Angelo pocas veces en la vida se había podido quedar callado y esta era una de ellas, su mente era incapaz de procesar las palabras del hombre frente a él. «¿Albacea? ¿Tutela? ¿Pequeña? ¡¿Qué demonios…?!» gritó su cabeza al escuchar el clic de lo que aquello significaba.
—¡Imposible! —exclamó apartando la silla con violencia, se mesó los cabellos y caminó de un lado a otro, como si eso fuera a ayudarle a digerir las cosas.
—Fue la última voluntad de los señores Black, de hecho, desde el día que la pequeña vino al mundo decidieron ponerlo a usted como su tutor, en caso de que ellos llegasen a faltar, quizás nunca llegaron a imaginar que sucedería tan pronto —continuó hablando el abogado, pero Angelo ya no prestaba atención.
Angelo pensaba que Maya y Jack lo odiaban tanto, ¿Por qué dejarle a él la tutela de su hija, cuando no tenían ningún tipo de relación o contacto? ¿Quién era tan loco para hacer algo así?, sus pensamientos fueron entremezclándose, mientras Donovan hablaba con el anciano.
—¿Está usted diciendo que mi representado es el único responsable de la pequeña hija de la familia Black? —preguntó Donovan sorprendido.
Angelo no pudo evitar reírse, todo era una verdadera estupidez, ellos no habían muerto y mucho menos le habían dejado a cargo a una pequeña, debía ser toda una maldita broma, ¿Verdad?, pero las palabras del hombre le dieron un nuevo golpe.
—Es así, Mía tiene apenas once años. Ha perdido a sus padres al mismo tiempo, no puedo siquiera imaginar por el dolor que ella debe estar pasando, tener una mano amiga y el amor de la persona en quienes sus padres confiaron para dejarla, debe ser un aliciente para ella —continuó el abogado, sin imaginarse todo lo que aquellas palabras despertaron en Angelo, pero no pudo objetar nada más, pues la puerta se abrió atrayendo su atención.
El corazón de Angelo se detuvo momentáneamente al ver a la pequeña, era una copia exacta de Maya.
—Mía, acércate —pidió el hombre y Mía obedeció y caminó con el rostro agachado y los hombros hundidos.
—Él es el señor Angelo O´Connor y a partir de hoy vivirás con él.
Mía sollozó al escuchar las palabras del abogado.
El corazón de Angelo se apretó fuerte dentro de su pecho, pues aún tenía la esperanza de que todo esto se tratara de una maldita broma, pero escuchar el llanto de la pequeña le dijo claramente que no era así.
—¿No hay nadie quien pueda cuidar de ella? —preguntó Angelo incapaz de apartar la mirada de la pequeña.
—Me temo que no señor O´Connor, es usted la única persona que puede hacerse cargo de ella, si renuncia ella terminará en una casa hogar y todos sabemos lo que puede ocurrirle si eso sucede —dijo con pesadumbre el hombre mayor.
Angelo buscó la mirada de Donovan, pero al parecer su abogado seguía sorprendido por el giro drástico que había tomado la situación.
—Tengo que leer los documentos y estudiarlos —fue la única respuesta que abandonó los labios de Donovan, cabía decir que en efecto si la niña no tenía ningún pariente cercano vivo y Angelo renunciaba a la custodia, los próximos años ella podría terminar en una casa hogar.
Mía observó a los hombres discutir acerca de lo que sucedería con ella en caso de que su tutor no quisiera hacerse cargo de ella. «¿Ninguno de los «adultos» podía pensar en lo difícil que estaba siendo todo este proceso para ella?», pensó. El corazón le dolía tanto que creía que no sobreviviría sin sus padres, ellos habían sido su mundo entero, nunca habían estado separados y si no hubiese sido por los exámenes que debía presentar en el instituto, seguramente ella también estaría muerta, por un momento cerró los ojos y pensó que eso habría sido lo mejor. Se había quedado sola en el mundo, sin nadie que fuera capaz de quererla de verdad.
Mía levantó la mirada para ver las facciones del hombre, su mandíbula estaba tensa y sus manos apretadas en dos puños, como si deseara golpear algo o alguien. Bajó el rostro y cerró los ojos antes de hacerse notar.
—No puede obligarlo a aceptarme, señor Smith —susurró, pero ninguno de los hombres pareció escuchar su voz, pues continuaron enfrascados en la discusión donde ella era la principal actriz.
—No puedo quedarme con ella, no tengo una maldita idea de cómo…
—¡No soy una cosa, soy una niña que acaba de perder a sus padres! —explotó Mía entre lágrimas y sin más salió corriendo por la misma puerta por la que había entrado, haciendo caso omiso de los gritos del abogado.
—¡Maldita sea! —gruñó Angelo antes de salir corriendo tras la pequeña mocosa.
—No sé lo que los señores Black pensaban al dejar la custodia de Mía a un hombre como el señor O´Connor —susurró al abogado quien no se molestó en salir a buscar a la pequeña.
—Créame que yo tampoco puedo comprender esa decisión.
Donovan cogió los papeles, era evidente que el viejo abogado no iba a involucrarse más en el asunto, para él seguramente cumplir con el sepelio y contactar con Angelo para entregar a la pequeña, era todo su trabajo. Salió de la oficina y subió al auto, esperaría a su amigo allí, él no conocía Seattle por lo que no tenía sentido correr por las calles y terminar perdido.
Los pequeños pies de Mía corrieron en dirección al cementerio, solo allí podía encontrar la paz para el tormento que aquejaba su pequeño corazón.
—¡¿Por qué tuvieron que irse?! —gritó en medio de sus lágrimas, mientras las ligeras lloviznas empezaban a empapar sus ropas.
Angelo pasó el nudo que se había formado en su garganta al ver a la pequeña llorar desconsoladamente, pensó que se marcharía de Seattle sin pisar aquel lugar, pero ahora estaba allí, frente a la tumba de Jack y Maya, ni siquiera muertos fueron capaces de separarse. «¿Era así de grande el amor que sentía el uno por el otro?» se preguntó, tratando de suprimir los recuerdos del pasado, su dolor y su vergüenza.
—Deja de llorar, ellos no volverán.
El cuerpo de Mía se estremeció ante la rudeza del hombre, pero no se giró continúo de rodillas frente a la tumba de las dos personas más importantes de su vida.
—He dicho que…
—No estoy sorda, señor, le he escuchado perfectamente —sollozó —. Pero estas personas eran mis padres, lo único que conocía en la vida, la única fuente de cariño y amor que tenía. Y los he perdido, ¿Sabe usted lo que se siente? —preguntó mientras sus hombros temblaban al tratar de calmar su llanto.
Angelo cerró los ojos «¿Qué si él sabía lo que se sentía?» Malditamente que lo sabía, pero había pasado mucho tiempo desde entonces y… prefería no recordar.
—Solo conseguirás enfermarte y entonces harás que ellos se preocupen por ti —expresó tratando de controlar el tono de su voz para no herirla con su frialdad.
—Qué más da, no tengo a nadie, nadie espera por mí, no tengo familia y no tengo amigos —declaró y Angelo no pudo evitar pensar que esas eran las mimas palabras que él siempre utilizaba.
—Ahora eres mi responsabilidad Mía, nos guste o no, estamos relacionados —dijo en tono bajo, preguntándose ¿Por qué simplemente no se marchaba y la dejaba sola? «Quizá porque sabes quién es su madre, quizá en el fondo…»
—¡Cállate! —gritó para interrumpir sus pensamientos, no le gustaba para nada el lugar a donde estos se dirigían.
—¡No he dicho nada! —protestó la niña al escuchar el grito. Mía era una niña de once años, pero de carácter fuerte.
Angelo se vio obligado a respirar un par de veces para tratar de calmarse, Mía no tenía la culpa de lo que sus padres le habían hecho en el pasado y aunque no tenía una maldita idea de como hacerse cargo de otro ser humano, quizás podía intentarlo, o dejársela a Donovan, para que se ocupara de ella.
—No era contigo Mía —dijo quitándose el abrigo y lo echó sobre el pequeño cuerpo que temblaba por el llanto, el frío y la humedad de la lluvia.
Mía fue envuelta por el aroma del hombre, de alguna manera fue tranquilizador, pues su padre usaba la misma colonia, por un momento creyó estar de nuevo entre sus brazos, cerró los ojos hasta quedarse profundamente dormida.
—¡Maldición! —gruñó al darse cuenta de que ella se desvanecía sobre la tierra mojada.
Angelo respiró profundo antes de tomarla entre sus brazos y caminar con ella de regreso a donde había dejado el auto estacionado.
Su vida no era perfecta, desde hace once años había cambiado drásticamente su manera de vivir. Él no era buena compañía para nadie, ni siquiera para él mismo. Entonces… ¿Cómo podría él cuidarla?
Una vez llegó al auto le indicó a Donovan el camino hacia el hotel más próximo, volvería a Nueva York a primera hora, nada más lo retenía en Seattle, a partir de ahora olvidaría lo que allí le sucedió.
—¿Qué piensas hacer con ella? —preguntó Donovan una hora después de llegar al hotel y bajar al bar.
—No lo sé, una cosa es segura, no pienso cuidarla —dijo con seriedad, mientras bebía otra copa de licor.
—Si renuncias a ella, ¿Sabes lo que sucederá?
—Lo sé Donovan, no soy abogado, pero tampoco soy estúpido —pronunció mientras cerraba los ojos, había estado pensando que opción sería la mejor y en la cual Mía no saliera perjudicada y él no se quedara con el remordimiento de conciencia por enviarla a una casa hogar.
—No quisiera estar en sus zapatos —susurró Donovan antes de empinarse su bebida.
—Me ocuparé de ella de la única manera que puedo hacerlo. Busca el mejor internado en Europa, no puedo cuidarla personalmente, pero dispondré de la fortuna de sus padres para que ella tenga una vida acomodada y lujosa, creo que con eso bastará.
Donovan observó a su mejor amigo, era una decisión fría, pero ¿Qué otra cosa podía esperar? Quizás era lo mejor para Mía.
—¿Estás seguro? —preguntó esperando que Angelo pudiera pensarlo un poco más.
—Sí, es lo mejor, no quiero terminar odiándola —respondió en tono gélido.