Capítulo 1. Noticia inesperada

1785 Palabras
Los rayos del sol se filtraron por el gran ventanal del lujoso Penthouse, Angelo llevó uno de sus brazos hacia su rostro para evitar la molesta y cálida caricia del astro rey. Gruñó al sentir el calor abrazar su piel, la cabeza le zumbaba como si miles de legiones marcharan a la guerra al sonar del cañón, claro que no podía esperar nada mas, luego de la borrachera de la noche anterior con motivo de celebrar sus treinta años de vida. Volvió a gruñir y esta vez fue con más ímpetu al escuchar el estrepitoso sonido de su móvil, «¿Es que no podía tener un día libre?» pensó, mientras cogía su móvil para contestar y callar el infernal aparato de una vez por todas. —Espero que tengas una buena maldita razón para despertarme tan temprano, Donovan —gruñó apenas contestó la llamada de su abogado y amigo. «No me atrevería a llamarte si no tuviese una jodida buena razón, te conozco y no me arriesgaría contigo, pero… hay una emergencia en Seattle y requiere de tu atención» El cuerpo de Angelo tembló al escuchar el nombre de su ciudad natal, desde que había abandonado Seattle se había negado a saber nada de lo que allí ocurriera, pero tal parecía que sus deseos importaban una mierda a quien quiera que necesitaba de su presencia, pero él no tenía familia allí, no tenía amigos, no tenía nada. —No tengo nada importante en Seattle que pueda requerir mi atención, déjame dormir en paz —pronunció tratando de apartar el dolor que nació en su corazón. Se regañó así mismo por permitir que el pasado tuviese aún el poder de herirlo, habían pasado once años, ¡once malditos años para dejar que le siguiera doliendo! «Estaría completamente de acuerdo contigo, pero… ha sucedido una tragedia, es Jack y Maya, han sufrido un accidente, ellos…» Donovan hizo una larga pausa que para ese momento le resultó insoportable a Angelo. —¡¿Ellos qué?! ¡Termina de hablar de una maldita vez! —gritó y rápidamente se arrepintió cuando el dolor se volvió mucho más intenso. «Ellos… han muerto» El alcohol, el dolor y todo lo demás abandonó el cuerpo de Angelo ante la noticia recibida. De repente se sintió perdido en el espacio y todo desapareció a su alrededor. Su cuerpo tembló y sabía perfectamente que nada tenía que ver con la resaca, sino porque sin darse cuenta, de sus ojos se derramaron unas cuantas lágrimas al asimilar la trágica noticia. Habían pasado once años desde la última vez que había llorado y la razón habían sido precisamente ellos, esa misma pareja que habían convertido el día más feliz de su vida en un maldito infierno al ser plantado en el altar. «Angelo, ¿sigues ahí?» La voz preocupada de Donovan le hizo volver a la realidad, una terrible realidad que lo golpeaba a guante limpio. —Sí, ¿sabes lo que les ha pasado? —preguntó mientras abandonaba la cama para sacar un traje sastre de su closet. «Al parecer fue un accidente aéreo, ellos volvían de Washington, no sé mucho, el abogado de Jack se ha comunicado conmigo esta mañana y no me ha dado mayores detalles a excepción de solicitar tu presencia de inmediato, puedo acompañarte si lo deseas» Angelo se quedó pensando, dudó por un momento en aceptar o no el ofrecimiento de su amigo, pero como abogado podía llegar a necesitarlo, no sabía exactamente los motivos por el cual el abogado de Jack, solicitaba su presencia, así que decidió que tener a Donovan a su lado era una buena idea, era el único que podía ayudarlo en todo caso. —Te espero en el aeropuerto en una hora —dijo cerrando la llamada sin esperar respuesta de su amigo. Trató de apartar los pensamientos y preguntas que llegaban a su cabeza, pero no fue tarea fácil. Se sentó de nuevo sobre la cama por un momento, tratando de procesar la noticia, algo en él se resistía a creer que esto fuera verdad, quizá ellos aún estuvieran con vida y solo necesitaban que cancelara la cuenta de hospital o algo. En realidad, no sabía nada de sus vidas y tampoco había estado interesado, pero entonces «¿Por qué acudía al llamado? Nada lo obligaba a asistir, no tenía ningún lazo de amistad con ellos, no eran nada, ni siquiera enemigos» pensó con frialdad. Se levantó con brusquedad y se dirigió a la ducha para darse un rápido baño de agua fría que le ayudara a espabilarse la sensación extraña que se había alojado en su cuerpo y convencido de que al mal paso había que darle prisa se vistió rápidamente, para luego coger sus llaves y dirigirse al aeropuerto. Una hora después abordaba el avión privado a Seattle en compañía de Donovan. —Quizás no deberías asistir, puedo hacerme cargo de todo si el problema es legal —se ofreció segundos antes de despegar del aeropuerto Internacional John F. Kennedy. —No, sea lo que sea lo enfrentaré. No tengo porque seguir huyendo, fueron ellos quienes traicionaron mi confianza, son ellos quienes no debieron pedir mi presencia en Seattle —le respondió tratando de creer en esa seguridad que demostraba a su amigo. Donovan no insistió, pero algo le decía que lo que se encontrarían en Seattle posiblemente cambiaría la vida de Angelo para siempre y no estaba lejos de la verdad. Seis horas después, Angelo ocultó el temblor de su mano al sostenerse del pasamanos al descender del avión, su corazón latió fuerte dentro de su pecho haciendo que los latidos se volvieran irregulares como si tuviese una enfermedad cardíaca. Luchó para apartar los recuerdos que a su mente llegaron, los momentos que compartió con Maya y Jack antes que todo se arruinara entre ellos, gruñó bajo al darse cuenta que era una mala idea haber salido corriendo de Nueva York, quizás debió pedir a Donovan se hiciera cargo de todo. Pero ya estaba allí así que haciendo caso omiso del cúmulo de emociones que le embargaron se ajustó el abrigo al sentir la ligera llovizna, parecía que el cielo lloraba por él. Con un gesto le indicó a Donovan el auto que había rentado para conducir hasta Capitol Hill, a la oficina del Abogado de los Black.  Angelo permaneció inquieto, el abogado Smith parecía no estar en la oficina y su secretaria estaba tratando de localizarlo desde que llegaron hacía casi tres horas, pero parecía que sus esfuerzos eran infructuosos. —Esto no parece ser importante, me dirigiré a un hotel y que sea él quien me busque —espetó mirando el reloj de pulsera por enésima vez. —Supongo que debe ser un hombre importante y debe tener muchas cosas que arreglar en cuanto al funeral de los Black —respondió Donovan sin alterarse. Angelo gruñó una vez más, ya hasta había perdido la cuenta de las veces que llevaba haciéndolo, cuando finalmente el abogado se dignó a hacer acto de presencia. —Lamento hacerlo esperar señor O’Connor, pero esta ha sido una verdadera tragedia y sin ningún familiar para hacerse cargo de los trámites, como comprenderá. Angelo no comprendía nada y el hombre rechoncho de aproximadamente sesenta años no iba a explicar. —Hazte cargo y entra a la oficina cuando te lo indique —habló el abogado a su secretaria para luego abrir la puerta e invitarlos a pasar. —Por favor tomen asiento —pidió amablemente el hombre, mientras él hacía lo mismo, colocando su portafolios sobre el escritorio con un gesto cansado. —Vaya al grano —habló Angelo con rudeza. —Gracias abogado Smith, soy Donovan Montgomery, el abogado del señor O’Connor. He sido quien ha atendido su llamada esta mañana —declaró ante la exigencia de Angelo, quien parecía querer salir corriendo de la oficina. —Lamento haberles hecho viajar con premura, pero la situación lo ameritaba, me he hecho cargo de todo lo relacionado con el traslado de los cuerpos y el sepelio del matrimonio Black —hizo una pausa para dirigir su mirada a Angelo que parecía haber perdido la capacidad del habla —. Han sido enterrados esta mañana en Lake View Cemetery, tal como era el deseo de la pareja, no tenía la seguridad de que usted fuera a acudir de lo contrario yo habría esperado… —No entiendo el motivo de su llamada señor Smith —dijo Angelo en tono gélido, había volado seis horas hasta Seattle y había recorrido veintitrés minutos en automóvil para llegar a Capitol Hill, para «¿Qué?» se preguntó, luego de escuchar al abogado. «¿Qué sentido tenía haber llegado si finalmente ellos habían sido ya sepultados?» —Verá señor O’Connor. —Angelo —interrumpió nuevamente al abogado—. Solamente Angelo —añadió tanto formalismo le estaba provocando ansiedad. —Bien, como le decía señor Angelo —continuó el abogado, haciendo que el enojo naciera en el cuerpo de Angelo, pero esta vez no se molestó en interrumpirlo, escuchó cada cosa que él tenía para decirle, con el fin de terminar de una jodida vez con todo el asunto y volver a Nueva York de donde no debió salir, prácticamente atravesó el país de punta a punta para escuchar cosas en las que no tenía ningún interés. —El señor y la señora Black han confiado plenamente en usted y lo han nombrado heredero de su pequeña fortuna y su más grande tesoro —mencionó el abogado mientras extraía algunos papeles de su portafolio. Angelo frunció el ceño, él no necesitaba dinero y mucho menos procediendo de ellos, nada borraría el daño que le habían causado en el pasado y nada devolvería a la vida su corazón muerto. —Creo que solamente he perdido mi tiempo señor Smith, no estoy interesado en nada que tenga que ver con ellos, haga usted lo que crea mas conveniente con ese dinero, dónelo a los asilos o casas hogares que lo necesiten —espetó poniéndose de pie, no le encontraba ya sentido permanecer sentado frente al abogado, no había nada más que decir. Quizás en el fondo se lamentaría no haber dejado una flor sobre sus tumbas, pero tampoco le quitaría el sueño ese hecho, era tonto y contradictorio, pero esta era la última vez que pensaría en ellos, esta sería la última vez que escucharía su apellido, a partir de ahora todo quedaría en el pasado, muerto y enterrado. —Creo que no me he sabido explicar señor Angelo, pero usted no puede renunciar a la fortuna de la familia Black. Usted es el albacea y guardián de ese dinero, junto a la tutela completa de la pequeña Mia Black.
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