Diciendo esto Daniela y el niño se miraron como buscando el botón que dispararía una risa en conjunto, y así fue.
— Mi mejor arma contra esto fue ignorarlos, para mi eran transparentes por completo, esto los cansara e incomodara más que si te les enfrentas y tarde o temprano te dejaran en paz. Al principio discutía, me fajaba y logre con esto más risas y que me dijeran hasta batido de trigo inflado.
Ya era una ráfaga cruzada de risa, cuando al instante se apareció nuevamente la señora Luisa. Daniela y yo nos avergonzamos más que la primera vez que vino. Nos fuimos a despedir del chico, pero Luisa no lo dejo irse — le pregunto si había almorzado, más el silencio del niño respondió—, lo agarro de la mano y le llevo con nosotros al comedor.
Por el camino ella nos comentaba que mi mamá se dispuso a hacer con dos plátanos verdes unos tostones, que habían quedado crujientes y ricos. También nos hablaba de la familia de Ricardito, el niño que llevaba muy cariñosamente de su mano. Todo fueron halagos y aplausos para sus padres y también propiamente para él. Con esos comerciales ya nos estábamos encariñando con el pecosito, que mientras le hacían una exuberancia de agasajos, sus orejas se ponían rojas y bajaba la cabeza.
Llegamos y se sentó junto a nosotros. Daniela le ayudo a servir preguntándole que quería y que no. El prefirió unos cuantos tostones y muy poquito arroz y frijoles. Estos últimos tenían el lugar impregnado en un sabroso olor que me dejaban con un hambre media loca. Mamá preparo para mí un plato con bastante arroz y los frijones bañando esa montaña blanca y humeante de tan delicioso cereal. Encima me puso tres tostones grandes y una tajada de aguacate. Daniela comió eso mismo pero en menor cantidad.
Tuvimos un almuerzo muy rico, el padre toco temas de todo tipo menos de la situación tan difícil que se vivía, más bien fue muy optimista en que todo iría a cambiar para bien y vendrían tiempos de regocijos y de paz en todo sentido. Nos reímos de las cosas de Ricardito, como que no le gustaban los granos de frijoles solo el caldo, Daniela muy cariñosa agarro y se los quito uno por uno incluyendo algún que otro trocito de ají o aliños visibles que se encontraba en el caldo.
Luisa, preparo un café muy oloroso y apetecible y trajo platicos con un boniatillo. —Un dulce que se hace muy rico con boniato, ese tubérculo que en otros países le llaman papa dulce o batata. Acá en Cuba se hace un dulce muy delicioso que llamamos así, boniatillo—. Solamente el padre Rafa se fue por el camino del café, al estilo cubano, en taza pequeña pero bien cargado de cafeína. Mientras se lo tomaba y comíamos ese delicioso postre, comenzó Daniela a conversar sobre Benito Pérez Galdós y sus episodios nacionales que tanto le fascinaban. Entre ella y el padre se enfocaron en la novela Trafalgar, la primera novela de la primera serie de esos episodios nacionales. Era una fascinación lo que tenía con todo lo que había leído de este escritor español. Le dijo al padre: “Me fascino en la página 179 de Trafalgar cuando Gabriel Araceli, —ese adolecente, sobreviviente de tan cruel derrota entre la alianza franco española contra el almirante Nelson y su impresionante flota inglesa—. Dice: ¡Sensible es, que hecho tan heroico no haya ocupado en nuestra historia más que una breve página (…) porque las heridas no restañadas avivan la furia en el alma de los combatientes, y estos parece que riñen con más ardor, porque tienen menos vidas que perder…!”
El párroco y Daniela quedaron hablando, tanto que me levante para cederle mi puesto ya que se encontraba el mío más próximo al del padre. Entre tanto Luisa, doña Marta, mamá y yo, comenzamos a dialogar sobre el tema del día. Una noticia que había dado Radio Martí desde Miami, sobre cinco muchachos que llegaron muertos a las costas de la florida en rusticas balsas. El más joven tenía catorce años y los mayores dos de diecinueve.
—Ay, yo sé que los jóvenes están desesperados, pero me parece muy alta la irresponsabilidad de meter en sus mentes la posibilidad de irse de esta manera— agrego la señora Marta—por muy mal que se esté, y que no es mentira lo paupérrima que esta toda la isla. Pero desperdiciar toda una vida, arriesgarla, sin contar el sufrimiento a los padres y demás familiares…no, no me parece hacer algo que ni siquiera pescadores de años se atreverían hacer…
— Por lo que veo y escucho, esto se va incrementando. Cada día se van sumando más y más gentes a esta locura —dijo mi mamá casi en un susurro—
—Pero María Fernanda…— continuo Marta — ¿no escuchaste la noticia en Radio Martí la semana pasada? Bueno verdad que con Renato en la casa y ese comunismo. ¡Que van a poder escuchar nada! La semana pasada llego una muchacha sola. Fue rescatada por los guarda costas americanos…
— ¡Dios mío! — exclamo poniendo sus manos en posición de oración doña Luisa, con la misma se levantó de su silla y miro a Ricardito. Todos habíamos olvidado al niño— dándole un beso en la frente—, le dijo que se fuese ya para su casa, que no prestara atención del tema. El chico quedo con ganas de seguir escuchando, pero obedeció de inmediato, despidiéndose de nosotros con un adiós de su mano.
—Pero lo peor no fue eso. — Continuo Marta— Lo peor fue que estaba de cinco meses de embarazo
— ¡Cómo es posible señor Jesús! — dijo en un alarido el padre Rafa sumándose al tema —
—Bueno padre —prosiguió doña marta — ella salió con su esposo y dos amigos de él. A uno de ellos la tanta sed y calor lo volvió como loco, y comenzó a creer que las olas eran muros y decía que se recostaría a ellos porque no soportaba más el agua, los muros no eran más que las propias olas. Por más que trataron de aguantarlo se lanzó y no salió más. El otro era santero, llevaba una de esas prendas que le llaman… que es una vasija de barro con un poco de brujerías y hasta dicen que huesos humanos le meten—Nadie supo ayudarle—bueno como se llamen. Pues en uno de esos oleajes esa vasija se le fue al agua y en un fanatismo loco, no soporto que esto se hundiera, lanzándose a buscarlo, tampoco salió a flote. Y el esposo tal parece le dio un infarto o algo asi y ella tuvo que lanzarlo al mar. Según dicen ella pensaba que moriría y se encomendó a la virgen de la Caridad del Cobre. Hasta que la vieron los guarda costas.
Hubo un silencio total en la mesa, el padre tenía sus manos en la frente y tampoco decía una palabra. Luisa con la mirada perdida hacia la pared, Daniela y yo nos mirábamos, mamá y doña Marta también cruzaron ojeadas. Lo cierto es que era muy difícil todo lo que uno tenía que asimilar con los fenómenos que estaban ocurriendo al intentar las personas escapar del país. Una isla en llamas de la cual había muchísimos que no estaban dispuestos a ver como su juventud y fuerza se quemaban con ella. Sin embargo muy pocas veces salía bien y cosas como estas impactaban de tal manera que no daba tiempo a crear una costumbre de escuchar noticias así.
—Que esta bendita isla no tiene un momento de paz en su historia—hablo el párroco— Céspedes, Maceo, Martí, Gomes en el 1868, la lucha contra los ibéricos, la independencia y todas las guerras y muertes que esto trajo consigo. Más tarde la crisis del gobierno de Estrada Palma, Machado siguiéndole y en el cuarenta Fulgencio Batista llenando de hambre y corrupción por todos lados, para que en el 59 llegase Fidel Castro, otro lobo de diferente bando…
—Y que hasta peor padre—dijo mi mamá aun en un tono de bisbiseo—
Así como ella, muchas personas temían ser escuchadas por algún simpatizante de la revolución y que informara a las autoridades, no sería nada grato. El padre y doña luisa no temían al igual que Marta, debido a que poseían algunos gramos de valentía y otros más de un “NO ME IMPORTA”. Como ellos, también había en el país gente que solo con dirigir la mirada al cielo y el mar se sabía que amaban el color azul. No era ningún secreto para nadie que la familia de Daniela no era simpatizante de tal revolución, y menos un sacerdote que desde que está en la parroquia ha recibido todo tipo de amenazas e insultos por parte de ateos comunistas que se dicen llamar revolucionarios.
Esa noche me acosté feliz por haber visto a mamá tan linda y sonriente en su misa. Por verla compartir y vivir un día de domingo diferente y sano. Me lo hizo saber cuándo se acostó a descansar, le di el beso de buenas noches más su pastilla, no me acostaría a su lado para dejarla descansar bien. En mi cama quede pensando en todo lo que se habló de esas personas que morían en el mar. Discurría también en mi futuro y hacer esto me quitaba el sueño porque me estresaba de una manera exasperada.¿ Qué sería de mí, de Daniela, que esperaba para nuestras vidas en este país, sino a los treinta envejecer— juntos o no— en una sala con un tenue bombillo amarillo y todas las noches viendo en un televisor blanco y n***o, una novela, la que le diese la gana al gobierno de poner en uno de los dos únicos canales . O volverme un viejo de treinta años alcohólico y fumando cigarros cargados de alquitrán fuerte que vende el Estado sin filtros ni nada. ¿Qué será de la vida de mi mamá en este n***o futuro que me desazona de tan solo pensar?
Llene tanto de angustia mi cerebro que sentí más calor del que comúnmente hacía. Me levante yendo directo al patio donde teníamos un tanque de metal pintado de azul y almacenábamos agua para usar en los quehaceres de la cocina. Le quite la tapa y agarre con un jarro un poco de agua que lleve hasta el lavadero del patio y me empape la cara, sentí tanto bien con esto que luego de lavarme tres veces la cara termine vaciando el jarro en mi cabeza. Quede un rato mirando la noche y el silencio de esta ante el concierto de grillos que se escuchaba. Espere que toda esa agua se me escurriese un poco y volví a dirigirme a mi cuarto, no sin antes abrir un poco la puerta de mi madre y chequear que estuviese bien. Ella me había dicho que papá vendría más temprano, y en efecto al tiempo de haberme vuelto acostar sentí un carro al frente de la casa. Me asome y de la parte del copiloto en un Lada rojo, se bajaba él.
La Habana, verano de 1994, se hacía imposible los latigazos de calor que estaban haciendo. Esa estrella del tipo G, secuencia principal y clase de luminosidad V, con una herniada fotosfera de 6000 °C, allá en el centro del sistema solar. Increpaba sin anestesia contra la pobre isla. El ventilador, parecía que esa paleta plástica se derretiría en cualquier momento, claro está cuando había electricidad ya que comenzaron los aumentos progresivos de apagones a tal punto que la gente comenzó a llamarlos alumbrones, debido a que era más el tiempo sin luz que con ella.
Por estos días la quitaron, como siempre— a las ocho de la noche— y la reestablecían a las once de la mañana, por cuatro horas. Era casi imposible dormir. Entre el calor, los mosquitos y el humo de mucha gente quemando leñas para espantar precisamente a estos incomodos insectos, sin duda era imposible. Mamá y yo nos íbamos al techo de la casa. Barríamos y limpiábamos bien, subiendo con sábanas y varias cobijas. Como podíamos nos acomodábamos y bajo la luz de las estrellas descasábamos algo.
En cuanto asomaba el sol había que irse para adentro. Mi madre en estas vacaciones, antes de partir al trabajo, me dejaba listo una sopa de gallo. Aun no me explico por qué ese título al agua con azúcar prieta o morena. Quizás debido a lo temprano que lo comenzábamos a tomar los cubanos y el despertar mañanero de dicha ave, era el único vínculo que le veía. Después de dormir una o dos horas más, me levantaba y tomaba esto algo así como para hidratarme y recuperar los azucares perdidos en ese cuarto encerrado sin ventilador.
El agua la estaban poniendo cada tres días, y hoy tocaba. Me dirigí al patio donde se sentía la llave del lavadero media abierta anunciando la presencia de este bendito líquido. Comencé a llenar el tanque con una manquera verde que conectaba a esta llave del lavadero. Llene todo lo que encontraba, incluso una botella plástica de tres litros que usábamos para cepillarnos en esos tres días sin agua. Luego de estar listo esto regaba algunas plantas que mamá tenía en el patio. Como una de orégano y ajíes cachucha, que de mucha ayuda le servía cuando cocinaba. También tenía sembrado tilo y sábila entre otras.
Mientras hacía esto, sentí un timbre de bicicleta en la calle que enseguida descifre como el de Daniela. Allí estaba, con un short blanco y pulóver rosado de Hellow kitty. Traía en el pelo una cola de caballo y toda llena de mueca huyendo del sol que le daba en la cara, se veía, mi rubicunda chica, muy hermosa. Le hice señas con la mano y seque un poco el residuo de agua que quedaba en mi short y manos. Trate de no hacer ruidos para evitar se levantara mi padre porque de verdad no quería viese a Daniela aquí en la casa. La busque y le di un beso rico mientras entraba su bicicleta al portal de la casa, su mamá le había mandado a comprar unas cosas para cocinar y quería que le acompañara.
Fuimos hasta el patio con sigilo. Termine de acomodar todo y nos colamos a mi habitación para cambiarme y salir. No puedo negar que estar así con ella me excitaba demasiado, pero trate de no concentrarme en esas ganas — más aún que ella se veía algo tensa por eso—
— ¿Cuál te pondrás? — Dijo buscando ella misma entre mis pocas ropas—
—No se mi amor, el mono n***o será.
—No, hay mucho calor — contesto agarrando un short n***o de listones blanco y rojo y un logo del River Plate en una de las patas— este será mejor mi Nuno…
— ¡Pónmelo!
Al decirle esto Daniela quedo como en un lacónico letargo, y luego se puso con las orejas rojas. Lo pensó por un instante y termino con una cabizbaja sonrisa lanzándome el short a la cabeza. Yo lo tome y se lo devolví lanzándoselo a ella, quedando la prenda en su cabeza muy simpáticamente. Ambos reímos algo alto, luego aun riendo nos mandamos a silenciar el uno al otro.
— ¡Pónmelo! — insistí—
Daniela con rubor y una sonrisa pícara en los labios, acepto. Tomo el short y se lo puso en el hombro para quitarme el que tenía aun mojado por la repartición de agua en el patio. Pero debido que a nosotros los chicos se nos nota fácilmente los momentos acalorados, cuando bajo el que sería remplazado, vio como me encontraba. Se quedó mirando mi interior azul lo hinchado duro y loco que aparecía ante ella, luego me miro. —Estaba seria, algo asustada y eso me dio algo de pena—. Le quite el short del hombro sin decir nada. Esta vez yo me incline para ponérmelo, ella ya estaba erguida. —No dejaba de mirarme, ninguno de los dos decía nada—. Cuando subía el short de River Plate, su mano me detuvo —y todo lo contrario— tomo de los lados de mi cintura el interior y lo bajo de una vez. Quedo muy sorprendida de cómo me tenía este momento a solas con la chica que me marcaba las horas, los minutos y los segundos. Se quedó mirando mi excitación y la tomo con su mano derecha apretándola si dejar de mirarla como una niña a una muñeca extraña pero que le llama la atención. Busque sus labios desesperado y nos besamos como nunca. Labio a labio, lengua a lengua, nos comíamos vivos.
Automático comencé a quitarle su ropa sin dejar de besarnos. No tuve problemas quitándole de una su pulóver de kitty ni mucho menos el short y el blúmer, aunque si tuve algo de resistencia en el ajustador, al que con lo nublado de la calentura y la falta de experiencia, tuvo Daniela que ayudarme a quitarlo. Sentí como sus pezones duros y calientes rozaron mi pecho, — fue esto lo único que evito siguiera besándola—, y fui directo a ellos. Se veían rosados hinchados y duros que me dio por pasarle toda mi cara, sentía como recorrían mis ojos y la nariz hasta aprisionarlos con los labios, chupándolos y lamiéndolos con toda pasión. La notaba temblorosa, aunque yo no me quedaba atrás. Andábamos empapados en sudor pero con una pasión y una lujuria mágica. Daniela y yo hicimos el amor por primera vez sin planificación, sin palacios, sin camas de rosas, ni champan. Ni mucho menos horarios ni fechas, pero fue más lindo y mágico que cualquier lujo material. Nada jamás se compararía con ese festival de oxitócinas que vivimos.
Daniela sintió miedo, teníamos ambos muchos sentimientos forajidos que nos hacían temer, pero supongo era normal ante los cambios y lo nuevo. Yo la abrase y así quedamos un rato solo eso, un rato, pues no teníamos tiempo para quedarnos de ese modo. Le besaba y la lleve más de una vez a mi pecho en tiernos apretones que ya no eran abrazos, con la intención de darle confianza. El amor que le tenía se había vuelto más que infinito. Fui al patio con cuidado de no hacer ruido y mi papá se levantara. Agarre un cubo de agua y lo lleve al baño junto a mi toalla y un jabón azul de lavar, para que Daniela se diera un pequeño baño, cosa que hizo rápido y se fue para la entrada de la casa con el cabello húmedo junto a la bicicleta de ella y la mía, esperando hiciera lo mismo.
En diez minutos estaba listo, y justo cuando salía sentí a papá que comenzaba a deambular por la casa con esas chancletas de plástico duro. A tiempo salió todo, muy pocas veces me salen las cosas así, pero hoy fue una excepción. Antes de salir pedaleando, Dani y yo nos dimos un beso tierno y dulce, cruzando un hermoso “TE AMO” que dijimos al mismo tiempo. Con la misma fuimos al mercado campesino a comprar la lista que ella tenía.
No era para nadie un secreto de que estábamos viviendo los peores momentos en la historia de esta isla. Los precios de todo eran altísimos, sí conseguías lo que buscabas. La inflación andaba como Matías Pérez, —ese portugués radicado en la Habana, con el mejor negocio de toldos y reparaciones de velas navales del siglo XIX en toda Cuba. Soñaba con volar y le compro un globo aerostático al famoso piloto francés Eugene Godard, poniéndole como nombre “La Villa de Paris”. El 29 de junio de 1856 pese a las advertencias de los fuertes vientos, despego por su necedad e impaciencia, a las siete de la noche luego de haber pospuesto la partida varias veces. Se elevó sobre el paseo del Prado de la Habana y yendo hacia el mar se fue elevando sin control y desapareció entre las nubes, nadie nunca más lo vio—. Así como él, estaba la inflación en este país, por los cielos. Lamentablemente los especuladores son hijos de los malos momentos de un país, y de esto estaba repleta Cuba. Por otro lado, estos seguidores del gobierno todo lo justificaban, y eso es una característica muy especial en los comunistas, alegando —en una aberrada tuberculosis política— que ya saldrían de este periodo especial arrimándose a otra tierra socialista caritativa que los ayudara. Así mismo veían al ex mandatario soviético Mijaíl Gorbachov como el anticristo, le odiaban más que al mismo Estados Unidos, y en muchas paredes se veían letreros con pintura toda rustica diciendo: “GORVACHOV MARICON TRAIDOR”. En la propia entrada del mercado campesino, allá en los cuatro caminos donde justamente íbamos, se leía “GORVA… EL SOCIALISMO TE QUEDO MUY GRANDE”. El caso es que ya a cuatro años de la difunta Unión Soviética todos, socialistas, comunistas y gusanos, como despotamente desde el cincuenta y nueve han llamado a los opositores de este régimen. Todos estábamos pasando la misma hambre, quizás —hasta irónicamente— los comunistas aún más que nadie. Agravándose el caso, puesto que ellos dieron todo por la revolución y les pagaban con hambre y miseria. Muchísimos de ellos, incluso eran veteranos de la guerra de Angola, y ahí estaban viviendo de un pan al día y la misma “Sopa de Gallo” que otros.
En la lista de Daniela se encontraban unos ajíes cachucha, una cabeza de ajo, y un paquete de frijoles negros de kilo —si no había negros el que encontrara—. Medio kilo de puerco y una botella de manteca de este, dos tomates y una cebolla. De no ser cubano dudaría que se tratara de todos los ingredientes para hacer un Congris. Daniela pagaba y yo le hacia los pedidos a los vendedores. Lo que más trabajo nos estaba costando conseguir, era el ajo y la cebolla. El primero si había pero estaba más caro de lo que pensábamos, caminamos por todo el lugar buscando alguien que lo tuviese más económico, y la cebolla, no la había por ningún lado.
El mercado era bien rustico, adentro todo estaba lleno de tierra y sucio, las paredes eran mugrientas y no se le definía color alguno, los anuncios de los productos todos mosqueados, estaban escrito con bolígrafos en cartones de cajas picadas. La mayoría de los vendedores eran tipos bebiendo, sin camisas, mantecosos y sudados por el calor que imperaba allí. El que más decente y presentable estaba, tenía puesto una camiseta llena de huecos. Otros comiendo mangos acosados por una legión de moscas y guasasas. Al final del mercado, por los portones donde entraban carros descargando mercancías—justo al lado de una columna —encontramos a un viejito que comía mandarinas y escupía las semillas al piso. Este tenía el ajo a buen precio y las cebollas aunque pequeñas y feas, pero tenía.
Sentí a Daniela más extraña que nunca, apenas hablaba y solo eran respuestas cortantes, no groseras pero si algo seca. Me dije a mi mismo que sería por esa metamorfosis que sentía suceder en ella, me imagino cuantas contradicciones en su fervor religioso con lo que había sucedido entre ella y yo, viviendo la culpabilidad de ir contra las leyes que le habían impuesto desde que nació. Yo también me sentía extraño, no sé si era espiritual, psicológico o lo que sea, pero tenía sentimientos y sensaciones foráneas dentro de mí. Le acompañe hasta su casa, allí me abrazo fuerte y al oído me susurro que no la abandonara nunca, y cabizbaja entro con su bicicleta.
Esa noche hasta mamá me noto extraño, preguntándome si había peleado con Daniela. Quería relajarme y precisamente estaba anunciado un juego de béisbol entre Industriales y Santiago de Cuba, los archirrivales de toda una vida en la isla. No había manera de relajarme más sabrosa que verlos, aunque el equipo de la capital no iba muy bien en la serie nacional. Yo era un fanático de los Industriales a máxima expresión y ver sus juegos era mi más grande pasión. Así hice, luego de darme un baño y comer algo, me puse en el sofá de la casa a ver el partido que había comenzado a las ocho de la noche y seria jugado en Santiago de Cuba.
La conga santiaguera era lo nunca acabar, sonaban sin parar, sea intermedio de inning o en medio de ellos—Eran estos santiagueros incansables. — El equipo comenzó mal, ya en el tercer episodio iban perdiendo cuatro a cero, lo que con la bulla del público más lo malo del picheo, daba a entender claramente, que sería imposible la victoria. Allá, por la mitad del quinto inning, Tele Rebelde se encadeno con el canal seis, para transmitir el discurso que dio Fidel Castro en la IV cumbre Iberoamericana en Cartagena de indias. Era una retransmisión y me dispuse apagar el televisor— porque esos discursos mueleros y poco favorecedor, jamás me entusiasmaron— Pero me detuvo el ver a Fidel Castro en una guayabera, vestido de blanco. Desde que nací lo veía siempre con su traje verde olivo junto a ese aspecto iracundo y antimperialista. Pero aquí, más bien parecía un jugador de domino en la calle ocho de Miami.
Me quede viéndolo un rato, no sé, con cierta esperanza de que algo tuviese que cambiar e iría cambiando, imagino que muchísimas personas obstinadas y cansadas como yo, estarían pensando lo mismo. Comenzó muy amable, todo un caballero y fue dando un discurso bajo en tono pero siempre poniéndole piedras dentro de bolas de nieve a Estados Unidos. Más de lo mismo, nada que pudiese indicar un necesario cambio a este desastre que vivíamos a diario. El señor Gonzalo decía que estos discursos de Fidel Castro había que verlos completo, porque podría decir algo sorprendente que nos convenía a todos, que estaba ahogado y acorralado, pero más bien lo veía más bocón y retador que nunca.
Termino así:
A Cuba, país agredido y bloqueado desde hace más de 30 años, se le prohíbe por los presuntos dueños del hemisferio participar en esa reunión. ¡Cuánta cobardía, mediocridad y miseria política refleja realmente tal exclusión! Cuba, sin embargo, no se opone a esa cumbre. Nos complace que los países hermanos de América Latina y el Caribe puedan defender allí con toda firmeza y energía los intereses de nuestros pueblos (…) Por último, es una excelente ocasión para reclamar al gobierno de Estados Unidos el cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el criminal e injusto bloqueo contra Cuba que intenta ensangrentar y rendir por hambre a nuestro pueblo. Si estos temas se debaten en la cumbre de Miami, Cuba le desea éxitos. Si todo se reduce a un intento de trazar pautas al hemisferio, aislar a Cuba y controlar los mercados de América Latina y el Caribe frente a Europa, j***n y el resto del mundo, habría que recordar las palabras de José Martí cuando juzgó una reunión similar que tuvo lugar en Washington hace 105 años:
“Después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”
Él siempre supo cómo enamorar con sus discursos anti opresor a casi todos los latinoamericanos. Defendía a toda américa latina, cuando su propia isla y gente estaban en llamas. Al otro día toda Cuba comentaba del discurso dado. Los seguidores del mandatario y su revolución—que no negare eran muchos sobre todo en el interior de la isla—. Ellos, comentaban con besos y halagos sobre la apariencia de su ídolo, y también de sus sagradas y magnificas palabras. Otros por los rincones, y en voz muy baja, diciéndole hasta del mal que se iría a morir. Sobre todo cuando fui por Daniela esa mañana, me encontré a un Gonzalo encolerizado, lleno de desencanto.
—Cómo es posible que sea lo mismo —que si “Estados Unidos son los malos y ellos los buenos. Que si la salud es gratis, que si la escuela y las universidades son gratis”—Pero ¡¿Qué cojones me importa si la salud es gratis, cuando no hay en la farmacia una sola aspirina?! ¡¿Que cojones me importa que sea gratis si los mejores médicos se los manda a otros países de misiones haciendo contratos en dólares, y nos dejan a los recién graduados en los hospitales, sin saber ni donde están parados?!. ¡¿Qué importa la educación sea gratis, cuando tus universitarios se mueren de hambre e ingenieros tienen que ir en bicicletas a sus puestos de trabajos?! — todo por un sueldo miserable—cuantas mierdas más vas a decir alimentando tu ego, maldito viejo hijo de puta, si nos estamos muriendo de hambre—Que puede justificar tus inventados logros, con el tener hambre. Todo esto dijo el papá de Daniela con el estrés de su esposa y madre tratando de mandarlo a callar, sobre todo por su hipertensión. La hija y yo nos fuimos a un concierto de Carlos Varela que estaba anunciado desde hacía dos meses, y que había sido suspendido dos veces—debido a que al gobierno tal cantautor, no le convenía por las letras picante en contra de ellos y la gran masa de jóvenes que le seguían, entre ellos, nosotros. —Pero en esta ocasión eso de que a la tercera es la vencida no hizo efecto alguno.