Salí de la casa de Alberto con el rostro prácticamente destruido. Cogí mi móvil y llamé a Lorena.
- ¿Diga?
- Lorena, necesito tu ayuda.- sollocé.
- ¿Alberto otra vez? Dios mío, ya vamos.
Colgó y me senté en la acera de fuera. Vi el coche del hermano de Lorena estacionarse en frente de mí y me levanté. Lorena salió corriendo y yo abrazó mientras yo lloraba en su hombro.
- Vamos cielo.- susurró. Caminé al coche y entré al asiento de atrás. El hermano de Lorena me miró desde el retrovisor y negó.
- ¿Otra vez? .- perdió Lorena.
- No sé que hacer, no puedo dejarlo, Lorena.- Dije con la voz quebrada.
- ¿Por qué?
Pregunté.
- No puedo.- susurré mirándola, ella apretó los labios en una línea recta y suspiró.
- Mira, no te conozco y no sé nada de esta historia pero no dejes que alguien te trate así. Ninguna mujer, es más, ninguna persona merece esto. Y viendo cómo estás ahora ... sinceramente no veo solución a seguir con ese tío.- vieron su hermano, Álvaro.
- Lo sé, gracias.- susurré. Condujo hasta la casa de Lorena y entramos. Sus padres no estaban y por tanto, mi madre no sé enteraría de esto.
Caminamos al cuarto de Lorena y yo senté en la cama.
- Llama a tu madre y dile que te quedarás a dormir aquí. Dile que iré a recoger tu mochila y tu ropa de mañana.
Asentí a las palabras de Lorena y cogí mi móvil tranquilizándome.
- ¿Mamá? .- hablé al notar que me contestó.
- ¿Qué pasa, cielo? ¿Estás bien?
- Si si, solo que Alberto no ha podido quedarme y quedo dormir una casa de Lorena. Ahora ella irá a recoger mi mochila y mi ropa.
- Oh vale ... Bueno está bien cariño, ten cuidado. Te quiero mi niña.
- Te quiero mamá.
Colgué y Lorena vino con el botiquín. Cerró la puerta de su habitación y me miró.
- Dúchate y ahora te curo mejor. Le diré a Álvaro que vaya a por tus cosas.
- Esta bien.- dije simplemente. Me levanté y caminé al baño de su habitación. Entré y cerré la puerta. Me desnudé entera y encendí la ducha. Me conocí cuando el agua estuvo templada y gruñí al notar el ardor en mis heridas. Tras estar unos minutos bajo la ducha y echarme el gel por mi cuerpo, salí. Me envolví, tanto el cuerpo cómo el cabello, en dos toallas. Salí fuera y yo senté en la cama.
La única que sabía lo de Alberto era Lorena y su hermano, porque siempre me recogían ellos. Álvaro era amigo de mi hermano, estaba en su banda de música, y le costaba mucho mirarle a la cara mientras sabía lo mío. Lorena, siempre me decía que dejase o denunciase a ese mal nacido, pero simplemente no podía. Me hundiría la vida.
Y hundiría a mi madre. Sólo de pensar lo decepcionada que estaría de mi por esas fotos, me mataba.
- Ponte esta ropa interior mía y te curo mejor.- habló Lorena entrando por la puerta. Me sequé bien el cuerpo y me puse el conjunto de algodón n***o que me mostraba. Me tumbé en la cama y ella suspiró mirándome.
- Debes denunciar esto, Maia.
Yo miré al suelo evitando sus palabras y ella empezó a curarme. Aplicó crema antiinflamatoria en mis golpes más duros y una crema para hematomas en los hematomas que crecían por todo el cuerpo. Mi cuerpo estaba lleno de hematomas y golpes, por eso no daba para maquillaje.
- Bien, mañana te maquillaré lo suficiente y así nadie verá nada.
- Me tiene amenazada.- dije y ella frunció el ceño.- Tiene fotos mías íntimas y las sacará a la luz si lo denuncio o lo dejo.
- Maldito hijo de puta...
- No puedo hacer eso, mi madre se moriría si ve esas fotos.
- ¿Vas a esperar a que te mate? Porque es lo que va a hacer si sigues así.
- Lo hago por mi madre, Lorena.- dije y ella asintió. Me abrazó suavemente y me tumbé en la cama.
- Descansa ¿vale? Cuando cenemos te llamaré.
Asentí y cerré los ojos cuando mi cabeza cayó en la cómoda almohada blanca. Lorena bajó las persianas, ya que entraba mucha luz y acto seguido salió de la habitación.
(...)
- Maia.- oí mi nombre suavemente.- Maia despierta.
Abrí los ojos despacio y vi a Lorena mirarme con una sonrisa. Le sonreí y me senté en la cama despacio. El dolor estaba ahí y sería difícil que se fuera.
- Son las 8 de la noche, mamá ha cocinado sopa ¿quieres?
Preguntó con un plato en su mano. Asentí y la dejó en mis piernas. Empecé a tomarla y sonreí, estaba perfecta.
- Gracias.- susurré. Bebí un trago del vaso de agua que también había traído, y seguí comiéndome la sopa hasta terminarla.
Le entregué el plato y ella me señaló el macuto que había junto a la puerta.
- Hay está tu ropa, la mochila está abajo y tus cosas y todo ahí.
- Gracias.- susurré abrazándola.
- Para eso están las mejores amigas.- dijo y sonreí. Nadie igualaría a Lorena, era cómo la hermana que nunca tuve.
Tras comer la sopa, ella se tumbó a mi lado en la cama y estuvimos hablando de un chico que le gustaba.
- Es que... me da miedo, porque es muy atrevido y yo soy muy tímida.- dijo mordiéndose una uña.
- Si no estás segura no lo hagas, ni te acerques a él.- dije.
- No sé tía, realmente me gusta pero tiene algo que no me convence.
Me encogí de hombros ante el cacao mental que tenía, y de golpe ella bostezó.
- Tengo sueño, Maia.
- Vamos a dormir mejor. Buenas noches, te quiero.
- Te quiero amiga.- susurró casi durmiendo.
Y cómo cada noche, me quedé en vela.
(...)
A la mañana siguiente, tocaba Matemáticas a primera hora y —como siempre— llegábamos tarde. No había profesor desde hace un mes así que, no nos preocupamos por el retraso.
Hasta que vimos la puerta cerrada con todos los alumnos en silencio.
- Mierda.
Susurró Lorena.
- Doble mierda.
Toqué la puerta decidida y la abrí.
- ¿Se puede? Sentimos el retraso.- hablé rápidamente.
¡Santa Madre de Jesucristo Nuestro Señor líbranos del Mal!
¡Menudo profesor!
- Pasad, esta vez os la paso, pero a la próxima iréis a jefatura.
Su voz era simplemente una melodía para mi.
- Si, señor.- dije cohibida. Caminé a mi asiento seguida por Lorena y nos sentamos.
- Bien. Cómo iba diciendo antes de que dos compañeras vuestras me interrumpieran... Me llamo Alessandro Belli Fiore y soy vuestro nuevo profesor de matemáticas.- habló y mi boca prácticamente se abrió sorprendida. Tendría unos 24 años nada más... ¿Cómo iba a ser profesor ya?.- No soy vuestro amigo ni mucho menos un profesor colega. Conmigo aprobaréis si estudiáis, no tendré compasión con nadie, ¿está claro?
- Si, profesor.- dijimos todos a la vez. Alessandro Belli, metro noventa, moreno, ojos oscuros y cuerpo que cualquier chica querría tener en sus brazos. Era un maldito playboy, y era profesor de matemáticas.
Mi peor asignatura.
- Bien. Hoy os haré un examen de primera impresión.- ¿qué decía este hombre?.- Veré cómo vais cada uno en mi materia y si necesitáis apoyo. En el caso de que sea que sí, se os asignará un tutor.
Todos asentimos y empezó a repartir un papel con ejercicios. Me miró cuando me entregó el mío y se quedó un buen rato mirándome. Los hematomas. Miré de golpe al examen y empecé a mirar los ejercicios nerviosa.
No sabía nada.
Constaba de 10 ejercicios de distintas áreas de la matemática. Hice dos que me sabía, más o menos, y las demás me las inventé. Tras treinta minutos, Alessandro habló.
- Voy a recoger ya los exámenes.
Algunos alumnos renegaron ya que no habían terminado y otros simplemente se lo dieron sin problema.
Cómo yo.
Caminó de nuevo a la mesa y los metió en una carpeta.
- Bien, mañana os diré uno a uno que pienso de vuestro nivel. Ahora, ya que nos quedan veinte minutos de clase, nos presentaremos uno a uno. Nombre, edad y gustos. Empezad voluntarios.
Esto no me gustaba.
- Soy Claudia Ruiz, tengo 18 años y me gusta bailar, salir de fiesta y cantar.- la princesa del pueblo habló. Alessandro asintió y nos miró a todos esperando otro voluntario.
- Raquel Vargas, tengo 18 años y me gusta escuchar rock, la fiesta y comprar.
- Daniel Galindo, 18 años, y me gusta el fútbol y... leer.- habló mi amigo.
- Muy interesante.- opinó el profesor.
- Ángeles Gomez, tengo 17 años y me gusta...
Dejé de escuchar todo lo que decían los demás en sus presentaciones y me hundí en mis pensamientos. Una vez hubieron terminado todos —menos yo—, el profesor habló.
- Bueno, yo me llamo Alessandro Belli, tengo 27 años y me gusta la comida italiana, el deporte y la naturaleza.
- Profe, falta ella.- la voz de Claudia resonó por todo el aula y la miré. Su maldita mano apuntaba a mi silla y gruñí mirándola.
- Es verdad, Claudia.- contestó él. Me miró y suspiré.
- Maia García, tengo 17 años y me gusta leer, la naturaleza y la fotografía.- hablé en un tono desganado. El profesor asintió mirándome y aparté la mirada de él.
- Muy bien. Pues chicos, espero que llevemos un curso bueno y mucha suerte. Maia, quiero hablar contigo unos minutos cuando toque el timbre.
- Pero tengo clase.- dije intentando escabullirme.
- Avisaré al profesor siguiente, no te preocupes.
Asentí y metí mis cosas a la mochila. No me sentía bien, me dolía absolutamente todo.
- Te esperaré en la puerta ¿vale?
- Gracias Lorena.- le dije y ella me sonrió. El timbre sonó y con él, mi nerviosismo. Todos los de clase salieron y yo me quedé sentada en mi mesa.
- Acércate.- habló. Me colgué la mochila en el hombro lentamente —debido al dolor— y caminé a su mesa.
- Siento lo del retraso de verdad.- dije mirando a la mesa.
- Mírame cuando me hablas.- ordenó. Fijé mis ojos en los suyos y los vi recorrer mi cara entera. Estaba inspeccionando lo que dudaba en su interior.
- ¿Para qué me necesita?
Pregunté.
- No quiero ser entrometido pero... ¿tienes problemas?
- No.- contesté rápidamente.- Y si los tuviera, es algo personal, y por tanto debe respetar mi privacidad.
- No puedo permitir que alguno de mis alumnos tenga proble-
Lo interrumpí.
- No tengo nada que hablar con usted que no sea académico.
Él asintió y antes de irme lo miré. Estaba mirando su mesa fijamente como... pensativo.