Una advertencia y una petición

3521 Palabras
AMELIA El club campestre está lleno de gente mientras mi familia se reúne para nuestra reservación para cenar bajo candelabros brillantes iluminados. Tantas caras conocidas, conocidos y socios de negocios que había estado viendo en nuestro circulo social durante décadas. Siempre es un asunto social: tantas pausas, palmadas en los hombros, carcajadas compartidas cuando alguien se detienen a charlar en nuestra mesa. Esta rutina es el statu quo. Sonreír, asentir, dejarse llevar por la corriente social como un trozo inerte y bonito de madera a la deriva. El volumen de la charla en el comedor es más alto de lo normal esta noche. Mi padre nos hace saber, mientras todos tomamos nuestros respectivos lugares alrededor de la mesa de diez personas, que esta noche se está celebrando un evento de networking, una especie de iniciativa de toda la ciudad para destacar los negocios locales y fomenta nuevas conexiones en la ciudad. No me molesta. Estoy contenta de sumergirme en mi propio mundo y esperar la oportunidad de pedir bisque de langosta. Puede que mi propia boda no incluya la sopa, pero maldita sea, voy a saborear la mejor mezcla de crustáceos del mundo por mi cuenta esta noche. Caleb se hunde en el asiento junto a mí, lanzándome una sonrisa relajada antes de que mi padre lo llame para una conversación muy importante centrada en el hospital. Al otro lado de la mesa, mi madre informa a Dinah mientras mece a Hope en su regazo. Abel deambula por el comedor, zigzagueando entre conversaciones, la mariposa social que esquiva a la familia. La hermana de Caleb se deja caer en la silla a mi lado y me da una palmadita en la rodilla. –Aquí estas, chica linda– La sonrisa de los labios rojos de Dalila es enorme. Es el epítome de una belleza sureña: risos rubios perfectos que enmarcan su rostro, un vestido azul celeste que todas las muñecas de mi infancia usaban; una sonrisa permanente que acompaña su mirada calculadora. Mueve las caderas en su lugar en el asiento, manteniendo la barbilla en alto mientras observa la habitación. –¿Qué tal la visita al lugar? ¿Será la boda del siglo? – –Por supuesto que sí, con mi madre detrás– le digo, apretándole la mano. Ha sido como una hermana para mi durante años, una con la que nunca conecte del todo, pero que es familia de todos modos. –Con nuestras familias combinadas para establecer contactos, me sorprendería que el presidente de los Estados Unidos no apareciera– Resopla y luego baja la barbilla al ver a alguien al otro lado de la habitación. –Oh, mira quién está aquí esta noche– Dalila es soltera, pero nunca revelaba demasiado sobre su vida amorosa. Parece tener una puerta giratoria de chicos, pero no se ha establecido con ninguno desde un novio serio en su segundo año de universidad. Sigo la mirada por la habitación, sin reconocer a quien mira. –¿Me das una pista? – –Franco Bertolini– murmura, inclinándose más cerca mientras señala con la barbilla en su dirección, –Un tipo de fondos de cobertura. Salió en las noticias la semana pasada por algo. Ni siquiera puedo recordarlo ahora­– Suspira dramáticamente. –Una participación bastante pésima esta noche. Ni un solo potencial príncipe azul– Suelto una risita, dándole un manotazo en el brazo. –Ya aparecerá– –Soy una graduada universitaria sin perspectivas­– reflexiona, torciendo los labios. –Soy prácticamente una solterona– –Tienes veinticinco años. Apenas estás empezando– –¡Díselo a mis padres! – Suelta una risa rápida y aguda, y luego se hecha el pelo por encima del hombro. –Está bien, seré una veterana experimentada para cuando termine casándome. Incluso si no sucede hasta que tú y Caleb tengan nietos– Me río, algo en lo profundo de mi se tensa. Una bombilla se desata en mi cabeza. Cada vez que la veo, hablamos de que aún no está casada. Es el punto focal de su mundo. Y aquí estoy yo, queriendo centrarme en cualquier otra cosa menos en el matrimonio, luchando contra la miseria cuando se supone que es el sentido de la existencia para una mujer de mi edad. se supone que esta es la época. La más emocionante. La más maravillosa. Dalila se muere por estar en ni posición, y eso hace que todo se sienta más vergonzoso. Se agradecida. Se agradecida>>. Los padres de Dalila y Caleb llegan después, una ráfaga de saludos que me distrae de la difícil situación de Dalila como una pobre mujer soltera y en edad de casarse. Durante todo el proceso, no puedo dejar de pensar en Weston, por supuesto, ya que eso es todo en lo que mi cerebro, aturdido por los Hamilton, puede concentrarse estos días, o en el libro que había empezado a leer la noche anterior, que es una novela romántica histórica que me recuerda demasiado a las quejas de Dalila. Esa es la única similitud, ya que el inesperado trio entre la duquesa heroína y dos de sus mozos de cuadra a mitad del libro probablemente no se compara con la vida de Dalila, y si lo hiciera, nunca lo sabré. Y no quiero saberlo. Mi mirada vaga por el comedor mientras reflexiono sobre la posible situación de Dalila como mozo de cuadra, observando la escena sin fijarme realmente en los detalles. Grupos de hombres de negocios. El tintineo de los cubiertos. El aroma a jamón. Hasta que mi mirada se posa en él. Weston Hamilton. De pie al otro lado de la habitación. Esta de espaldas a mí, pero sé que es por qué conozco cada centímetro del hombre. Conozco la anchura de sus hombros y la forma en que viste sus trajes porque había dedicado incontables horas a absorber cada detalle sobre él. Conozco la forma en que camina, se comporta: seguro de sí mismo, casi altivo, pero con una sensibilidad que te convence de bajar la guardia. Casi jadeo, pero me contengo. La emoción crece dentro de mí, exactamente la misma que se había apoderado de mi cuerpo en la preparatoria cuando algunos de mis amores platónicos aparecía a la vista. Pero ya no soy una adolescente, y estoy sentada junto a mi prometido. Este no es el momento ni el lugar para reaccionar ante Weston Hamilton. Controlo la creciente curiosidad de mi rostro e intento seguir existiendo con normalidad. Como si el hombre de mis sueños no estuviera al otro lado de la habitación; el hombre que se supone que no debo desear, ni pensar ni preocuparme. Pero mantener mi atención lejos de él es inútil. Habla animadamente con dos hombres que no reconozco, claramente en el lado del comedor del evento de networking. Mi familia y la de Caleb están enfrascadas en conversaciones ruidosas y animadas a mi alrededor, pero eso significa que no detecten rápidamente al nuevo hombre de la ciudad. Además, ¿Qué pasará si me ve e intenta pararse y charlar un rato? ¿Qué pasaría si menciona a Emma o a las niñeras de Aurora o cualquier otro detalle que pueda alertar a mi familia sobre mi posición con él? Todo el castillo de naipes se derrumbará. Me expulsaran por asociarme voluntariamente con un Hamilton después de lo que sucedió entre Weston y mi tío; mi padre podría no volver a hablarme nunca más. La mala sangre corre profunda, espesa, coagulada. Todo lo que diga mi tío es el evangelio en esta familia. Él es el Morton más rico, el más exitoso, el más poderoso, y mi padre siempre se somete a su hermano mayor. La asociación con Weston Hamilton es un enorme NO. El pánico se apodera de mí, corriendo por mis venas. Necesito advertir a Weston. No solo que estoy aquí, usando mi insignificante anillo a su alrededor, sino que mi familia está presente. Gente a la que no le gusta. Gente que no puede descubrir que trabajo para Weston si quiero mantenerme como niñera de Emma. Precario. Precario. La palabra se estampa en mi mente mientras saco mi teléfono del bolso y le envió un mensaje rápido de a Weston. Amelia: Estoy aquí en Harrods con mi familia y te veo. ¿podemos hablar en privado? Observo como Weston continúa hablando con los hombres. Un momento después, mete la mano en el bolsillo y saca su teléfono. Baja la barbilla y lo observo mientras lee el mensaje. Se gira, escaneando la habitación, pero su mirada no me encuentra. Teclea algo en su teléfono. Weston: Estoy un poco ocupado aquí. ¿De qué se trata esto? Amelia: Por favor, Weston. Solo un minuto. En un lugar discreto. Lo veo frotarse la nuca, mirando su teléfono. Vuelve a mirar a los hombres, conversa con ellos un momento y luego mueve la cabeza de izquierda a derecha. Weston: Hay un pasillo al fondo del comedor. ¿Nos vemos allí? Amelia: De acuerdo. Dos minutos. Guardo mi teléfono en el bolso y me pongo de pie. –Voy al baño de mujeres– le anuncio a quienquiera que este escuchando. Caleb asiente en mi dirección. Dinah sonríe en mi dirección. Soy libre de irme. Me apresuro hacia el baño, luego giro a la izquierda y me pierdo entre la multitud de trabajadores de la red. Me deslizo entre la gente de negocios, zigzagueando hacia el pasillo trasero que Weston me había señalado. Mi corazón late con cada paso, la emoción ilícita de tener a Weston a solas, con ni familia a pocos metros de distancia, deliciosa y aterradora a la vez. Una cosa es segura. Si algo interfiere con este trabajo con Weston, moriré. No puedo perderlo. No puedo perder a Emma ni a Weston. Me deslizo hacia el pasillo trasero, los sonidos del comedor apagados y distantes. Las paredes estan adornadas con fotos de antiguos presidentes del club campestre, una especie de corredor conmemorativo que conduce a oficinas administrativas. Weston sale al pasillo un momento después, y todo el aire de mis pulmones se evapora. Camina hacia mí, ancho de hombros y arrogante, con un vaso en una mano y una sonrisa burlona tirando de sus labios. Trago saliva con dificultad, mi lengua encontrando el paladar seco, mientras lo observo. Jugueteo con la cremallera de mi bolso, repentinamente insegura de a que he venido. Que planeo decir. Como se supone que debo actuar en esta situación. El libro de reglas ha sido tirado a la basura. Nos reunimos como adultos, en un espacio neutral con el peligro a la vuelta de la esquina. Mientras se acerca, puedo sentir su mirada deslizándose sobre mí, desde arriba abajo. Siento físicamente el momento en que su mirada se posa en mi anillo de compromiso, de la misma forma en que se me hace un nudo en la garganta y el aire se tensa. Se acerca demasiado. Y no le doy el espacio que normalmente le permitiría. Estamos casi pecho con pecho, y la necesidad de acercarme en inclinar mi cabeza hacia la suya es mayor que nunca. ¿Por qué sigue siendo algo natural buscar ese beso en sus labios? No nos hemos besado en seis años. Esto es una locura. –Amelia– Su voz sale baja y áspera. –¿Cómo está el prometido mediocre con el que ni siquiera vives? – Cierro los ojos con fuerza, preguntándome si él puede sentir ese deseo palpitante de rozar nuestros labios. Enderezo la espalda y me obligo a encontrar su mirada. –¿Dónde está Emma? – La sonrisa burlona regresa. –¿De eso se trata? Está a salvo en casa con mi madre– –Solo tenía curiosidad– susurro, mi mirada vagando por los detalles de su atuendo informal de negocios. La camisa color crema, desabrochada lo suficiente como para que se asomen algunos rizos de vello en el pecho, y los pantalones azul marino mate, rematados con zapatos Derby. Este hombre siempre hace que algo se apriete de necesidad. Caleb podría haber usado exactamente el mismo atuendo y no me habría afectado ni la mitad. Hay algo en Weston, su poderosa figura, el fuego que se arremolina en sus ojos. La forma en que puede penetrarme instantáneamente me ve de una manera que nadie más puede. A veces usa ese talento como un bálsamo, otras como un arma. Tengo la sensación de que lo usará como un arma esta noche. Da un sorbo a su vaso, con un desafío iluminando su mirada. –¿Algo más? – –Estoy aquí con mi familia– digo en voz baja. Me muerdo el interior del labio mientras miro por encima de su hombro, hacia la entrada del comedor, para asegurarme de que nadie nos ha seguido. –Esto es una advertencia y una petición. ¿Me prometes que no vendrás a nuestra mesa? – La confusión frunce su ceño. –¿Una advertencia? Realmente no soportas que te asocien conmigo en público, ¿eh? – –No es eso– trago saliva con fuerza, armándome de valor ante la repentina oleada de su aroma a vetiver y cuero, y ese toque intocable de hombre trabajador. –No pueden saber que trabajo para ti. Solo quiero asegurarme de que evitemos cualquier interacción, porque valoro mi trabajo– –Evitar interacción– –Si– Su mirada se posa en mí. –¿Entonces no saben que trabajas para mí? – –Exacto. Y no quiero que se interpongan ni causen problemas. Sera más fácil si no lo hacen– La mandíbula de Weston tiembla y asiente lentamente. –De acuerdo. Solicitud aceptada– Suspiro aliviada, hundiendo los hombros. –Gracias– –Aunque no me imagino que realmente pienses que tengo algo que decirle a tu familia– Weston resopla con una risa. –Tal vez a Caleb. Sobre ya sabes– señala con la barbilla en dirección a mi anillo antes de volver a beber de su vaso. Cubro mi dedo anular con mi bolso. –Ahora sería el momento de mencionarlo. Hemos estado preparándonos para la boda todo el día. Aunque debería decir que ellos lo han hecho, no yo– Weston arquea una ceja. –¿Qué significa eso? – La frustración burbujea dentro de mí, estallando por mis labios antes de que pueda pensarlo mejor. Este no es el lugar ni el público para mis quejas. Pero no puedo detenerla. –Lo están planeando todo como si yo no fuera parte del ello. Mis ideas y preferencias no importan en lo más mínimo– Weston me estudia por un momento. –¿Dónde será la recepción? Para que pueda ir a deslumbrarte con todas las cosas que hubieras preferido– Sonrió, pero mi sonrisa se desvanece rápidamente. –Bosques perpetuos– Weston hace una mueca, removiendo el líquido en su vaso, el hielo tintineando. Es tan fuerte como espero. –Pensé que habías elegido ese viñedo cerca de Lexington. La del granero, los jardines y los enrejados. ¿Cómo se llamaba? – Casi no puedo responderle, por la forma en que se me hace un nudo en la garganta. Por supuesto que él lo sabe sin pensarlo dos veces cual es el mejor lugar para intercambiar votos. Uno de nuestros lugares favoritos, un pequeño negocio familiar, un viñedo que me había cautivado con su singularidad, su ternura, su humildad. Nuestra cita allí había sido uno de nuestros mejores días juntos. El recuerdo está tan envuelto en tanta calidez, risas y ternura. Necesito controlarme . Estamos al final de este pasillo con el reloj corriendo. –Te hubiera encantado tener tu boda allí, ¿verdad? – Weston se acerca, eliminando la distancia entre nosotros. Aspiro bruscamente, con la piel de gallina en los antebrazos. –Ese habría sido el lugar perfecto– digo en voz baja, esperando que no note el temblor de mi voz. –Para nosotros– Retumba, bajando la barbilla, nuestros rostros estan más cerca que antes. –Weston…– Todo lo que puedo ver, oír u oler es a él. Cada segundo que pasa me hace caer en una espiral más profunda. Había venido aquí para asegurarme de poder preservar el statu quo, pero si nos descubren, todo se arruinará. Necesito salir de aquí. Pero no puedo apartarme. –¿Qué, Amelia? – puedo oír la alegría en su tono, el claro desafío. La sonrisa tirando de sus labios solo lo demuestra. –¿Por qué respiras tan rápido? – –Tienes que alejarte– espeto. –Necesito actuar bien, y …no puedo, cuando tu estás…– –¿Cuándo estoy qué? – Esta vez desliza los dedos de su mano libre por la línea de mi mandíbula, atrayendo mi mirada hacia la suya. Cualquier distancia que quedaba entre nosotros desapareció. Cada inhalación hace que mis pechos se rocen contra el suyo. Lo miro a los ojos porque tengo que hacerlo. porque él lo exige. Porque nunca he sido capaz de apartar la mirada. Trago saliva con fuerza, sacudiendo la cabeza. Pero estoy en exhibición. Solo estoy actuando como si necesitara escapar. Pero, en realidad, este es el único lugar donde quiero estar. –Estamos demasiado cerca– digo en un susurro. –Y no quiero alejarme– La sonrisa burlona en sus labios se convierte en una sonrisa abierta. –Pero ¿no deberías quererlo? Dado a que estas comprometida y todo eso– Aprieto los dientes, obligándome a apartar la mirada de su cautivadora mirada. –Si quiero. Excepto cuando estás tan cerca. no quiero lastimar a nadie, Weston. Solo quiero que las cosas sigan siendo… amistosas– En el fondo, algo comienza a reír estridentemente. –¿De acuerdo? ¿podemos hacer eso? No quiero actuar de forma inapropiada– Una risa baja retumba de él, y arrastra su pulgar tan suavemente por mis labios que pienso que lo he imaginado. Aprieto mis muslos juntos, ese movimiento casi imperceptible se dirige directamente a mi clítoris. Luego se endereza, metiendo la mano en el bolsillo. –Nunca querría que sucediera nada inapropiado– dice, retrocediendo. Su mirada me recorre, encendiendo pequeños fuegos dondequiera que mira. –Al menos no aquí– añade, antes de girarse para alejarse. Observo la entrada del pasillo durante lo que parece una eternidad después de que se fue, con el pecho agitado mientras repaso lo que acaba de pasar. ¿Encuentro ilícito? Listo. ¿intercambio con carga s****l? Doblemente listo. ¿Una caricia de mis labios definitivamente no apropiada para el empleador? Mil listos. Dios, tenemos un problema. Y huele mucho a la inminente tormenta de la infidelidad. El pensamiento me infunde claridad y miedo. Me quito de encima el encuentro, recordándome a mí misma que técnicamente no había pasado nada. He trazado una línea en la arena. Todo está bien. Todo está bien. ¿Oyes eso? Regreso al comedor. La pared aplastantes del sonido de conversaciones me golpea primero, y me abro paso entre la multitud, dirigiéndome a la mesa de mi familia. Me hundo en mi asiento, estudiando cuidadosamente a los que me rodean para ver si me notan. Para ver si alguien sospecha de mi transgresión en el pasillo trasero. Pero casi nadie nota que he regresado. Todos estan tensos, escuchando, mientras Abel termina de dirigirse a la mesa. –…escoria total– dice, su mirada se dirige hacia mí. –Amelia, por si no lo oíste, tuvimos un avistamiento de Hamilton. Te lo advierto- –Oh, vaya– Mi voz sale temblorosa, hueca. Todo lo que puedo pensar es en la forma en que le pulgar de Weston había rozado mis labios. Un recordatorio fantasmal de la forma en que los había tocado en el pasado. solía frotar su pulgar de un lado a otro sobre mis labios, como si estuviera mapeando el terreno. Era una de las muchas manera que me había reclamado. Weston no solo había sido mi amante. Había dominado mi corazón, mi cabeza y mi cuerpo. – ¿Por qué demonios ha vuelto? – se lamenta mi madre. –¿Quién sabe? – se burla Abel. –Debieron haberlo echado de Wall Street finalmente– –Alguien tiene que encargarse de ellos– retumba mi padre. –Sacarlos de nuestro pueblo. Sacarlos de nuestro circulo. No son bienvenidos aquí– –Estoy de acuerdo– dice Caleb, cruzando los brazos y asintiendo hacia mi padre. –No hay lugar para ellos aquí. No son bienvenidos en absoluto– Abel sonríe con suficiencia, su mirada se dirige hacia mi antes de posarse en nuestro padre. –Si tan solo hubiera alguien que pudiera hacer que eso suceda– Se me hace un nudo en el estómago cuando la conversación se convierte en una charla absurda sobre Weston y sus hermanos. No es la primera vez que la conversación durante la cena familiar se centra en los Hamilton, y sé que no será la última, no mientras Weston este en la ciudad. Caleb es el hombre que mi familia quiere para mí. Pero Weston es el que yo quiero. El que nunca aceptarán, ni en un millón de años.
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