Dos años y nueve meses después,
La mañana del cumpleaños número tres de Ant supe que iba a ser un día de locura desde el momento en que llegué al restaurante. Lucy y Claudia estaban terminando de preparar los últimos detalles y todos en el restaurante estaban en pos de la gran celebración.
Ant se había convertido en un niño muy dulce, inteligente, valiente e independiente. Era la mezcla perfecta de los dos. Físicamente se parecía a mí, pero en sus cualidades era idéntico Lucy.
—¿Segura que lo quieres celebrar aquí? —pregunté cuando Lucy me ordenó dejar algunas mesas arregladas de cierta manera.
Teníamos años celebrando todos los cumpleaños en el mismo lugar. Ant estaba más grande y ya me parecía algo aburrido para él.
—Este año no será en el restaurante —respondió y respiré aliviado pensando que mis plegarias mentales habían sido escuchadas.
—¿Dónde será?
—Almorzaremos aquí y saldremos al parque por la tarde donde nos reuniremos a cortar el pastel antes de que la temperatura baje. El otoño está en su mejor momento, me gustaría que nos tomáramos fotos antes de que las hojas caigan de los árboles.
—Se va a hacer lo que tú quieras, princesa —dije acercándome a ella y besé su frente.
—Eso me recuerda que te han seguido invitando al grupo de apoyo a veteranos —comentó.
Las invitaciones llegaban seguido, pero nunca creí necesario asistir. La primera vez que fui, fue demasiado difícil no poder explicar lo que me había pasado. Además, aún había mucho que no recordaba.
—No puedes seguirlas evitando, Miles. Trata de ir. Las esposas de otros veteranos me han dicho que las reuniones son de mucha utilidad para sus esposos. Los ayuda a liberar la carga emocional y mental junto a otros que han pasado por situaciones similares.
Lucy, a diferencia de mí, había encontrado mucho apoyo en las esposas de otros veteranos y hasta había creado algunas lindas amistades con algunas de ellas.
—Lo pensaré —respondí solo para que no siguiera insistiendo, aunque sabía que ella no se quedaría con esa respuesta.
—Bueno. Ahora acompáñame a terminar de comprar unas cositas que me hacen falta para terminar de decorar las mesas.
Una vez compramos lo último que necesitábamos para el cumpleaños, volvimos a casa con nuestro hijo.
—¡Papá! —gritó Ant una vez me vio entrar por la puerta. Lo tomé en mis brazos y le di un beso en la mejilla.
—¿Algún día me saludará así? —se quejó Lucy.
—Ve a darle un beso y un abrazo a tu mamá —susurré en su oreja.
Ant se acercó a Lucy de inmediato y abrazó la pierna de su madre. Ella bajó a su altura, acarició su rostro, le dio un beso en la frente y preguntó:
—¿Te portaste bien hoy?
—Como siempre ––respondió la abuela––. Mi nieto es el niño mejor portado del mundo, de hecho, tengo algo que mostrarles. Mi madre caminó hasta el comedor donde nos enseñó un lienzo. Al darle la vuelta nos dimos cuenta de que se trataba de las manos de Ant, formando las hojas de un árbol en colores naranja, amarillo y rojo vino.
—Es hermoso, ¿tú lo hiciste, Ant? —preguntó Lucy acariciando su mejilla.
—Sí —respondió con una sonrisa y las mejillas ligeramente sonrojadas.
—Falta pintar el número tres en el centro y tendré una nueva pintura para mi sala —comentó mi madre con orgullo.
—¡Yo también quiero uno! —dijo Lucy.
—Ustedes pueden hacerlo entre los tres. Me sobró un lienzo, está en la cocina. Las pinturas están en el garaje. Yo me tengo que ir. Nos veremos mañana, mi niño. No puedo creer que ya son tres años los que cumple.
La abuela tomó sus cosas, se despidió y salió.
—¿Qué tal si hago unos rollos de canela mientras ustedes ven la televisión?
—¡Si! —Celebramos Ant y yo. Lucy era la luz de nuestras vidas. Me encantaba verla feliz, especialmente desde que había comenzado a trabajar en su libro de recetas.
Su carrera seguía siendo una gran parte de ella. Miluan era un lugar cada vez más concurrido. Sus recetas e innovaciones estaban atrayendo la atención de influenciadores de r************* y noticieros locales. Incluso había recibido la propuesta de compartir con el mundo sus exquisitos platillos y fue un reto elegir cuáles eran los mejores. Había subido un par de libras debido a mi reciente rol como catador de sus nuevos platillos.
La publicidad estaba en su máximo furor, incluso la habían invitado a ser entrevistada en un programa de televisión y preparar una de sus deliciosas recetas. No podíamos estar más orgullosos de ella.
—Yo traeré las pinturas para que hagamos el árbol y luego le daré un baño a Ant —dije pasando por el lado de Lucy tras dejarle un beso en la mejilla.
—¿Te he dicho que lo más romántico de mi pareja es cuando toma el control?
—Creo que sí, entre otras cosas que hago y te parecen románticas. —Ella sonrió y le guiñé un ojo.
Cuando Lucy metió el postre en el horno, yo fui a buscar las pinturas y una manta para que no se manchara la sala. Lucy consiguió un par de platos desechables para colocar la pintura y, entre risas, terminamos pintando una obra de arte: Primero fueron mis manos con un color, luego las de Lucy con otro y por último las de Ant.
—Hermoso —dijo Lucy levantando el cuadro para sacarlo al patio a que se secara.
—Papá, mia... —dijo Ant, levantando el plato donde había hecho un dibujo de palitos—. Edes tú.
—¿Ese soy yo?
—Sí, edes e mejol —dijo y bostezó. Luego se llevó las manos al rostro y quedó todo untado de pintura alrededor de los ojos.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se sorprendió y estuvo a punto de llorar así que tomé un poco de pintura e intenté hacer en mi rostro la misma mancha que él tenía. Ant sonrió y Lucy entró justo cuando se escuchó el sonido del temporizador en la cocina.
—Los dejé un momentito solos y ya hicieron de las suyas.
Ant y yo nos miramos con complicidad y luego le hicimos pucheros para evitar el regaño, pero Lucy se resistió.
—Vayan a darse un baño que ya está lista la merienda —dijo procurando mantener la seriedad que su risa trataba de romper.
Tomé la mano de Ant y le ayudé a levantarse. Me acerqué a su oreja y le susurré:
—Vamos a decirle a mamá que somos los monstruos de la pintura. —Ant rio y asintió.
Apenas nos aseguramos de que Lucy había dejado la bandeja caliente sobre el mesón y ya había cerrado la puerta del horno, nos acercamos despacio, con las manos llenas de pintura en posición de garras.
—Somos los monstruos de la pintura, y vamos a pintarte ––dije y Lucy no pudo contener más la risa antes de correr hacia el otro lado de la cocina.
—No me pintarán —dijo, tomando un bote de pintura y llenando sus dos manos con ella—. Porque yo también soy un monstruo que quiere pintar al pequeño monstruo de la pintura.
Ant corrió por la sala escapando de su madre y no pude evitar reír a carcajadas, dejando al pequeño monstruo solo. Cuando finalmente lo atrapó Lucy, Ant quedó con todo su rostro y su cabello lleno de pintura.
—¡Papá, ayúdame! —gritó y, como no podía dejarlo solo en esa batalla, fui al rescate de mi hijo.
Todos terminamos llenos de pintura en el suelo de la sala. Afortunadamente los muebles no sufrieron daños, de lo contrario, el monstruo de pintura mamá se hubiera molestado mucho. Lucy fue a tomar un baño en nuestra habitación y Ant, y yo, fuimos a ducharnos al otro baño. Esa noche comimos rollos de canela.
Luego de haber acostado a Ant en su habitación, nos hicimos frente al monitor que teníamos en la sala y Lucy sollozó.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Es que no puedo creer que mañana vaya a cumplir tres años. El tiempo ha pasado tan rápido. Ya está dejando de ser un bebé. —La abracé.
A mí me dolía haberme perdido su nacimiento, pero haber podido ser parte de muchas cosas por primera vez en su vida compensaba todo lo demás.
—¿Qué tal si nos relajamos y vemos una película? —comenté y ella asintió.
Caminamos juntos hasta la sala, pero Lucy recordó algo y salió corriendo hacia el auto mientras yo me quedé sirviendo dos jugos.
—Creo que nos falta preparar unas cositas para mañana —dijo entrando con una enorme bolsa con dulces––. No podía hacerlo con Ant despierto.
Apenas entró, dejó los dulces en el suelo y fue a buscar las bolsas de regalos. Mientras estaba distraída, rodeé con mis brazos su cintura, pegando mi pecho a su espalda y le di un beso en el hombro.
—Ahorita lo hacemos, preciosa.
—No me refería a hacer eso, señor Milligan —dijo Lucy y recostó su cabeza en mi pecho, dándome acceso a besar su cuello. Le quité las bolsas de las manos y caminé a la mesa.
—Yo me refería a esto, señora Milligan —dije. Ella cruzó los brazos y luego se unió a la clasificación de dulces—. Aunque al terminar no veo el inconveniente en que hagamos eso otro.
Luego de poner todos los dulces en las bolsas, decoramos con unos globos la habitación de Antonio y distribuimos algunos más por la sala para que se notara que toda la casa estaba de fiesta. Lucy sabía cómo hacer sentir especiales a las personas.
—Ahora sí, vámonos a descansar —dijo ella, subiéndose en mí como un koala—. Estoy cansada.
—Hay que descansar entonces. Mañana será un día muy agitado.
—Bueno, no sin antes cumplir con mis deberes de esposa.
—Lucy...
—Señor Milligan —respondió y unió nuestros labios dejando que fueran nuestros cuerpos los que reaccionaran a las caricias.