WESTON
No soy un gran lector de ficción. Al menos no lo había sido hasta que conocí a Amelia. Uno de los libros que me había hecho leer por diversión años atrás fue El gran Gatsby, que retome después de nuestro encuentro en el pasillo trasero del club campestre. En aquel entonces había dicho que la vida con mis hermanos era como la de Jay Gatsby si la hubiera reescrito con todo el brillo sin rumbo. Drama de infidelidad y asesinatos-suicidios. Pensé que estaba siendo descarado, pero Amelia, la verdadera rata de biblioteca, me reprendió por mi comprensión incompleta del libro. “Jay no es una gran persona” insistió en ese entonces. “Pero tu sí. Él es un fraude que hizo su dinero a través de medios criminales, pero tú eres el hombre más puro y sincero, que hace lo máximo por todos los que conoces. No podrías ser más diferente”
Releer el libro me hace sentir cerca de ella… me hace preguntarme si todavía cree esas cosas de mí, especialmente ahora que estoy siendo investigado por fraude. Ta vez mi evaluación había sido la correcta, tal vez ella había sido la equivocada. Es una conversación que nunca tendré con ella. Y a pesar de todas las razones por las que acercarme a Amelia es una idea lamentable y horrible, quiero hacerlo de todos modos. Es extraño como seis años separados de repente me hagan sentir mucho más parecido a Jay Gatsby, incluido el fraude y su obsesiva búsqueda por reavivar el amor con Daisy Buchanan.
Recorro las páginas de El gran Gatsby como un hombre con una misión, aunque no estoy del todo seguro de lo que busco. Un pasaje me hace detenerme.
“El momento más solitario de la vida de alguien es cuando ve como todo su mundo se desmorona y todo lo que puede hacer es quedarse con la mirada perdida”
Dios mío, estoy viviendo en El Gran Gatsby. Aunque todavía espero que mi versión no incluya los asesinatos-suicidios. Pero en este punto, ¿Quién lo sabe? La comisión va tras mi negocio y mi futuro, y aquí estoy yo, flotando por Louisville intentando empezar un nuevo negocio, actuando como si todo no se estuviera desmoronando. Con la mirada perdida en el abismo.
Cuando llega el lunes, le entrego a Emma sin apenas mirar a Amelia. Necesito redoblar mi concentración porque esa es la solución. Si me concentro más, podré ignorar al ex amor de mi vida, que está comprometida. Si me concentro más, podre crear una secuela exitosa de Hamilton Enterprises. No aceptare nada menos.
El libro refleja lo que creo en mi corazón: nunca funciona una segunda vez. Mis hermanos han sido la excepción a la regla. No la han cagado tanto como yo. No han tomado tantas malas decisiones.
No sé qué había estado pensando al rozarle los labios con el pulgar en el pasillo trasero del club campestre, pero tiene algo que ver con el whisky que había estado tomando esa noche. Igual que cuando regresé de la recaudación de fondos.
Debo evitar el alcohol cuando Amelia está al alcance de la mano. Lección aprendida. Tiempo para el futuro, que no incluye a Amelia en ningún contexto excepto el de niñera.
Me aferro a esta resolución mientras realizo mi lunes: responder correos electrónicos, una conferencia telefónica y luego ir al centro para un almuerzo de la Cámara de Comercio. He estado abarrotando mi agenda con eventos de networking en mi intento de codearme con literalmente todo el mundo en Louisville, sin importar la industria, la edad o el interés personal. El almuerzo de hoy promete bastante aburrimiento, pero mi éxito en Louisville depende de que me vean. De participar en la ciudad. De involucrarme en los círculos.
El almuerzo es un bufe celebrado en el salón de banquetes de un popular restaurante de carnes y chuletas. Es otro evento de mantelería blanca, con docenas de mesas circulares que llenan la sala, adornadas con sencillos arreglos florales y numerosa gente de negocios dando vueltas. Todos garabatean su propia etiqueta con su nombre al llegar, lo que significa que no se podrán leer al menos la mitad de los nombres de los asistentes dada la gran cantidad de médicos que parecen estar aquí hoy. Es entonces cuando veo el tema: Atención medica en la vanguardia. Genial. respiro hondo, preparándome para una socialización aún más aburrida.
En momentos como estos, extraño a Asher. Por su sociabilidad, al menos. No tanto por el rencor. Intento no pensar demasiado en ello. Es más fácil ignorar el dolor del vacío que he dejado atrás que intentar sanarlo o abordarlo. Él había comenzado esta ruptura. Estamos pasando cuatro semanas sin contacto. Dominic y yo hablamos al menos un par de veces a la semana, aunque la mayor parte del tiempo es él para preguntarme como estoy y pedirme que lo reconsidere.
Todavía no he mencionado mis planes. No quiero arruinar las cosas antes de que despeguen. Necesito tener una base sólida en Louisville antes de compartir un solo detalle con mis hermanos.
Deambulo por el comedor, mirando las bandejas de comida en las mesas: ensalada cesar, camarones fritos, cortes gruesos de solomillo y chuletón bajo lámparas de calor. Los camareros traen nuevas incorporaciones casi constantemente mientras los asistentes recogen sus porciones y se alejan. Le sonrió a un asistente cuando se acerca a la mesa del buffet. No lo conozco, pero pienso que podría tratar de conocerlo, junto con todos los demás en esta sala que no reconozco.
–Hola– Extiendo una mano, escaneando su etiqueta con su nombre. Doctor Somer-algo. La letra se desvanece a garabatos. –Soy Weston Hamilton, es un placer conocerlo–
Me estrecha la mano a regañadientes, ofreciéndome una mueca incómoda. –Gracias. Eh, sí, he oído hablar de usted… Yo…oh, déjeme tomar mi plato… – se aparta, corriendo delante de la fila. Meto las manos en los bolsillos, mirándolo fijamente.
Socialización: 1, Weston: 0.
No dejaré que ese extraño encuentro arruine mi día. Los médicos pueden ser extraños. Tal vez olvidó como hablar con la gente fuera de la sala de exámenes. Reflexiono sobre esto mientras avanzo en la fila y tomo mi propio plato. Amontono champiñones salteados, verduras al vapor y el trozo de carne menos reconocido que puedo encontrar en mi plato, y luego examino el comedor.
Prácticamente no conozco a nadie aquí, lo que significa que cualquier mesa con una vacante es válida. Algo frío me recorre el cuerpo y vuelco a examinar la sala. Esta vez me doy cuenta de que estaba equivocado. Si conozco a alguien aquí. Al otro lado de la sala estan Abel y Gunther Morton.
Se me hace un nudo en el estómago y me alejo de la mesa frente a la que están. Nunca había conocido muy bien al hermano de Amelia, pero había coqueteado mucho con su padre en reuniones previas a las inversiones de su tío. A ninguno de los dos les caigo bien. Demonios, asumo que me odian, posiblemente hasta sus últimos días, basándome en la forma en que el tío de Amelia le dió un giro a esa inversión fallida. Había estado comprometido con su falacia, asegurándose de pintarme como el más despreciable de los despreciables, el estafador irresponsable, la basura blanca haciéndose pasar por banquero.
Los recuerdos todavía me rechinan. Odio cuando la gente se equivoca tanto conmigo, especialmente cuando convertí la misión de mi vida el tener éxito y ayudar a mis clientes a tenerlo. Dicen que el éxito es la mejor venganza, pero eso no tiene encuentra los gritos de los que odian ni el boca a boca despectivo de los sociópatas.
¿Y si el extraño doctor es amigo del tío de Amelia? Tal vez sus gritos arruinaran mis posibilidades en esta ciudad. El pensamiento flota torpemente en mi mente mientras selecciono una mesa con dos asientos libres. Sonrió a las caras desconocidas mientras me acomodo.
–Espero que no les importe que me una a ustedes– digo, alisándome la corbata. Dos mujeres y tres hombres en la mesa ofrecen sonrisas con diferentes niveles de interés distante. Todos se presentan. Escucho algunos nombres; una conversación cobra vida sobre nuestras industrias. Cuando dos de mis compañeros de mesa comienzan a intercambiar comentarios sobre diferentes tácticas de marketing para empresas relacionadas con la atención médica, me desconecto.
Es oficial: no quiero estar aquí.
Solo come tu filete, intercambia algunas tarjetas de presentación y vete.
Un asistente más se abalanza sobre el asiento vacío en mi mesa justo antes de que la secretaria de la cámara de comercio comience sus comentarios de apertura. Miro a mi lado para ofrecer una sonrisa placida, y se me erizan todos los pelos de la nuca.
Es Caleb. El maldito prometido de Amelia. Justo a mi lado. me trago el gruñido que amenaza con escapar, mi sonrisa pretendida sale más como una mueca. Se supone que no debo saber quién es. Amelia había sido muy clara sobre mi posición en relación con su familia, así que no puedo dejar que crea que tiene alguna idea, juicio o pensamiento muy serios sobre el tamaño del anillo que se dignó a regalarle a su prometida.
No. No puedo permitir nada de eso. Me obligo a concentrarme en el orador mientras una oscura curiosidad vibra dentro de mí. Tiene que saber quién soy yo, simplemente porque es parte de la órbita de Abel y Gunther, ¿verdad? O tal vez no tiene ni idea. Tal vez este es un divertido jajaja del universo.
La reunión se prolonga con la banda sonora de tenedores raspando y gente bebiendo. Dos oradores presentan diferentes aspectos de la industria de la salud, uno de los cuales es el padre de Amelia, para mi abrumador disgusto, y luego hay una sesión de preguntas y respuestas con el grupo de trabajo de atención medica de la ciudad.
Una vez que se retiran los platos, la gente comienza a cambiar de mesa y me obligo a entrar en modo social. Hora de distribuir mi pila de tarjetas e irme. He creado una tarjeta de presentación básica para mi nueva empresa. Hamilton Solutions, que incluye una direccion de correo electrónico básica y una página de destino que había creado en menos de media hora. Es simplemente para dar legitimidad a este capítulo floreciente mientras descubro que demonios estoy haciendo con mi vida.
Saco alguna de las tarjetas de presentación del bolsillo interior de mi abrigo, mirando de reojo a Caleb mientras termina su cerveza. Dios, se ve decepcionante. Completamente normal. El ser humano más promedio jamás visto. Parece una figura de cartón de un modelo estándar, con el tipo de rasgos que todos podrían considerar humanos o atractivos sin despertar ni un ápice de respuesta emocional o interés.
–Bueno, ahora que eso ha terminado– dice Caleb en voz alta, a nadie en particular. Sonríe a la mesa, girando la cabeza para mirar a todos. Su mirada se posa en mí. –¿Disfrutaste las presentaciones? –
Flexiono la mandíbula, sin querer ser exactamente amigable con este tipo. Pero según el, no sabe quién soy. Así que tengo que interpretar el papel, por mucho que duela.
–Esclarecedor– me aclaro la garganta. –No entendí tu nombre, ya que te sentaste tarde–
–Caleb Keeler– extiende la mano, con algo duro en su mirada. escudriña mi rostro como si buscara pruebas. –¿Y tú eres…? –
–Weston Hamilton– aprieto su mano tan fuerte como puedo en un apretón. La energía surge entre nosotros, y se en un instante que Caleb sabe quién soy yo.
Frunce los labios y asiente, cruzando los brazos, mientras nuestros compañeros de mesa se levantan y se alejan, dejándonos solo a nosotros. Lleva un anillo de graduación en su dedo anular, uno que brilla aún más y más grande que el diamante que le había regalado a Amelia. Que perdedor.
–Cierto, cierto. Ese nombre me suena…–
–Gestión de patrimonios– ofrezco explorando la sala. Pensé que Abel y Gunther no pueden estar muy equivocados. Demonios. Caleb probablemente eligió esta mesa por una de dos razones: o para conseguir ese asiento en primera fila para la presentación de su futuro suegro, o para fastidiarme intencionadamente.
–¿Tienes una tarjeta…? – El tono de condescendencia es sutil, pero está ahí.
Me erizo, pero le ofrezco una de mi pila. –Aquí tienes–
La mueve de un lado a otro entre sus dedos, su mirada se posa brevemente en la tarjeta antes de volver a mi rostro. –¿Sabes que? He oído hablar de ti–
–¿De verdad? –
Esboza una sonrisa burlona antes de dejar mi tarjeta de vista sobre la mesa. –Eres infame–
–Me encantaría saber de qué manera–
Caleb se encoge de hombros y vuelve a mirar mi tarjeta de presentación. –Por lo que tengo entendido, tus habilidades de gestión patrimonial podrían mejorar–
Me río entre dientes y cruzo la pierna sobre la rodilla, asegurándome de no estremecerme ni apartar la mirada de él. –¿Y eso por qué? –
–Basado en las experiencias de algunas personas cercanas a mi–
Se que se refiere a la familia de Amelia. Me inclino más cerca. –He guiado a miles de personas a las cimas de la riqueza y tengo los informes de ganancias que lo demuestra–
Caleb hace una mueca, pasando la tarjeta de presentación de un lado a otro entre las yemas de los dedos. –Debe ser un gran consuelo cuando tu reputación esta arruinada. Especialmente en Louisville–
Entrecierro los ojos e inclino la cabeza. –¿Cuál es tu punto, aparte de que escuchas chismes? –
Caleb sostiene la mirada. Ya no parece tan seguro, pero ciertamente tampoco se ha echado atrás. –Puede que no sea el lugar para ti y para los de tu clase–
–¿Mi clase? –
–Si–
–¿Qué somos, una subespecie de mapache o …— me río, aunque no tenga gracia? Me inclino hacia adelante, hablando en voz baja.
–¿Quién demonios eres tú? ¿Eres el maldito alcalde del lugar? No lo creo–
La garganta de Caleb se mueve bruscamente y su mirada se dirige a algún lugar más allá de mí, luego vuelve a mí. –No soy el alcalde, pero seguro de que lo tengo de mi lado. Puede que Louisville no sea el lugar para ti–
–¿Y cómo lo sabes? –
–Porque tengo contactos. Nací y crecí aquí. sí le digo a mi red que se aleje de ti, no podrás ganarte la vida–
Le envío mi sonrisa más falsa. –Me arriesgaré. Louisville no me asusta, no importa lo grande que creas que son tus malditos pantalones–
Caleb voltea mi tarjeta de presentación una última vez, dejándola caer al suelo. –Encantado de hablar contigo, Weston. Nos vemos por ahí–
–Ah, una cosa más– Chasqueo los dedos, fingiendo confusión.
–¿Era Carter? –
Los ojos de Caleb se entrecierran, pero no me corrige.
–No, no. Lo siento. Colton. Sea lo que sea, no importa. Porque si fueras alguien a quien debería estar escuchando, ya lo sabría. No eres nadie. Eres un nombre nivel C con un mal corte de pelo. Apuesto a que estás soltero, triste y solo, ¿verdad? Solo corres por los eventos de la Cámara, hablando tonterías con los recién llegados como si creyeras que sigues siendo el hombre importante del campus. Y si de alguna manera logras tener una novia, apuesto que le comprarías el anillo de compromiso más vergonzoso, pensando que realmente estas arrasando. Ese es el peor tipo de vergüenza, ¿no? cuando descubre que lo mejor de ti es lo lamentable de otro hombre–
Caleb se pone de pie de un salto, mirándome como si pudiera escupir clavos. –Cuidado con lo que dices. Te vas a arrepentir de haber venido aquí–
Se marcha sin decir una palabra más. Evalúo la mesa vacía por un momento, sopesando mis opciones. Podría seguir a Caleb hasta la zona apartada más cercana y meterle un puño en la boca. Pero esa no es la forma inteligente de terminar la función de la Cámara.
Me quedo en mi asiento, respirando profundamente para calamar mi temperamento. Estoy a punto de seguir a Caleb y gritarle las otras trece cosas que se me han ocurrido en los segundos posteriores a su marcha, pero me convenzo de no hacerlo, después de todo, yo no soy Asher. Soy Weston. El más sensato.
Pero Asher habría estado orgullos de mí. Este pensamiento me duele tanto como me encanta.
Después de unos buenos cinco minutos de reflexiones en mi silla, decido abandonar el barco. La función de la cámara había sido oficialmente un fracaso y necesito ir al gimnasio para quemar algo de energía. Amelia debe saber cuánto me desprecia toda su familia. Me había hecho un favor en advertirme que me alejara de ellos durante el fin de semana, aunque yo nunca me habría atrevido a acercarme a la mesa de su familia. Su objetivo había sido proteger su trabajo, no a mí. pero ahora entiendo el panorama completo.
Cualquiera asociado con los Morton es un no absoluto. Aún así, a pensar de la mediocre advertencia de Caleb, exactamente el peso en pulgadas del anillo que le había regalado a Amelia, tomo su amenaza como pura fanfarronería. Es un veinteañero con un padre rico y un futuro suegro aún más rico. No tiene ni idea de lo que hace.
Caleb es un chiste. Y lo más gracioso es que, para su gente, yo soy el chiste.
Es hora de irme. respiro hondo el aire frío cuando llego a la acera frente a la puerta principal. Libre al fin. Corro hacia mi coche, más frustrado de lo que me había sentido en mucho tiempo. Necesito ir al gimnasio o necesito masturbarme. Preferiblemente ambos.
Mas que eso, estoy cansado de este limbo, de existir con Amelia fuera de mi alcance. Amelia necesita ser mía o desaparecer. No hay otras opciones.