(Ya en el aeropuerto de Bologna)
- Me dio mucho gusto verte otra vez, Julián –me dijo antes de subir a su taxi.
- A mí, también, Elena -entró en el auto y le cerré la puerta–. Me llamas cuando tu reunión termine -antes de bajar del avión le había dado mi número.
- Lo haré –el auto arrancó y ella se fue.
Yo llamé un taxi y le mostré al taxista la dirección del hotel al que había hecho la reservación por un día. El señor taxista era un adulto calvo y de buena presencia que hablaba perfectamente el inglés.
- ¿Primera vez en Italia? –me preguntó.
- Si, primera vez y estoy seguro de que no será la última vez.
- Tiene usted suerte el día de hoy.
- ¿Por qué lo dice? –pregunté.
- Porque le tocó al mejor taxista de Bologna –me respondió mirando a través del retrovisor. Ambos reímos.
Al hotel llegué en apenas diez minutos, le di la correspondiente propina al taxista por el placentero viaje, y luego entré al hotel. En la recepción me pidieron mis datos y luego de comprobar que era Julián Santos me dieron la llave de mi habitación. Era una habitación muy grande, con una cama de dos plazas y las almohadas tan blancas como las sábanas. A un costado había un velador y enfrente estaba el televisor de cuarenta pulgadas; el baño era mejor aún, tenía yacusi propio y duchas italianas que transportaban a cualquier huésped a las edades remotas de los emperadores romanos. Pero no pude disfrutar de un baño placentero debido a que la cama me atrajo hacia ella cuando me senté.
Desperté como a las siete con cuarenta -hora italiana- aún tenía algo de tiempo, puesto que mi reunión con Bianchi estaba programada para las diez de la mañana. Me metí en el yacusi, traté de relajarme y dejar que el agua caliente desvaneciera todas mis dudas y presiones. Después de cuarenta minutos salí del yacusi y recordé que debía llamar al señor Smith, pero no lo hice porque en Omsdianna, aún eran las dos con veinte de la madrugada. Bajé al restaurante del hotel y desayuné un cappuccino y dos cornettos con relleno de mermelada, el típico desayuno italiano -para los turistas-. Luego subí a mi habitación y me alisté para mi encuentro con Bianchi.
La mansión de Alessandro Bianchi estaba a veinte minutos -en taxi- del hotel, así que llegué a tiempo. En las rejas de la entrada estaba un hombre de seguridad -hablaba perfectamente el inglés- que me pidió identificación y al ver que era el representante de Wild Irons, a través de un radio dio la autorización para que me abrieran la puerta que estaba a un costado de la reja.
- Pase –me dijo el joven de la seguridad– ya le dará el alcance el señor Bianchi, solo camine hacia la puerta de la mansión.
- Está bien, caballero.
Pasé y el jardín era inmenso, lleno de césped y unos cuantos árboles plantados por todo lo largo y ancho de éste. En un costado, se podía observar una cancha de tenis donde unos niños estaban practicando con un adulto; antes de la mansión había una piscina inmensa con una especie de tobogán que seguramente era para los hijos de Bianchi. Todo era muy grande en aquella mansión, hasta la puerta, de donde salió Bianchi a recibirme, era enorme.
- Buongiorno, Giuliano –me saludó con los brazos abiertos y una inmensa sonrisa, me besó los dos cachetes y yo me quedé por un segundo confundido, pero recordé lo que me había dicho el señor Smith de los italianos y recuperé la compostura.
- Buongiorno Alessandro –le dije en mi mejor intento, de hablar italiano.
- Giuliano, puoi passare –me dijo muy amable, no le entendía, pero por su gesto seguro quería que pasara- ¿Dove sei, Enrique? –gritó, de pronto apareció un joven de saco y corbata.
- Sento il ritardo Mr. Bianchi –le dijo el joven a su jefe, volteó a saludarme– Buen día Julián, soy Enrique, yo seré el traductor entre ustedes –me dijo en un perfecto inglés.
- Perfecto, Enrique.
- Andiamo nel mio ufficio –nos dijo Bianchi.
- Dice que nos vayamos a su despacho –me tradujo Enrique.
La mansión por dentro parecía un palacio de algún rey antiguo por su diseño, pero en cuanto a muebles y artefactos era muy mileniano. El despacho estaba en el segundo piso y era igual de grande que mi cuarto de hotel. En la parte de atrás había una repisa llena de tragos y copas.
- Chiedi a Giuliano cosa vuole bere –le dijo Bianchi a Enrique.
- ¿Deseas algo de tomar? –me tradujo, Enrique– Tú, sólo pide, tenemos de todo.
- ¿Tienes Maraschino? –le pregunté, había leído en el hotel que era una bebida exquisita.
- ¡Por supuesto! Enseguida se lo traigo. Fue a servirme una copa, sin no antes preguntarle a Bianchi que le servía. Él, dijo “Maraschino”, con una pronunciación impecable.
- Maraschino, ser muy rico –de repente me dijo Bianchi, en un intento de hablar castellano, mi lengua natal. Alessandro Bianchi era un italiano multimillonario que se interesó en la empresa hace sólo tres meses atrás y esto fue gracias al nuevo auto que diseñé junto a Rubén Hart para la empresa del señor Smith. El auto era un deportivo todo terreno que se convirtió en un boom en toda Latinoamérica, a partir de ahí, Bianchi, quiso llevar los autos a China, j***n y Dubái.
Enrique llegó al instante con dos copas de Maraschino y luego de beber, empezamos con la reunión. Como ya se lo deben imaginar la reunión demoró mucho más de lo previsto, puesto que Enrique tuvo que traducirnos a ambos. Bianchi me explicó –a través de Enrique– que en Italia tenía una empresa que se dedicaba a exportar autos a China, j***n y Dubái. Luego de trabajar por años con Ferrari, ahora quería exportar nuevos autos y vio en Wild Cart 5000 la gran oportunidad de multiplicar su inmensa fortuna. Nuestros autos estaban costando US$ 230,000.00 -para la venta al público- cada uno y él quería llevar 50 a China y j***n, y 80 a Dubái. El señor Smith ya me había advertido de ello, por eso no quería impresionarme ante la inmensa cantidad de dinero que estaba dispuesto a pagar. Y eso no sería por mucho tiempo…
- US$ 170,000.00 por cada auto tuyo -me dijo intentando hablar castellano-, no más. ¿Sei d'accordo?
- ¿Está de acuerdo? –me preguntó Enrique. Era mucho más dinero del que el señor Smith me había hablado, puesto que él, creía que Bianchi, no iba a pagar más de US$ 135,000.00 por auto. Por un momento quería intentar sacarle un poco más de dinero, pero Bianchi me había dicho “No más” y esas palabras fueron las que no me dejaron truncar el negocio de mi vida. Es muy importante, que en una negociación dejemos a la otra parte, ser quien lance la primera oferta, porque no sabemos, cuanto más -de lo que esperamos- podremos ganar.
- Me parece justo para ambos. –les dije sin ninguna sonrisa de felicidad en el rostro.
- Giuliano è d'accordo –le dijo Enrique a Bianchi.
Después, Enrique, me aclaró que la próxima semana, Bianchi, estaría en Estados Unidos para firmar el contrato con el señor Smith.
Cuando ya estaba en la calle, grité de felicidad cómo nunca antes lo había hecho en mi vida, no quería quedarme con esta felicidad sólo para mí. En Italia, ya eran casi la una de la tarde del martes, así que en Estados Unidos eran casi las siete de la mañana; por eso me animé a llamar al señor Smith.
- Hola, Julián, anoche estaba esperando tu llamada.
- Llegué muy cansado, por eso no lo llamé -me excusé-. Ya tuve la entrevista con Bianchi y le tengo excelentes noticias.
- ¿Aceptó pagar US$ 135,000,00 por auto? –preguntó emocionado.
- No, señor Smith, solo quería pagar US$ 111,000.00 por auto –me interrumpió.
- Julián, si aceptaste esa cantidad, te aseguro que a Estados Unidos no volverás –me amenazó y yo empecé a reír como nunca- ¿De qué te ríes? -me gruñó.
- Le recomiendo que se siente y se acomode -le advertí y el me carajeó- luego de una negociación muy dura –traté de darme el papel de salvador–, logré convencer a Bianchi de que el Wild Cart 5000 era el mejor auto que nunca jamás se había creado y ahora nos pagará US$ 170,000.00 por cada auto.
- ¡Santo Dios! –exclamó y por un momento, creí que le iba a dar un paro cardíaco- ¿Cómo lo convenciste de que pagara tanto, muchacho?
- Eso es lo de menos, señor. Ahora, agárrese otra vez muy fuerte porque Bianchi nos comprará 180 autos en una sola entrega y en un solo pago –se quedó en un largo silencio.
- Julián, como me estés tomando el pelo…
- Señor Smith ¡Lo conseguí! –grité y mucha gente me quedó mirando por la calle, pero no me importaba; yo estaba feliz, muy feliz. Pero el señor Smith no me creyó hasta que le mandé una foto que me había tomado con Bianchi, donde ambos salíamos muy alegres.
Sin duda alguna, esos dos días, eran los mejores días de mi vida, a nivel profesional y personal. Solo me faltaba una cosa; regresar a Omsdianna con Elena, con mí, Elena. Me llamó mientras estaba bajando al restaurante del hotel, quedamos en que nos encontraríamos en él, para almorzar juntos. Ella llegó en poco más de veinte minutos. También estaba muy feliz, porque logró vender sus diseños a Donia Ferri, dueña de Donne Divine. Su italiano era perfecto, y no me sorprendió para nada, a ella, los idiomas se le daban muy bien. También me comentó que Ferri, le ofreció contrato exclusivo para que los diseños de Passione´s -marca de moda de, Elena- sean de uso exclusivo para Donne Divine y sus diferentes tiendas, en Italia y el resto de Europa, pero ella, fiel a su estilo, respondió que lo iba a pensar. Después de almorzar, subimos a mi habitación y cuando nuestras ganas de ambos se encontraron, la recámara explotó en un instante infinito de amor, pero no era cualquier amor; era un amor que llevaba esperando cuatro largos años y que no quería terminarse jamás.
De regreso a Omsdianna, también compartimos asientos en el avión, y fue en ese momento, en que me di cuenta de que la vida me volvió a juntar con Elena, quizá, para ya no separarme de ella, nunca más, o tal vez, simplemente lo hizo para demostrarme que, en la vida, todo se paga, y de ninguna deuda nos escapamos.
- Tenías toda la razón –le dije cuando ya estábamos de regreso en el avión.
- ¿En qué? –me preguntó sonriendo.
- Tú, eres el gran amor de mi vida… -le agarré la mano.
- Lo sé muy bien –de pronto ella se soltó de mi mano y volteó a mirarme-, pero nuestra historia terminó hace cuatro años.
- Pero hoy volvió a nacer –le dije algo confundido–, es eso lo que querías, ¿no?
- Lo quise hace cuatro años, cuando estaba enamoradísima de ti –de pronto empezaron a caerle lágrimas, igual que en la tarde que le terminé.
- No te entiendo… -sentí como empezaba a nacer un agujero n***o en mi pecho, que me carcomía la piel, los músculos y el corazón.
- En Omsdianna hay alguien que me está esperando…
- ¡¿Qué?! –exclamé exaltado– Acabamos de hacer el amor en un hotel italiano y ¿me sales con esto, Elena? –le grité muy bajo. Ella no me miraba.
- Yo, lo siento mucho…
- Creí que nos íbamos a dar una nueva oportunidad… -ella empezó a reír- ¿De qué te ríes?
- Te rogué para que no me dejarás y a ti no te importó, la persona con la que ahora estoy no se merece que le haga el daño que tú -me señaló con un odio infinito en su mirada- me hiciste a mí. Yo no soy tan basura como tú, para hacer sufrir a alguien, que me quiere desinteresadamente.
- Estoy seguro de que tú, no lo amas como llegaste a amarme a mí.
- Quizá, tengas razón –me respondió–, pero estoy segura de que en algún momento lo haré. Nunca volveré a estar contigo -me espetó mirándome a los ojos.
Ahora era yo quién estaba con el corazón roto, ahora era yo, quién entendía el dolor que se siente al ser abandonado por la persona que amas tanto. No lloré, no le iba a dar el gusto de verme llorar, sólo me callé y cerré mis ojos para intentar dormir. Mi mente, me presentaba las infinitas escenas que había vivido con Elena los ocho años de nuestra relación y las lágrimas empezaron a caerme. Ella ya se había quedado dormida y no me vio llorando.
Bajamos juntos del avión y antes de entrar al pasillo del aeropuerto se despidió de mí.
- Me hubiera gustado que la vida nos hubiera juntado mucho antes, Julián; pero no fue así, la vida nos juntó muy tarde… Por eso, hoy te digo adiós.
- > -le respondí con una voz que se quedó atorada en mi garganta.