—No acepto.
El bullicio y los murmullos se escucharon por todo el recinto al escuchar la respuesta de la novia a la pregunta del sacerdote.
Angelo parpadeo varias veces al escuchar aquella sencilla respuesta que estaba rompiendo su pequeño mundo feliz y perfecto que hasta hace unos minutos creyó tener.
—¿Qué…?
Preguntó incrédulo, mientras la vergüenza se filtraba en su cuerpo, al comprender que ella hablaba muy enserio.
—Lo siento, Angelo, de verdad que lo siento, pero no puedo casarme contigo. Me he dado cuenta tarde de que no eres tú el hombre que amo.
Angelo frunció el ceño y se levantó despacio, para ver al sacerdote que parecía estar en completo shock ante lo que sucedía en la iglesia.
—¿Qué te has dado cuenta tarde que no soy el hombre que amas? ¡¿Pero qué demonios te pasa?! —exclamó furioso, por mucho que deseaba controlar sus emociones le era imposible, se sentía burlado por la mujer que más había amado en su corta vida.
—Estoy enamorada de él —soltó mirando hacia la banca de la primera fila, donde Jack Black se encontraba sentado. Angelo dirigió su mirada hacia su mejor amigo, quien apartó la mirada con culpa y vergüenza.
—¿Qué…? —Parecía un tonto al volver a repetir aquella pregunta.
Los presentes empezaron a abandonar la iglesia al comprender que no tenían nada que opinar en esa historia. Entretanto otros hicieron lo suyo con fotos y videos para inmortalizar aquel vergonzoso suceso en la vida del joven Angelo O’Connor.
—Que estoy enamorada de él —volvió a repetir Maya, alejándose dos pasos de Angelo, buscando al hombre que hasta hace unos segundos era su mejor y único amigo.
—¿Jack? —preguntó con un nudo en su garganta, aún tenía la esperanza que esto fuera solo una broma de mal gusto, de esas que Jack solía gastarle de vez en cuando, pero…
—Lo siento hermano, en verdad no quise que esto sucediera así, pero no pude evitarlo —expresó Jack con vergüenza, había traicionado a su amigo y no creía que alguna explicación le sirviera a Angelo para aplacar su enojo.
—¡Maldito seas! —exclamó ardiendo en enojo —. No quisiste evitarlo que es muy diferente, sabías que Maya era mi novia, sabías de sobra que estaba enamorado de ella como un idiota y te valió p**o —añadió apretando las manos en dos puños, porque no creía ser capaz de contenerse y no golpearlo allí mismo.
—Por favor, están en la casa de Dios —exclamó el sacerdote indignado, tras recuperar la voz.
Pero Angelo estaba demasiado enojado, dolido y herido para poder controlar su temperamento, debido a la ira nacida de la traición de las dos personas que más quería.
—¡Tú! —exclamó señalando con el dedo a Maya que no dejaba de llorar—. Pudiste haberme evitado la vergüenza y esta humillación antes de hacerme venir hasta el altar para escuchar tú, «No» —añadió apretando los labios en una línea recta, la mandíbula se le marcó haciendo que sus facciones se hicieran mucho más varoniles debido al enfado que sentía, tenía sólo diecinueve años y creía que tendría una vida feliz, una esposa y una familia a la cual llamar suya, pero se había equivocado terriblemente.
Sonrió para sí, solo había sido un idiota que había creído en el amor de una mala mujer que a la primera lo había traicionado con su mejor amigo.
—Dime Maya, dime… ¿Cuánto te has divertido a mis espaldas? ¿Cómo fingiste tan bien todo este tiempo? ¡¿Por qué continuaste con los planes de boda preparando cada maldito detalle como si realmente deseabas casarte?! —explotó finalmente en una serie de preguntas que la joven novia no podía responder.
—Lo siento Angelo, yo, realmente no tengo justificación —aceptó bajando el rostro. Su cuerpo temblaba entre sollozos, realmente apreciaba a Angelo, habían sido buenos amigos desde niños, pero su corazón se había confundido y finalmente a sólo semanas de la boda, se había dado cuenta de sus verdaderos sentimientos y saberse correspondida por Jack le hizo tener esperanzas, pero también le había faltado el valor para decirle a Angelo lo que ocurría. Y no fue hasta escuchar la pregunta del sacerdote que tuvo el valor para decir «no».
—¿Crees que un lo siento lo arregla todo? —preguntó sintiéndose un verdadero imbécil por no haberse dado cuenta de lo que sucedía entre ellos desde el principio. Pero había sido un ciego. «El amor te hizo ciego y estúpido» le incordio su conciencia, haciendo que el enojo creciera en su interior hasta convertirse en el más puro odio, un sentimiento que hasta ese día había sido desconocido para él.
—Angelo…
—Los odio —espetó apretando los dientes. Había tanta tensión en ellos, que por un momento creyó se los partiría.
—Angelo… —pronunció Jack dando un paso hacia el hombre enfurecido.
—¡Creí que eras mi amigo, mas que mi amigo te consideré siempre mi hermano y ahora me traicionas como si nuestros lazos nunca hubiesen sido importantes! —gritó exasperado.
—No pude evitarlo Angelo —se disculpó Jack.
—No me parece que lo hayas intentado mucho, pero está bien quédate con ella y olvídate que un día fuimos amigos.
Con aquellas palabras el joven Angelo O’Connor abandonó no sólo la iglesia sino también su pueblo natal en Seattle para trasladarse a la ciudad de Nueva York, poniendo la mayor cantidad de tierra por medio.