Irene. La tranquilidad de la tarde fue interrumpida, el sonido estridente de mi teléfono rompió el idilio. Saqué el móvil con manos temblorosas, anticipando una nueva ola de desgracias. Era doña Ana, la vecina de mi madre. —¡Irene, cariño, ha pasado algo malo! —dijo con voz apresurada. El escalofrío que recorrió mi espalda me dejó helada. —¿Qué ha pasado? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta. —Tu madre… mató a uno de sus compañeros de bebida. Está en la comisaría. Las palabras me golpearon como un mazazo. —¡Dios mío! —jadeé. Mis piernas cedieron, y terminé sentada en el suelo. —Los vecinos llamaron a la policía. Cuando llegaron, encontraron un c*****r en su piso. Tienes que venir. —Sí… claro, voy enseguida. Colgué el teléfono y me quedé paralizada. María se acercó rápidame

