2. Creo que te convertiste en mi ídolo. [Parte 2]

1286 Palabras
2. Creo que te convertiste en mi ídolo. [Parte 2] — Te puedes quedar allí por unos días, mientras te conseguimos otro lugar — le digo con lentitud para no asustarla. De nuevo, ella sólo me mira con inocencia, como si no supiera de la existencia de la maldad, algo completamente absurdo teniendo en cuenta su situación. Pero supongo que a veces la pureza realmente nunca puede ser dañada, y ella es eso, pureza —. Te puedes quedar en la habitación de invitados. Espero una negación, pero a cambio, todo lo que recibo es —: ¿Por qué haces esto? Y esa pregúntame me pilla desprevenido. ¿Por qué lo hago? Decido ser sincero. — Quiero protegerte. — ¿Por qué? — Vuelve a preguntar. Y como a esa pregunta aún no le tengo una respuesta coherente, decido mentir —: Me recuerdas a mi hermana. Bess asiente en silencio, al parecer, aceptando mi respuesta. Cuando llegamos a mi auto, le abro la puerta del copiloto para que entre y, por un momento, luce tan sorprendida que me pregunto si alguien alguna vez fue amable o caballeroso con ella. Al parecer no y de nuevo, un increíble enfado llena mi cuerpo. Diablos, ¡¿qué pasa conmigo?! La miro de reojo mientras conduzco, observando cómo ella detalla con asombro el auto. No luce deslumbrada, no. Más bien luce incomoda. Como si algo tan lujoso como mi auto, la hiciera sentir fuera de lugar. — Así que tienes una hermana — dice después de unos minutos de silencio —. ¿Ella tiene mi edad? — Es un poco mayor que tú — miro cómo juguetea con la bolsa de los panecillos —. Se llama Lizzy y tiene veinte, pero no vive en el país… ¿Te quieres comer un panecillo? Ella me mira con asombro. — ¿No te molesta que coma dentro del coche? — Claro que no, bonita — le sonrío para que me crea —. Anda, come. Y por supuesto, ella lo hace de inmediato. […] Cuando llegamos a mi apartamento, Bess mira los alrededores con precaución. Y de nuevo, estar rodeada de lujos, sólo parece incomodarla. — Esto es absurdo — dice cuando cierro la puerta detrás de mí —. ¿Qué hace alguien como tú ayudándome? — Mira con ojos entrecerrados el enorme televisor en la sala —. Y peor aún, ¿por qué yo estoy aceptando? — Porque si no hubieras aceptado, yo habría llamado a la policía — digo suavemente, tocando su espalda baja para instarla a que se adentre más en el apartamento. Y mierda, tal vez debí llevarla con mi abuela. Estoy seguro de que ella la habría acepado en su casa. Cristo, hasta mis padres lo habrían hecho. Pero algo en Bess me hace ser demasiado posesivo. Algo en ella me hace ser egoísta. Así que sólo la quiero conmigo. — ¿Sólo serán unos días? — Pregunta, girándose a mirarme —. ¿Y después? — Con el dinero que ganes en el trabajo que te voy a dar, te ayudaré a conseguir un lugar en donde vivir — miento, porque haré lo posible por tenerla conmigo. Al menos hasta que crea que puede estar segura. Mis ojos bajan hasta sus clavículas y suprimo mi necesidad de llevar mis dedos a su piel para borrar la mancha de suciedad que tiene allí. Mierda, es una niña — me recuerdo en mente una y otra vez. — ¿Te quieres duchar? — Pregunto, tomando en una de mis manos los pocos panecillos que ella ha dejado. Bess asiente incómodamente. — No te voy a mentir — dice mirando sus pies, escondiendo su rostro avergonzado del mío —. Quiero esto, pero tampoco quiero que pienses que me estoy aprovechando. Levanto su rostro con dos de mis dedos y la obligo a mirarme. El café de sus ojos choca con el azul de los míos, y sus mejillas adquieren un rosa más profundo. Oh, tan bonita. Es ella quien debería estar pensando que yo quiero aprovecharme, no lo contrario. — No estoy pensando nada, Bess — sonrío cuando su nombre sale de mi boca —. Sólo quiero ayudarte, te lo dije. Me mira por unos largos segundos en los que me veo cautivado por sus ojos. Puedo escuchar cómo su respiración empieza a acelerarse y es entonces cuando noto que mis dedos se han movido a sus labios, tocándolos en una lenta caricia. ¡Maldición! Retrocedo un paso, pasando torpemente mi mano por mi cabello. Cuando me atrevo a mirarla, ella está de nuevo tranquila. Ninguna mirada curiosa o recriminatoria en sus ojos. Como si lo pasado anteriormente no le dijera nada a ella. — Te llevo a tu habitación y te muestro el baño — digo cuando he logrado calmarme. Bess asiente mientras yo dejo los panecillos sobre uno de los sofás. Camino hacia la habitación de invitados y se la enseño. Me parecer ver humedad en sus ojos cuando observa la cama, pero no digo nada al respecto. Me quedo en la puerta de la habitación, invitándola a que pase. Ella lo hace y de nuevo, verla ahí, parada en la mitad de la recamara que es mía, me hace sentir un placer que se expande de mi pecho hacia afuera. — El baño queda al final del pasillo — le digo con una mirada de disculpa —. Lo siento si no está en la misma habitación, pero… — Está bien — me interrumpe, mirándome con felicidad —. Esto es perfecto. — En el baño hay todo lo que necesitas. También hay toallas y creo que un cepillo de dientes nuevo. Nadie ha utilizado ese baño ni esta habitación. Las pocas veces que mi hermana se quedó aquí, porque generalmente se queda en casa de mi abuela cuando viene a Wolverhampton, ella se quedaba a dormir conmigo en mi habitación. — Gracias — dice de nuevo, sin dejar de sonreír en ningún momento. Dios, podría congelar esa sonrisa y enmarcarla en un cuadro para verla todos los días cuando me despierte. Joder, ¡¿de dónde vino eso?! — Ven, te llevo al baño — digo, necesitando alejar esos pensamientos. Bess me sigue fuera de la habitación y la llevo a través del pasillo hacia el baño. Es grande, espacioso, así que me atrevo a entrar con ella al lugar. — Wow — dice, mirándolo con esa mirada de niña feliz —. Esto luce como el paraíso. Sonrío por su genuino entusiasmo. — Te voy a traer algo de ropa, estoy seguro de que algo mío te servirá — miro incómodamente el lugar, porque de repente me siento sofocado al estar en este espacio tan íntimo con ella. — Tengo ropa — dice, bajando su mochila de sus hombros. Me muestra un desgastado jean y una camiseta descolorida que saca de la mochila —. Puedo ponerme est… — No — quito la horrorosa mochila de sus manos junto a la ropa. Ella de inmediato se enfada. — Oye, idiota, eso es mío. — Lo voy a poner a lavar — agrego rápidamente —. Se ve sucio, Bess. — Bueno, tal vez un poco, pero… — Voy a conseguirte ropa limpia y cómoda — digo yendo hacia la puerta —. Báñate, ahora te paso la ropa. — ¡Bien, como digas! — Dice con una exasperación que trae una sonrisa a mis labios, sonrisa que no ve porque continúo caminando hacia la puerta. Justo antes de cerrar la puerta detrás de mí, escucho que dice —. Gilipollas. Y sólo me río, porque hacía mucho tiempo nadie tenía los pantalones para llamarme así.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR