CAPÍTULO 3

1827 Palabras
—Feliz cumpleaños, Antonio… Feliz cumpleaños, Antonio —cantamos al entrar a su habitación la mañana siguiente. Ant se restregó los ojitos y brincó de su cama al ver el pastel que Lucy tenía entre manos. —¿Pala mí? —preguntó—. Sí, mi superhéroe. Es tu cumpleaños. ¿Sabes cuántos cumples? —pregunté y el batalló, pero logró mostrar tres dedos en su mano. —¡Sí!, ¡Mi pequeño bebé tiene tres años! —dijo Lucy y untó su nariz con un poco de la crema azul que cubría el pastel. —No bebé, bebé grande —afirmó con sus manitas en la cintura. —Siempre serás un bebé para mí ––respondió Lucy y lo abrazó, luego lo soltó y continuó —. Vamos a desayunar, las abuelas llegarán en cualquier momento. Y como si Lucy las invocara, el timbre sonó. Cuando abrí la puerta, me encontré con mis suegros acompañados de mi madre y Phillips. Apenas eran las nueve de la mañana. —¿Ya despertó? —preguntó mi madre con dos globos en forma de superhéroes. Mi suegro cargaba una caja enorme. —Lo consienten mucho —comenté ayudando al papá de Lucy con la caja mientras los otros entraban. —Es un niño muy amado por toda su familia. Tendrás mucho trabajo armando eso —dijo mi suegro. —¿Qué es? —Lo sabrás cuando mi nieto le quité la envoltura. —Negué con la cabeza, pero no tuve más remedio que esperar. Apenas dejé el enorme regalo en una esquina de la sala, me uní a la fiesta que estaba llevándose a cabo en la habitación de Ant y me acerqué a Lucy. —¿Necesitas ayuda en la cocina, cariño? —ella se negó. —Ya sabía que teníamos invitados inesperados. tengo todo bajo control. —se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla. ––Oka, estaré con Phillips entonces. Ella asintió, viendo cómo nuestras madres le ayudaban a elegir ropa a Ant y sacaban una que otra prenda que ya le quedaba pequeña. El abuelo y Philips estaban de pie frente a ellas, hablando, y me acerqué a Philips. —El tiempo no espera nadie, ¿no lo crees? —dijo y moví mi cabeza en afirmación. —Así es, ¿cómo está todo? —Con tu madre muy bien, en el trabajo no tan bien. Perdimos a otro hace tres días. Suspiré. —No me quiero imaginar el tipo de dolor que estaba sintiendo para tomar una decisión tan radical como esa. Phillips era parte de una asociación que estaba llegando a causar un impacto en la comunidad de veteranos locales. El año pasado se habían suscitado varias perdidas autoprovocadas y empezaban a disminuir los casos. Para muchos de los soldados que regresaban a casa después de una situación traumática, o casi mortal, era muy difícil recuperar su vida sin apoyo emocional, o psicológico, y Phillips y algunos otros veteranos se habían ofrecido a brindar ese apoyo. —Sí, tenía muchas cosas con las que lidiar internamente. Es una pena que no aceptara la ayuda que le ofrecíamos a tiempo. —¿Su familia es de la ciudad? —No, vivía solo. Eso era algo que me llamaba mucho la atención. La mayoría de los veteranos que tomaban esa decisión eran hombres mayores que no tenían a su familia cerca. Los que, si la tenían cerca, lograban salir de sus crisis. —Es una pena —dije y no pudimos seguir hablando porque Ant había corrido a lanzarse sobre mí. —No me quedo bañal. Ayúdame —dijo y escondió su rostro en mi cuello. —Monstruito, no puedes andar todo sucio. Mucho menos un día como hoy. Ant sacó su rostro de su escondite y movió su cabeza en negativa. —Bueno, lo sentimos mucho, abuelos, pero si Ant no se baña, y se cambia, no podrá abrir todos los regalos que le trajeron. Va a tocar darle a alguien más la caja enorme que está en la sala —comenté y todos los presentes se lamentaron. Ant, sin creer mucho en lo que había dicho, buscó a su alrededor a ver si en realidad estaba la caja y sus ojos se iluminaron cuando la encontró. Su boquita se abrió y se la tapó con las manos. —¿Ya la viste? ––Él afirmó con la cabeza––. Ahora solo tienes que bañarte y cambiarte para que puedas saber qué es. De un brinco Ant se soltó de mi agarre, tomó la mano de su abuela y ambos se perdieron en el pasillo. —No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo —dijo Lucy. Y cuando vio la caja que estaba en la sala volteó hacia su papá y le hizo una mueca—. Papá, espero que no sea lo que estoy pensando. —Lo siento, hija. Mi nieto ya está en edad para tener un poco más de diversión. —Sí, pero podía ser otra cosa. Un lego o un rompecabezas. —¿Qué es? —pregunté. —Mi padre le compró a Antonio una camioneta todoterreno, electrónica, que anda con solo un pedal. Volteé a mirar a mi suegro y él solo se encogió de hombros. —-¡Le encantará! —fue lo único que pude decir. Me acababa de dar cuenta de que mi regalo iba a quedar en nada a lado de ese. —Esperemos a ver su reacción —dijo Phillips. —Bueno, mientras esperamos, ¿Tienen hambre? —preguntó Lucy y mi suegro se llevó la mano a su estómago. Todos nos moríamos de hambre. —Mucha, cariño. Tu madre no me dio tiempo ni para bañarme. —Como si no la conocieras cuando se trata de sus nietos. —La costumbre, hija Lucy asintió y ambos nos dirigimos a la cocina para tener el desayuno listo. Mientras recalentábamos todo, y servíamos, Ant salió corriendo de su habitación, directamente hacia el gran regalo. —Primero a desayunar y después al regalo —dijo Lucy y Ant hizo una mueca. —Ya habrá tiempo, hijo. Ahora comamos el delicioso desayuno que mamá preparó para ti y para todos. En ese momento, Lucy puso los wafles en forma de Spiderman frente a él y como si se hubiera olvidado del regalo, sus ojos volvieron a iluminarse. —Guau, edes la mejo, mami. —Lucy sonrió y se sentó a la mesa para que pudiéramos comer en familia. Terminado el desayuno, todos nos movimos para la sala a abrir los regalos y Ant nos iluminó con la sonrisa que todos estábamos esperando luego de haber visto la camioneta. Cuando se terminaron los regalos, los abuelos se fueron a jugar con Ant en el patio, mientras Lucy y yo sacábamos todo para su fiesta y lo llevábamos al auto a escondidas de nuestro hijo. Antonio se quedó con los abuelos mientras nosotros nos adelantamos para llegar a Miluan y en la puerta ya nos esperaban algunos de los empleados del restaurante. Ya se había dicho que ese día el restaurante no iba a abrir, pero algunos se habían ofrecido como voluntarios para ayudarnos a atender a los invitados al almuerzo. —Lo siento, chicos, se me olvidó dejar la llave de emergencia —se excusó Lucy. Los muchachos no parecían molestos, sino todo lo contrario. Sabían que mi esposa siempre tenía muchas cosas en la cabeza y que, como era un poco despistada en algunas cosas, eso era una posibilidad. Especialmente si estaba organizando la fiesta de cumpleaños de nuestro hijo. —¿Necesitan ayuda a descargar algo del auto? —dijo Leo, un hombre de casi treinta y cinco años que hacía muy poco había llegado a la comunidad junto con su hijo y su esposa embarazada. Al parecer, estaban huyendo de la violencia en su país de origen. —Sí, en la parte de atrás del auto están algunas cosas que hicieron falta ayer. —respondió Lucy mientras caminaba a la cocina. —Vamos, yo iré contigo —le dije y salimos del restaurante. Afuera escuchamos las sirenas de algún auto de emergencia a lo lejos y eso nos puso alerta a ambos. —Será mejor que entremos —dije cuando el sonido se hizo cada vez más fuerte y Leo negó. —No se escucha muy lejos —respondió y, para no dejarlo ir solo, caminé con él hasta llegar al auto. Apenas abrí la puerta trasera, un camión giró con brusquedad a una cuadra de nosotros y golpeó uno de los autos que estaban estacionados a la orilla de la calle. La ventana del pasajero del camión se abrió y de ahí salió un hombre con un pasamontañas, apuntando con un arma a las patrullas que iban tras ellos. —¡Abajo! —grité tirándome al suelo El intercambio de balas comenzó a pocos metros de nosotros y un proyectil le dio en el pecho a Leo quien cayó de espaldas en un quejido, me arrastré por el suelo hasta llegar a él. Imágenes de la guerra invadieron mi mente y comenzó a faltarme el aire junto a un fuerte dolor de cabeza. De un momento a otro comencé a ver borroso y no fui capaz de controlar mis movimientos. Cuando por fin llegué hacia Leo, su pecho sangraba tanto que mis manos se tiñeron de sangre apenas intenté detener la hemorragia. Miré su rostro, sus labios se movían en búsqueda de aire y la desesperación en sus ojos me envió a otro recuerdo. —Vete, te matarán —decía Brown cubierto de arena y sangre. Su agonía me dolía. —No te dejaré aquí. Soy tu superior, mi deber es llevarte a un lugar a salvo. —Yo no tengo a nadie, señor, usted tiene a Lucy. Debe irse. Cuando Brown terminó de hablar, una fuerte explosión muy cerca de nosotros me hizo salir volando por los aires y todo se volvió n***o. —Mi…miles —intentó decir Leo mientras apretaba mi mano. —¡Miles! —escuché gritar a Lucy. Mi visión era borrosa, pero a lo lejos pude verla acercarse con un teléfono en la mano. —Está herido, ayúdalo ––dije aún aturdido por los recuerdos––. Sálvalo, Lucy... ¡Está herido! ¡Sálvenlo! Mis manos estaban llenas de sangre. Mi mente aún era y una bruma confusa entre los recuerdos y la realidad, y los sonidos comenzaron a hacerse más fuertes. Gritos a mi alrededor, el cuerpo inconsciente de Leo, las sirenas, explosiones, disparos... Entonces sentí las manos de Lucy tomando mi rostro. —Miles, ¿estas herido? —mis ojos corrían hacia todos lados. ––¡Miles, cariño! Soy Lucy, tu esposa. ¿estás herido? Negué, pero todo se seguía diluyendo. Lucy intentó decirme algo más, pero ya no la escuchaba hasta que, sin darme cuenta del momento exacto, todo se volvió oscuridad.
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