Tuvo que esperar unos días para recuperarse del todo, aunque no estuvo aburrida; primero exploró toda la mansión, sus diferentes salas de juego y descanso, las habitaciones de sus padres, del servicio, de los huéspedes, y luego se entretuvo con los libros que Georgina le prestó. Cuando agotó estos, le entregó a John una lista de títulos para que fuera a alguna librería y se los trajera. Ahora tenía muchos libros y ninguna estantería donde ubicarlos, pero entonces Georgina se ocupó e hizo traer una que fuera acorde con el decorado de su habitación.
Primer cambio en la habitación de Heather.
Al menos, pensó, no era una cosa inamovible y permanente.
El día que decidió ir y visitar a Tess, rebuscó en el armario por algo decente que ponerse, pero he aquí otro problema. Toda la ropa de Heather era casi inservible, destapada hasta el descaro. Lo que seguramente pretendía ser sexy, a ella le resultaba ya de mal gusto.
Hizo una montaña en el suelo con la ropa que iba descartando hasta que encontró un par de jeans que no tenían ni rotos ni bordados llamativos, y una blusa de seda blanca sin mangas y un agujero en la espalda, pero que al menos cubría bien sus senos. Aun así, se sentía bastante descubierta, así que buscó una chaqueta que le combinara y la plegó sobre su brazo.
Los accesorios no fueron problema; Heather tenía miles, de todo material y colores. Se los quedó mirando un poco perdida, el problema estaba en que no sabía cómo y dónde usarlos.
— ¿Ya estás lista? – Preguntó Georgina entrando en la habitación—. Le dije a John que estuviese preparado, que en cualquier momento salías—. Se asomó al cuarto de baño, donde estaba el enorme guardarropa, y la encontró descalza admirando todo lo que la rodeaba: bolsos, zapatos, marroquinería de todo tipo y color, collares, pendientes, pulseras…
— ¿No sabes qué ponerte?
—Creo que necesito ayuda… —Georgina sonrió y empezó, con mano experta, a elegirle los accesorios que irían mejor con el tipo de ropa que había seleccionado. Cuando hubo terminado con ella, tenía el aspecto más chic y de buen gusto que ella jamás hubiese conseguido.
—Tengo mucho que aprender –murmuró.
—Todo es cuestión de práctica.
—Dios, eres la mejor madre del mundo—. Ante esas palabras, Georgina se quedó callada, y apretando sus labios, miró a otro lado. Tomó aire y volvió a hablar.
— ¿Ya estás lista? John te está esperando—. Heather sonrió sabiendo que sus palabras la habían perturbado un poco. Llenó su bolso con los papeles de su identificación, las tarjetas, el nuevo teléfono móvil, y salió.
Subió al auto que la esperaba a la entrada y le echó un último vistazo a la mansión. De algún modo, se estaba acostumbrando a esa vida, y no podía. Esa vida no era su vida. Ella seguía siendo Samantha Jones.
— ¿Está segura de que es aquí a donde quiere venir? –preguntó John al llegar al antiguo edificio donde antes había vivido Samantha. ¿Que si estaba segura? Había vivido allí la última década, claro que estaba segura. Pero no dijo nada, y sólo bajó pidiéndole que la esperara allí—. De ninguna manera –dijo John—. Subiré con usted. Cualquier cosa podría pasar en esos pasillos.
Ella no insistió, y encabezó la marcha hacia el apartamento de Tess.
Iban siendo las cinco de la tarde, la hora en la que volvía de su trabajo con los niños desde la guardería, la hora en que era más probable encontrarla en casa. Cuando llegó al piso cuatro, el inconfundible llanto de Nicolle la hizo sonreír. Caminó con paso decidido hasta la puerta y llamó con el nudillo de sus dedos.
A los pocos segundos abrió una Tess ojerosa, despeinada y con aspecto realmente cansado… y Nicolle, al verla, se precipitó sobre sus brazos como solía hacer.
— ¡Nicolle!, ¡espera! –pero no hubo remedio, Nicolle estaba aferrada a su cuello y lloraba y moqueaba sobre su blusa de seda. Tess intentó arrancársela, pero la niña se enroscó alrededor de ella usando piernas y brazos—. Dios, qué vergüenza con usted —se disculpó Tess—, ella nunca se porta así, lo siento tanto…
—No te preocupes, déjala—. Nicolle soltó un llanto lastimero. Aunque ya no era el de hace un momento, en donde parecía que se iba a desgarrar la garganta, este llanto partía el corazón—. Ya, ya, no llores… —Pero la niña no dejaba de llorar. Ella tenía la fórmula para que dejara de hacerlo, pero no se atrevía a usarla delante de Tess. Aquello suscitaría demasiadas preguntas.
—Siga, siga —la invitó Tess. Heather se giró para mirar a John, que parecía bastante extrañado por la situación que se desarrollaba en el umbral, así que no dijo nada y se hizo a un lado de la puerta, tal vez para vigilar desde allí. Heather entró, y los olores familiares de la casa de Tess la inundaron; el desorden de juguetes en el suelo, la luz que entraba por la ventana… tan conocido todo, tan parecido al hogar que ella jamás tuvo, que le hicieron humedecer los ojos.
Los cerró suavemente, y sin premeditarlo, sin detenerse a pensar, empezó:
En las calles de San Juan
dicen que hay un callejón
y un caballo de cristal
que te lleva a donde Dios
—¿Señor caballo podría usted
llevarme a donde Dios?
—Un buen niño has de ser
Y orar de corazón.
Tess la miró con ojos grandes como platos. No lo podía creer. No, no era posible… la única en el mundo que lograba aquel efecto sobre Nicolle con esa nana era Samantha Jones, y ella ya no estaba. Lo había pasado horrible las últimas noches porque Nicolle no se dormía si no era por ella, y de paso, tampoco Tess había podido dormir. Y ¿ahora venía esta despampanante pelirroja a calmar a su hija y a cantarle esa nana?
— ¿Quién eres? –le preguntó. La mujer no le contestó, sólo cantó de nuevo la nana, utilizando los mismos giros, las mismas ondulaciones en la voz—. ¡¿Quién eres?! –insistió. Los niños se habían quedado mirando a la invitada un poco asustados y sorprendidos. Cuando la alta mujer de ropa carísima, de cabellos de fuego y de ojos gris pálido y humedecidos la miró, Tess lo supo. No había otra persona en el universo con esa mirada.
— ¿Sam?
—Tess, yo…
— ¿Sam? ¿Samantha? –Ella simplemente meneó la cabeza.
—Ahora soy Heather.
Tess, sin detenerse a pensar en lo ilógico, loco, antinatural y extraño que aquello podía ser, se precipitó a ella y la abrazó, dejando a Nicolle atrapada entre las dos. Fue un abrazo largo, cálido y apretado, en el que las dos mujeres sollozaron emocionadas, y el universo guardó silencio observando a las dos amigas reencontrarse.
Tess se separó primero y la miró estudiándola. Ahora era tan alta como ella, sin una sola arruga sobre su rostro, con un maquillaje suave que realzaba las exquisitas formas de su cara y ropa de diseñador, pero debajo de aquel fino estuche de importación estaba su Sam, su querida y vieja amiga Sam.
— ¿Cómo es esto posible?
—Tú estás más loca que el que me hizo esto por aceptarlo tan fácil.
— ¡Es que algo aquí dentro me lo dice! –contestó Tess con la mano empuñada sobre su pecho—. ¿Qué te hicieron? ¿Quién te lo hizo?
—No lo sé. Ni siquiera sé si es algo permanente. Sólo sé que estoy aquí… y ¡ni siquiera sé qué hacer!
—Pero Sam…
—Ahora soy Heather, Tess.
— ¿Quién es esa Heather? –ella suspiró.
—Apenas lo estoy descubriendo. Pero algo te diré, no se parece en nada a mí.
—Ven, siéntate –le ofreció Tess llevándola a sus viejos muebles. Heather seguía con Nicolle en sus brazos, y los niños habían decidido que aquello no era para nada fascinante, y se fueron a su habitación a ver la televisión, pero ya Tess no le prestó mucha atención a nada de eso—. Cuéntame, ¿qué te pasó? ¡Dios, he llorado tanto por tu ausencia!
—Lo último que recuerdo es… un fuerte dolor en el pecho, y que me iba a no sé qué lugar… luego abro los ojos, y estoy en un hospital, con una mujer que asegura ser mi madre, y las consecuencias de un accidente automovilístico.
—Sufriste un paro cardíaco –le contó Tess—. Dios, Sam, ¡eres tan hermosa!
—Sólo por fuera. Lo que he oído de Heather… me para los pelos—. Tess negó con la cabeza, aun mirándola anonadada.
—Te escuché cantarle a Nicolle y algo se disparó dentro de mí, algo me lo gritaba… Dios, Sam, Heather, como sea… ¡Estoy tan feliz! –y volvió a abrazarla, sentadas en el sofá, con Nicolle en medio otra vez.
—Estaba muy preocupada por ti –le susurró Heather—. ¿Has estado bien? –Tess no contestó—. Siento mucho no haber venido antes, pero Heather tuvo un accidente, y no podía salir de casa.
Tess se separó de ella y la miró con los ojos llenos de lágrimas, pero con otro semblante.
— ¿Accidente? ¿Estás bien?
—Mi cuerpo sí… mi mente… siento que voy a enloquecer… Esto es de locos, Tess. Yo creí que había muerto.
— ¡No! ¿Por qué ibas a querer morirte?
—Porque ya es mi hora, ¿no?
— ¿Y eso a quién le importa? ¡El cielo, los ángeles, quien quiera que sea, te están dando una segunda oportunidad! ¡Y más tiempo con nosotros!
— ¿De veras crees que permaneceré… en este cuerpo?
— ¿Y por qué no?
— ¡Porque no es mío! ¡No es mi vida!
— ¡Entonces aprovecha el tiempo que tienes ahora!
— ¡Eso… sería una locura! Tengo hasta miedo de usar las cosas de Heather por temor a que cuando ella vuelva se moleste, y francamente, por lo que me han dicho…
—Vas a tener que meterte una cosa en la cabeza: tú ahora eres Heather, quienquiera que ella sea. ¡Esta ahora es tu vida!
—Y si en algún momento ella vuelve…
—Si ella llegara a volver, lo cual me parecería en extremo cruel, ¡tú entonces habrás tenido un momento para vivir! ¡Para disfrutar! –Tess miró a Heather morderse los labios, como hacía cuando estaba nerviosa, o algo no la convencía del todo, así que le tomó ambas manos, con cuidado de no hacer caer a Nicolle y la miró a los ojos— Tal vez lo que necesitas es… alocarte, olvidarte por un momento de las reglas y convenciones… ¡vivir, Heather! Una vez me dijiste que se te fue la vida y no la viviste, ¡bueno, ahora puedes!
Heather dejó salir una risita nerviosa y Tess se puso en pie y comenzó a deambular por su pequeña sala, como si lo que fuera a decir a continuación necesitara tiempo para ser digerido, y quizá un trago de licor, pero no tenía.
—Tú lo que necesitas –dijo al fin— es vivir el amor. Cometer alguna locura de amor.
—Tess, yo jamás…
—Exacto. Jamás lo hiciste, y cuando tuviste la oportunidad en tu vida como Sam, lo dejaste pasar, porque no estaba bien, porque no era lo que se esperaba de ti. Ahora la vida te ha dado una nueva oportunidad, así que más te vale cometer esa locura… Es… como una deuda que tienes con la vida. ¿No te parece?
—Una locura de amor.
—Y vivirla sin pensar en las consecuencias.
— ¿Y si me arrepiento después?
—Que se arrepienta Heather. ¿No te parece? –Heather se echó a reír, y aquella risa fue tan de Sam y de Heather al tiempo que Tess comprendió que ya empezaba a borrarse la línea que las dividía a las dos.
—Y ahora, sesión de chismes –propuso Tess corriendo a sentarse a su lado en el viejo sofá—. ¿Quién es Heather? ¿Y por qué estás vestida así?
—Una niña rica y malcriada –contestó Heather, y le siguió hablando de lo poco que sabía de su antiguo yo antes de tomar posesión de su cuerpo. Tess parecía asombrada y escandalizada a veces. Se reía diciendo que la habían mandado a habitar precisamente ese cuerpo para que cuando hiciera su locura nadie se extrañara. Heather reía negando con la cabeza, pero igualmente la escuchaba. Volvía a estar con su amiga, y esta vez, eran jóvenes las dos, ahora incluso menor que ella. Eran casi iguales.