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2242 Palabras
Heather debía ser algo así como una princesa de cuentos de hadas. Un batallón de sirvientes la ayudaron a salir de la ambulancia que habían contratado expresamente para que la llevara a casa, y luego, otro batallón la había ayudado a llegar hasta su habitación, que era un espacio enorme donde cabría diez veces su viejo apartamento.  Además, todo era del más exquisito gusto. Las paredes estaban forradas de fino papel tapiz, paneles de madera, y los muebles hacían juego con todo. Había pequeños y grandes jarrones con flores naturales, hermosas y frescas; y pinturas que de lejos se veían hechas por artistas reconocidos.  Su habitación en particular era bastante diferente a todo lo que ella había visto en su vida. Una parte de las paredes estaba pintada de n***o, y la otra de violeta, y, sin embargo, no le daba un aspecto lúgubre, todo lo contrario, y eso se debía a los pequeños decorados blancos, a la cama, en parte blanca, en parte negra, a los espejos que reflejaban la luz que entraba por el enorme ventanal. —Tú misma elegiste el decorado, hace tres años –le dijo Georgina como adivinando sus pensamientos mientras empujaba la silla de ruedas en la que había entrado a aquella enorme mansión. Había protestado un poco, siempre había odiado esas sillas, pero contra Phillip no era fácil luchar, y había tenido que hacer caso. —Pues parece que tengo un gusto raro. — ¿No te gusta? Podemos cambiarlo, si te apetece. —No, mejor lo dejo así… ¿siempre haces todo lo que yo quiera? –Georgina la miró un poco boquiabierta al principio, luego cerró sus labios balbuceando alguna respuesta—. Perdona, no quise incomodarte con mi comentario—. Pero aquello fue peor, y Georgina volvió a quedar con la boca abierta. No era común ver a Heather pedir perdón por nada. —Estás… estás actuando bastante rara, ¿sabes? –Heather se quedó callada, y antes de decir nada más y empeorarlo, miró en derredor. No podía cambiar el decorado de aquella habitación. Cuando volviera la verdadera Heather seguro que se molestaría. Ella misma se molestaría si veía que habían cambiado sus cosas de lugar sin ella autorizarlo… Su habitación… sus discos de Edith Piaff, sus libros… Tess… Tendría que ir y verla, no podía llegar y decirle: soy Samantha, pero al menos necesitaba saber que estaba bien. Tess no tenía a nadie más en el mundo. —Katie estará a cargo de tu cuidado todo el día –anunció Georgina, señalando a una joven de cabello corto y n***o vestida de enfermera. La joven simplemente hizo un asentimiento con su cabeza—. Y John, de tu seguridad –continuó Georgina—. Ya lo dijo tu padre. No saldrás si no es con alguien autorizado por él. —Soy algo así como una prisionera. —No te quejes. Tú misma te lo has buscado. —Qué curioso. Estoy pagando el castigo de algo que no… recuerdo. —Pero que, sin embargo, hiciste—. Heather levantó la mirada hacia su madre. — ¿Iré a la cárcel? — ¡Claro que no! —Pero iba conduciendo ebria, ¿no? Eso tiene cárcel. —Tu padre convenció a la policía, no te preocupes por esas cosas. Le deben muchos favores… sólo debes cuidarte; si vuelve a suceder, esta vez no te salvarás—. Heather dejó escapar el aire. — ¿Cuántos eran mis ingresos antes? —Cerca de… sesenta mil dólares mensuales –a Heather le dio un ataque de tos. — ¿Y tendré que vivir con la mitad? –preguntó con ironía cuando ya se repuso. —Es un castigo que impuso tu padre, yo realmente… —Insólito. — ¿Harás un berrinche? —Muchas familias viven con eso mismo… al año. ¿Lo sabías? –Georgina frunció el ceño mirándola de nuevo extrañada. — ¿Cómo sabes eso? –Heather sólo sonrió, y Georgina no reconoció aquella sonrisa. No era, de ningún modo, la sonrisa de su hija, ni aquél era el brillo de sus ojos.  —Parece que soy una niña rica, malcriada y consentida. ¿Cómo has permitido eso? — ¿Mi propia hija reclamándome por su mala crianza? ¿Qué más tengo que ver? –Heather apretó los labios. —Lo siento. No pretendía ofenderte. —No, sólo estás volviendo a ser la misma Heather, en desacuerdo conmigo todo el tiempo. Parecía tu deber en la vida llevarme la contraria. — ¿Tan mal nos llevábamos? —Te supliqué que no te fueras de casa esa noche. Teníamos una cena con Raphael, te pedí que te quedaras, pero no, te fuiste con tus amigos, y ¡mira todo lo que provocaste! —No… no recuerdo nada de eso. — ¡Pero lo hiciste! Y el no recordarlo no te excusa –Heather bajó la cabeza. No estaba acostumbrada a que le reprocharan cosas que había hecho; por lo general, era ella quien se reprochaba a sí misma.  Sin embargo, reconocía la autoridad de una madre, y tendría que recordarse a sí misma que ella, a los ojos de todo el mundo, ya no era una venerable anciana, sino una joven loca que había puesto en riesgo su propia vida.  Respiró profundo y miró a Georgina fijamente.  Parecía ser una mujer de carácter débil, cuya hija era más fuerte que ella. Debía estar todo el tiempo muy agobiada. Tenía un marido exigente, una hija rebelde, una imagen que llevar… su aspecto pulcro no la engañaba, por dentro debía sentirse muy cansada, muy anciana.  Ella sabía lo que se sentía, así que movió su silla de ruedas hasta ponerse justo frente a ella, tendió una mano, y cuando Georgina no se la rechazó, le sonrió. Aquella mujer tenía un corazón noble, después de todo, y hambriento del amor y la aceptación tanto de su hija como de su marido. —No lo recuerdo, pero… perdóname. Perdóname porque seguro que te he hecho llorar mucho –y justo en ese momento, Georgina se puso a llorar. Se inclinó sobre ella y la abrazó fuertemente. —Eres mi hija, mi niña, mi bebé. Lo más hermoso que tengo. Te amo demasiado, y siempre he lamentado no poder influir sobre ti para que hagas las cosas como se supone que debes. —Lo siento… —Pero ha sido mi culpa, desde niña siempre busqué complacerte en todo y… —Heather no te lo puso fácil –cuando Georgina la miró extrañada, se corrigió—. Yo… yo no te lo he puesto fácil. He sido una hija bastante difícil, por lo que veo. —Vaya, no puedo creer que te esté escuchando admitirlo. Esto es todo un acontecimiento. —Tú y yo habríamos sido unas excelentes amigas –murmuró Heather sonriente, y Georgina la miró un poco impactada. —Bueno… —susurró—. ¿Quién dice que aún no podemos serlo? –Heather amplió su sonrisa, y esta vez Georgina sí la reconoció, era la sonrisa traviesa de siempre. —Sí, ¿quién dice que no? Rato después, Georgina salió de la habitación dejándola sola, y Heather aprovechó el momento de soledad y se levantó de su silla de ruedas para encaminarse al cuarto de baño. Éste era enorme, y todo dentro era enorme también. Había una enorme bañera, una cascada que luego comprendió era la ducha, y un espejo doble que cubría toda la extensión de una pared. Al verse reflejada se quedó como de piedra.  Había intuido que era hermosa, pero aquello era poco. Era alta, y el mundo se veía diferente desde allá arriba, y el cabello rojo le llegaba a la cintura en suaves ondas. Sus ojos eran levemente entornados, grises, preciosos, atrapaban perfectamente la luz haciéndolos ver más pálidos. Nariz fileña y labios carnosos y rosados. No tenía pecas, y eso la decepcionó un poco. Pero bueno, ¿qué más podía pedir cuando antes era más bien bajita, de formas redondas, ojos marrones comunes y corrientes y de cabello oscuro? Ser tan llamativa era simplemente… raro. Desabrochó la bata que llevaba puesta, y al verse sólo en bragas frente al espejo soltó una exclamación. ¿Esos senos eran reales? ¿Había una forma de saberlo? Rebosaban un poco sus manos, y eran redondos y respingones. Qué hermosa era la juventud. Los palpó y no sintió bolsas extrañas dentro, así que concluyó que eran naturales. Se sacó del todo la bata, y empezó a admirarse de medio lado. Ahora tenía un buen derrière, sin estrías ni celulitis. ¿Qué le habían echado en el biberón a esta mujer?  De pronto pensó que si ella, Samantha, hubiese tenido siempre este tipo de cuerpo, Ralph jamás se habría fijado en la rubia Cinthya. La habría tomado en sus brazos y la habría hecho suya al instante.  Se detuvo en sus pensamientos. Era raro para ella pensar así. ¿Se le estaba subiendo la vanidad a la cabeza? Sintió la tentación de bajarse las bragas y seguir explorando, pero decidió que ya había fisgoneado y toqueteado demasiado el cuerpo de Heather. Tal vez ella nunca se enterara de lo que estaba sucediendo ahora, pero ella se preciaba de ser una mujer correcta y respetuosa de las cosas ajenas, así que volvió a anudarse la bata. Caminó lentamente por la habitación y algo que notó fue la ausencia de libros. No había ninguno. Bueno, aquella era una casa enorme, seguramente estaban en otra habitación. No concebía que alguien pasara olímpicamente de lo que consideraba la única extensión de la mente y la imaginación. Se sentó en un mueble analizando sus opciones. No podía salir por orden de Phillip, y no quería meter a Heather en problemas, pero quería ir y comprobar que Tess estaba bien. También debía esperar a sentirse mejor de sus golpes y rozaduras causados por el accidente, pero en cuanto tuviera la oportunidad, iría a verla; no se estaría tranquila hasta comprobar por sí misma que estaba bien.  Llegó la tarde, y la enfermera que le habían asignado la ayudó a bañarse y a vestirse. Se tomó sus pastillas, almorzó en su habitación, y poco después, Georgina entró con un juego de tarjetas en la mano. —Son tus nuevas tarjetas bancarias, las anteriores las perdiste en el accidente. Tu padre hizo la gestión para que te asignaran estas… Ya… ya arregló también lo del cambio en tu mesada. Lo siento, no pude convencerlo de lo contrario. — ¡Tendré que sobrevivir con treinta mil dólares al mes! –exclamó Heather en un tono claramente sarcástico. —Si te quejas así delante de tu padre, él estará feliz de rebajártela aún más. —Entonces mejor me quedo callada—. Georgina le sonrió. Realmente su hija estaba cambiada, y esta le gustaba más, mucho más. Nunca antes había logrado concluir una conversación con ella en buenos términos, y ahora hasta bromeaban—. ¿Por qué no hay ningún libro en mi habitación? –preguntó ella de repente. —Ah… porque… no te gusta leer. — ¿Qué? —No te gusta… pasaste la carrera a duras penas. — ¿En serio? ¿Qué estudié? —Negocios… — ¿Y sin leer? ¿No me he leído una novela en mi vida? —No que yo sepa. —Inaudito. —Pero puedes salir y comprar una biblioteca entera, si quieres. Tu padre tiene libros, pero no de ese tipo. —Y tú… ¿no tienes uno que me puedas prestar por ahora? –Georgina se sonrojó—. ¿Estás ocultando algo? —A tu padre no le gustan ese tipo de lecturas. —Me vale un pimiento. Quiero leer un libro y lo leeré. Y si tú puedes prestarme uno, más te vale que lo sueltes—. Georgina volvió a reír. —Estás irreconocible. Está bien, tengo un par que te pueden gustar, pero te recomiendo que salgas y compres los tuyos. — ¿Salir? ¿Acaso no soy una prisionera? —Puedes salir si lo haces acompañada por alguien de la casa. — ¿De verdad? —Así dijo tu padre. —Qué bueno, porque me gustaría… hacer unas diligencias—. Georgina frunció el ceño. — ¿Diligencias? Creí que lo habías olvidado todo. —Sí, pero… quiero salir un momento. —Heather, que no sea para comprar droga o algo peor—. Cuando Heather la miró pasmada, Georgina quiso morderse la lengua. — ¿Soy una adicta? —Bueno… — ¡Dímelo! —Tú nunca lo has admitido. Siempre lo has negado, así que… —Debería tener los síntomas de la abstinencia, ¿no? ¡Pero estoy bien! —Sí, eso es raro… —Te prometo que no saldré a buscar… drogas. ¡Dios! ¡Ni siquiera sé dónde tendría que ir!  —Está bien, te creeré… pero no traiciones mi confianza, ¿de acuerdo? –Heather asintió sintiéndose un poco cabreada con la verdadera Heather. Esa niña lo tenía todo, una madre maravillosa, un cuerpo y un rostro estupendo, dinero, poder… y ¿estaba echando a perder su vida con drogas?  Realmente no se merece esta vida, pensó, pero al instante se sintió mezquina, ladrona. No, de todos modos, esta no era su vida. Tarde o temprano tendría que volver. Pero antes, tenía mucho que hacer. Cuando Heather volviera, todo se pondría patas arriba otra vez, así que no podía dejar pasar más el tiempo.
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