Capítulo 1.
Cogí mi bolso y las llaves de mi coche y salí de casa. Estaba muy contenta de haber ganado ese sondeo sobre la ciencia que tanto estuve esperando porque sólo se hace cada cinco años.
Dicen que la última ganadora se fue de crucero con todo el dinero que le dieron y por eso nadie más la ha visto hasta ahora. Ojalá a mí también me toque esa suerte.
Puse en marcha el coche y salí disparada hacia el ministerio de educación y cultura de Luxemburgo porque era ahí donde me tenía que presentar. Afortunadamente no me quedaba muy lejos para vivir en Alemania, por lo que en menos de una hora pude aparcar el coche delante del edificio.
Salí y me arreglé el saco lo mejor posible para dar buena impresión y me digné a subir las escaleras que parecían infinitas a mi vista para dar con la entrada del edificio.
Una señora bastante joven estaba detrás del mostrador de recepción y fue tan amable de enseñarme el camino que debía seguir para reunirme con los encargados de todo esto. Lo que no me imaginé en ningún momento era que este sitio fuera tan grande y tan imponente al mismo tiempo. Lo que no dejaba de llamar mi atención era que todas las paredes y los techos eran completamente blancos, como si alguien odiase ver una pizca de color en este edificio.
Apostaría mi cabeza a que las demás plantas también eran pintadas completamente de blanco.
-Es esta puerta que está al final, sólo la puedo acompañar hasta aquí –me sonrió la mujer.
-Gracias –le sonreí de vuelta.
-Mucha suerte con todo –dijo mientras se iba.
Respiré hondo y avancé los diez metros que parecían quedarme hasta pegarme a la puerta completamente. Me quedé un poco confundida al no ver ningún manillar para abrirla o siquiera alguna apertura que me mostrase que era una puerta, pero vi que había un botón en la parte derecha que podía apretar para llamar.
La puerta se empezó a plegar en sí misma, cosa que me dejó bastante sorprendida por no haber visto algo así nunca antes.
Ante mí quedaron a la vista varias personas caminando de un lado a otro en bata blanca y con mascarillas, cosa que ya no me extrañaba después de haber pasado una pandemia pocos años atrás. Un hombre me vio y vino hacia mí a paso muy apurado.
-Ana Lächen, ¿verdad? –le asentí nerviosa-. Pase, la estábamos esperando.
Me cogió del brazo sutilmente y me llevó hacia la parte derecha de la habitación donde había una especie de silla de dentista, pero del material de una camilla de hospital a mi parecer. Delante de mí había una pantalla bastante grande para una persona que no lleva gafas graduadas.
-Siéntate aquí, en nada empezamos.