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1041 Palabras
Narra Javier. —Hija, ¿qué te pasa? –dice una mujer desde otro lado de la sala. Entro donde está, la cocina. —Nada, ¿por qué? –cuestiono, tratando de parecer indiferente. Todavía no estoy acostumbrado a mi voz de nena chiquita. ¿Cuántos años tengo? Creo que por lo menos unos diecinueve. Hay olor a huevos revueltos y mi estómago suena. Me siento en un banco y mi supuesta madre me sirve. Me meto todo rápidamente en la boca, ¿nunca comió esta chica? La mujer me mira raro. —Llamó tu amiga Ana. Dice si puedes ir hoy a su casa, así van al concierto juntas –comunica. —¿Ana? Bueno –me encojo de hombros, ni conozco a esa chica–. ¿Dónde vive? —¿No te acuerdas dónde vive? Vas a su casa todos los días prácticamente. —Me siento perdido… digo perdida. ¿No me puedes llevar tú? —Bueno, pero entonces te llevo ahora porque me voy a trabajar más tarde. —Está bien, vamos. —¿Así vestida vas a ir? –me mira de arriba abajo y arruga la nariz, como si hubiese olido algo con mal olor. —Sí, ¿estoy feo? —¿Feo? –creo que casi se desmaya. —Oh no, fea. Fea quise decir –mierda, no puedo seguir pensando en que soy un hombre. Veamos cómo es esta tal Ana. Trato de sonreír. Llegamos a la casa de ella. Una chica morocha de ojos extremadamente grandes y de un color indefinido me abre la puerta. Siento que me enamoro, es hermosa. —¡Hola Mari! –me abraza. Yo la abrazo y pego su cintura a la mía, olvidándome que soy mujer. Al recordar esto me alejo rápidamente. Ella me mira con una ceja levantada. —Hola… Ana –digo. Ella ríe. —Pasa, mis padres no están. Mmm… sus padres no están. ¿Por qué me tuve que convertir en mujer? Me dan ganas de romper todo. —Ven, vamos a mi habitación. Tenemos que cambiarnos, menos mal que no trajiste ropa, así podemos vestirnos igual. —¿Para qué? –me muestro confundido mientras llegamos a su habitación. —Oye, estás rara. ¡Lo estuvimos esperando por meses! El concierto de nuestra banda favorita. —¿Imagine Dragons? –cuestiono, mencionando esperanzado a mi banda favorita. —¿Quiénes son esos? –rueda los ojos ¿No sabe quiénes son? Es para matarla– Estoy hablando de…–señala una foto en la pared de dos hombres jovenes y lindos– ¡Ayrisol! –abro los ojos bien grandes. —¡Ah que tonta! ¡Claro! La mejor banda del mundo –digo, aunque ni los conozco. Ella suspira aliviada. —Por un momento pensé que habías perdido la memoria. Se quita la ropa adelante mío y se queda en ropa interior, me está por agarrar un infarto. Recuerdo que las chicas a veces se cambian juntas y no les importa mirarse. —¿No te cambiaras tú? –pregunta. —Sí, solo… préstame ropa. Me pasa unas prendas idénticas a la de ella: jean ajustado con el símbolo del infinito en los bolsillos, camiseta hippie con mucho escote y zapatillas azules de una marca muy conocida. Me bajo los pantalones con miedo. —Amm... Mari. Estás manchada –dice. La miro asustado. —¡Ayuda! –grito. Se ríe. —No te preocupes, te presto algo mío. Me presta una de sus bragas y me agarra una vergüenza terrible. Después me cambio sin decir palabra y nos dirigimos al concierto… Narra Marina. Son las cuatro y media de la tarde, a duras penas entré a bañarme y solo lo hice con los calzoncillos puestos, ni loca voy a ver el cuerpo de un chico que ni conozco. Me pongo la primera prenda que veo, como seguramente hacen los hombres y estoy esperando a ese tal Luciano que me va a venir a buscar. Escucho ladridos desde algún lugar y resulta que debajo de la cama hay un perrito hermoso. —Hola pequeño —digo—. ¿Cómo te llamas? Vuelve a ladrar. ¿Podrá sentir que no soy su dueño? Un collar alrededor de su cuello dice “Garry”, lo acaricio y se queda tranquilo mientras me lame la cara. Tocan timbre, suelto a Garry y abro la puerta. —¿Te bañaste? –pregunta riéndose. —Sí, Luciano. ¿Por qué? –se pone serio. —Soy Agustín. ¿Estás bien? —Oh, sí. Solo estaba pensando en Luciano y se mezcló el nombre –miento —Ah… Él no pudo venir porque se quedó con Martín arreglando los micrófonos… Bueno, vamos. Se da la vuelta y lo miro. Madre mía, que trasero tiene este chico. Es muy nalgón, nunca vi a un chico así. Encima es lindo y está bueno. Tiene los ojos verdosos y boca carnosa, su pelo es castaño claro y es bastante musculoso. Subimos a su auto. Llegamos a un galpón que se parece más a un sótano. Dos chicos me saludan con palmadas en la espalda y me saludaron por el nombre de “Javier”. No sabía que me llamaba así, por lo que agradezco mentalmente a que me lo dijeran. —Hola… chicos. —¿Te aprendiste la canción? —pregunta uno de ellos, alto y de unos ojos azules hermosos. Me quedo paralizada, mirándolo. —Oh… sí. Supongo —contesto. —Hermano, hablas como gay. Empecemos a ensayar que ya es tarde –dice Agustín. Ellos se ubican y yo me pongo detrás de un micrófono libre. Siguen mirándome y yo miro al chico de ojos azules. Es tan lindo. Muerdo mi labio, es decir, el labio de Javier. —¿Better Man, sí? —dice otro. Éste es petiso, morocho, ojos chinos y con un peinado hacia atrás. —Ok —contestamos. Empiezan a tocar y yo no sé ni que hacer, pero muy dentro de mi cerebro me sale la canción. O sea que todavía tengo algunos recuerdos de este chico, todavía puedo recordar cosas. Sonrío. Este es un gran paso, espero que él recuerde mis cosas así no hace lío en mi vida.
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