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Las Hermanas Milkovich

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miedo
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intro-logo
Descripción

Las hermanas Milkovich han enfrentado la vida solas desde su adolescencia tras un fatal accidente que terminó con la vida de sus padres y consecuente a eso, el abandono de su hermano mayor.

Lina Milkovich ha sido prácticamente una madre para Ginger, y pensando que la pasará difícil sin verla después de que logra encontrar un trabajo que la mantendrá lejos de ella cada semana, aparece Joseph Broussard, un agradable bombero con una enfermedad que hará a Lina cometer locuras para que sobreviva a ello.

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Desconocido
Llegar temprano al trabajo nunca fue una de las principales virtudes que caracterizaban a Lina Milkovich; y eso que hacía todo lo posible por llegar a tiempo, pero parecía que correr no era siempre suficiente. Iba diez minutos tarde y esperaba que con suerte no se encontrara Travis, su jefe. Decidió tomar el callejón antes de la avenida principal como último recurso, pues no era un callejón conocido por su seguridad precisamente, pero le acortaría el camino. Olía a meados y vómito de borrachos, pero ya no podía retroceder si iba a medio camino. Afortunadamente, logró salir a salvo, el Betsy’s Pies estaba justo en la esquina, caminó mirando el reloj de pulsera en su mano derecha; quince minutos. Había roto su propio récord, ¡quince minutos y no treinta! Todo un logro. Justo al detenerse en el filo de la acera para cruzar, un golpe más o menos fuerte en el piso la hizo voltear. —¡Santo cielo! —exclamó alertada. Se acercó sin dudarlo al hombre que se había desplomado en plena calle, y se puso de rodillas a su lado. No respondía, estaba completamente desmayado y parecía tener fiebre. Un par de personas se acercaron, pero se mantuvieron de pie. —¿Necesita ayuda? —cuestionó una anciana. —No, creo que solo le dio por recostarse a tomar el sol ―dijo con evidente sarcasmo―. ¡Por supuesto que necesita ayuda! Que pregunta tan estúpida —renegó, y la mujer se fue refunfuñando alguna maldición—. Oye, ¿puedes escucharme? —Palpó con cuidado la mejilla del hombre, gruñó algo, pero con poca fuerza. Abrió los ojos, se veía un poco desorientado tratando de enfocarla, débil, y en verdad muy mal. Lina tomó su celular y marcó inmediatamente al novecientos once, pues nadie ayudaba realmente, solamente pasaban de largo o se detenían con el celular en sus manos. ―Oye, despierta. ¿Cómo te llamas? ―preguntó con afán en un intento de que el hombre permaneciera consciente hasta que la ambulancia llegara. ―Novecientos once, ¿Cuál es su emergencia? ―Es un hombre, señorita… ehm se cayó, parece inconsciente, ¿podría enviar una ambulancia por favor? Avenida principal… ―Se adelantó a notificar su ubicación. La operadora le aseguró que la ayuda ya iba en camino, y antes de colgar cuestionó a Lina si conocía al hombre, si iba acompañado, etc. El hombre se quejó y entreabrió los ojos recobrando la conciencia. Se encontraba muy débil, pero pudo apreciar a Lina como si fuera un sueño. Pasaron al menos diez minutos cuando el sonido de la ambulancia se empezó a escuchar cada vez más cerca. —Tranquilo, ya viene la ayuda —dijo tratando de calmarlo. —Gra… gracias —musitó con la voz débil tomando sin mucha fuerza la mano de Lina; apenas y le vio mover los labios. ―Tranquilo, estarás bien ―Suspiró sintiéndose mal por él. Y es que era comprensible, o al menos pensó en ese instante que, si en algún momento de su vida necesitaba cualquier tipo de ayuda emergente, le gustaría realmente recibirla y no ser el centro de entretenimiento de los curiosos que solamente servían para filmar con el celular. La ambulancia llegó, y los paramédicos bajaron preguntando si lo conocía. —No, yo… solamente estaba ahí y escuché el golpe, se desplomó así sin más… ―explicó con prisa y torpeza debido a los nervios del momento. —Okey, tranquila. Lo vamos a llevar al hospital, ¿cree que pueda venir con él? Al menos hasta que aparezca algún familiar —sugirió la chica que lo atendía sin interrumpir su trabajo. —¿Considera que sea prudente? ―cuestionó dudosa―. En realidad, no lo conozco. —Pero usted fue quién se detuvo a auxiliarlo. —Cierto… —Miró una vez más su reloj y echó un vistazo al Betsy’s Pies que de momento se veía tranquila la fluidez de comensales. El hombre empezó a reaccionar buscando con la mirada a Lina. Una vez que lo subieron a la camilla, Lina se acercó a la ambulancia y pudo notar su mirada de súplica cuando lo estaban subiendo. Ella tenía un corazón demasiado noble como para dejar a ese hombre solo, así que subió a la ambulancia con ayuda de uno de los paramédicos, y se sentó en un pequeño asiento a un costado de la camilla. Él estaba empezando a quejarse lentamente, se había dado un fuerte golpe en la cabeza. —Tranquilo, todo va a estar bien —Volvió a decirle tocando su mano, y para su sorpresa, él la giró como pudo para sujetar la suya en correspondencia. Él la miraba con agradecimiento y ella no lo ignoró. Su teléfono vibraba insistente en el bolsillo de su vestido, pero no vio prudente responder; se trataba de Mandy, su compañera del Betsy’s Pies. Una vez que llegaron al hospital, le pidieron rellenar los formatos de entrada, y aunque les repitió que no lo conocía le pidieron rellenar lo que pudiera. Su teléfono volvió a vibrar y respondió al ver que era su jefe; debía darle una explicación. —Lina, ¿no piensas venir? —cuestionó con seriedad, aunque curiosamente no se escuchaba molesto. —Lo siento, Travis. Estaba justo enfrente del Betsy’s y un hombre se desplomó, luego la ambulancia llegó y no pude dejarlo solo ―explicó de la mejor manera que pudo esperando que le creyera. —¿Me estás diciendo que estás en el hospital con un desconocido? —Sí, justo eso. Iré en cuanto vea si hay algún familiar que venga a quedarse con él, o si ya se encuentra mejor. Te prometo ir en cuanto salga de aquí, y terminaré mi turno completo. —Vale, no hay de otra. Espero que se resuelva. —Yo también, gracias Travis. —No es nada —Colgó y justo en ese instante una de los paramédicos se acercó a ella. —Él parece estar estable ―informó tranquila. —¿Entonces ya puedo irme? —El médico vendrá en cualquier momento. Sería mejor que esperaras. Nosotros sí tenemos que irnos ya. —De acuerdo. —Oye, eres una gran persona. No cualquiera se detiene a ayudar en estos días, suelen grabar los acontecimientos con sus celulares y ya es mucho lo que piensan que hacen. Lina sonrió despidiendo a la paramédica, y se sentó en una de las sillas que había en la sala de espera. Su teléfono nuevamente le anunció otra llamada, era su hermana. ―¡Lina! ―exclamó con mucha emoción del otro lado de la línea. ―Hey, ¿qué sucede? Te escuchas animada. ―Conseguí el trabajo. Justo ahora están por darme instrucciones, tuve que mentir para poder llamarte. Solamente quería darte la buena noticia. ―Eso me parece genial ―respondió emocionada―. ¿Llegarás entonces en la noche? Podemos ir por unos tragos y festejar. ―Eso estaría genial. Uh, tengo que irme, me están llamando. Te cuento todo en la noche —Ni siquiera había respondido cuando su hermana cortó la llamada. —Buenos días —saludó un doctor—, ¿usted viene con el señor Joseph Broussard? —Si es el hombre que ingresó no hace mucho con los paramédicos, sí, venía con él. —¿Es usted familiar de él? —No, se lo dije a los paramédicos y a la señorita que me entregó las formas para su ingreso. Yo lo auxilié en la calle, pero no lo conozco. —Bueno, lamento decirle que el protocolo nos permite solamente darles información a los familiares, pero en vista de que no hay nadie... solo puedo decirle que está estable y consciente. Puede irse tranquila. —Oh… De acuerdo. ¿Puedo dejarle mi número por si surge algo, cualquier cosa? —Claro, pase con la señorita de la recepción que le entregó la forma de entrada, y pídale que la registre. Si no se presentara algún familiar y el paciente lo decide, le llamaremos si es necesario. —Muy bien. Ella hizo lo que el médico le dijo y se retiró no sin antes echar un vistazo a urgencias por las puertas de cristal que dividían de la sala de espera. Podía verlo hablando animadamente con la enfermera. Era un hombre muy guapo si lo miraba con detenimiento, podía notarse que era más joven de lo que la abundante barba en su cara dejaba ver. Se fue del hospital y tomó un taxi hacia su trabajo. No era un lujo que pudiera darse, pero con suerte y lo recuperaba con las propinas. Una vez en el restaurante, se apresuró a checar la entrada saludando a todo el que se encontraba a su paso. —Mandy —Se acomodó tras la pequeña ventana donde solían pasarles los platillos al tiempo que saludaba a su compañera. —Hola, Lina —Atrapó entre sus manos su delantal una vez que Mandy se lo lanzó, y se lo puso tan pronto como pudo—, atendí una de tus mesas. Agradece que aún no llega más gente. —¿Y Travis? —cuestionó con preocupación asomándome por esa misma ventanilla. —No lo sé. Salió con urgencia y no dijo más excepto que más tarde regresaba. Mencionó que ayudaste a un desconocido. Vi la ambulancia enfrente, ¿en verdad te fuiste con él? —Sí. No podía dejarlo solo, ni siquiera estaba consciente el pobre hombre —Terminó de abrocharse el delantal y respiró profundo. —Hiciste tu buena obra del día. —Eso creo —La campanilla de la puerta sonó anunciando un nuevo cliente que se sentó en una de sus mesas, así que corrió a atenderlo. Tomó la orden del cliente, la dejó en la ventanilla, y se acercó a una de las mesas que ya había atendido Mandy. —Lina, llegamos tarde hoy ¿eh? ―El señor Benji era un hombre mayor de edad que iba al Betsy’s cada mañana a tomar su desayuno de lunes a viernes después de dejar a su nieto en la escuela, y permanecía ahí leyendo el periódico hasta que tenía que ir a recogerlo. —Buenos días, señor Benji. Las desventajas de no tener auto. Mi sueldo aquí apenas me da para pagarle a mi casero —Se acercó un poco a él y susurró—: no le diga a mi jefe. ¿Le traigo algo más? —Tranquila, Lina. No se lo diré. Un poco más de jugo, por favor. —Genial. Mañana le daré un waffle extra. —Hum, guardar secretos me gusta. —Tiene sus beneficios ―Le guiñó su ojo derecho antes de retirarse—. Enseguida le traigo su jugo. —¡Orden quince! —gritó Mickey desde la pequeña ventana. —Toma, la quince es tuya —Lina tomó el plato de la mano de Mandy y con su otra mano la jarra de jugo—. Es de la mesa cuatro. —¿Y Shonda? —cuestionó por la novedad de su ausente compañera, pues sus mesas eran de la cinco a la ocho. —Se reportó enferma. Descuida que yo me hago cargo de la uno y la dos. A menos que quieras cambiar. —Estoy bien así, serán más propinas por hoy. —Como quieras —Asintió y llevó el plato a la mesa cuatro. ―Buenos días, su orden. ¿Desea algo más? ―En cuanto el comensal le confirmó que de momento estaba bien, pasó con el señor Benji a rellenar su vaso con jugo, después se escuchó nuevamente la campana de la puerta; era Henry Berkowitz y su compañero Dylan Bell. Henry era uno de los oficiales que cuidaba en esa zona de Sparkle City y que, constantemente coqueteaba con ella esperando que un día aceptara salir con él. ―Buenos días, Henry. Dylan ―saludó también a su compañero―. ¿Lo de siempre? ―Lo de siempre, nena. ―Enseguida lo traigo ―avisó y se retiró para pasar su orden. Una vez que estuvo lista la orden fue a la mesa a dejarla sirviéndoles café a los oficiales. —Esta noche iremos al bar de siempre, ¿crees que esta vez sí puedas aceptarme un trago? ―inquirió Henry. —No lo creo, es noche con mi hermana. Pero tal vez te vea por ahí. —¿Cuándo vas a decirme que sí? —No me gusta dar falsas esperanzas, te lo he dicho. —No me dejas hacer méritos siquiera. —Debo atender mesas ―señaló cortésmente con una amigable sonrisa―. Espero que te guste. Regresó a su trabajo, y el día se le fue entre limpiar y atender mesas. Mandy se fue mucho antes que ella, además Travis le pidió por medio de un mensaje quedarse al cierre. La noche cayó y Ginger le dejó un mensaje diciendo que ya iba camino al bar. Justo cuando estaba tomando sus cosas, vio llegar a Travis acompañado de un hombre al que no prestó atención, pues estaba más concentrada buscando su tarjeta de chequeo. —Gracias por doblar el turno —dijo Travis una vez parado a lado de ella. —Descuida, no fue nada. Al contrario, te debo una disculpa por no reportarme enseguida. —Sí, sobre eso. ¿Supiste quién era el hombre al que ayudaste? —Ambos caminaron a la parte delantera del restaurante después de que ella checara su salida en la tarjeta. —No, pero se veía bien. Dijeron que ya estaban localizando a los familiares. —Ya veo. Lo que hiciste fue algo realmente honorable, Lina. Hay algo que debo decirte. —Creo que, cualquiera pudo haberse detenido, además no hice mucho en realidad, solo me detuve para llamar a la ambulancia. —Lo cual no era verdad, pues sabía que con solo haberse detenido era mucha ayuda cuando la mayoría se pasaba de largo. —Y te quedaste con él. No te fuiste hasta que te aseguraste de que estaba bien —Lina arqueó una ceja extrañada por sus palabras. ―¿Cómo sabes que…? ―quiso preguntarle cómo es que lo sabía, pero se interrumpió deteniéndose en seco al ver al mismo hombre del que hablaban, parado justo a un lado de la entrada. Eran esos mismos ojos verdes que en la mañana le agradecían por la ayuda. Su corazón se aceleró haciéndola sentir un intenso calor recorrer su cuerpo de pies a cabeza.

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