1- La peor de las citas.

3891 Palabras
MELISSA Comencé esta cita como todas las citas que he tenido anteriormente. Antes de tener una cita, siempre estoy rebosante de emoción y con el profundo conocimiento de que en algún lugar de Ojai o quizás fuera de estado de California, vive mi príncipe azul, listo para aparecer en su caballo blanco y llevarme con el. Ok, creo que exageré un poco las cosas. No tengo ningún interés en un príncipe y menos azul. Y ser golpeada por la realidad suena como si fuera una especie de un incidente de cocina que salió mal. Pero si me gustaría tener un compañero de vida. Cuando se hace lo correcto, puede parecer que tener uno es bueno. Me gustaría que alguien me hiciera desear volver a casa al final del día. Alguien que me haga reír en los largos viajes en auto. Alguien con quien acurrucarme durante las largas noches lluviosas. Preferiría a alguien más cálido que yo. Simplemente no quiero al compañero de vida equivocado. — Nunca has estado aquí antes ¿cierto?— pregunta Elijah, mirando su menú y no a mi. —No, pero he escuchado cosas buenas de este lugar— le digo manteniendo el optimismo. —Si, supuse que no lo habías hecho— dice eso finalmente mirándome por encima del menú. Tiene una sonrisa engreída. —Deberías de haber visto la mirada en tu rostro cuando te dije a donde te llevaría, como si le hubiera dicho a un niño que lo llevaría a Disneyland— Quiero darle el beneficio de la duda. Me sigo recordando una y otra vez que no debo de juzgar un libro por su portada. Las personas suelen ser más profundas y más complejas de lo que parecen en un principio. Después de todo me llevo a Nocciola, el único y más elegante restaurante italiano del pueblo. Me abrió la puerta de su camioneta cuando me recogió. Saco la silla para mi cuando me senté en el restaurante. Colocó la servilleta en mi regazo con un pequeño coqueteo, como un perfecto caballero. Pero el hecho de que corrigió mi pronunciación al decir el nombre del restaurante con una pronunciación que era completamente incorrecta fue apagando mi entusiasmo. Nunca he estado en Italia, pero tomé unas clases de italiano en la universidad y se cómo pronunciar Nocciola, gracias. —No te ha tocado ir a muchos restaurantes de cinco estrellas, ¿supongo?— pregunta, bebiendo con un aire de suficiencia su agua. Optimismo muriendo en tres, dos, uno… — He escuchado que el filete es bueno- digo, decidiendo que continuaré con la conversación que preferiría no tener. —Tal vez ordenaré eso— Elijah solo resopla, luego se inclina sobre la mesa como si tuviera un secreto que quiere contarme. —El filete es lo mejor del menú, pero eso no quiere decir que sea muy bueno— dice mirando a su alrededor. —Escuche un rumor de que el chef se hizo amigo del crítico del restaurante cuando estaba en la ciudad, si me entiendes ¿verdad? Supongo que es una de las ventajas de ser chef. ¡Cameriere!— Están pasando tantas cosas con esa declaración que sólo lo miro por un momento. Acaba de gritarle al camarero E insinuó que el chef durmió con un crítico. —No había escuchado eso— le digo, mi voz se vuelve quebradiza. Sigo escaneando el menú, recordándome a mi misma Pero claro, ninguno de los platillos en el menú tiene precios. Mi corazón se encoge en una bolita, porque tengo creencias muy firmes con respecto a las primeras citas y son: yo pago mis propias cuentas. No me gusta que paguen por mi. No me gusta sentir que le debo algo a alguien. No me gusa sentir que no debería pedir langosta bañada en oro con una guarnición de caviar se se me apetece. No es que alguna vez lo haya hecho. Tengo un presupuesto. —Bueno, no lo harías a menos que estés realmente sintonizado con el restaurante local— dice Elija. —Soy amigo personal de algunos otros chefs de la ciudad, y ese es el rumor que circula. ¡Cameriere!— Optimismo; se esfuma como humo. —¿Hay alguna posibilidad de que todos sean hombres cuyos restaurantes obtuvieran calificaciones más bajas?— Pregunto. En este punto haría casi cualquier cosa para que deje de gritar Cameriere así. Con su mala pronunciación que me está irritando los oídos. Cada vez que lo hace. Elijah ignora mi pregunta completamente. —¡Ca-me-riere!— lo dice incluso más fuerte que antes. Por el rabillo del ojo, puedo ver a la gente de las otras mesas de a lado mirándonos. No miro atrás. Tengo tanto miedo de reconocerlos o que me reconozcan, aunque estamos en Mira Monte, un pueblo cercano a Ojai donde en realidad vivo, y luego tendría que reconocer que estoy aquí con Elijah. Y ahí es cuando sucede. Elijah chasquea loa dedos hacia el mesero que está a cargo de nuestra mesa. Juro que el sonido hace eco en mi alma y ahora me veo obligada a reconocer que esta Cira está en modo de rescate. Elijah ya no es “el tipo con algunos problemas, pero tal vez nos conozcamos durante la cena”; ahora es alguien a quien espero activamente nunca volver a ver después de esta noche. Se que todo el mundo tiene defectos. Aquí estoy yo, el centro de los defectos, pero después de trabajar un año de camarera durante mi estancia en la universidad, con Dios como testigo, nunca me enamoraría de alguien que le grita a los camareros como si fueran perros. No es que estuviera en peligro de enamorarme de él de todos modos. Mostrando una fuerza e integridad de carácter con la que solo puedo soñar en tener, la camarera se acerca con una sonrisa en su rostro. —Hola, soy Elizabeth, ¿puedo tomar su orden si ya están listos para ordenar?—pregunta con amabilidad, sin traicionar que estoy sentada frente a un monstruo. Le doy mi mirada de “siento que te haya tronado los dedos” mientras Elijah ni siquiera levanta la vista. —Queremos una botella de Veuve Clicquot y junto con una orden de anchovy y risotto. Eso es todo por ahora— dice —¡Gracias!— le digo mientras ella se aleja. Elijah me mira como si le hubiera contado un chiste ligeramente divertido. —No puedo creer que todavía tengo que preguntar— dice, acomodándose en su silla. —Soy un regular, ya saben lo que voy a querer. Siempre El Reuve Clicquot es el mejor vino de la casa, no es que su selección de vinos sea algo del otro mundo— Tomo un largo sorbo de agua. Considerando seriamente en levantarme e irme, pero no quiero ser grosera. No quiero que todos en el Nocciola me miren mientras salgo. Tampoco estoy teniendo una buena cita. Así que sonrío, me encojo de hombros y digo. —Solo obtuvieron cinco estrellas porque el chef se acosto con un crítico, ¿pero vienes aquí todo el tiempo?— Elijah sonríe. Sus dientes son de un blanco indigno de confianza. —¿Dónde más se supone que debo ir por aquí?— el pregunta —¿crees que voy a ir a Kentucky fried chicken a comer pollo frito?- —No veo por qué no. Al menos es delicioso- Señalo. —La única bebida que tienen a ir es root beer— dice como si fuera un crimen atroz. —Al menos aquí puedo comer carpaccio con un muy buen vino— Mi corazón da un vuelco en este momento ¿Elijah acaba de pedirnos una botella de vino de mas de cien dólares? ¡Mierda! ¿Quizás solo por esta vez, baje de mi tribuna feminista y deje que el pague la cuenta? Esta fue su idea después de todo. Mis palmas todavía me sudan cuando la camarera regresa con el vino ya abierto. Aún estoy tratando de calcular cuánto voy a pagar por el. ¿Tal vez cincuenta dólares? ¿Setenta y cinco dólares? me dice mi conciencia. O tal vez debería dejarlo pagar por el estúpido vino que el escogió en primer lugar. Pasan por toda la mierda esa de oler, girar, degustar, beber y asentir que la gente del vino le encanta hacer, y la camarera nos sirve una copa a ambos. Yo pruebo el mío. Sabe a… vino. —¿Desean ordenar?— ella pregunta, todavía sonriendo. —Ambos tomaremos el filet mignon, medio cocido— dice Elijah, y alcanza mi menú. Lo tiro hacia atrás y miro a la camarera yo misma. —En realidad, me gustaría ordenar el New York strip, por favor— le digo. Este tipo ya me ha traído vino que definitivamente es demasiado costoso. Por que demonios voy a pagar por un trozo de carne que no me apetece. —El filete es mejor— dice Elijah, como si dijera que voy a cenar fuera del contenedor de basura. —No estoy de humor para filete— digo. —Deberías de estarlo— le devuelvo el menú a la cacarea y le sonrío. Elijah se encoge de hombros. —Tu te lo pierdes— dice, mientras bebe de su elegante vino. Lo que dudo mucho. Luego comienza una conversación unilateral sobre el golf. No tengo ninguna opinión sobre el golf, así que bebo mi vino caro, asiento de vez en cuando y pienso li que le voy a decir a Briana sobre esta cita, ya que ella me tendió una trampa en primer lugar. Elijah es amigo del primo de amiga o algo así. Llega nuestra comida. Elijah rebana su filet mignon como si se lo hicieron mal. Y yo me como mis New York strips tan cortes como puedo. Cuando terminamos , la mesera retira nuestros platos, le agradezco a ella y él no lo hace. Después de que ella se va, vuelve a llenar mi copa de vino, aunque ni siquiera haya terminado la primera. Luego se inclina, sonriendo con suficiencia, sosteniendo el pie de su copa entre sus dedos. —Entones— dice —¿tu lugar o el mío?— casi me ahogo con mi copa. —¿Que?— el sonríe aunque su sonrisa sale más como un gruñido. Y no en un buen aspecto. —Vamos. ¿Tu casa o la mía?— Dejo mi copa de vino suavemente sobre la mesa. Claro que no voy a tener sexo con el. Prefiero meterme a una bañera llena de pirañas, por un largo momento, solo lo miro con incredulidad de que este ser humano pensara que esta cita iba por ese camino. Esta en la punta de mi lengua. “No quiero tener sexo contigo; mas bien, preferiría dividir la cuenta e irnos amistosamente por caminos separados”. Pero al ultimo segundo eso me parece grosero, así que en realidad lo que digo es: —No gracias— —¿Segura?— el pregunta. —pensé que había sido una cena agradable— hace girar su copa de vino entre sus dedos, el líquido rojo se desparrama por dentro. Quiero decirle que prefiero las pirañas, pero me controlo. —Preferiría irme a casa sola, gracias— le digo —Tengo que levantarme temprano en la mañana— todavía soy demasiado Cortez, demasiado amable, porque eso es lo que me han inculcado desde que tenía la edad suficiente para decir oh por Dios. —No tiene que llevar mucho tiempo— dice como si eso mejorara su oferta. Me pregunto. Cómo alguna vez me sentí optimista acerca de él. Me pregunto si mi medidor de optimismo está roto, o al menos seriamente dañado. La cara de Elijah cambio de una manera que me recuerda a un niño de cinco años apunto de tener una rabieta en el pasillo del departamento de juguetes en Walmart. Chasquea los dedos en el aire otra vez, y esta vez, lo juro retrocedí. —La cuenta— dice, a medida que la camarera se acerca, ella asiente y luego se retira. El me mira. Es una mirada calculadora, como si estuviera contando cuánto dinero acaba de gastar para no echar un polvo. La mirada casi de rabieta en su rostro se intensifica. —Ya vuelvo— dice y se dirige hacia el baño de hombres. En el momento en que se va, doy un suspiro de alivio. Debería de haber terminado la cita la primera vez que le grito a la camarera. Debería de haberle dicho que no estaba interesada en lugar de decirle que tengo que levantarme temprano en la mañana. Debería de haber sido cortés pero firme y simplemente salir de allí, encontrar mi propio camino a casa. En primer lugar, no debí haberlo dejado recogerme para esta cita. Elijah toma su buen tiempo en el baño. Saco mi teléfono y le texteo a Briana. Yo: No vuelvas a confiar en la prima de tu prima, por el bien de las mujeres. Ella no me responde el mensaje, por lo que debe de estar ya en el trabajo. Estoy navegando por i********: y veo unas lindas imágenes de grandes flores de decoración para una boda. Guardo la imagen en mi carpeta de trabajo. Espero a que Elijah regrese. Espero la cuenta. Espero y hubiera deseado que Elijah me hubiera llevado a Kentucky fried chicken a comer pollo frito. También desearía que Elijah fuera alguien completamente diferente, alguien con quien quisiera tener una segunda cita. Tal vez debería de dejar de tener citas por algún tiempo. Sigo sintiéndome decepcionada. Tal vez necesito una pausa. La camarera se acerca rápidamente sonríe y coloca la cuenta sobre la mesa, dentro de una carpeta encuadernada en cuero que hacen juego con los menús. Se me hace un nudo en el corazón, pero la miro, sonrío y le doy las gracias. Ella devuelve la sonrisa. Gracias a Dios. Me preparo mentalmente antes de abrir la carpeta. $350.99 dólares. Cierro la carpeta de nuevo, como si hubiera una araña venenosa dentro, mi corazón late demasiado rápido. Pensé que sería costoso pero no tan costoso. Por Dios. ¿Será que su filet mignon si está bañado en oro? ¿Mis New York strips estaban incrustadas con perlas de agua salada y no me di cuenta? ¿Que pasa exactamente con ese vino que vale $175, podré llevarme el resto para mi casa por ese precio? Me bebo el resto de mi copa de vino, me sirvo unas cuantas onzas más y me las bebo también. me dice mi conciencia. Ojalá y pudiera ser una de esas chicas que simplemente pasa la cuenta y actúa como si fuera el orden natural de las cosas, pero no puedo. Odio sentir que no haya encontrado mi propio camino, que no merezco lo que sea que tenga. Agarro mi bolso y empiezo a buscar mi billetera. Mis palmas están sudando y siento como si me acabara de tomar cuatro cafés cargados en lugar de vino. Trescientos cincuenta dólares. ¡Trescientos cincuenta! Todavía no hay señales de Elijah. Me entra un segundo pánico, bajo y constante que me devora el fondo del estómago, pero lo ignoro por que realmente necesito enfrentarme a un desastre a la vez. La camarera pasa caminando. Ahora me encuentro hasta el codo en mi bolso porque aparentemente mi billetera ha migrado hasta el fondo. Pongo las cosas en mi regazo. Muevo unas cosas por ahí. Todavía no tengo billetera, pero me digo a mi misma que no puedo verla porque esta oscuro aquí y además el fondo de mi bolso bien podría ser una mina abandonada. Aún no la encuentro. Empiezo a sacar cosas; una paleta de sombras, que he usado exactamente dos veces. Un tubo de mascara de pestañas. Tres bálsamos labiales del mismo color. Un frasco de pastillas Tylenol y una tapa de botella de agua. Pero no billetera. Un arete sin par, una pulsera de plástico. Un delineador de ojos, un marcador fosforesce ya casi seco, una pequeño cuaderno de notas. Una novela romántica. Pero mi billetera brilla por su ausencia Estoy entrando en pánico. Mis entrañas están atadas en nudos, y mis manos tiemblan con adrenalina que corre por mis venas mientras pienso que esto no puede estar pasándome a mi. Sin mi billetera, significa pedirle a Elijah que pague toda la cuenta. Sin billetera, significa que no soy la mujer autosuficiente que me gusta pensar que soy. Sin billetera significa confiar en la bondad de otra persona y ya se cual es el precio por la amabilidad de Elijah, precio que no estoy dispuesta a pagar. Pongo todo lo que tengo sobre la mesa. Palmeó el fondo de mi bolso y paso mis manos por las correas, en caso de que mi billetera se haya convertido en una tira de una pulgada de ancho. No está ahí. Todo mi cuerpo está lleno de vergüenza. Ignoro las miradas de soslayo de la pareja de la mesa de a lado, mientras meto toda mi mierda de vuelta en mi bolso y espero, tratando de calmar mi corazón. Tomo mi teléfono para mandarle un mensaje de texto a Briana, para contarle sobre mi hilarante percance en mi cita y me doy cuenta que ha pasado mas de diez minutos desde que Elijah se fue al baño. Estará muerto o se ha ido por el escusado. Tal vez esta jugando Roblox en su teléfono y perdió la noción del tiempo o simple mente es un idiota grosero. Le hago señas a la mesera para que se acerque. Cortésmente. —Lo siento mucho— empiezo, queriendo decir que lo siento. Siento por lo que voy a preguntar y también, lo siento en general por lo de Elijah. —Mi cita fue al baño hace unos diez minutos y no ha venido y ya estoy empezaba preocuparme que haya tenido una emergencia. ¿Podrías mandar alguien para que vaya a revisar?— Estoy hablando demasiado rápido, mis palabras salen en una carrera frenética. Sus cejas se juntan en una mirada de preocupación y mira hacia los baños, como si ambas tuviéramos suerte y el saldría bailando en este momento exacto, luciendo sólo un poco más desgastado. —Buscaré a alguien que valla a checar— dice la camarera. —vuelvo enseguida. ¿De acuerdo?— —¡Gracias!— respondo. Mi corazón late demasiado fuerte en mi pecho. me digo en mi cabeza. Un minuto después, la puerta de la cocina se abre y casi choca contra un ayudante de camarero. Un hombre alto, de cabello oscuro y aspecto molesto sale y se dirige a grandes zancadas hacia los baños. Me quedo mirando y me olvido de Elijah. Me olvido que estoy en una cita. De hecho olvido todo lo que he aprendido sobre como actuar en público por que miro con los ojos descaradamente a ese hombre mientras cruza la habitación. —¿Mencione que era alto? ¿Pelo oscuro? ¿Ojos café claro? ¿Apuesto como el demonio, con pómulos afilados y una mandíbula marcada, con una chaqueta blanca de chef sobre sus hombros anchos? Le toma alrededor de tres segundos desaparecer en el baño de hombres, pero son tres segundos muy buenos. Mi corazón palpita, revolotea lo suficiente como para hacerme sentir culpable por mirar este hombre durante una cita con Elijah. Incluso aletea lo suficientemente fuerte como para distraerme de mi situación actual. Me doy la vuelta y trato de actuar como si no no estuviera comiéndomelo con los ojos. Excepto que hay algo más. Algo rascando el fondo de mi mente, una sospecha furtiva de que conozco al hombre guapo que actualmente está descubriendo si mi cita esta haciendo caca y jugando Roblox en su teléfono. No estoy segura de si realmente lo conozco, o mi centro de procesamiento ha sido revuelto por este desastre. ¿Saben lo difícil que es reconocer a alguien fuera de contexto? ¿Como cuando eras niño y veías a un maestro en la tienda de comestibles. Te tomaba un tiempo descubrir quienes eran y porque no estaban en la escuela? Esto es así. Se ve vagamente familiar, pero en este pequeño pueblo, todo el mundo se ve vagamente familiar. Treinta segundos después, vuelve a salir del baño, sacudiendo la cabeza hacia mi camarera mientras cruza la habitación. Obtengo otros fantásticos tres segundos y luego el chef caliente desaparece. Mi camarera está frunciendo el ceño. Mierda. Mierda. —No hay nadie allí— dice y mi estómago se contrae de nuevo. —¿El no está en un cubículo haciendo caca y jugando Roblox?—pregunto, solo para estar segura. Mi voz suena aguda, estrangulada. —Este…— dice, mirando hacia la puerta de la cocina, donde el hombre que acabo de mirar desapareció. —Realmente no…— —¡Voy a revisar!— digo alegremente, y doy un salto de mi asiento en un estallido de energía de “Demonios tengo que hacer algo”, y me dirijo hacia los baños. Varias personas me miran mientras cruzo el comedor al pasillo de los baños. Llamó la puerta del baño de hombres. Sin respuesta. La abro, preparándome para que alguien me grite, pero nadie lo hace. Eso es porque nadie está allí. El baño solo tiene un urinal y dos cubículos, y el momento en que abro la puerta, está claro que todos están desocupados. Me retiro. Mi mente está corriendo. Hay un hilo de sudor de pánico por la parte de atrás de mi cuello. ¿Pudo intercambiar un collar de perro y algunos libros de bolsillo por una cena y un poco de vino caro? ¿Tal vez mi teléfono? Tiene uno o dos años de viejo, pero lo he tratado bien. Solo por si a caso, reviso de baño de mujeres. Hay una mujer de mediana edad aplicándose labial en el espejo. No no es Elijah. Sigo por el pasillo corto, dobló una esquina y ahí está: una señal verde gigante de SALIDA. Solo así lo se. Empujó la puerta para abrirla. El aire fresco de la noche se siente bien contra mi piel acalorada y sudorosa. Las estrellas brillan alegremente mientras busco la camioneta de Elijah. Innecesariamente grande, el tipo de camioneta que desmiente las inseguridades de su dueño sobre su pene. No está ahí. Verificó dos veces y nada. Empiezo a reír, el sonido de los nervios saliendo de mi cuerpo a través de mi boca, tratando de amortiguar el sonido, pero no puedo dejar de reírme. ¡Oh Dios! Estoy perdiendo la cabeza, creo. Se me escapa otra risita. Yo soy laque estaba pasando por un mal momento. Yo era una cita perfectamente buena. Debería de haber sido yo quien se marchara. Elijah era un idiota. ¿Por qué el también puede hacer esto? Bufo. No es un buen sonido. La puerta se abre detrás de mi, y el sonido repentino es finalmente aleccionador. Me quito la mano de la boca y me enderezo, la risa finalmente de ha ido. La camarera se aclara la garganta en silencio. —Entonces la cuenta…— dice, su voz se apaga. Reuní todo el coraje que puedo reunir, aunque siento como si hubiera una mano alrededor de mi tráquea, y le sonrío. —¿Podría hablar con el gerente y tal vez hacer algo? Pregunto.
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