Casie, alias Kelly, sabía que iba a ser un día ocupado desde que se levantó, hacía de eso ya tres horas. En pie en la madrugada de un domingo, manos y cabeza ocupadas en la cocina de su tienda de delicatessen, en procura de alistar el pedido que le había sido encomendado con la debida anticipación, pero que los sucesivos inconvenientes con el personal y las máquinas le habían impedido cumplimentar como hubiese querido. Sujeta a estructuras como era ella, culminar una tarea en la verja de que esta le fuera demandada le generaba pesadillas y dolores de cabeza en la consideración de todo lo que podía ir mal. Todo lo que la haría fallar. La sensación de fracaso de habitual afectaba su sueño, pero se las arreglaba para lidiar con ella. Suponía que era el reto que cualquier emprendimiento. En s

