra vez que todos morirían, Fernando temblaba y callaba; no parecía estar interesado en otra cosa que no fuera salir de ahí. La madurez de Tania se manifestó a mitad del caos, calló a ambos chicos con la mirada y logró llamar la atención de Fernando.
– Cálmense, no parecen de su edad –dijo cortante y segura –. Ahora, quiero que dejen de andar de lloricas y olviden el día de hoy. El alcohol tenía algo más, una sustancia que le agregué. Dijeron que era para hacerlo más potente, pues esa cosa tenía como diez por ciento de alcohol.
Todos reprocharon, Cinthia incluida. Una parte de ella quería creer que todo fue una alucinación causada por lo que fuera que Tania le puso al alcohol, pero le parecía una idea rebuscada, casi imposible.
Al final, se concluyó que fue una alucinación colectiva y que dejarían de lloriquear y se irían a sus casas. Cinthia no estaba tranquila con la idea de olvidar todo, pero si le contaba a alguien, la tacharían de loca.
Pues, sinceramente, no podía estar segura de que todo fuera real. Volvió a t*****e el rostro, pero la sangre ya no estaba, ni siquiera en su mano. O tal vez es que se confundía con la suciedad.
Caminó a pasos cansados todo el trayecto hasta casa, viéndola de lejos le pareció el lugar más seguro del mundo. Era pequeña, de dos pisos y el color beige la confortó. Su ventana daba a ese lado de la calle y se encontraba abierta, tal y como la dejó por la mañana.
El viento sacudía la cortina, ondeaba como si de un fantasma se tratase. Definitivamente debía descansar antes de enfrentarse a la cena, necesitaba un segundo para asimilar lo que acababa de pasar. Aparte, debía formular una buena excusa para justificar la pérdida de su teléfono y los rasguños en la piel.
Se estaba imaginando el vapor del agua caliente, el calor relajante y el uniforme sonido del agua al caer cuando una sombra apenas visible se asomó por la ventana de su habitación. Emitió un jadeo asustado y parpadeó, al segundo siguiente ya no estaba.
Corrió hacia la casa, si un ladrón se había metido, su madre estaría en peligro. Podía imaginar los grandes ojos cafés de su madre al toparse de frente con un criminal.
La entrada no tenía signos de haber sido forzada, quien entró, lo hizo por su ventana. Entró en un profundo silencio, dentro, la oscuridad reinaba. Tenía como únicos acompañantes a su respiración, el tic tac del reloj y el viento soplando en el exterior.
Entró a la cocina en busca de un cuchillo, tomó el más grande que encontró. La sala estaba vacía al igual que el comedor, el vestíbulo y el cuarto de baño, así que subió lentamente las escaleras de madera. El rechinido le provocó escalofríos, acababa de avisarle al ladrón que iba en su busca.
A pesar del chirriante sonido de las escaleras, llegó hasta arriba. La primera recámara estaba libre de maleantes, sólo había unas cuantas cajas que nunca desempacaron; la segunda habitación era de sus padres, tan impecable como si nadie habitara ahí, también estaba libre de ladrones. Algo en el cuarto de baño llamó su atención, estaba encendido y extraños ruidos salían del interior. Se acercó mientras intentaba agudizar el oído.
– ¡Cinthia! –gritó su madre al abrir la puerta, la luz la cegó por un momento – Estaba por llamarte, creí que habrías olvidado la cena… ¿a dónde vas?
– Tengo que bañarme y arreglarme.
Los latidos de su corazón estaban frenéticos, juraba que estaba por salirse de su pecho. Corrió a su habitación y se encerró, no dejaría que su madre la viera en ese estado, pues exigiría una explicación que Cinthia no tenía.
Demasiado tarde se dio cuenta de que su habitación fue el lugar en donde vio a la figura. Se levantó de un salto y encendió la luz, todo estaba en orden. Revisó el armario, bajo la cama y los rincones; no halló al ladrón.
Suspiró, estaba perdiendo la cabeza.
Estando bajo el chorro de agua, la embargó la culpa. Si lo que ocurrió fue real, entonces una muerte pendía sobre Cinthia. Meneó la cabeza para deshacerse de esos pensamientos, todo estaría bien; debía estar bien.
Antes de salir, observó su reflejo en el espejo. Era ella, sin cambios raros. Cabello n***o azabache cayendo en cascada, el flequillo caía sobre su frente ocultando una mirada oscura, los labios rosas formaban una línea recta, nada de tristeza, ni de vacío. La chica de aquella cueva definitivamente no era ella. Ella no era hermosa y la otra chica sí, aquella profunda tristeza la hacía parecer un alma torturada en busca de libertad…ella no, era una chica común y corriente sin nada que resaltar.
De improviso, se le vinieron a la cabeza las palabras de Tania: “Lo que fuera que pasó, ya ha terminado.”
– Pero no es así –dijo espontáneamente y sin razonar –. Este asunto está lejos de terminar.
– Tienes toda la razón –le respondió su reflejo con un guiño.