PRÓLOGO/CAPÍTULO 1
PRÓLOGO
El verano para Eloisa no era una estación más, era su vida entera. Para ella las estaciones variaban en "estar en casa, estudiar e ir a clases—verano", en su vida no existía el invierno, el otoño, ni siquiera la primavera. Por eso, ir a la casa de sus abuelos era lo mejor que le podía pasar; no había nada que un viaje a la playa no solucionara, según ella.
Pero, un huracán marino puede aparecer sin previo aviso y quizás no iba a estar tan convencida de que los problemas se solucionaran en el mar, puede que los intensifique. Aunque Eloisa, lo solucionaría.
COPYRIGHT © 2021 ARIADNA ARREDONDO
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CAPÍTULO UNO
LA CASA DE LOS ABUELOS
Todo comenzó cuando mi madre decidió pasar el verano en la playa, particularmente en la casa de los abuelos, había pasado unos dos años que no íbamos y para mí era la mejor idea que se le había ocurrido, lo único que pensé fue que quería regalarme unas vacaciones por lo que en unos meses me iría la universidad y, también, regalo de cumpleaños atrasado.
Antes de emprender el viaje hacia la playa había decidido dejar apiladas todas las cajas de la mudanza y dos valijas con ropa, para cuando volviera de las vacaciones ya todo estaría preparado para partir hacia al campus así me instalaba en mi nuevo departamento. Envié demasiadas cartas a diferentes universidades de la Costa Oeste y finalmente pude conseguir una beca completa de Arquitectura en la Universidad de Stanford, al otro lado de la ciudad donde vivía. A mi mamá la idea no le había gustado, ya que estaba a miles de kilómetros de nuestra casa y también porque había tomado la decisión sola, sin consultar con ella. Elijo creer que una parte de mi madre estaba feliz por mí por lo que había conseguido, sin que ella o mis abuelos pagaran por mis estudios en una de las universidades de la "Ivy League", donde parte de mi familia perteneció a alguna de ellas. Mis padres se habían conocido en la universidad, se casaron y cuando mi madre se quedó embarazada de mí, fundaron su primera empresa dedicada al petróleo y luego fueron abriendo otras sucursales.
Los tacones de mi mamá resonaron en el piso de parquet de mi habitación, llevaba puesto una falda tiro alto rojo, una camisa blanca con escote elegante y un blazer del mismo color que la falda. Que conste que viajábamos a la casa de mis abuelos en la playa, no a un resort de cinco estrellas de las islas Maldivas. Se acercó a mí y su perfume caro se coló entre mis fosas nasales, el aroma típico de ella.
—¿Estás listas, Eloisa?—preguntó mientras abrochaba el botón de mi camisa que apropósito había dejado desprendido.
—Mamá...—me quejé.
—Si te quejas te saldrán arrugas—chasqueó la lengua—, es muy vulgar tener ese botón abierto así.
—No tiene nada de malo, ni siquiera se ven mis pechos.
—Abróchalo—me señaló con su dedo—. Tienes cinco minutos para salir, te estaremos esperando abajo con Polo.
Asentí y revoleé los ojos.
Así era la relación que teníamos con mi madre, siempre tuvimos el mismo carácter por lo que vivíamos discutiendo todos los días, agregando que no éramos de demostrarnos tanto afecto, no sé en qué momento nuestra relación de madre-hija se tornó más difícil. Pero terminé acostumbrada a nuestro trato, por lo tanto no podía pedir más. No ahora que yo ya estaba por empezar otro camino lejos de ella y de casa.
Agarré los auriculares y mi mochila, le di un último vistazo a mi habitación y salí. Si la casa se sentía vacía cuando estábamos solo nosotras dos ahora se sentía peor, se me estrujó el pecho al saber que era la penúltima vez que iba a estar aquí, sabiendo que cuando volviera solo sería para buscar mis pertenencias.
Suspiré y abrí la puerta, quizás estas vacaciones recompongan un poco todo lo que me estaba pasando.
Polo, el chofer de mi madre, me abrió la puerta de la parte de atrás, le sonreí agradeciéndole y entré al coche, mi mamá me miraba seria porque la había hecho esperar más de cinco minutos.
Emprendimos el viaje hacia el aeropuerto.
Una vez acomodadas en los asientos del avión le propuse a mi mamá mirar una película, ya que había llevado mi laptop y de paso servía para distraernos y que el viaje no se hiciera tan denso. Ella estuvo de acuerdo.
Al fin, en algo coincidíamos, pensé.
Finalmente dejamos la película a la mitad porque nos aburrimos. Guardé nuevamente la laptop en la mochila, saqué los auriculares y me los coloqué en mis oídos, dejando la música hiciera su trabajo mientras me acomodaba en el siento con mi almohada de viaje.
Las dos horas de vuelo se me pasaron muy rápido y cuando quise acordar ya estábamos en camino, en un auto alquilado, hacia la casa de mis abuelos maternos.
Cuando llegamos, entre Polo y yo, bajamos las valijas que iban en el baúl del coche, cuando me dirigía a buscar mi mochila el grito de mi abuela me detuvo.
—¡Julio, nuestras chicas han llegado!—mi abuela corrió a abrazarme. Y la silueta de mi abuelo apareció por detrás, con una camisa desabotonada y una sonrisa gigante.
—¡Abue!—le respondí gritando y respondiéndole el abrazo.
Habían muchos gritos y emoción de por medio, que no me di cuenta que mi abuelo era el que me abrazaba ahora.
—¡Eloisa!—gritó el abuelo. No alcancé a reaccionar porque ya mis pies se habían elevado del suelo y estaba girando.
—¡Yo también te extrañé mucho!—le dije riendo.
Mi mamá presenció la escena con una sonrisa y fue la primera en entrar a la casa, seguida de Polo que llevaba las valijas y mi mochila, que se había caído en el asfalto de la calle. Mi abuelo los siguió.
—¡Te felicito!—me susurró mi abuela. Ya sabía porque lo decía de esa forma, mi madre le había comentado que me iría a Stanford y supuse que no se lo había contado de manera alegre, ni orgullosa.
No sé en qué momento nos quedamos solas.
Le dediqué una sonrisa y la abracé.
—¡Gracias!—la miré—. Seguro mamá te lo contó como si la hubiera decepcionado y de mala manera.
Ella negó con la cabeza e hizo un ademán con la mano quitándole importancia y me invitó a pasar primera por la puerta.
Ambas entramos a la casa, mi mamá y mi abuelo ya estaban sentados en los sillones de la sala de estar, que por cierto eran nuevos, esta no era la misma cuando estuve aquí hace algunos años. Estaba más espaciosa, donde había una chimenea ahora había una pared de piedra que tenía una de esas estufas eléctricas, el televisor estaba en un mueble que era largo y más bajo que el anterior, ya que la pared que sostenía el aparato había sido reemplazada por dos ventanales y una puerta-ventana para salir al patio.
Me senté en el sillón que estaba en frente de mis abuelos, mi madre se sentó en el otro sillón que estaba en una punta. En la mesita que estaba en medio de nosotros había cuatro copas con un vino y algunos bocadillos salados, que seguramente eran para beber y comer en el momento.
—Así que Stanford eh...—me dijo mi abuelo mientras descorchaba la botella.
Me había olvidado que mi abuelo era especialista en echar leña al fuego...
—¡Así es! ¿Qué te parece?—respondí contenta.
—A mí me parece muy lejos de aquí, pero—me entregó la copa de vino— lo importante es lo que lograste.
El abuelo me guiñó un ojo y siguió sirviendo las demás copas.
—Estamos orgullosos de ti y de tu hermano, Eloisa. Ambos están haciendo lo correcto—me dijo la abuela seria, pero luego me dedicó una sonrisa cálida.
Mi mamá solo sonrió incómoda ante la situación, desde que llegamos solo había emitido pocas palabras. Supuse que se dio cuenta y por eso propuso hacer un brindis por estar los cuatro juntos de nuevo y por Stanford, así que todos chocamos nuestras copas para luego tomar del líquido que había en ella.
Ya era la segunda copa que me servía mi abuelo, me había vuelto fanática del vino desde que Dafne, mi mejor amiga, me había regalado para mi cumpleaños una botella de un vino caro y una copa: "Tienes dieciocho años, oficialmente ya eres mayor de edad por lo que puedes tomar esta botella sin desafiar a la ley", esas habían sido sus palabras después de haberme dado mi regalo. En una semana ya había tomado casi toda la botella yo sola.
Con una copa en la mano y el celular en la otra salí al jardín, me senté en el césped, que estaba todo verde, tenía de vista un atardecer, la piscina y la cama elástica que usábamos Noah, mi hermano, y yo cuando éramos niños, aunque hace unos pocos años atrás seguía siendo parte de nuestra rutina subirnos allí.
Sonreí nostálgicamente y cerré los ojos por unos segundos, pero la vídeollamada entrante de mi celular me sacó de onda.
Era Noah.
—¿Qué haces sentada en el pasto y con una copa de vino? —preguntó del otro lado.
—¡Hola! Yo bien, ¿y tú? —le respondí sarcásticamente.
—Bien, gracias. Ahora responde.
Lo miré mal.
—Los abuelos nos recibieron con esto—levanté la copa—, y decidí salir al jardín para parecer nostálgica.
Noah largó una carcajada.
—Me deprimes, E—blanqueó los ojos—¿Cómo has estado?
—Bien, lo de siempre—le quité importancia—¿Y tú?
—Bastante bien, entrenando y estudiando en tiempos libres.
Noah estaba en Australia, precisamente Sídney, decidió continuar con sus estudios allá, mientras iba convirtiéndose en un jugador profesional de fútbol en un club de esa ciudad. Desde muy pequeño practicaba ese deporte, había jugado en el equipo de la escuela y en el de la universidad, en esta última varios representantes de diferentes clubes fueron a verlo, por lo que mi hermano tuvo la opción de elegir quedarse o probarse en otro lado, y como sabrán optó por la segunda opción.
Seguimos hablando, aprovechando ese momento antes de que él se fuera a entrenar ya que la franja horaria le coincidía a mi hermano en la mañana y a mí en la tarde. Antes de colgar le pregunté si quería saludar a mamá, me respondió con un cortante no que me pareció raro, pero solo me dijo que ya se había comunicado con ella. Al fin y al cabo entre ellos se entendían.
Me despedí de él, cuando corté la llamada seguí tomando lo que me quedaba en la copa y al terminar el último sorbo volví a pararme, el vino estaba haciendo su efecto porque estaba un poco mareada y me sentía alegre.
Voy a tener que aprender a tomar.
Entré a la sala y no había nadie, la mesa ya estaba limpia como si hace unos momentos no hubiese pasado nada. Me dirigí hacia la cocina y tampoco nada, por lo que tomé la decisión de subir las escaleras para llegar al cuarto donde iba a dormir en las siguientes semanas.
La habitación quedaba última en el pasillo y del lado derecho, por lo tanto debía pasar por todas las habitaciones, la primera era de mis abuelos y la puerta estaba abierta, así que entré sin permiso y vi que mi abuela estaba colocándose un collar de perlas, eso quería decir que irían a algún lado.
—Te ves fascinante—le dije a mi abuela apoyada con un hombro en la pared de la entrada al vestidor.
—Lo sé—bromeó—¡Gracias mi pequeña!
Le sonreí.
—¿A dónde van tan arreglados? —pregunté curiosa.
—Es una cena de amigos que veníamos posponiendo desde hace tiempo y hoy accedimos a decirles que sí—me dio una mirada triste—¿No te molesta, no? Sé que acaban de llegar...
La miré incrédula.
—¿En serio, abuela? No tienen que posponer nada, por más que nosotras estemos aquí.
Me acerqué a ella y apoyé la cabeza en su hombro, sus manos comenzaron a acariciar mi cabello y no sé porque me dieron ganas de llorar, fueron como sentimientos encontrados.
Es el vino, idiota. Recordé y largué una risita.
—Bueno, yo me iré a acostar. Ha sido largo el día.
—¡Descansa! No nos esperes despierta—me guiñó un ojo.
—¡Qué lo pasen bien! Y pórtense mal.
Reí por eso y salí de la habitación, de atrás escuché su carcajada.
Antes de ir al que iba a ser mi cuarto, pasé por la habitación de mi mamá. Toqué una vez la puerta y entré sin que me respondiera, ella estaba sentada en el escritorio con su laptop y se dio vuelta para mirarme, me sonrió.
—Buenas noches—le dije acercándome a ella. No era de demostrar mucho cariño, pero le acaricié el hombro.
—Duerme bien, Eloisa.
Un poco de afecto no venía mal de vez en cuando, claro.
Me respondió y tocó mi mano que estaba en su hombro. Salí de allí y fui directo a mi cuarto.
La cama era de dos plazas, las paredes estaban pintadas de un color turquesa y había dos cuadros en la pared, un espejo de cuerpo completo al lado de la cama y un escritorio blanco con una silla rosa, en frente de este había un placard que su color combinaba con la silla.
Sonreí porque habían ordenado esa habitación especialmente para mí.
El efecto del alcohol todavía estaba presente y necesitaba dormir, pero antes tuve que abrir la valija y sacar la remera del pijama. Cuando digo pijama era una remera vieja y grande que decía "YALE", era de un amigo de mi hermano, se la había olvidado en casa cuando Noah todavía vivía con nosotras, y como nunca la reclamó, la tomé de prestado.
Antes de acostarme lavé mis dientes, me saqué la ropa que traía puesta y me coloqué la remera junto con el short de fútbol del Liverpool, que también había tomado de prestado pero ese pertenecía a Noah, y me tiré a la cama.
Dulce sueños, Eloisa.
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¡HOLA! Este es el primer capítulo de mi nueva historia.
Si llegaste hasta acá ¡MUCHAS GRACIAS! Ojalá te haya gustado.
Gracias y gracias. ♡♡♡