Raphael posó la copa de vino sobre la pequeña mesa de café cuando vio a Phillip Calahan acercarse. Estaban en el club del que ambos eran miembros y habían acordado una cita para hablar. Phillip se temía que era para cancelar el compromiso entre él y Heather, así que iba entre aprensivo y dispuesto a tomar la ofensiva; aunque contra los Branagan y su poder era poco lo que cualquiera podría hacer.
—Parece que algo te tiene preocupado, Raph –saludó Phillip.
—Muchas cosas me tienen preocupado –contestó Raphael—. Entre ellas, tu hija.
—Ah, no te apures, ya está perfectamente. Hoy incluso volvió a salir de casa. Acompañada, claro. He dejado orden de no dejarla salir sola…
—No es a eso a lo que me refiero, y lo sabes perfectamente, Calahan. He hablado con mi padre, y hemos decidido cambiar drásticamente los términos de nuestra negociación—. Phillip empezó a sudar. Muchas cosas dependían del matrimonio entre su hija y este sujeto. Los Branagan no eran antiguos miembros de la alta sociedad, no tenían un rancio abolengo como ellos, pero eran demoledoramente ricos, y su poder les había abierto puertas a lo largo y ancho del mundo. La transacción era sencilla y milenaria: ellos le daban el prestigio y sobriedad de los Calahan, y a cambio recibían el dinero y los contactos de los Branagan.
—¿De qué… tipo de cambios hablas?
—No quiero casarme con una mujer tan absurdamente loca como tu hija.
—Raph…
—He investigado las causas del accidente, y no fue por simple exceso de velocidad. Tu hija traía un cóctel de muerte en la sangre. Es una adicta, y puedes tener todo el prestigio del mundo, pero si no fuiste capaz de educarla bien, no sé si serás, en el futuro, capaz de ser un buen socio también.
—Me parece injusto que midas…
—A mí lo que me parece injusto es que en esta transacción el que salga perdiendo sea yo. Tú ganarás todo el dinero del mundo… y yo una esposa adicta que me pondrá el cuerno cada fin de semana—. Phillip lo miró furioso, pero tenía que reconocer que tenía razón.
Miró a su ahora contendiente fijamente. El cielo había bendecido a los Branagan no sólo con dinero, sino también con gallardía. Los ademanes rústicos de Richard se habían pulido en Raphael, pero definitivamente este último lo sobrepasaba en apostura. Era tan alto que la mayoría de hombres tenían que alzar la cabeza para hablarle. Era consciente de que alrededor siempre las mujeres, fueran estas casadas o no, jóvenes, o ya no tanto, se giraran a él prestándole toda su atención, y delante de los otros hijos de ricos, parecía más bien un ave de presa en medio de pollitos pintados de colores, a pesar de su juventud.
— ¿Y entonces… cuáles son tus nuevos términos?
—Desafortunadamente no puedo deshacer por mi cuenta este contrato –Phillip empezó a sentirse aliviado. Era verdad, él no podía. El contrato se había hecho con Richard, no con él—. Así que papá me ha rogado que le dé a tu hija una oportunidad. Seis meses, me pidió. Si en esos seis meses yo logro reunir las pruebas suficientes que lo convenzan de que Heather Calahan no es la madre adecuada para sus futuros nietos, el contrato se disolverá digas lo que digas. Hasta entonces, me veré obligado a actuar como un novio, y espero, también tu hija.
—Me parece… razonable.
— ¿Entonces estás de acuerdo?
—De acuerdo. Seis meses. Luego del accidente… Heather ha cambiado. No hace las pataletas de siempre e incluso se tomó la disminución de su mesada con bastante aplomo…
—Perdona, pero nada de lo que dices me intriga demasiado.
—Lo entiendo –Phillip se puso en pie y le tendió una mano—. Seis meses. Nos veremos aquí de nuevo dentro de ese tiempo. Espero no te sea un suplicio, ni ocurra algo que haga romper el contrato antes.
—La verdad, yo no sé qué esperar –contestó Raphael recibiendo su mano y poniéndose en pie también—. Dejaré simplemente correr el tiempo, no tengo ninguna expectativa.
—Me imagino. ¿Vendrás a cenar este sábado?
—Sólo si me garantizas que esta vez tu hija se presentará.
—Se presentará, me encargaré de eso.
—Estaré allí una hora antes, me gustaría conversar con ella de esto. No le anticipes nada.
—Pero…
—No quiero que la amenaza la escuche de ti, sino de mí. Es hora de que Heather comprenda quién soy yo—. Phillip asintió dando una cabezada.
—Está bien. Si se va a casar contigo, tiene que ver con qué tipo de hombre va a lidiar el resto de su vida.
—Eso lo veremos.
Tess recostó su cabeza al espaldar del sofá. Habían acostado a Nicolle, se habían quitado los zapatos, le habían llevado un aperitivo y una silla a John, para que no se cansara por estar de pie afuera, y habían hablado y reído como locas.
La nueva risa de Sam, ahora Heather, era agradable y cristalina. Si bien era cierto, y se movía con mucho cuidado, como si algún movimiento brusco fuera a hacerle doler las articulaciones, la energía de la juventud la estaba colmando poco a poco, lo que la hacía querer reírse, moverse, y hablar. Sam nunca había sido tan dicharachera.
—Creo que ya es hora de irme –dijo Heather, mirando desganada su fino reloj.
—Es verdad, ya no vives frente a mi puerta—. Heather se quedó en silencio mirando el techo, pensando. Tess la observó; no se cansaba de mirarla. ¡Ahora era tan bonita! Sentía que tenía en su sala a una estrella hollywoodense.
—Quisiera entrar, y tomar algunas cosas… pero no tengo llave.
— ¿Te olvidas de que hace tiempo me diste una copia? Por si algo sucedía.
— ¿Lo hiciste cuando…?
—Sí, fui yo quien te halló en tu cama. Se te había quedado tu abrigo favorito en el sofá y fui a devolvértelo antes de que te quedaras dormida. Apenas llegué a tiempo.
— ¿A tiempo de qué? ¿De podrirme o algo así?
— ¿No te lo he dicho aún?
— ¿Qué cosa? –Tess la miró con rostro preocupado—. ¿Tess? ¿Qué no me has dicho?
—Sam… El cuerpo de Sam está vivo.
— ¿Qué?
— En estado de coma, en un hospital.
—Tess, ¿por qué no me dijiste eso desde el principio?
—Bueno, estaba tan impresionada que…
— ¡Oh, Dios, lo sabía! Algún día he de volver.
—Eso no cambia nada.
—Sí, ¡lo cambia todo!
—Aun así, tú no pediste nada de esto. ¡No es tu responsabilidad! –Heather volvió a quedarse en silencio un momento, luego suspiró.
—Tendré que ir a visitarme a mí misma.
—Yo que tú no lo haría, y si por cosas de la vida…
— ¿Vuelvo a mi cuerpo? ¿Y Heather al suyo? Es lo correcto, ¿no?
—Heather, definitivamente lo que tú necesitas es conocer a un hombre que te despeluque.
—Tess, ya no estoy para esas…
— ¿Qué? ¿Por qué insistes en decir ese tipo de cosas? Ya no eres qué, ¿joven? ¿Bonita? ¿No eres nada de eso?
—Este cuerpo lo es, pero en el fondo sigo siendo… simplemente yo: Sam.
—Eso lo dices ahora, pero la sangre es la sangre, la piel es la piel. Estoy segura de que en ese nuevo estuche que traes, alguien te moverá el piso. Sobre todo, en esa alta sociedad en la que ahora te mueves.
—Lo dudo muchísimo.
—Te acordarás de mí cuando te pase. ¿Entramos a tu apartamento?
Heather entró a la estrecha sala y miró en derredor su antiguo hogar. Era tan pequeño y lleno de cosas que inspiraba un poco de claustrofobia; luego de haberse pasado casi una semana en la mansión de los Calahan, con tanto espacio, tanta luz, tanto aire, aquello era simplemente… deprimente.
— ¿Te quieres llevar tus libros? ¿O… algo?
—Los libros no. Tengo nuevos, casi que todos los que quiera en el mundo. Además, ¿sabes? Existe una tecnología que te permite leer sin tener que comprar el libro en papel. Es más ecológico, dicen, pero no me acostumbro.
—Sí, he oído de eso. ¿Y tus discos? –Heather caminó hasta su colección de discos de Edith Piaf, tomó uno y observó la portada.
“Non, Je Ne Regrette Rien”
¿Ahora que tenía esta nueva vida, podría decir al fin esto sin tener que mentir? ¿Cómo sería vivir la vida sin arrepentirse de nada?
—Esos sí deberías llevártelos. Son difíciles de encontrar.
—Sí…
—Vengo de vez en cuando a hacer la limpieza, no he tocado tus cosas, pero me fue inevitable encontrarme… esto –Tess le señaló la pequeña caja sombrerera donde tenía sus antiguos recuerdos de Ralph, las cartas, las fotografías. Heather la recibió sin mirar a Tess, temiendo echarse a llorar de nuevo, o peor, sufrir de nuevo un paro cardíaco.
—Las estaba mirando cuando… pasó.
—Me lo imaginé—. Tess no necesitó preguntar quién era aquél hombre, había escuchado ya la historia de cómo Sam dejó pasar el amor de su vida, y cómo luego fue incapaz de volverse a enamorar.
—Sam…
—Heather –le corrigió ella.
—No, ahora eres tan Sam… Debes olvidarlo, ¿sabes? De cualquier modo, si siguiera vivo, ahora sería un ancianito de más de ochenta años, ¿de qué te serviría? –Heather se echó a reír.
—De nada.
—Pues ya ves. Es hora de dejar atrás el pasado—. Pero, aun así, Heather no soltó la caja con los recuerdos. Respiró profundo y la miró sonriente.
—Te prometo que empezaré una nueva vida.
—Eso es una buena noticia.
—Y te ayudaré.
— ¿Qué?
—Ahora me sobra el dinero, ¿sabes? Puedo ayudarte.
—Pero… ¡es tu dinero!
—Técnicamente, es el dinero de Heather. A los Calahan les sobra, y según tengo entendido, los riquillos hacen todo el tiempo obras de caridad.
—No quiero la caridad.
—No, lo que vas a tener es la ayuda de una amiga que siempre soñó con tener la posibilidad de dejarte algo a ti y a tus hijos.
—Heather, nunca debiste pensar así.
—Yo no tuve mis hijos, ni mis nietos, pero te tuve a ti, Tess. Fuiste mi amiga desde que llegaste aquí embarazada de Kyle y del brazo de August. Estuviste conmigo cuando me enfermé, incluso llegaste a cocinar para mí, ¡me cuidaste! Ahora, déjame ayudarte, déjame, como Heather Calahan, hacer algo digno en mi vida… y de paso, ofrecerle un mejor futuro a tus tres hijos. Te lo debo, y no me sentiré tranquila si no hago algo por ti.
—Sigo pensando en que…
—Si no lo aceptas, Tess, conseguiré la manera de inscribirte a uno de esos programas de televisión donde muestran a madres abandonadas.
— ¡Ni se te ocurra!
—Entonces acepta… ¡aprovéchate de mí, ahora que soy rica! –A Tess le dio la risa tonta. Echó atrás su cabello castaño oscuro y la miró meneando su cabeza.
—No te conocía esa faceta malvada.
—Quizá siempre la tuve, y la olvidé.
—Bien. Pero no quiero nada ostentoso ni llamativo. No quiero… sobresalir de ningún modo.
—No te preocupes, me encargaré que todo sea muy discreto.
—Y quiero… auto sostenerme… no depender de nadie…
—Ya veré. Por ahora, lo primero son los niños.
—Sí, por ellos lo hago—. Sorpresivamente, Heather la abrazó.
—No sé si alguna vez te lo dije, pero te quiero mucho.
—También yo a ti.
Al cabo de unos minutos se despidieron, y Heather volvió a internarse en el coche conducido por John, rumbo a su mansión, llevando consigo la caja sombrerera y los discos. La agobiaba un poco irse a dormir a una lujosa cama dejando a Tess en aquél ruinoso apartamento, pero se tranquilizó diciéndose que no sería por mucho tiempo. Tenía mucho que hacer.
Llegó a casa y lo que hizo Phillip al verla fue precipitarse a ella y olisquearla como un sabueso.
— ¿Qué…? –empezó a decir ella, pero Phillip la interrumpió.
—Qué extraño, no hueles a licor… ni a hierbas.
—No acostumbro beber, ni fumar.
—Será ahora. Antes parecías una chimenea—. Heather se llevó una mano al pecho, como lamentándose por sus pulmones.
—El sábado vendrá Raphael a cenar con nosotros. Te recomiendo que no te escapes a ningún sitio.
— ¿Quién es Raphael? –Phillip se giró a mirarla como cayendo en cuenta de la amnesia de su hija.
—Es verdad, según tú, perdiste la memoria. Raphael es tu prometido.
— ¿Tengo prometido?
—Sí, uno muy rico y que necesito tener de mi lado.
— ¿Lo amo? –Phillip se echó a reír.
—Definitivamente, no. Pero lo amarás porque te lo ordeno, y es lo que te conviene.
—Si es mi prometido, ¿por qué no fue a verme al hospital?
—Porque casualmente, te estrellaste ebria, bajo los efectos de la droga, y con tres hombres en tu coche. Está sumamente ofendido por ti. ¿Te parece razón suficiente? –Heather se mordió los labios y apretó sus dedos unos con otros.
—Lo siento.
—Pff, como si eso fuera a arreglar todo tu desastre. Vete a dormir. Quiero que vayas de compras y traigas ropa decente, que todo lo que tienes parece hecho a medida para provocarme una úlcera.
—Entiendo.
—Irás con Georgina, no me fío de ti.
— ¿No tengo amigas que me acompañen?
— ¿Amigas? No conoces ese término—. Y con esas palabras se alejó, subiendo por las escaleras curvadas que llevaban a la segunda planta, donde tenía su habitación. Había estado esperándola en la sala contigua al vestíbulo hasta que llegara.
Heather miró la espalda de su padre hasta que desapareció. No tenía amigas, su prometido la odiaba, seguramente ella odiaba a su prometido, su padre desconfiaba de ella y, además, había estado a punto de matarse en un accidente… ¿Qué tipo de vida llevaba Heather Calahan?
¿Y quién era ese Raphael? ¿Tendría que casarse con él en lugar de Heather?
Un dolor un tanto agudo se instaló en su pecho, pero aquello no se parecía al paro cardíaco que la catapultó a aquella locura, era más bien como un dolor en el alma. Había tenido de esos antes.
Conocería a su prometido el sábado. Dios quisiera que por lo menos pudiera llevarse bien con él. Estaba a punto de volverse loca.