Capítulo 6: ¿Cómo hacer el amor a una fea?

1175 Palabras
Grecia sintió los labios de Egan rozando los suyos, quiso escapar, pero él más insistió, todo su cuerpo estuvo sobre ella, era imposible, un calor impregnó, su lengua abrió paso por su boca, la acarició, el beso apremió. El corazón de la chica latió con rapidez, sintió un miedo, que era reemplazado por una sensación de goce de la que quiso escapar asustada, no quería sentir como su cuerpo reaccionaba a ese hombre como si lo deseara. Egan estaba demasiado borracho, disfrutó de ese beso, cada vez que la chica lo rechazaba, él se excitaba, quería más, rendirla a besos era muy placentero. Detuvo el beso y escuchó como un gemido escapó de sus labios. —Grecia… patito feo… Ella reaccionó, le dio un fuerte empujón y con su rodilla propinó tal golpe en los testículos, que el hombre cayó al suelo casi chillando de dolor. —Patito feo será tu bisabuela, eres tan mujeriego que seguro besarías a una escoba con falda, ¡me das asco! —exclamó la chica y lo empujó para que cayera. Egan cayó al suelo, ella sonrió. —Ahora estás donde mereces, a mis pies. Él la miró caminar a la puerta, pero antes de irse, ella le mostró el dedo de en medio y le mostró la lengua. La chica salió de la habitación dando un portazo, se echó a correr, Egan se quedó donde estaba, retorcido de dolor, y la maldijo entre dientes. Cuando Grecia bajó hasta llegar con su nana, ella estaba en un rezo, pero dejó de hacerlo para abrazarla. —¡Tuve tanto miedo por ti, mi niña! Creí que ese hombre ebrio te tomaría de una mala manera. —Nana Pía, a mí nadie me va a lastimar, no sin pelear, y creo que ese tipo tendrá un moretón entre las piernas. —¡Hija! Grecia rio. —Se lo tiene muy merecido, nanita, ahora vamos a dormir, pero, antes, revisaré tu presión arterial. Grecia tomó el baumanómetro, y se dio cuenta de que la presión arterial de su nana era elevada, le dio una pastilla, la mujer se recostó. Grecia estuvo a su lado, hasta que la mujer se durmió. La joven se levantó y miró por la ventana, los vastos jardines, el cielo azul marino con estrellas brillantes, pero era la ciudad, ella extrañaba Catalia, el rancho, los prados enverdecidos, el sonido de los animales, supo que, si algún día volvía, no sería nunca más la misma mujer. A la mañana siguiente. Egan despertó de pronto, vio la luz de sol colándose por las ventanas, se enderezó, aun sentía un ligero dolor en la entrepierna, no se emborrachó tanto para no saber nada de él, eso significó que recordó cada cosa que hizo ayer. Se quedó pensativo, tocó sus labios. —¡Ayer besé a Patito feo! ¡Maldición, besé a una fea! ¡Qué asco! —exclamó Se levantó y fue al baño, se desnudó, se miró al espejo. «Si ese patito feo no me hubiese detenido, ¿hasta donde hubiese llegado? ¡Fue culpa del maldito alcohol! Yo nunca la hubiese tocado, ¡nunca!», pensó Los recuerdos vinieron a él, despacio, uno tras otro, recordó sus labios cálidos, la forma en que lo rechazaba, su propia insistencia. Sintió como su sangre se calentó, negó agitando su cabeza. —¡Tonterías! Entró a la regadera, se dio un baño con agua fría. Mansión Montenegro Zafiro envió el vestido y a un maquillista a la casa de Las moiras, aquella casa vieja fue la primera casa en la que los Montenegro vivieron, y luego se mudaron a la mansión de plata. La mujer salió al jardín, observó a Mario Molina recién llegado, se escondieron tras una columna, y él aprovechó para darle un largo beso, y tocar su trasero con sensualidad. —¡Basta! Faby está en casa, puede vernos. —¡Ay, por favor, ese viejo ya ni ve! —Sí, pero la niña está aquí, no quiero que vaya a vernos. —¿Nía está aquí? Pensé que volvería con las monjitas, por cierto, que graciosa se ve con su hábito, parece tan… dulce —dijo con una mirada burlona, y mordió su labio inferior. —No te burles, luego de lo que le pasó, mi niña no ha podido recuperarse, nunca lo hará. El hombre bajó la mirada, quiso cambiar la conversación de inmediato. —¿Y cómo crees que le vaya a tu querido junior? —Ay, ni me digas, con esa fea, mi pobre niño seguro la pasó terrible. —Bueno, tu hijo es un mujeriego, quizás no la pasó tan mal después de todo. —¡Cállate! Ahora lo único que importa es averiguar lo de la herencia de Grecia Palmeri, averigua con ese abogado de que depende que mi hijo herede la fortuna de Grecia cuando muera. El hombre abrió ojos enormes. —Entonces, ¿vas segura, mujer? ¿Quieres matar a la fea? —Quiero que mi hijo herede su fortuna, para eso necesitamos un c*****r —ella dio una palmada suave a su mejilla—. Pero, yo no me ensuciaré las manos, querido, para eso estás tú. La mujer sonrió, se alejó de él. Nía estaba con su padre. —No quiero que te vayas, hija, ¿de verdad quieres seguir con esto? —Si, padre, mi llamado es a Dios, seré religiosa. Fabian se acercó a ella, acunó su rostro. —Si es tu decisión lo aceptaré, pero me duele, porque siento que tu decisión no es porque la quieras, si no por lo que pasó… Nía bajó la mirada temerosa. —No quiero hablar de eso, papito, debo irme. Él besó su frente, Zafiro entró. —¿Ya te vas, Nía? No debes irte, hija, piensa lo que haces, ¡no puedes arruinar tu vida! ¿Qué dirá la gente? Nía puso ojos en blanco, hastiada de esa pregunta, que no le importaba. —Lo que la gente diga o no, no me importa, madre —sentenció Nía, le dio un dulce beso, y se despidió. Salió de la mansión y ya estaba un taxi esperándola, miró de reojo para encontrar a Mario Molina, quien hondeó la mano diciendo adiós. Nía también le dijo adiós con una falsa sonrisa, sin embargo, por una extraña razón que ni ella misma entendía, ese hombre no le agradaba para nada. Casa de Las moiras. Egan desayunó en el jardín, cuando terminó su comida, se quedó un momento ahí, vio a Jacques llegar, su gran sonrisa le causó repulsión. Se sentó a su lado, pidió que le trajeran algo de comida, como si fuera un huésped más, pero, no le causó interés, él siempre era así. —¿Y qué tal la luna de miel? ¿o debería decir, luna de hiel? Egan rodó los ojos. —¡Cállate que me duele la cabeza! —¿Te emborrachaste? Y dime, ¿Qué tal es el sexo con una fea? —exclamó con una sonrisa blanca de burla. Egan le miró con ojos estupefactos.
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