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Mi hijo secreto con el CEO

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una noche de pasión
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desaparición
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Descripción

A Sophia Gueller su novio la abandona luego de traicionarla con otra mujer y faltando tres semanas para su boda.

Para olvidar su sufrimiento se va a un club exclusivo a emborracharse y tener relaciones con un rubio desconocido de ojos verdes y mirada de fuego. A la mañana siguiente huye de él, pero al llegar a su casa la espera la policía por las deudas que dejó su exnovio.

Mientras se libra de esa situación, descubre que está embarazada. El miedo y la pena la empujan a abandonar la ciudad por cinco años para tener a su hijo y recuperarse de todas las pérdidas.

Al regresar, se entera que su exnovio está en la ciudad y pronto abrirá un nuevo negocio. Ella decide enfrentarlo y exigirle una compensación por el daño que le ocasionó en el pasado, pero se detiene al darse cuenta que el prometido de la socia de su exnovio es Xander Reinhard, el rubio de ojos verdes y mirada de fuego con quien ella había tenido relaciones.

De nuevo Sophia intenta huir de él, pero esta vez Xander lo evita. Más aún, al descubrir que la mujer tiene un hijo que parece una copia exacta de él y con quien logra una conexión instantánea.

¿Podrá Sophia alejarse una vez más del padre de su hijo? ¿O sucumbirá a la fuerza de atracción de un hombre que pronto se casará con otra?

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Capítulo 1. Una mujer de titanio.
El club «La Comadreja» estaba a reventar. En la zona de la discoteca no cabía un alma. Cientos de cuerpos se aglomeraban entre sí en la pista mientras el Dj más famoso de Seattle hacía vibrar su mezcladora con ritmos bailables. Pero Sophia no se dirigía hacia ese lugar. Arrastraba a su amiga Rebecca a la entrada de la zona VIP. —¿Estás segura? —quiso saber Rebecca al llegar. Tuvo que hablarle a su amiga al oído para que la oyera por encima de la estridente música. —Por ser una chica buena mi prometido me engañó con otra mujer y me estafó llevando mi negocio a la quiebra —justificó con voz embriagada—. Hoy quiero ser una chica mala. ¿No lo merezco? —preguntó con sonrisa perversa. Rebecca comprimió el rostro en una mueca de desagrado, aunque igual le entregó al guardia de seguridad las credenciales que había conseguido. —Solo quiero que no te hagas daño. —Ya nada me hará daño. Me convertí en una mujer de titanio —aseguró y se irguió como una reina. Esa actitud la ayudaba a evitar tambalearse. Los vasos de licor que se había tomado en el bar minutos antes comenzaban a hacer su efecto. Se acomodó el corto y ceñido vestido rojo y revisó que el escote mostrara la cantidad de piel que necesitaba exponer. Quería que la vieran como una diosa sensual, porque esa noche pretendía comerse al primer dios terrenal que se cruzara en su camino. Su prometido decidió destrozar un año de noviazgo y canceló la boda que se celebraría dentro de tres semanas solo por saciar uno de sus mayores fetiches. Gianpaolo nunca le ocultó la especial atracción que sentía por las mujeres pelirrojas, siempre hablaba de lo atrayentes que le resultaban cuando veía una en la televisión o en la calle, aunque ella pensó que aquello se debía solo a una fantasía ideada por su cabeza. Esa mañana al levantarse y descubrir que él no había ido a dormir al departamento que compartían, se preocupó e intentó comunicarse a través del teléfono móvil, sin éxito. Para no resultar una histérica, buscó relajarse mirando las noticias en internet dando tiempo a que él respondiera a sus mensajes. El corazón se le detuvo por un segundo al ver la noticia que aparecía en la primera plana de uno de los diarios locales: «El polémico chef Gianpaolo Zanella regresa a Italia de la mano de una despampanante bailarina rusa. ¿Dónde habrá dejado a su prometida Sophia Gueller?». En la foto que adornaba la noticia se veía a su novio tratando de ocultarse de la prensa bajo una gorra deportiva y unos lentes oscuros, mientras una pelirroja de grandes tetas y cuerpo de infarto lo apresaba por un brazo y sonreía a los periodistas con la boca abierta. Al recuperar la coordinación de sus movimientos, Sophia soltó el móvil y corrió a su habitación para revisar el clóset. La ropa de más valor de Gianpaolo no estaba allí ni sus zapatos de diseñador. Su prometido se había marchado a escondidas mientras ella lidiaba con los terribles problemas que él había generado en el restaurante que ambos habían fundado, por culpa de unos créditos astronómicos solicitados meses antes. La abandonó por su fetiche: una pelirroja de cabellos largos. No solo le rompió el corazón, sino que la humilló públicamente. En la prensa local no dejaban de hablar de la nueva conquista que el chef italiano, ganador de una estrella Michelin, había logrado semanas antes de su boda. La vergüenza, la rabia y la pena estuvieron a punto de hacerle perder la razón. Corrió a la casa de su amiga esquivando a los periodistas curiosos que se agolpaban en la entrada de su edificio y lloró por horas odiándose a sí misma por haber sido tan ingenua. Luego asumió un silencio sepulcral mientras su rostro revelaba la ardiente cólera que la invadía. «Un fetiche se supera con otro fetiche», se dijo a sí misma. Con eso se llenó de valor y se preparó para la salida de esa noche. A Rebecca la rondaba un abogado corporativo que tenía contactos en las altas esferas. El club «La Comadreja» era un lugar exclusivo para gente con muchísimo dinero, donde se reunía lo más selecto de la sociedad de Seattle. Las fiestas que se celebraban allí duraban días y solían estar animadas por músicos y artistas de gran renombre, pero además, adentro se permitía el libre consumo de drogas, así como el sexo libre y anónimo. Sophia convenció a Rebecca de pedirle al abogado que les consiguiera pases a una de esas veladas. Allí buscaría a su mayor fetiche: un hombre jodidamente sensual y desinhibido, rubio, de ojos verdes y con el cuerpo ardiendo por el deseo. —¡Allá está Gustav! —expresó Rebecca al llegar a la sala VIP y ver al abogado. Lo saludó con una mano invitándolo a acercarse. El hombre era un moreno alto, bien parecido, que poseía una sonrisa dulce que a la mujer la tenía suspirando. Él enseguida se disculpó con las personas con las que hablaba y fue hacia ella. —Bien, nos vemos luego —se despidió Sophia y pretendió alejarse para dirigirse al área más excepcional del lugar: la «habitación roja». Llamada así por la débil luz rojiza que emitían los focos con forma de antorcha que poseía y le concedían un ambiente íntimo y misterioso. No era una simple habitación, sino un salón amplio poblado con cómodos sofás chaise longue y barras atendidas por empleados semidesnudos, donde se distribuían los licores más caros y exquisitos. Quienes entraban allí buscaban de forma anónima a una pareja, o a varias personas con las que pudieran tener sexo en alguno de los elegantes cuartos ubicados al fondo del establecimiento. Rebecca la retuvo por un brazo antes de que se alejara. —Quédate con nosotros un rato. Podrías conseguir a alguien bailando —intentó mediar para evitar que su amiga cometiera un error. Sabía que las personas que asistían a ese lugar podían ser obsesivas o violentas. Muchos no practicaban sexo convencional y solían incluir en sus sesiones tántricas el uso de drogas o juguetes peligrosos. —Recuerda de lo que estoy hecha —respondió Sophia y se golpeó el pecho con un puño. Se soltó del agarre de su amiga justo en el momento en que Gustav llegó a ellas. Se encaminó oscilando sus pronunciadas caderas por un pasillo largo rondado por personas que entraban y salían de la «habitación roja». Algunos la veían con interés cuando pasaban por su lado, pero ella no los atendía porque ninguno tenía las características que buscaba. Hallaría a su fetiche, a su rubio de ojos verdes. De esa manera se vengaría de la traición de su prometido y de sus desagradables pelirrojas. Al entrar en la habitación caminó altiva por el medio del salón evaluando a los presentes, quienes giraban sus rostros para valorar su cuerpo y relamerse los labios. Un par de sujetos comenzaron a seguirla con disimulo, interesados por lo que veían. Allí las reglas consistían en esperar a que la mujer eligiera, solo se mantenían cerca para asegurarse ser vistos. Los hombres podían elegir a menos que tuvieran un rango social muy alto o quisieran a otros hombres. Sophia repasaba a los presentes en busca de unos rasgos especiales. No quería a un simple rubio, sino a uno capaz de cortarle la respiración con la mirada. Con un cuerpo cincelado por los dioses que poseyera la suficiente delicadeza para no lastimarla, aunque también ferocidad y destreza para hacerla sucumbir en el placer. Pedía mucho, pero necesitaba a un ser superior que lograra sacarle de la mente y del corazón al malagradecido de su novio, aunque fuese, por una noche. Las opciones eran muchas y diversas, sin embargo, su evaluación se detuvo de manera súbita en un rincón en penumbras. Sentado en un sillón individual, con postura relajada, las piernas abiertas y con un vaso de licor en la mano estaba su rubio. Vestía con elegancia, con un traje sin corbata y sin chaqueta que le quedaba ceñido a su cuerpo musculoso. Parecía aburrido, o molesto. Las penumbras evitaban que Sophia tradujera a la perfección las facciones de su rostro, aunque su mirada fue capaz de traspasarle el pecho con el ardor que trasmitía. Allí estaba su fetiche, su dios terrenal. El único sol con la posibilidad de derretir el titanio que cubría sus huesos.

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