2- ¿Que diablos haces lavando trastes en mi cocina?

2953 Palabras
MARK —¿Tienes esa cosa lista?— —Si— —¿Los detectores de humo espata apagados?— —Si— Hago una pausa por un momento, agachado frente al horno comercial con puertas de vidrio, usando un guante para horno y sosteniendo unas tenazas. —Estas seguro de que esa cosa es un soplete de cocina improvisado y no una bomba casera ¿verdad?— pregunta Tom. Está parado ligeramente a un lado, sosteniendo un extintor de de incendios listo. —Estoy cerca del noventa y cinco por ciento de eso— le digo. —Se parece más a un soplete de cocina que a una bomba casera, eso es seguro— —¿Has visto demasiadas bombas caseras? —No, pero he visto demasiados sopletes de cocina— le digo ajustando el guante de cocina sobre mi mano. Descubrí esta joya hace unos minutos, ya que soy la última persona en la cocina esta noche. Por lo general soy la última persona que se asegura de que toda la comida se guarde según el protocolo, el que se asegura que todas las superficies estén limpias y listas para el día siguiente, aunque nada de eso haya pasado, ha sido mi trabajo durante años. Esta noche, parece incluir sacar del horno un soplete de cocina improvisado. Tom es el cantinero del Nocciola y tuvo la mala suerte de estar aquí cuando descubrí esta joya. —Estas aquí como último recurso— le recuerdo a Tom, quien parece desear haberse ido hace diez minutos. —El horno ha estado apagado durante una hora. Estoy seguro que nada pasará— —Está bien, hagámoslo— dice —Lo hacemos a las tres— digo poniendo mi mano libre alrededor de la manija de la puerta del horno. —uno, dos, tres— Abro la puerta de un tirón. Tom sostiene el extintor de incendios como si lo estuviera usando para alejar un vampiro. No pasa nada. —Definitivamente un soplete dec cocina— digo, metiendo la mano con las tenazas y agarrándolo. —O al menos una antigua antorcha de cocina— Tom solo silba bajando el extintor. —¿Que demonios?— el pregunta. Me pongo de pie y lo acerco al fregadero, colocando con cuidado dentro. —Creo que alguien ha pegado con cinta adhesiva una bombona de propano para una estufa de campamento al soplete que usamos para las cremas— Ambos miramos hacia abajo a la cosa en el fregadero, con los brazos cruzados. No es bonito; la bombona de propano es aproximadamente el doble del tamaño del soplete de cocina, la boquilla está clavada en el fondo. El paquete completo está enrollado con cinta adhesiva. —¿Y por que estaba en el horno?— pregunta Tom. —Si tuviera que adivinar, diría que a quien se le ocurrió esta idea también pensó que los hornos se calientan mucho y, por lo tanto, si algo sale mal con el soplete, el horno sería el mejor lugar para hacerlo. Pero eso es sólo una suposición— digo. Hay un breve silencio mientras ambos tratamos de entender este enigma particular. —Los sopletes ni siquiera usan propano ¿verdad?— —No— —¿Entonces…¿Por qué…?— dice Tom —¿Por qué alguien en una cocina ocupada se tomó el tiempo de improvisar una solución que claramente no funcionaba con suministros para acampar y cinta adhesiva, en lugar de preguntar le a alguien donde están las recargas de butano?— punto para Tom. —No lo se, ni siquiera sabía que teníamos cinta adhesiva— Ahora Tom se ríe. —Por supuesto que tenía cinta adhesiva — dice. —¿Necesitas algo más?— —No, estoy bien— le digo. —Voy a desmantelar esta cosa y luego me iré a casa- —Que pases una buena noche— el dice, caminado hacia las puertas de la cocina. —Te veré luego— —Claro— le digo y el desaparece y me quedo completamente solo en la cocina de nuevo. Miro a mi alrededor por otro momento, sumergiéndome en la tranquila y vacía cocina. Las superficies, el piso limpio, los botes y frascos etiquetados en los estantes. La sensación de quietud solo es posible en un lugar que normalmente está más concurrido que el metro de New York en hora pico. Aparte de este incidente con la antorcha en la cocina. Mi última noche en el Nocciola transcurrió maravillosamente. Todo mi personal apareció cuando se suponía que debía hacerlo. Solo se rompieron dos copas de vino, lo cual es bastante bueno. Ni un solo comensal envió su comida de regreso, lo que podrá ser un récord. Tuve que revisar el baño de hombres en busca de un cadaver, pero eso incluso fue una falsa alarma. Suspiro y me inclino sobre el fregadero, el borde de acero inoxidable se enfría contra mis palmas, y contemplo la obra maestra de la ingeniería campesina en el Interior. Me gustaba este trabajo, pienso sorprendiéndome a mi mismo. Cuando lo tome, no estaba seguro de que lo haría. Fue un trabajo temporal de tres meses, mientras el jefe de cocina estaba en licencia por maternidad, con un salario decente, un restaurante decente, pero la verdadera razón por la que lo solicité fue por la oportunidad de irme de casa por un tiempo. Eso es lo que no estaba seguro de que me gustaría, pero supongo que si, porque voy a empezar una posición permanente la próxima semana en un salon para bodas en la ciudad. Agarro el artículo del fregadero y empiezo a desenrollar capa tras capa de cinta adhesiva, preguntándome todo el tiempo quien demonios hizo esto y luego lo dejo en el horno. Esa es la parte realmente desconcertante, he estado alrededor de muchos campesinos sureños en mi vida, por lo que estoy familiarizado con la mentalidad que lleva a alguien a unir con cinta adhesiva, una solución equivocada en lugar de pedir ayuda, pero el horno es el verdadero truco. Solo tengo suerte de que nadie se haya derretido. Luego hablare por teléfono con el propietario, para comentar de lo que sucedió. En vez de estar adivinando quien debería de ser despedido. La verdad es qué hay un par de candidatos, y no lamento en lo absoluto que sea el problema de otra persona. Pero apresar de todo esto, me gusto estar aquí. Me gusta estar cerca de casa más de lo que pensaba. Finalmente, quito lo último de la cinta adhesiva y el bote de propano se cae del soplete de cocina, ambas cosas se rayaron bien. Realmente ya no confío en el soplete de cocina, así que lo tomo junto con la masa de cinta adhesiva y abro la puerta del lavaplatos, donde está la salida trasera. Me detengo en seco. Hay un extraño lavando platos. Eso no es peculiar. Un puesto de lavaplatos en un restaurante tiende a tener una tasa de rotación casi semanal, por lo que la mayoría de las veces las personas ahí son desconocidas para mi. Con poca frecuencia son mujeres. Pero nunca antes un lavaplatos había usado un vestido rosa palomo y tacones altos. Al menos, no que yo haya visto nunca. Definitivamente nunca había visto a una mujer que se vea así lavando platos. El vestido la abraza a la perfección; cintura pequeña, caderas anchas, buen trasero. Pero no entra en detalles, así que me doy una idea de lo que está pasando, pero no la imagen completa. Es un lindo vestido. Pero es aún mejor la vista trasera, cuando ella de gira a la izquierda, levantando una enorme olla del fregadero industrial, prácticamente tengo mi cabeza inclinada como un curioso, observándola. Se aparta el pelo de la cara con la muñeca, inclinando la cabeza de lado a lado, como si estuviera tratando de liberar algo de tensión en su cuello. Ella balancea un pie y luego el otro, mientras se inclina hacia adelante, esperando mientras el agua corre hacia la olla. Miro, memorizo, prácticamente tomo notas. No sé qué es, pero hay algo en la forma que está de pie, en la forma en que se mueve, que me canta. Hay poesía en el movimiento del agua de sus guantes amarillos para lavar platos cuando cierra el grifo y comienza a fregar la olla. Me apoyo en el marco de la puerta con la antorcha rota y la cinta adhesiva todavía en las manos. Veo la forma en el que el dobladillo de su vestido roza sus rodillas, la inclinación de su cuerpo sobre el fregadero, los músculos de sus hombros trabajando, hasta que no pude soportar lo más. —Déjalo para el equipo de mañana— digo finalmente. Ella salta y la olla vuelve a caer en el fregadero, salpicando agua en su vestido ya mojado, ella se gira sobresaltada. La parte delantera de ella coincide con la de atrás, solo que mejor; grandes ojos verdes y pómulos altos y anchos, su color de cabello miel castaño lo recogió en un nudo desordenado en la parte superior de su cabeza, los mechones volaban salvajemente alrededor de su rostro. Ella es hermosa. Ella es de otro mundo, incluso allí de pie bajo la brillante luz fluorescente de la trastienda del restaurante, tanto que me quedo en silencio por un momento, sin hacer nada más que apreciar su rostro. Entonces me doy cuenta de que ella también es otra cosa. Ella me parece familiar. Entrecierra los ojos con cautela y sospecha a partes iguales, y eso sólo la hace parecer más familiar. Mi estómago se contrae por razones que no puedo nombrar, un mal presentimiento crece rápidamente dentro de mi. ¿como podría olvidar a alguien que se ve así? Sus labios se separan ligeramente. Da un paso hacia atrás, hacia el fregadero, sus manos se juntan frente a ella, todavía cubiertas por la goma amarilla, nos miramos el uno al otro por un largo momento. Finalmente ella habla primero. —¿Mark?— ella dice. Solo así me doy cuenta de quien es ella. La bola fría y dura que se ha estado acumulando en la boca de mi estómago cae directamente a través de mis entrañas y rueda por ahí. —¿Melissa?— digo, y me detengo. Por una vez las palabras me fallan. Melissa siempre podía oler la debilidad como un tiburón hule la sangre en el agua. Dale una oportunidad y te morderá una pierna. Ya estoy tenso, alerta, con la cinta adhesiva apretada en mi puño. —¿Qué diablos haces lavando platos en mi cocina?— finalmente hablo. Intento soñar informal. No estoy seguro de que funcione. Melissa me da una mirada de cuerpo completo, de la cabeza a los pies y se toma su dulce tiempo al respecto. Sus ojos verdes me observan como un tiburón. Siento que están dando vueltas alrededor de mi. —Es una larga historia— dice finalmente. — ¿Que diablos estás haciendo de regreso en casa?— pregunta. También le doy un repaso, solo para ver cómo le gusta. Y porque a mi me gusta bastante. —¿Trataste de cenar y salir corriendo?— finalmente pregunto. Ella resopla. —Claro que no— —intentaste cenar y salir corriendo, y te atraparon. ¿No es así?— pregunto —El crimen no deja nada bueno, Melissa— ella pone los ojos en blanco y se vuelve hacia el lavabo. Entonces, de repente sumó dos más dos. —Claro— dice ella. —Esa soy yo, una especie de…— —Tu cita te abandonó— le digo. Melissa no dice nada. —El té abandonó, no pudiste pagar y por eso estas aquí— le digo. Ella derrama agua de la enorme olla que está lavando y mira por encima de su hombro, sus ojos ardiendo en mi. —Y asumo que estas aquí por que has terminado con la escuela de medicina y solo estas matando el tiempo entre turnos de los mejores calificados neurocirujanos del estado de California— dice ella. mientras friega y chapotea con la olla. —O eso no funcionó como lo tenías planeado?— ella finaliza. Su voz es aguda. Demonios. No quiero que duela, pero lo hace, como un bisturí en el tejido cicatricial. Me recuerdo a mi mismo que claramente esta teniendo un día de mierda. Me recuerdo a mi mismo que tengo casi tengo veinticinco años y no debería de reaccionar ante ella como si ambos estuviéramos en la escuela secundaria, por que he madurado más all de eso. Me recuerdo lo que mi madre siempre decía sobre las moscas, la miel y el vinagre, pero todos los recordatorios del mundo no pueden anular mi reacción visceral hacia Melissa. —Está funcionando tan bien como la facultad de derecho y mudarse a Nueva York, parece que ha funcionado para ti— le digo. Tira la olla al escurridor, obviamente enojada, y alcanza la última. La bola de cinta adhesiva está apretada en mi puño, pedacitos pegados entre mis dedos, pero no puedo soltarlos. —No soy yo quien juró sobre la tumba de su padre que se iría de Ojai para siempre si le costaba cada centavo que ganaba— dice, todavía de espaldas a mi, con su voz plácida y una calma forzada. Algo se aprieta en mi pecho. Aprieto la cinta adhesiva on más fuerza, los nudillos empiezan a doler. Todavía me siento mal por ese juramento en particular, aunque fue hace diez años. Me siento peor que Melissa lo recuerda. —¿Que le dices a un hombre para que se valla en medio de una cita?— pregunto, apoyándome en el marco de la puerta, fingiendo ser casual a pesar de mi agarre mortal en la cinta adhesiva. Ella no responde. Chasqueó los dedos como si acabara de recordar algo. —Ya se, ¿pidió el vino equivocado, así que lo llamaste pendejo idiota quien apenas podía sumar dos más dos?— pregunte. Melissa Ignora eso, pero puedo ver los músculos de su espalda tensarse. Estoy apretando la cinta adhesiva con tanta fuerza que me tiembla la mano. —O tal vez les dijiste cátodo el equipo de debate que lo habías visto bebiendo cervezas en el estacionamiento de la tienda de la gasolinera con su hermano para que votaran por ti para ser la capitana del equipo- continuo. —No, y tampoco le dije que la razón por la que ingresó a la universidad fue por su cara linda y una historia triste de basurero— responde ella. La ignoro. —O le dijiste que siempre sería un idiota que no podría distinguir entre la bandera de Italia y la bandera de Irlanda cuando ganaste el concurso de geografía después de la muerte de su padre?— Hay deleite salvaje en esto. Se que no debería hacerlo, pero lo hay. Disfruto viendo a Melissa Jones, legendaria sabelotodo y la ruina de mi existencia desde los seis años hasta los diecinueve años, derribaba una clavija o dos. Melissa tira la olla violentamente, salpicando agua lo suficiente como para que algunas gotas caigan en mi, cinco pies detrás de ella. —No sabía que había muerto cuando dije eso— dice entre dientes. —Y es una cosa tan hermosa decir lo contrario— —Vete a la mierda, Mark— —No, gracias— —Genial, me alegro de poder entretener al tipo que difundió el rumor de que me vio besándome con un perro. ¿Valió la pena ser presidente de la clase de octavo grado?— —Demonios, si lo fue— le digo. Porque honestamente lo fue. Golpea la enorme olla boca abajo sobre el aparador, precariamente apilada junto a todas las otras ollas, se quita los guantes de goma amarillos. —Es maravilloso verte de nuevo Mark— dice, ya caminando hacia la puerta trasera. —Me la pase súper charlando, Adiós— Melissa desaparece. Pasan los segundos. La puerta se cierra. Estoy vibrando con tensión inédita y la fuerza de actuar casual sobre esto. Lentamente abro mi puño lleno de cinta adhesiva. Hay líneas rojas entrecruzadas en mi palma. Pasan unos veinte segundos antes de que me sienta mal haberla irritado. Tengo casi veinticinco. Estoy crecido. Yo se mejor. Pero nunca pude evitar irritar a Melissa Jones. Nunca pude evitar estar por encima de su cabeza cuando estaba en una mejor posición que ella. Nos torturamos mutuamente mientras crecíamos. Ojai es un pueblo pequeño con una escuela primaria, una secundaria y una preparatoria, así que por trece años ella fue omnipresente. Ella siempre tenía que ser la mejor en cualquier cosa, y pobre de cualquiera que se interpusiera en su camino. Usualmente yo. Ella era mala. Ella era mezquina. Era una sabelotodo mandona que trataba a todos como si fueran idiotas, y siempre parecía conseguir lo que quería. No tenía idea que ella todavía seguía en Ojai. No tenía idea de por qué sigue aquí. No tenía idea de que se había convertido en una hermosa y sexy como la mierda. Supuse que se había ido, probablemente haciendo algún trabajo muy importante doloroso en alguna de las grandes ciudades del país. No me importaba donde estaba ella, mientras yo no estuviera allí. Después de un minuto, la sigo hasta la puerta y arrojo la cinta adhesiva y la antorcha muerta al contenedor de basura. No la veo. Bien. Vuelvo a la cocina, agarro la bombona de propano y la dejo sobre la encimera junto con una nota. Ahí, ahora es problema de la otra persona. Luego salgo por la puerta lateral, deslizándome hacia la noche y el tranquilo estacionamiento. Libre de Melissa. Perfecto.
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