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4850 Palabras
— ¿Usted cree padre Rafa? —Pregunte ante tales palabras que me llenaban de temor—                      — ¡Sí! mí querido Nunillo. ¡Debemos orar hijo!  Todos deberíamos orar cada mañana, cada noche por esta isla hermosa, como hago cada noche y cada amanecer.                     — Luego ve usted en la radio o la televisión, como hablan de prosperidad y felicidad en la sociedad cubana —dije molesto—y que no hay hambre ni necesidades, que si el veintiséis de julio será celebrado en tal o más cual parte. De los dos únicos canales de televisión que hay, pone cualquiera de ellos, y encontrara la gloria sobre la tierra. Todo es un mundo perfecto, bien revolucionario, y bla, bla, bla… padre que parte de este planeta puede ir adelante cuando sus jóvenes —el relevo de un país— andan prostituyéndose por un par de zapatos o un jabón, y ni hablemos de comida.                     — ¡Triste, muy triste! ¡Cuántas telas de arañas están habitando en el corazón de tanta gente! Corazones huérfanos de bondad y amor, que a su vez llevan al desprecio de Dios y todo lo sacro que venga de él. — Rafa volvió a secar unas gotas de sudor que aparecían en su frente, pero en esta ocasión también seco su boca y los alrededores de esta con la otra parte del pañuelo.                             —Un día — continuo—Le escuche decir a mi difunta madre. ¡Que Dios me la tenga en su santísima gloria!  Que tan excelente educación y amor nos dio.  Diciéndonos: “Que jamás la necesidad y pobreza, por muy degradante que sea el escenario. Pueda esto lograr  apagar sus  corazones. Porque aunque se beba solo agua con azúcar en las mañanas, y se coman panes a los que tienes que quitarle bichos. Si tienes un buen corazón y amas a Dios, hasta los más ricos del mundo te envidiaran iracundos, la dignidad con que llevas tu pobreza”. ¡Mi viejita linda! —suspiro  todo melancólico y hasta la voz sentí que se le cuarteaba— gracias a este rio de sabidurías del cual nuestra madre nos hizo beber, logre llegar a donde me propuse siempre.         — ¡Dios fue benévolo con usted padre Rafa!                     — ¡Y con todos hijo mío! Tú tienes problemas, no tienes a un padre benévolo, atento, y sin embargo, —aun después de todo tipo de problemas y situaciones—, Dios te da un lindo corazón y te junta con otra niña de mismos sentimientos que tú. Gracias a él, todavía existen juventudes hermosas como ustedes, algo que me da más ánimo del que podrías imaginar… — puso sus suaves y envejecidas manos encima de las mías, y dándome unas cariñosas palmadas, sonrió. Luego atrapo su toallita  y la llevo a la boca porque aparecía una  sutil tos—                      — No sabe usted cuantas veces Dani y yo tocamos estos temas, y le confieso que casi siempre termina diciendo: “¡Como dijo el padre Rafael!” — el sacerdote comenzó a reír y junto con ella estaba la tos in crescendo —       Luego de esto hicimos un alto, y nos quedamos disfrutando de un silencio absoluto en todo el contorno. En efecto— aunque no del todo— había disminuido muchísimo la lluvia, me di cuenta por una hendija de la ventana que denunciaba la supervivencia de una tímida llovizna. Fue cuando tome la decisión de marcharme, algo que al sacerdote no le agrado mucho; hasta mala cara puso cuando se lo hice saber.                           — ¡Pero hijo! —Dijo— De contra que casi nunca vienes hacerme la visita, ni hablamos. Pasas un simple ratico ¿y ya te quieres ir? Quédate un tiempo más, total ya estás de vacaciones .Además, me tienes que ayudar a ordenar unos cuantos cajones de libros llenos de polvo que tengo allá atrás, que como veras, esta cintura no puede estar en esas—Engurruñando las cejas simpático, se levantó lentamente agarrado del talle grandilocuente para ponerle más drama al pedido que me hacía.                         — ¡Con mucho gusto vendré padre!— le conteste de pie  junto a él poniendo una mano en su hombro— Pero es que ya hoy  es muy tarde, y después que la lancha me deje al otro lado, tengo que caminar por lugares donde no hay muy mansas personas que digamos. Y por tener dinero, son capaces de quitarme hasta las libretas de matemáticas.                         —Sí, tienes razón. Y sin contar con los apagones cada noche por doce horas—dijo el párroco—esas calles de la Habana como bocas de lobos.                        —Asi es padre Rafa. No había pensado en eso de los apagones, se han puesto tan comunes que ni cuenta saca uno de ellos…                      — ¡Vaya para su casa querido muchacho! Vaya— dijo dándome unas palmadas en el hombro, a la tercera vez, quedo con sus manos apoyadas en el mirándome fijo— Pero este domingo le espero sin justificación ninguna, absolutamente ninguna… ¿oyó?                       — ¡Si señor!—dije mientras nos fundíamos en un abrazo, yéndonos con la misma hasta la puerta.                      —Hay que arrimarse mucho a Dios nunillo, mucho. Ya sabes el camino, derecho, bajas esta loma tres cuadras, y está el espigón donde llegan las lanchas a barloar… ¡Espera un momento hijo!                         Me dijo entrando nuevamente con su caminar sincopado, aunque esta vez con mucha más prisa. Aun  lloviznaba pero nada que pudiera impedir mi salida de allí. A los cinco minutos volvió el sacerdote con un paraguas  n***o en la mano.                       —Padre…yo no creo que…                      —Usted señorito, me hace caso…— diciéndome esto con la misma me lo ponía en la mano anulando completamente mi intento de negar— se lo lleva y me lo trae el domingo. Mira que estos tiempos así son muy traicioneros…vamos, vamos. Que andando se quita el frio, vaya directico a casa                       — sí, sí, —respondí de inmediato abriendo de una vez el paragua— que si me agarra otra ducha oceánica de estas, me saldrán escamas...                     El  padre Rafa rio, y como de costumbre le acompañaba la tos. Nos volvimos a dar otro fuerte abrazo  y este dejo caer e mi oído un hermoso “DIOS TE BENDIGA HIJITO”. Salí  apurado, — casi que corriendo pues las zorrillas gotas que aun caían eran tan peligrosas como el propio aguacero—. Mientras hacía acrobacias para no mojarme con algún charco, el sacerdote me grito…” Nuno, con tal que no vengas el domingo, sabrás lo que es un buen tirón de orejas…”                       Me voltee y afirme con la cabeza, sonriendo, le dije adiós con la mano mientras continuaba bajando las cuadras rumbo a donde agarraba la lacha .Voltee al exterior y note como se veía desde allí la bahía un poco más viva que de costumbre. Los barcos ni se inmutaban ante la inquietud de esas aguas que debido a lo nublado se encontraban  muy oscuras.  Llegue y aún no había arribado desde el otro lado a traer gente desde la Habana Vieja, y recoger gentes desde Regla. Había unas diez personas delante de mí, sentados en unos bancos que no tenían espaldar, ni siquiera pintura.                Se sentía un ambiente de impaciencia entre los que estábamos allí, que solo se calmó con la aparición de un borracho cogorza, que cantaba un tango acentuando los tiempos fuertes del compás en una excelente convulsión musical. Repetía una y otra vez el estribillo con la lengua hecha un nudo: “Pedrucasa del riaculero o… oh Pedrucasa del riaculero…”.  —El compositor le puso a este tango “Piedra del riachuelo”—                       Entre tanto pensaba en mi encuentro con el sacerdote y todo lo que habíamos hablado. En mi vida he tenido dos hallazgos importantes.  Uno, el haberme encontrado con Daniela. El otro haber hallado   a este siervo empíreo nacido en León, España, llegado a la habana en los años cuarenta. No existía lugar en esta ciudad donde me sintiera tan lleno de paz y esperanza como en aquella humilde embajada de Dios                        Aunque —y sin caer en algún tipo de blasfemia—. También disfrutaba muchísimo cuando nos escapábamos a algún concierto de rock, de esos que se hacían en “El patio de María”. Un lugar donde cada tarde nos reuníamos los jóvenes de la ciudad amantes del género —y que por cierto, andábamos en peligro de extinción—. Música que odiaban tantos seres comunes en esta Habana, seres de la misma extirpe que mi papa. De hecho en casa jamás podría poner ni siquiera los Beatles. Una vez puse —cuando tenía como doce años, hoy tengo dieciséis— “Escaleras al Cielo” de Led Zeppelin, y mi padre de un manotazo me volteo la cara. Alegando de que: “Un hijo suyo jamás podría estar oyendo música del enemigo, de esos malditos capitalistas”. Que eso era divisionismo ideológico. Este mismo día, en el mismo momento del golpe, se encontraba un camarada de él presente, y este alego que: “El rock era una parte muy importante del capitalismo, una especie de complemento, y que además el rock, es como si fuese una pelea perros”.  Por eso, “El patio de María”, era el lugar ideal para despojarnos de todo tipo de problemas que invadían a los chicos de Cuba, y allí drenábamos el alma.                      Esa noche mamá logro conseguir para la cena, unos “Alimentos” que daban por la libreta de abastecimiento, —si es que se le podía llamar así a ese objeto en plato sobre mesa no identificado—cenábamos como casi todo el pueblo cubano, esas cosas raras que nos imponía el gobierno. Pálida, salada, viscosa— pero no sabrosa— y que le decían pasta de oca, aunque verdaderamente este era un poco más atractivo de mascar que el picadillo de soya, similar a corcho rayado.                        Mientras luchábamos con el maltratado paladar, para que ordenara al sufrido cuerpo, a tragar ambiguo, tales cosas. Mi madre estaba sentada conmigo en la mesa con sus cubiertos en la mano, y un estilo que no tenía nada que ver con lo que comería, pero ella era genio y figura hasta la sepultura. Nunca perdía la clase para sus cosas. Mamá era detallista y ordenada, —hasta que las circunstancias le permitieran, pero ahí estaba— Mi padre, todo lo contrario. Comía algo tosco, a punta de cuchara que agarraba como si fuese un machete, unos plátanos verdes hervidos con un poco de aceite por encima y el bigote embarrado, hasta con diminutos trozos. Tragaba  sin mirarnos siquiera, como sumergido en el mundo rojo revolucionario que lo consumía mientras engullía. Es incomodo totalmente convivir así, pero eran estas las transformaciones familiares que nos brinda un gobierno que se le llama socialista, cuando de social no tiene ni el nombre. Más bien se caracteriza por dividir y separar parientes  en todo sentido.                         — ¿Cómo te fue en el examen Nuno?— pregunto mamá bebiendo un sorbo de agua para ayudar a bajar lo que comía.                        — ¡No tengo idea!  pero no tuve dificultades para hacerlo. Debo salir bien – conteste mientras continuaba mi faena.                         Papá me lanzo una drástica mirada —mientras se llevaba otro pedazo de plátano a la boca—, masticando comento entre dientes mirando al plato: “¡Y que tengas un resbalón en esos exámenes, que te vas acordar de mi chiquillo…”!  Mamá y yo nos miramos.  Ella me hizo un gesto con la cara de que no le hiciera caso. Y tenía razón, más bien es un nuevo halago de esos tan lindos que él me daba a cada rato. En cambio mamá si sufría todos estos latigazos de un padre para con su único hijo. Y no digo sea la causa, pero si un motivo más por lo que la salud de mi madre andaba un poco frágil. Se encontraba  cada vez más flaquita, y las canas asomando  sin permiso en su cabello. La tornaban muy envejecida y maltratada de la vida. Esto si me destrozaba el corazón, verla  como se me deterioraba sin poder hacer nada por ella, solo darle todo mi amor y compañía.                          Para colmo de males, a mamá; después de adulta se le presento un foco de epilepsia, para la que el neurólogo le mando a tomar una pastilla de Fenobarbital cada noche antes de dormir, debido a que sus ataques —cuando le suceden esporádicamente si no se toma la píldora —, pasa siempre del sueño al desagradable acometimiento convulsivo. Quede traumatizado a los diez años. Los gritos de mi padre me despertaron una madrugada. Cuando me asome a la puerta de su cuarto, allí estaba mamá, con esa maldita y horrenda transformación encima de la cama. Era una verdadera proeza conseguirle el medicamento en alguna farmacia de la Habana. Había que recorrer grandes distancias y rezarle a todos los santos machos, para topar con ellas.                         En lo que uno la trataba a toda costa de conseguir, ella pasaba las noches resolviendo con algunos cocimientos y remedios caseros que el propio neurólogo, —en la impotencia de no poder ayudar y hacer más—, recomendaba paliativamente. Como por ejemplo el de la frutabomba o papaya. Por suerte mi padre —en ese sentido— remedio que le mandaran y necesitara, él iba al propio monte si tenía que ir, y se la conseguía; no sé si por amor a mi mama, o porque no nos quejáramos de la incompetente industria farmacéutica Cubana.                       El viernes en la mañana me fui para casa de Daniela. Habíamos acordado días atrás de ir a la playa junto a otros vecinos y amigos del barrio. El típico día, del clima bipolar caribeño. Se encontraba soleado y caluroso —todo lo contrario del día de ayer, nublado y lloviendo—. El sol estaba implacable y picante sobre la piel, y sinceramente no soy muy partidario de aguantar sus latigazos. Era muy incómodo tener que pasar dos o tres días sin poder dormir debido a las quemaduras producidas por el astro rey en un día de playa. Por eso me ponía la gorra junto a un pulóver  ancho para poder proteger muy celosamente mi blanca y fina piel.                             Pese a  que esto es lo que más me incomoda de ir a la playa, siempre terminaba por ceder y acompañar a mi chica. Daniela era todo lo contrario, no tomaba sol, se lo bebía por baldes, como jugo de 57 grados Celsius— aun siendo tan blanca como yo—. Un día de estos me quedare sin novia sólida, pensaba. Llegue a casa de Daniela, y en lo que terminaba de recoger algunas cosas para llevar, fui hasta el patio, allí se encontraba su papá, el señor Gonzalo.                              La casa de Daniela era muy ordenadita. Pese a las dificultades para conseguir materiales de construcción, y todo aquello que ayudara a mantener una casa con el debido maquillaje. El hogar se mantenía siempre impecable de pintura y detalles. En la entrada una reja color vino tintó, la casa era toda de blanco, con el borde del techo del mismo color de las rejas. A los costados presentaba pasillos que iban a parar al patio, por dentro la casa era de tres cuartos. Tenía sala, comedor y la cocina en ese orden desde la entrada hasta la terraza. Era pequeño y concentrado todo, pero muy bonito y acogedor. En cambio ya el patio era grande, tenía árboles frutales. Había una mata de naranja de esas agrias que sirven para ponerle a los condimentos con que se adobaban las carnes. Había una de aguacate muy antigua que había sembrado su abuelita cuando joven, daba unos aguacates grandes y jugosos, con un sabor incomparable. Tenía un cocotero alto  al final del patio, ya colindante con los vecinos de atrás. Esa mata de cocos amarillos, su agua era un manjar de la naturaleza, y su masa  era  una divinidad.  Pegado a la cerca de la parte derecha había una mata de pepinillos, que tenía siempre insectos porque como no tenían una frecuencia de recogida algo frecuente, se caían y allí se podrían.                         Y también por ultimo había una mata de guayabas, de esas que le llaman en Cuba “Del Perú” muy deliciosas, —yo comía verdes con sal, y los jugos que hacían con ellas eran de otro mundo—. Allí, debajo de esta mata propiamente, acostumbraba a estar con su taburete y el tabaco a medio prender, el papa de Daniela. Recostado al tronco, que para sacarlo de allí, costaría una buena ayuda divina.                         Lo salude y quede regocijado de la típica fresca brisa que se sentía en ese patio siempre. El señor Gonzalo me miro y  acariciando con los dedos el tabaco  me dijo:                      — ¡Cuando era de la edad de ustedes! ¡Sí que vivía bien! No como ahora que para ir a la playa tienen que ir apretujaos en una guagua mal oliente y fatigosa… y dime tu al regresar, llenos de salitre y con la espalda ardiendo… ¡no, no!  ¡Dios me libre!                     Llevo el tabaco a la boca y luego de chupar varias veces al fin logro un pequeño resucitar del humo. El señor Gonzalo era panzón y alto, de hombros pequeños. Su cara era redonda como una tortilla y de esas personas que parecen siempre estar con una sonrisa, aun en los momentos más serios. De cabello lacio y canoso, pero todo despeinado en un ochenta por ciento del día.                       — Me muero de la risa — continuo, mientras soltaba un tenue hilo de humo desde los labios— Cuando le pregunto a Danielita: “¿A dónde va mi amorcito?”  Y ella brillando como una estrella, me responde: “A la playa papito mío”, con una sonrisa de oreja a oreja y todo el vigor a cien por ciento. — Era muy simpático como decía esto el señor Gonzalo, tanto que me provoco una risa espontanea que no pude evitar. —Al regresar de la playa — continuo— Voy a saludarla, y a preguntarle cómo le fue. Me la encuentro semi-acostada en su cama y le pregunto: “¿De dónde llego mi solecito?” cosa que me contesta sin aliento y con abulia: “De la playa papi… de la playa”… y asi queda rendida.                          Tenía una befa muy simpática y me hacia reír su manera de decir las cosas; y es que el señor Gonzalo Gutiérrez   es de esas personas que con solo el tono de voz, de dar los buenos días, te provocaba una sonrisa, tenía una simpatía muy natural y   a cada palabra le ponía su dosis de jocosidad con la que condimentaba también cada letra que expresaba.               —Como está la señora Marina – Pregunte debido a que no sentía a la abuela de Daniela por toda la casa— Casi siempre a esta hora andaba cosiendo algo—                    Me miro y con el tabaco entre los dedos, mientras soltaba un grueso de humo que se le metía entre los ojos y lo hacían ponerse algo achinado. Me dijo:                   —Esa madre mía, con el perdón de mi padre—Que en gloria santísima este— Yo creo se anda de ojitos con ese viejo que vende el periódico. —Me causo mucha risa tal locura. Y esto me convencía de que el señor Gonzalo para hacer sus bufonerías no creía ni en la   propia madre que lo trajo al mundo.— Ahora ese señor no sale de la casa, todo el tiempo es : “ Querida Marina para aquí…querida Marina para allá”… —Volvió a aspirar el tabaco esta vez más fuerte. Este humo me era agradable y relajaba, aun no sé por qué. Todo lo contrario al del cigarro.                                     —Ahora se quieren ir — continuo—a un círculo de abuelos todas las mañanas, para hacer ejercicios de taichí, porque es bueno para la circulación, que si para la memoria.  Ese vetusto lo que quiere es tocarle las nalgas a la vieja con el cuento de los ejercicios chinos esos…                          — ¿Usted cree señor Gonzalo? – pregunte, mientras intentaba no reír—                         — ¡Ah pues! ¡Tremenda lotería me saque yo con estos viejos! sin haberla jugado…                          El mismo se echó a reír mientras trataba de soltar de la punta de la lengua algún pedazo estorbándole de la hoja del puro. Enseguida logro sacarlo y se acomodó en el taburete, poniéndoselo nuevamente  en la boca. — Cambio la cara y se puso más serio, con ojos intelectuales—. Pensé que después de la risa vendría algún consejo o algo parecido.                       —Hablando de loterías— dijo— ¡Nuno! ¿Sabes que la cosa se está poniendo fea y linda a la vez para algunos?. ¿Acaso no has oído lo que está diciendo radio Martí?                    Di muchos síntomas de ignorancia sin abrir la boca, ante la pregunta  sobre  el tema.        —Pues que este gobierno esta como un papalote, a gran altura y mucho viento, pero con el hilo podrido. ¡A punto de irse a bolina!                       No respondí aun a nada, solo quede pensando, algo confuso. En realidad en casa si ponía la onda corta para escuchar Radio Martí bajito y escondido como todo cubano hacía, y si en ese trance mi papá nos agarraba o simplemente viera la frecuencia en donde habíamos dejado el dial de la radio. De seguro tendríamos gran problema mi mama y yo. Quizás mi confusión no era más que la mezcla entre la  falta informativa de radio Martí, y la  aversión que tenía a este mundo de autocracia en que vivíamos en la isla.                       — ¿Y qué pasaría si el papalote se va de una vez a bolina? ¿Cambiaría de una vez todo este desastre en el país? — pregunte  —                       —Lo primero que pasara— dijo Gonzalo agarrando el tabaco con sus dedos, para poder expresar  en voz baja lo que me respondería—Es que  los aviones y barcos de toda Cuba no alcanzaran, para que se monten todos los comunistas de la isla y se larguen… ¡Todo será distinto hijo mío, todo!. ¿Tú sabes cuánto cuesta la democracia, la libertad? Pues mucha sangre lamentablemente. Pero si como dice la radio de Miami, que este gobierno esta ahogado en deudas de todo tipo, en escándalos, que tantos se hablan, y algún que otro conflicto por ahí, pues el globo por alguna parte se les revienta.  ¡No tendrán más remedio todos que irse p’al carajo de esta isla!  Gracias a Dios y a la virgen de la caridad del cobre, sin una gota de sangre. Ya no más miserias, ya no más necesidades básicas, ni dogmatismos. — saco un pañuelo de cuadros y seco sudor de su frente y boca. Luego continuo mirando de reojo las cercas que limitaban el gran patio con los vecinos— mijo tenemos que Salir de estos comunistas, que lo único que hacen a nombre del pueblo y revoluciones, es escupirnos… quieres ver falta de respeto más grande que ver en las tiendas hechas para extranjeros, productos fabricados aquí en nuestro país, y que uno muriéndose de hambre ni los vea. Claro como uno no es ni francés ni español, ni tenemos dólares, que nos muramos de gazuza, porque para estos comunistas, somos unos perros de mierda…                              El señor Gonzalo tenía los ojos rojos, y la frente llena de sudor debido más al calor del tema que del ambiente. Era uno de los tantos millones de cubanos que  sacrificado estudiando y trabajando algo, no tenían nada prácticamente. Hasta hacia unos cinco años había sido profesor de geografía en un Pre-universitario de la ciudad de la Habana, allí trabajo durante quince años, hasta que le pusieron el ojo cuando comenzó a negarse a participar en marchas revolucionarias.  Un día, un supervisor del ministerio de educación, calculo que tenía siete años sin ir siquiera a un solo desfile del primero de mayo. Comenzó a tener serios problemas  y la dirección lo comenzó a presionar para sacarlo. Tanto fue así, que renuncio.                          — ¿Y usted cree que tarde mucho en llegar ese batacazo final?- pregunte con mucho interés.                         — ¿No escuchaste en radio Martí, la canción que están pasando todo el tiempo? Si esa, de Willy chirino, que dice: “Ya viene llegando, que todo el mundo lo está esperando… porque somos un solo pueblo que va cantando…ay Cuba linda y primorosa…” — cantaba Gonzalo todo desafinado pero con una emoción que cautivaba.                    — ¡Mira yerno mío! Si Dios quiere, mi nieto o nieta, van a nacer más libres que ese aire que está moviendo las hojas. Vivirán en Londres, o estudiaran en Nueva York, se casaran en Milán, y harán dietas en Tokio. ¡Pero libre carajo!                        Esto último me causo gracia y reí. El tabaco se había apagado y comenzó a buscar con que encenderlo, al pie  del taburete tenía una caja de fosforo  que se le había  caído del bolsillo.                        — ¡Ríe, ríe bobito! Que con el tiempo y un ganchito, como decía mi padre, me darás la razón — dijo tratando de encender un fosforo, lo cual la brisa que había le apago de inmediato. Intento prender otro y sucedió lo mismo. De inmediato agarro tres fósforos y los rayo al mismo tiempo y protegiendo el fuego de la intrépida brisa con una de las manos y el tabaco en la boca, logro varias chupadas y encenderlo. Comenzó a correr el humo y enseguida todo se inundó con el aroma de tabaco.                    — Eso quiero y espero yo también señor Gonzalo. Y quiero sea lo más pronto que se pueda. Tenga la seguridad que si tuviese alas, salía volando ahorita mismo de toda esta isla. Fíjese simplemente sin ir más lejos, en mis pies, para que vea en lo que ando — lo hizo sin vacilar y de inmediato tuvo una respuesta de su estudio—                    — ¡Bueno hijo!— agrego rascando simpáticamente su cabello lacio despeinado—creó que eso que tienes puesto como calzado, no te protegerán ni siquiera de un meao de perro… trata de que no se te mojen, porque parecerán dos caimanes con la boca abierta tragándote por los pies                      —Sepa usted, que bastante  buenos me han salido, porque son los únicos que tengo, y los uso para todo. De ahí porque están tan gastados. Si los suelto se van solos para la escuela…                         Las carcajadas de Gonzalo la escucharían a dos cuadras, moviendo su hipopotámida y matate panza. Se levantó y acomodo el taburete, luego se sentó y recostó al tronco del árbol, —como sujetándolo para que no se cayera—, todo esto con el humeante tabaco entre labios.                         — ¡Sabe! Quien sí va a sufrir todos estos cambios de los que se hablan, es mi papá. Con lo ciego y  obsesivo que esta con este gobierno…                   —Es cierto muchacho—dijo— y todavía no me explico por qué tu padre se ha vuelto tan desquiciado por la política sucia esta. Ya sabes que desde pequeño él y yo estuvimos en la misma aula. Yo sé que la cosa antes de 1959, era cruda, muy difícil. Pero tus abuelos tenían a tu papá, que no le faltaba nada. Yo recuerdo que tu abuelo trabajaba en una c********a, por allá por Martin Pérez, — Cerca de donde estaba el colegio—. Y él era alto, fuerte, todo un cuarto bate. Pero trabajando tenías lo que querías, y podías alimentar a tu familia y bien. Antes quien no comía era porque no trabajaba. Entonces, que hace un hombre que supo lo que  era tener lo que quisieras con tu sudor, a no tener nada aun sudando más… ahorita, se sobrevive en desayunos con un agua con azúcar morena, porque eso es lo que se está tomando en las mañana para desayunar…cuando no existía  este hijo de puta— dijo esto último  haciendo  la silueta  de una barba y en total susurro—tu padre y yo , y todos los niños de entonces, la lengua la teníamos entumida de lamer helados  que costaban menos de un centavo… ¡Se vivía muchacho, se vivía! Ahora tú padre lleno de dogmas, sin tener donde caerse muerto, como todos en este pedazo de tierra, y ya tenemos 56 años en las costillas… Ayer mismo sacaron —en lo que queda del cafetín de allá en la esquina—, huevos hervidos. Si vieras que cola se hizo para comprar eso   ¡huevos hervidos!, y a todas estas, solo tres te podías llevar… bueno a Mercedes la negra, otra mulata  le dio tres bofetones y se arrastraron por los pelos en plena cola, porque una creía que la otra se le iba a colar…
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