Carlos Ferreira nos tomó del brazo y nos arrastró hasta el estacionamiento.
—Ahora sí señoritas, me van a explicar todo eso de que soy su tío y por qué no podían avisar a sus padres de un suceso tan importante y peligroso.
—Muchas gracias por salvarme la vida —, dijo Lucy, soltándose de su agarre y tomándolo de la mano —Voy a estar eternamente agradecida contigo.
Lo miró a los ojos y estoy segura de que lo conmovió, puesto que él me soltó y se quedó mirándola fijamente.
—No tienes nada que agradecer, lo habría hecho por cualquier otra persona que estuviera en peligro, pero si no tienes experiencia surfeando, no deberías aventurarte con esas olas tan grandes.
—Oh, no, si tengo experiencia, fue solo un momento de distracción, he tomado olas más altas, Mercy y yo practicamos ese deporte casi desde que estábamos en pañales. En realidad, no sé qué me pasó.
—Surfear requiere de un alto grado de concentración, si te distraes de esa manera, puede resultar catastrófico, no es necesario que te lo diga. Si tienes tanta experiencia como dices, ya deberías saberlo.
—Siento como si me estuviera riñendo mi papá — dijo con las mejillas rojas y yo sentí por un momento que estaba sobrando en esa conversación.
—Sé que no soy tu padre, de hecho, soy muy joven para serlo, pero si fueras mi hija, me gustaría enterarme cuando estuvieras en peligro. ¿Por qué no les avisaron a sus padres?
—Las dos estamos castigadas, fuimos a la playa sin permiso, además lo que dijo mi amiga es verdad, nuestros padres están de viaje, mi padre y el suyo viajaron a firmar el contrato de un negocio y si se enteran de lo que me pasó, no me volverán a dejar salir con Mercy.
Lo que decía Lucy era verdad, para sus padres yo era una mala influencia y aunque sabía que me amaban, había metido a su hija en tantos problemas que entendía por qué se sentían inseguros de que estuviéramos juntas.
—Entiendo, pero… ¿Te has puesto a pensar que pudiste morir?
—Lo sé, pero gracias a ti estoy viva y no me ocurrió nada grave, por favor, no les digas nada; yo no podría vivir alejada de mi amiga, hemos estado juntas desde que nacimos, somos como hermanas.
—Está bien, no diré nada, pero me tienes que prometer que seguirás las indicaciones del médico y que no te pondrás en riesgo, tus pulmones se debilitaron y debes guardar reposo.
—No haré nada que ponga en peligro mi salud, y te devolveré el dinero que pagaste en el hospital, si me das tu número de cuenta, yo te hago una transferencia.
—Supongo que tienes una tarjeta y que el estado de cuenta les llega a tus padres. No te preocupes, no tienes que devolverme nada, además si lo haces, no podrás ocultar para qué utilizaste ese dinero, o tendrás que mentirles nuevamente.
Me recargué en un auto y los miraba fijamente, seguían hablando como si yo no estuviera ahí y no se habían soltado de la mano, me concentré en mirar las reacciones de mi amiga, sus mejillas sonrosadas y el brillo en sus ojos, se veía tan hermosa, como si… como si estuviera embelesada por Carlos.
—Gracias, eres muy amable, pero no puedo permitir que tú pagues el hospital, no es justo que me hayas salvado la vida y que tengas que pagar por ello.
—Ya te dije que no me debes nada, no insistas, no tiene caso, porque no voy a aceptar.
—Está bien, aceptaré eso, pero con una condición.
—¿Una condición? ¿Qué es lo que estás tramando pequeña traviesa?
—Solo quiero que me des tu dirección, si no aceptas el dinero, te enviaré un obsequio.
Levanté las cejas al ver el atrevimiento de mi amiga ¿Le estaba pidiendo su dirección al desconocido? ¿Dónde había quedado mi pequeña amiga pecosa? ¿Desde cuándo era tan atrevida?
—Está bien, estoy aquí por trabajo, todavía no tengo un departamento alquilado, estoy buscando un lugar fijo y mientras tanto, me hospedo el hotel Sunset Marquis, aunque te repito, que no es necesario que lo hagas.
—¿Serías tan amable de llevarnos a la playa?
—¡No me digas que pretendes volver al mar! — Exclamó y yo me reí quedito.
—No, no, es que, debo ir a recoger mi auto —Dijo mi amiga sonriendo y mordiéndose el labio de una manera tan coqueta, que yo no lograba reconocerla.
Nos abrió las puertas de su auto, Lucy, por supuesto, se subió en el asiento del copiloto y yo en la parte trasera, Ambos se habían olvidado completamente de mi existencia.
Yo estaba de lo más divertida y asombrada, Lucy no dejaba de mirarlo y él, de vez en cuando apartaba su mirada del camino para voltear a verla y le sonreía de una manera, que me parecía que ambos se estaban coqueteando.
Llegamos a la playa y el hombre muy educado, le abrió la puerta del auto a Lucy y por un segundo me confirmó que se había olvidado de que yo también estaba dentro del auto, tuve que golpear la ventanilla con mis dedos para que me abriera.
—Lo siento Mercy — dijo y pude ver que se había sonrojado, hasta ese momento lo vi detenidamente.
Era un hombre alto, delgado, atlético, pero no exagerado, con una sonrisa que dejaba ver unos dientes blancos perfectos y unos ojos castaños bajo unas pestañas que ya quisiera cualquier mujer.
Entendí por qué mi amiga lo miraba con tanto interés, aunque era mayor, no parecía tener más de veintiocho años.
—Gracias por todo Carlos — Dije y le extendí la mano para despedirme — Lucy, yo voy por el auto, nena es mejor que yo conduzca de regreso, espérame aquí.
Me fui para darles un poco de privacidad, de cualquier manera, tal parecía que a ninguno de los dos les apetecía hablar conmigo.
Recogí mi tabla, era una pena que se perdiera la de Lucy, su papá se la había regalado y ella la amaba, era su mayor tesoro.
Subí al auto y conduje hasta donde había dejado a mi amiga, le toqué el claxon, aunque supuse que ella no quería ser interrumpida, pero ya debíamos volver a casa, si mi madre llamaba, me iba a dar el sermón de mi vida por no haber acatado el castigo.
Me quedé con la boca abierta al ver como la pequeña pelirroja se alzaba de puntas y le plantaba un beso en la mejilla a su salvador, era la primera vez que la veía besar a alguien que no fuera de la familia.
Tal parecía que les costaba mucho soltarse las manos, pero finalmente lo hicieron y ella corrió hacia mí.
—¡No corras! — Le gritó él y se detuvo para saludarlo con la mano antes de subir al auto.
—¿Me quieres decir qué fue todo eso amiga? — Le dije mirándola a los ojos que le brillaban tan intensamente que la felicidad le brotaba por los poros.
—¿No está guapísimo? Amiga, creo que estoy enamorada.
—¿Estás loca? Es mucho más grande que tú.
—¿Y me lo dices tú que fantaseas con el profesor?
Me reí porque sabía que ella tenía razón, suspiré al recordar a Liam Williams y me encantó ver que mi amiga, finalmente me entendía y sabía a qué me refería cuando le hablaba de él.