1. EL APELLIDO
(Narrador en tercera persona)
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El semáforo recién había cambiado su color a verde cuando el pie de Helena apretó con furia el acelerador. Hacía media hora la habían llamado del hospital para avisarle que su madre se había descompensado. Le parecía que los minutos pasaban increíblemente lentos a medida que avanzaba por las calles de Cincinnati.
Cuando llegó al hospital, estacionó en el primer lugar que encontró disponible y casi saltó del asiento del auto. Las plantas de los pies le quemaban mientras acortaba la distancia hasta el mostrador de bienvenida. La recepcionista la vió llegar con apuro y le sonrió amablemente. Ya la había visto varias veces en esa semana.
-Lamento que hayan tenido que llamarte -murmuró la chica en voz baja.
Helena hizo un gesto con los hombros. No le gustaba que la gente le tuviera lástima, aunque la situación fuera la peor.
-¿Puedo ir a verla? -la pregunta no se hizo esperar en sus labios. La ansiedad la estaba carcomiendo.
-Si, puedes pasar. El doctor Murphy está terminando de examinarla -le hizo un gesto con la mano señalando el pasillo.
-Gracias -la palabra apenas fue audible.
Grace, la recepcionista, se sintió triste por aquella chica que venía varias veces al día al hospital para hacerle compañía a su madre enferma. Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos pensamientos y volvió la vista al computador para terminar con su trabajo.
Mientras tanto, Helena corría a una velocidad prudente, considerando que estaba en un hospital, para llegar a la habitación. Asomó su cabeza por la puerta para encontrarse al doctor Murphy tomándole la presión a su madre, y una sonrisa apagada se dibujó en sus labios.
Se ve mucho más delgada, considerando que vine a verla ayer pensó con tristeza.
-¡Hola Helena! Pasa por favor -le indicó el médico, y se hizo a un lado para que pudiera tomar asiento en la cama. -Las vitales de Abigail se han normalizado, pero debe descansar y no esforzarse mucho.
Helena miró a su madre, y a la máscara de oxígeno que tenía colocada, con desaprobación.
-Mamá, ¿otra vez contándole tus historias a las enfermeras? -negó con la cabeza.
Abigail la miró divertida.
-Sabes que el silencio no es mi fuerte -le respondió entre jadeos.
-Lo tengo. Por favor, ya no te esfuerces -la frase salió de sus labios mas como una súplica que como un pedido. ¡Es que aquella mujer era tan testaruda!
-¿Puedo hablar un segundo contigo Helena? -la voz del médico interrumpió el momento de madre e hija.
Abigail le frunció el ceño.
-Lo que tenga que decir lo puede decir enfrente mío doctor. No hace falta tanto misterio.
Abigail había sido enfermera por treinta y cinco años. Sabía que su condición había empeorado y no era tonta, sus días estaban contados.
-Entiendo que venga del palo señora Lennox, pero son palabras que me gustaría ahorrarle -le sonrío con amabilidad para calmar el ambiente.
-Vamos mamá, no pelees. Iré a hablar con el doctor Murphy y ya vuelvo, ¿si? -intervino Helena haciéndole un gesto al médico.
Abigail suspiró y volvió a su juego de Black Jack que había descargado en su celular para entretenerse.
Ya fuera de la habitación, el doctor Murphy encaró a Helena.
-Helena la enfermedad de tu madre avanza cada vez más rápido, ya ha tomado la pleura y respirar le será cada vez más difícil -le anunció crudamente.
Helena cerró los ojos y el mundo bajó sus pies pareció desvanecerse por un momento.
-Lamento tener que decirlo, pero deberías prepararte para lo peor. No creo que queden muchos días más -acarició su brazo en un gesto desesperado de darle consuelo y luego se fue.
Desde hacía dos años, cuando le habían dado el diagnóstico de cancer de grado avanzado a su madre, se había preparado para lo peor. Pero estar escuchando aquellas palabras de la boca del médico era completamente diferente.
Se tomó un momento para respirar hondo y volvió a la habitación. Abigail estaba recostada con los ojos cerrados y una de sus manos sobre la máscara. En cuanto la escuchó entrar, se incorporó rápidamente e hizo a un lado la máscara.
-¿Así de malo es? -preguntó en tono juguetón.
Helena la miro entrecerrando los ojos.
Nunca entendería a su madre y su humor. Siempre tan radiante y tratando de hacer bromas, disimulando la tristeza y el dolor. Pero ella ya la había escuchado llorar encerrada en el baño varias veces, sabía que aquello era solo una fachada.
-No deberías esforzarte en hablar cuando te falta el aire mamá -la retó, sentándose a su lado.
Helena pasó un brazo por detrás de los hombros de Abigail, con cuidado para no enredarse con los tubos y los cables que había por todos lados, y se acercó más a ella.
Por un rato se quedaron así, abrazadas en silencio. Las dos sabían lo que sucedería más pronto que tarde y querían guardar este momento para ellas.
Abigail suspiró. Sabiendo que el tiempo se le acababa pensó que ya no podía seguir manteniendo la promesa a su difunta amiga. Se separó un poco de Helena, acomodándose en la cama.
-Hija, tengo algo que contarte -su voz era apenas un susurro.
-Dijimos recién que no tienes que esforzarte en hablar -volvió a regañarla.
-Calla y escucha, porque se trata sobre ti. Es algo que ya no puede quedar conmigo y que deberías saber.
Helena la miró desconcertada pero no dijo nada. Tampoco tenia caso discutir con su cascarrabias madre.
-Tiene que ver con tus padres biológicos -hizo una pausa para poder acomodarse nuevamente. Le costaba respirar con cada palabra.
-Pero tu y papá me dijeron que habían fallecido en un accidente de avión -Helena no entendía a donde apuntaba la conversación.
Abigail negó con la cabeza, avergonzada.
-No, eso fue solo una mentira para que no hicieras más preguntas sobre ellos.
-¿Y debería hacerlas? -Helena preguntó. -Quiero decir, ya pasaron muchos años mamá. No creo que a esta altura importe.
Y era cierto. Por lo menos para ella. No le importaban. Sus padres habían sido ellos, y nadie más.
- Escúchame y luego decide lo que quieras. Tienes el derecho a saber sobre tu lugar de origen -la mirada de su madre era seria, indicándole que el tema era importante para ella.
-De acuerdo -accedió, solo para darle el gusto.
-Tu verdadero apellido es Genovese, tu origen está en Grecia -declaró, dejándola sorprendida.
Había mucho más que Abigail quería contarle, pero sus párpados se sentían pesados y el cuerpo le dolía.
-Si algún día quieres realmente saber sobre ti.. -hizo una pausa para acostarse mientras inhalaba algo de oxígeno. -Debes encontrar a Dionnisio Genovese.
Helena la ayudó a acomodarse en la cama para que pudiera descansar. Lo que más le importaba era el tiempo que le quedaba con su madre, luego decidiría que hacer con toda esa información.
Abigail se volvió hacia ella antes de que el sueño la atrapara.
-Pero escúchame bien Helena, ten mucho cuidado si quieres pertenecer a ese mundo -la voz de su madre se fue apagando mientras se quedaba dormida. -La curiosidad puede matar al gato.
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Nota del Autor
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