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4956 Palabras
 Con la misma le sacaban la lengua cual serpientes  y el  conductor de la moto  dejo de acelerar para ir a la par mía.                         — ¡Frustrado!, dame ese bombón para   tratarla como una reina— me grito el de atrás mientras el conductor se cagaba de la risa—                         — ¡Singao! Bájense para que vean a quien vas a tratar así—Les grite con el poco aliento que me quedaba.                        — ¡Maricones…! ¡Me cago en sus madres! —agrego Daniela con más rabia que yo.                       Los tipos se rieron aún más. Daniela les saco el dedo del medio y estos aceleraron la moto hasta perderse de vista. Agarramos la vía blanca y de allí salimos a la rotonda de Guanabacoa. Por ahí le preguntamos a un señor que jugaba con un gato, moviéndole una rama de un lado para el otro. Cuando lo vi, todo harapiento y de un olor nauseabundo, pensé que no sabría ni donde estaba el mismo. Pero  enseguida supo que farmacia era y  nos indicó. En Guanabacoa hay muchas subidas y por supuesto al haberlas hay bajadas, Daniela se apeaba en las subidas y caminábamos. En las bajadas— como todos los santos ayudan bajando— lo hacíamos por impulso de inercia sin dar un solo pedal.                       Por fin llegamos y la farmacia. Era más pequeña que todas las que habíamos recorrido. Con las paredes todas despintadas además de cuarteadas, y donde existió un cristal ahora existía un cartón tabla todo n***o de humedad. En el medio de ese cartón pegado con un trozo de cinta, un papel que escrito a lápiz  anunciaba la falta de medicamentos para la presión, la diabetes y próstata. Había una cola de cuatro personas, esperando en Dios que nadie de esas estuviese buscando algún anticonvulsivo.                      Puse la bicicleta al lado de un pedazo de muro que aún quedaba e n pie custodiando la pequeña y desaliñada farmacia. Quede al lado de Daniela esperando. Ella me limpio el sudor con las manos y soplaba mi frente para refrescarme. Me alentaba de que todo ya estaba bien y resuelto. Pero hasta que no tuviese el medicamento en las manos no cantaría victoria. Ya conozco las cosas de este país, y una de las cosas que me enseño es que lo más seguro es que no hay nada seguro.                        Delante de nosotros había un señor que no paraba de toser —charrasqueaba la garganta tratando de soltar algún residuo de esa gripe que lo andaba matando— Dani y yo nos miramos repugnado por las acciones de este señor. Ya cuando le tocaba ser atendido, soltó un repulsivo gargajo  que fue como si nos metieran la mano por la boca y nos  voltearan  tal cual reversibles.  Por suerte para nosotros y mala para él, lo despacharon rápido porque no había nada de lo que el acatarrado señor buscaba.   Me quede con la bicicleta y Daniela agarro las dos recetas, subiendo los tres mugrientos escalones que había. Se las mostro a la farmaceuta. Una negrita  que tenía trenzas pequeñas, y los labios rojos como la sangre. Se tardaba más de lo que pensé  para venderle las pastillas, cuando sentí a Daniela alzar la voz  enredada en una discusión.                          — ¡Oye, oye…! La jevita tuya esta al darle un bofetón a la negra — dijo el hombre podrido, que se había quedado deambulando cerca—                       Agarre la bicicleta y la subí a la entrada en donde estaba Daniela  para ver qué pasaba. Enseguida salió, —por lo que quedaba de una puerta— la negra bemba roja, dejando a Daniela hablando sola.              — ¡Oye, oye, Mira...!—me dijo en un espaviento poco decente — ¿no ves el cartel de que no se admiten bicicletas en el lugar?  Hazme el favor de sacarla de una vez, que si la administradora te ve, no será a ti a quien van a regañar.                              La chica quedo con una mano en la cadera y la otra señalándome el único camino que había para irse de ese lugar con la bicicleta, se notaba muy chusma. Era bonita físicamente y de muy buen cuerpo, tenía un blue jean ajustado y como buena negra, su silueta de guitarra  bien detallada. Fui directo a ponerla en el pedazo de muro donde estaba recostada y le di un peso al señor escupidor cual Pepe Grillo, para que me la vigilara mientras iba corriendo donde Daniela a ver qué pasaba. Apenas entro la morena por el pedazo de puerta, llegue yo donde  mi encolerizada novia, que andaba de brazos cruzados y una cara rubicunda.                             —Mira Nuno, acá la señora, no le da la gana de vender la medicina…—dijo con la voz hasta quebrada y aperreada de la impotencia—                          — ¡Óyeme  niñita! —Salió al paso inmediatamente la morena— ya te explique mil veces el por qué no te la puedo dar, y no tengo ninguna gana de estar repitiendo como una cotorra lo mismo, y lo mismo… No he comido nada desde hace una pila de horas, tengo el humor en el mismo calcañal…                       —Aquí nadie tiene la culpa de eso —dije molesto y subiendo el tono para hacerme respetar— ¿por qué no vas allí al comité central del partido comunista de Cuba y le dices que  repartan más comida al pueblo? Te aseguro si lo hicieran no tendrías hambre y creo que nos tratarías mejor.                        — ¡Coño Nuno! — me dijo Daniela susurrante al oído apretando los dientes y agarrándome por un brazo— estás loco, esa mujer nos   mete un chivatazo con la policía por lo que acabas de decir y pasamos un mal rato.                       — ¡Está bien, está bien!—le respondí liberando mi brazo de sus manos. La chica de la farmacia trataba de mirar para otra parte, haciéndose, irónicamente, como que no era con ella—a ver… ¿por qué razón no nos quieres vender el medicamento? he recorrido toda la ciudad detrás de el para mi mamá, ahora que llego hasta aquí — cansado hambriento igual que tú o más— y la encuentro, tú me vienes a decir que no puedes vendérmela. No muchacha, aquí el del mal humor soy yo                       Comenzó con el bolígrafo a hacer una especie de rumba en el mostrador, pero no era más que tratando de sobrellevar el fastidio que sentía por lo que decíamos. En una de esas me voltee para la bicicleta y allá estaba el señor gargajos mirando todo el show.                    —Ella dice – continuo Daniela – que las recetas de la posta médica, hace una semana que están vencidas.                           —Y hoy hace cuarenta días que andamos buscando el medicamento para mi madre que es epiléptica entiendes, E.P.I.L.E.P.T.I.C.A, que no puede faltarle porque si no convulsiona en pleno sueño— agregue—                        —Pero es que eso no es asunto mío fiñe —hablo la petulante farmaceuta de bemba roja — ¡Váyanse!  No se… a las farmacias de campo florido a ver si allí se la despachan sin recetas.                        —Ya mis piernas no dan más…— le dije— estoy muy cansado y estresado por ese medicamento… ¿me vas a mandar a campo florido?… por Dios te lo ruego, véndeme esas pastillas… ¿quieres que me arrodille dime?                       — ¡Ay chango!  —Respondió mirando al techo  implorando paciencia mientras movía una pierna que le hacía menear todo el cuerpo— ¡Qué cosa más grande! … A mí me parece que ustedes dos me están cogiendo para sus cosas. No se me hago la idea de eso, o que ¿me ven cara de anormal o qué? no les voy a despachar ese medicamento, ya olvídenlo… ¡El próximo!                       Comenzó a gritar  esto último con la mirada buscando a alguien  que estuviese interesado en  sus amargados y hueros servicios. Daniela  no aguantaba más daba vueltas de un lado a otro. Yo me estaba llenando de ira, sentía tantas maldiciones dentro que es grato no contarlas aquí. La impotencia es una  situación  crítica de un ser humano, hace más daño que si te soltaran en una jaula con leones hambrientos.                        — ¡Daniela que yo de aquí no me moveré!— dije con voz acérrima de la rabia que sentía—si no me da el medicamento de aquí no me iré.                         —Pues te quedaras a dormir, impertinente—respondió de inmediato con abyección nuestra oponente.                        —Si tengo que dormir aquí por ayudar a mi madre, me quedo, tu grosería no va a limitar mis ganas de que ella este bien… aquí tienes los tres pesos que cuesta aquí tienes dos recetas por falta de una — le tire en el mostrador las dos cosas. Uno de los tres  billetes de un peso se voló al piso y me incline y lo puse con cierta violencia en el mostrador junto a los otros— ¡No le vas a despachar a más nadie! Llámame a la policía o al ejército si quieres. Pero me llevo el fenobarbital… ¡Cojone!                     —Si hazte el loco para que veas… que si aquí tienes hambre, más hambre tendrás en un centro de detención para menores— agrego notoriamente  más asustada al verme tan encolerizado—                   —Si a esta lo que le hace falta es una blanquita que la arrastre como una frazada de piso — grito Daniela  ya cuadrada para fajarse con la morena. Cosa que no me agradaría mucho porque la negra físicamente era el doble de mi chica,  de  carácter y vigor Daniela si era el triple de esta, que al verla retándole  a la gresca lo que hizo fue reír a carcajadas—                    — ¿Qué es lo que está pasando aquí? — interrumpió una gruesa voz femenina que se acercaba al mostrador desde la parte de adentro.                        Todos quedamos callados esperando la puesta en  escena  de tal personaje. La morena continuaba  moviendo el bolígrafo de un lado a otro. De pronto abrió la   desmantelada puerta, una señora negra también, alta y gorda, muy elegante y de tacones. Poseía una falda vino tinto larga, y una blusa negra con flores. No pegaba mucho su elegancia con el diseño  basto de tal farmacia.                      — ¡A ver tú! ¿Qué quieres que no te acabas de ir?—le grito al señor de las flemas que se encontraba al pie de mi bicicleta— ¡Vamos, vamos ajila de aquí…!                     El señor me miro como preguntando “¿Qué hago?”  Yo con la cabeza le afirme que se marchara, y así tosiendo, se fue caminando como niño regañado, no sin antes escupir dos veces en plena calle.                     — ¡Bárbara! toma la receta de esos muchachos, el dinero y dale las pastillas—dijo contundentemente la señora—                    — ¡Pero compañera rebeca ellos…!                   — ¡Bárbara, dale los medicamentos!— le interrumpió con apostrofe — ya yo escuche todo el show, amenazas, groserías, de todo. Ni en Tropicana se vive un show tan completo.                       Sentí vergüenza de que esa señora me viera como gente chusma y sin modales. Daniela también sintió lo mismo, la que no se inmutaba era Bárbara, que más bien se sentía más molesta aun.                      —Y dos cosas jovencito— dijo antes de partir al interior del local— Una, tienes que mirar bien la fecha de caducidad de una receta médica. El país no está en condiciones de estar dando las medicinas así como así.  Y la segunda, cuidado las cosas que dices del gobierno, yo te escuche desde allá adentro, y no todo el mundo se hace el sueco. Tenga mucho cuidado.                      Partió con sus tacones a pasos firmes hacia el interior. Le dimos las gracias pero no sé ni siquiera si nos escuchó. Enseguida la morena agarro la receta saco la caja de fenobarbital y la dejo caer en aquello que parecía un mostrador. Sin mediar más palabras agarre las píldoras y nos fuimos del lugar. Estaba cansado pero ya con misión cumplida y eso me daba un aliento extra. El viaje de regreso lo sentí menos largo y menos cansón.                            Mamá no podría saber el calvario que pasamos para conseguir su medicamento. Ella era de esas personas que se acomplejaban cuando veía que molestaba a los demás o se sacrificaban por ella, aun siendo su hijo se sentiría mal. Recuerdo de una vecina que fue hasta otra provincia a buscarle unas raíces de Pasiflora la cual supuestamente servía para ayudar en la epilepsia. Con la falta de transportes en el país, la vecina fue hasta Matanzas para lograr conseguirlas. Ese día que se enteró del viacrucis de la hacendosa mujer por ayudarla, lloro a más no poder. No soportaba le tuviesen una gota de lastima, que ella no era mujer débil ni  fragosa. Pero ninguno de estos complejos podría evitar que  su único hijo hiciera lo imposible porque ella estuviese bien o al menos mejor. Más aun  cuando mi padre, quien se ocupaba casi siempre de su dilema epiléptico, ya había cedido terreno con la amante revolución.                      Muchas veces, sobre todo los fines de semana, — no quería verla presa de frazadas de piso o una deprimida cocina haciendo magias para llevar algo a un plato—. Le decía que se vistiera y nos  íbamos por ahí en la bicicleta. Caminábamos por la catedral de la Habana, o estábamos en algún parque cerca del malecón para agarrar la brisa sabrosa del mar. La última vez que lo hicimos ella había cobrado, y me hizo ir hasta la heladería Coppelia y nos tomamos una copa de Sundae que tanto nos gustaba, con ese sirope que se acumula al final de la copa, toda una delicia.                       El siguiente domingo temprano en la mañana le dije que se vistiera que nos íbamos hasta el municipio de regla, a la iglesia del padre Rafa a participar en la misa. Al principio se reusó un poco, alegando que tenía que hacerle unas cosas a mi padre, pero eso me motivo más en sacarla de la casa. Se vistió, nos comimos un pan viejo que ella pico a la mitad y  puso a tostar en el sartén con un hilo de aceite.                     Nos fuimos esa mañana y todo estaba lindo, era una mañana soleada hermosa. Pero mi parrillera no disfrutaba el paisaje , sino advirtiendo todo lo que veía, que cuidado por aquí, cuidado esa moto, cuidado ese autobús, que esa bicicleta paso muy pegada.  Aun sabiendo que yo era muy cuidadoso con el tema de conducir en la bicicleta, sobre todo si la llevaba a ella o Daniela.                        Nos dirigimos hacia casa de ella precisamente, donde dejaríamos todo e irnos con la señora Marta para la misa. Llegamos  y estaban las dos listas, no se encontraba el señor Gonzalo debido a que había ido  con su tabaco a un juego de softball  y la abuelita Marina, quizás con su novio por ahí en algún ejercicio de taichí, como diría don Gonzalo. Daniela estaba radiante, tenía un pulóver amarillo  en un pantalón de tela azul, su cabello suelto , más ese toque sutil de maquillaje y la colonia café que tanto le gustaba, hacían que tuviese ganas de volverme totalmente loco y caerle encima, pero mejor vayamos al suceso religioso  del día y no  caer en  las ideas que pasaron por mi mente.                    Tome de la mano a mi chica hermosa y nos fuimos caminando los cuatro por toda la Habana vieja. Caminamos por la calle Paula, famosa por estar allí ubicada la casa natal de José Martí, escritor y héroe nacional de Cuba. Siempre me pareció más chica en vivo, que en las fotos de los libros. Hacía mucho sol, y mamá junto a la señora Marta se refugiaban mientras hablaban sin parar, en un paragua que esta última llevaba.                           Llegamos al muelle en donde salía la lancha que cruzando la bahía nos llevaría hasta Regla. El olor a puerto siempre llamaba mi atención, pese a que para muchos era repugnante, a mi simplemente me daba a libertad, a que más allá de ese mar hay vida, otros horizontes, otro futuro. Llego la lancha a los cuarenta minutos, y cuando subimos Daniela  se quedó recostada a mí mirando hacia afuera y yo la  cubrí con un abrazo, mirando también hacia la bahía, teníamos una vista espectacular. La lancha no se llenó del todo y  el ruido del motor al arrancar invadió el tranquilo ambiente que había. Las aguas se veían oscuras y Daniela me señalo varias aguas malas o medusas  suicidas que andaban  flotando entre  las manchas de petróleo.                           Llegamos a la iglesia. A mama’ se le veía la emoción en los ojos. Una mañana distinta,  con todo lo que de verdad le gustaba. Entramos y ya había unas cuantas personas sentadas esperando. Se sentía una paz magnifica que amenizaban los olores a mirra e inciensos de sándalo. Vaya, que si por mi fuese no me saldría de allí nunca. Daniela  le dijo a mi madre de ir a ver unas orquídeas en el patio de la iglesia, la tomo de la mano y se la llevo. Me quede con doña Marta, —ella arrodillada orando y yo mirando todo y sintiendo la fresca brisa marina que entraba por uno de  los portones, que no como entre semana que se abría a medias , hoy era de par en par— Entro un señor con una pierna de menos pidiendo ayuda. De barba canosa y cabello desaliñado, con un olor muy nauseabundo, llevaba una muleta toda destruida, no sabría decir si él se apoyaba en ella o ella en él. Enseguida salió una señora de los puestos de adelante y  comenzó a decirle que  en el templo no se  podía quedar y cuidándose que la tocara, lo fue echando poco a poco, no sin antes el mendigo maldecirla y decirle hasta del mal que moriría.                            Llego mamá súper emocionada de las orquídeas que estaban en el patio y el pequeño tour que Daniela se había encargado de hacerle. Enseguida todo comenzó a llenarse a tal punto que mucha gente quedo parada  en las puertas y sobre todo al final de las bancas. Salió el padre Rafa con dos monaguillos que movían el incensario  en forma armónica. Se veía tan elegante que mamá doña Marta y Daniela, no dejaban de halagarlo susurrando entre ellas.  Repito, era muy delicioso el olor a incienso. Lo ambientaba aún más, las canciones que tocaba un señor en la guitarra y voz, una señora mulata canosa, y una chica joven. Eran muy afinados y todo muy lindo.                          Mi madre fue muy feliz en esos cuarenta y cinco minutos, y me decía que quería venir más seguido, cosa que doña Marta afirmo que así seria. El padre Rafa  había entrado y nos quedamos esperando a ver si se asomaba por ahí. Cuando vino— ya sin su atuendo—, uno de los monaguillos nos anunció que vendría el vetusto líder.                        —Qué lindo niño – le dijo Marta al chico— si parece un angelito con esas pequitas en los cachetes…                       El chico se le pusieron las orejas rojas, y salió del lugar, poniendo en duda el talento en descubrir ángeles de doña Marta, cuando se mandó a correr y  jugando de manos en la puerta con otro niño, casi  tropiezan a una señora con problemas mecánicos  para caminar.                        Se vio salir al padre Rafa, pero antes de llegar a nosotros lo abordaron más de seis personas, preguntándole cosas, pidiéndole la bendición, hasta tomándose fotos. Entre tanta gente, se logró meter nuevamente el hombre de una sola pierna encontrándose al padre por el camino y pidiéndole también la bendición, que sin pensarlo el sacerdote le dio y continuo con su rumbo hacia nosotros. La misma señora que  saco al mendigo volvió hacerlo  con las mismas palabras y trato.                       — ¡Que linda familia Dios bendito!—  dijo al llegar donde nosotros. Le dio abrazos y besos a todos, y cuando llego donde mamá, le tomo de las dos manos. —  su hijo tuvo palabra al decirme que le traería… es un inmenso placer tenerla aquí. El solo hecho de  su presencia, para mi hace muy especial este domingo.                           Mamá sonreía y hasta se le aguo la mirada ante tanto halago y amabilidad. El padre Rafa puso su pulgar en la frente de ella y le dio la bendición haciendo una cruz en ella. Nos tuvimos que retirar a la parte de adentro de la casa parroquial, porque siempre aparecían personas preguntándole algo al padre y pidiendo bendiciones, cosa que no le dejaba concentrarse en la plática con nosotros. Mi señora madre  estaba con una emoción que conmovía, y me hacía feliz verla así, pero a la vez me  arrugaba el corazón, porque yo quería darle no solo estos raticos, sino una vida constante de alegrías.                       El sacerdote   nos invitó almorzar— Un arroz con frijoles negros, plátanos maduros fritos y jugo de piña bien frio, bueno ese fue el menú que nos anunció y nadie tuvo objeción—. Se llevó a las mujeres a la cocina y allí las sentó, mientras que Daniela   me pidió le acompañase, nos tomamos de la mano nos fuimos para el patio donde estaban todas las orquídeas y en general, la parte botánica de la parroquia.                        Una brisa muy sabrosa invadía todo, tanto que a Daniela le batía el cabello con mucha gallardía. Me quede mirándola mientras ella me explicaba cual ayudo a sembrar, cual ayudo a trasplantar, o cual no sobrevivió al calor.  Que   las orquídeas eran genero Brassia, que todas estas son hijas de las que tiene en el patio de su casa, y las temperaturas que debe ser para que vivan hermosas son de 22 a 24 grado Celsius en el día y en la noche de 12 a 15. Que las hojas son el principal indicativo de si la luz solar es suficiente o muy escasa. Si sus hojas son de un verde muy oscuro, es que necesita más luz solar, si  son de un verde claro y con tonos rojizos quiere decir que   tiene exceso heliocéntrico.  Aun con toda esa clase de botánica sobre la descendencia y trascendencia de las Brassia. Yo no dejaba de mirarla y tanto así que no pude dejar de ir donde ella y abrazarla  por detrás.                      — ¡Oye muchachito…!—me dijo sonriendo y algo picara, pero sin poner resistencia alguna— estamos en la casa de Dios. ¿Sabías?                         —Lo se Dani, y le pido perdón y a las Vírgenes y todos los santos. Pero ellos saben cuánto te amo. Que cuando te miro y te tengo cerca me vuelvo un loco sin camisa de fuerzas… y hoy más que nunca Daniela, no sé qué pasa que no dejo de mirarte…— le dije esto último apretándola más a mí.                      —Si mi amor, lo sé y eso me hace feliz, pero cuidado que estamos en la iglesia, nos pueden ver y mal.                      — ¡Está bien, está bien! —dije resignado y con algo de molestia                         Ella sabiendo de mi inconformidad, volteo y acaricio con sus dedos la cara,  con la misma me dio un beso corto pero muy delicioso salido de  esa boca rosadita.  Cuando intentó retirarlos de mis hacederos labios, no aguante ese ímpetu y esas ganas impúdicas que me invadía. Le agarre por las caderas y  di otro beso a ojos cerrados, labio a labio, lengua con lengua, ella  apretaba mi espalda. Mientras yo la pegaba a mi cuerpo, sentía como la portañuela de mi pantalón estaba a punto de explotar.                          De pronto notamos la presencia de alguien y nos despegamos de inmediato. Miramos al mismo tiempo, y se trataba de la señora luisa  que había venido a buscarnos para almorzar. —Daniela no sabía dónde meterse—. Se  hizo una cola en el cabello, arregló su  pulóver y me miraba de reojo. Yo en cambio intentaba disimular lo que  el andrógeno  y  la gonadotropica,  habían causado en mi órgano reproductor masculino. Luisa bajo la cabeza y nos indicó con voz tímida que nos esperaban en la mesa. Se fue  con  los mismos pasos silenciosos con los que vino.                     Sentimos una risa en tono agudo, y quedamos en silencio esperando escucharla nuevamente para así saber de dónde venía. No pasaron muchos segundos cuando volvió a escucharse. Daniela me hizo seña con un dedo de que no hablara y salió por  el portón principal que aún permanecía entre abierto. Al instante sentí  que alguien corría mientras Daniela me decía que  había atrapado a uno.                         En efecto venía con el de la mano. El chico parecía un ratón cuando un gato despiadado lo atrapa entre sus garras y se le queda mirando con las pupilas dilatadas.                      — ¡Pero si es el monaguillo pecoso!— le dije mientras se acercaba Daniela con el detenido—                     —No me digas pecoso— enseguida respondió el niño con gallardía — tú y tu novia tienen más pecas que yo…                      —Mira para eso. Lo atrapamos y aun así anda de respondón—agrego Daniela aguantando la risa— ¡a ver! ¿Qué hacían tú y el otro prófugo, mirando lo que no tienen que mirar?                     —Yo no tuve nada que ver, ni siquiera mire. Solo Pepito se subió encima de mi espalda para poder alcanzar a verlos. Yo ni pude ver.                     — ¡Ay Dios mío! estos muchachos— dije—razón tiene el padre Rafa en decir que los niños de este país se están perdiendo cada día más.                     —No, no, por favor, no le digan nada al padre rafa, que se molestara mucho y seguro se lo dice a mi mamá— suplico el muchacho, poniéndose sus orejas y cachetes, de un tono rojizo. —mi mamá no me dejara ver los muñequitos en las tardes, es lo mínimo que me haría.                    — Pero eso no es ningún castigo, si esos muñequitos solo sirven para alejar las moscas—dije mientras el niño bajaba la cabeza y se reía—                   — Es verdad — me dijo— todo es El pidió Valdez, la vieja chuncha y el CDR, o sino Guaso y Carburo. Pero no hay más nada que ver— dijo esto último encogiéndose de hombros— por eso, por favor no le digas al padre Rafa, sino ni esos podría ver…                      —No sé —dijo Daniela  haciéndose la pensativa— ¿que tú crees Nuno?                     —Está bien Dani.  Démosle una oportunidad al chamaquito.                     —Sí, si gracias, les aseguro que no lo hare más— agrego emocionado el chico— no se ni como ando para arriba y para abajo con ese Pepito. En los problemas que me he metido por su culpa.                      — ¿Cómo cuáles?  —pregunto Daniela, mientras cariñosamente le acomodaba con sus dedos el desaliñado cabello castaño claro al niño.                      —Bueno, hace como una semana, fuimos a la finca de José el cojo. Un señor muy amargado que tiene unos perros grandísimos cantidad, y todos los días sale con un burrito a vender leche con dos tinajas grandísimas. Bueno, Pepito me dijo que allí en la finca tenía unas matas de guayabas que eran las más grandes y dulces de todo esto. Salimos un día temprano  y vigilamos que  José el cojo saliese en su  animal a vender la leche. Y llegamos, luego de brincar varias cercas de púas. Que por cierto aún tengo la marca de un arañazo— dijo esto mostrándonos el antebrazo — y en efecto allí estaba esa mata llenita de guayabas grandes amarillitas y verdes. Nos pasamos la mañana comiendo guayabas recostados bajo la sombra del troco de la mata que más tenía, pero Pepito vio una en lo último del árbol, que era la reina de las guayabas, se veía inmensa cantidad. Bueno me dijo: “Ponte debajo que yo la voy a tumbar con un palo, intenta atraparla que si cae al suelo se aplastara porque está muy madura”… me puse en posición de recibir la fruta, cuando le pego con el palo, junto a ella se venía también un zumbido. Era unas avispas que comenzaban anidar parece que al lado de la mayor de las guayabas. Corrí cantidad, que solo me falto decir “bic bic”, para ser el corre caminos.              — ¡Pobrecito!— agrego Daniela —                         —Si — continúo el infante— y mientras huía de esas avispas escuchaba las carcajadas de Pepe por todo el lugar, y más bien alentaba a que corriera más fuerte diciendo que las tenía aun detrás. Por suerte solo Salí con dolores en los pies…             — ¡Es candela pura tu amiguito!—le dije—                       —Si no es tanto lo de amiguito te dije. Lo que pasa es que vive al lado de mi casa, tampoco me le puedo esconder fácilmente. Lo ponen de monaguillo aquí en el templo junto a mí. Y para colmo, está en mi misma aula en el colegio. Por cierto gracias a él me dice todo el mundo bombillo caga’o e moscas…             — ¡Por lo de las pecas!— Dijo riendo a carcajadas Daniela —                       —Sí, pero un día de estos cuando me coja cansado, lo voy aponer como un trapo de mecánico, arruga ‘o   y sucio cantidad— el chico mostraba coraje apretando los puños y chocándolos como boxeador de sábado en la noche, esperando comenzar una aguerrida pelea.                     —No le hagas caso ni mucho menos pegarle y no digas groserías — dije— yo que tengo muchas más que tú, mis amigos me decían yogurt natural con azúcar morena…
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