Capitulo.1
Kino se despertó casi a oscuras. Las estrellas lucían aún y el día solamente había tendido un lienzo de luz en la parte baja del cielo, al este.
Los gallos llevaban un rato cantando y los madrugadores cerdos ya empezaban su incesante búsqueda entre los leños y matojos para ver si algo comestible les había pasado hasta entonces inadvertido. Fuera de la casa edificada
con haces de ramas, en el plantío de tunas, una bandada de pajarillos temblaban estremeciendo las alas.
Los ojos de Kino se abrieron, mirando primero al rectángulo de luz de la puerta, y luego a la cuna portátil donde dormía
Coyotito. Por último volvió su cabeza hacia Juana, su mujer, que yacía a su lado en el jergón, cubriéndose con el chal azul la cara hasta la nariz, el pecho y parte de la espalda.
Los ojos de Juana también estaban abiertos. Kino no recordaba haberlos
visto nunca cerrados al despertar. Las estrellas se reflejaban muy pequeñas en aquellos ojos oscuros. Estaba mirándolo como lo miraba siempre al despertarse.
Kino escuchaba el suave romper de las olas mañaneras sobre la playa. Era muy agradable, y cerró, los ojos para escuchar su música. Tal vez sólo él hacía esto o puede que toda su gente lo
hiciera. Su pueblo había tenido grandes hacedores de canciones capaces de convertir en canto cuanto veían, pensaban, hacían un oían.
Esto era mucho tiempo atrás.
Las canciones perduraban; Kino las conocía, pero sabía que no habían seguido otras nuevas. Esto no quiere decir que no hubiese canciones personales.
En la cabeza de Kino había una melodía' clara y suave, y si hubiese podido hablar de ella, la habría llamado la Canción de la familia