2. Creo que te convertiste en mi ídolo. [Parte 1]
Aaron.
Me he vuelto loco.
O si no, ¿qué explicación le das a lo que estoy haciendo ahora?
Miro en silencio cómo Bess se come la lasaña que el mesero hace unos minutos trajo. Sus ojos brillan con algo demasiado bonito mientras hace lo posible por comer con calma. Casi me río porque sé que comer despacio, le está tomando de todo su esfuerzo. Más bien, engullirse de un solo trago toda la comida es lo que me habría esperado de ella. Pero ahí está, luciendo apenada, pero al mismo tiempo tan feliz mientras come algo que yo le compré.
Y hay algo allí, en el hecho de ser yo quien la esté alimentando, lo que trae un extraño placer a mi cuerpo.
Le paso la bebida cuando veo que se ha olvidado de ella, porque temo que se atore si no bebe algo de líquido.
Ella me agradece con una dulce mirada debajo de esas largas pestañas negras que enmascaran un par de enormes ojos cafés, que la hacen lucir más inocente de lo que seguramente es.
¿Qué diablos voy a hacer con ella?
Me pregunto de nuevo y la única respuesta de la que estoy seguro, es que no la voy a dejar desprotegida.
Bastó sólo una vista a ese par de ojos cafés para ver la transparencia detrás de ella. ¿Y que robara un jodido billete de cinco libras cuando pudo robarme toda la billetera? Cristo, eso fue hilarante y adorable al mismo tiempo.
Pero cuando el efecto de su estúpida acción pasó, me cuestioné qué hacía alguien como ella robando en un restaurante y entonces, ver su delgado cuerpo y desdichadas ropas me dieron la respuesta. Sin embargo, nunca pasó por mi cabeza que fuera una menor.
Y sí, maldición, sí. Ella luce joven, pero algo dentro de mí me decía que no podía tener menos de dieciocho. Pero sí los tienes, los tiene y eso me puede traer muchos problemas si decido ayudarla.
Un pequeño eructo vuelve a traer mi concentración en ella. Bess me sonríe apenada, disculpándose por su maleducada acción.
— Lo siento — muerde su labio mientras un lindo rubor llena sus mejillas.
Y lo decido.
Diablos, ella vale cualquier problema.
— ¿Cuándo cumples los dieciocho, Bess? — Pregunto, amando la forma en que su nombre se desliza por mi lengua.
Ella bebe un largo trago de su bebida antes de contestar —: En dos meses, el catorce de enero.
Asiento, sin embargo, por dentro pienso que es demasiado tiempo.
¿Qué voy a hacer con una menor durante dos meses? Porque definitivamente, encerrarla en mi apartamento 24/7 no es una opción. Y no es porque yo no lo quiera, es porque sé que ella no va a aceptarlo.
De alguna manera, Bess me recuerda a mí mismo.
Mi verdadero padre me abandonó cuando era un niño y aunque tuve la fortuna de que mi madre consiguió a un buen hombre que me aceptó como su hijo, el rechazo es algo de lo que nunca pude deshacerme. Pero a Bess no sólo la abandonó su padre y su madre, también toda su familia. Así que, ¿cuánto dolor puede llevar por dentro? Sin embargo, luce tan feliz y para nada resentida con la vida que me hace cuestionarme qué tan puro es su corazón.
Bess es como un soplo de aire fresco.
— ¿Terminaste? — Pregunto cuando veo que su plato está vacío.
— Sí — asiente mientras lleva sus manos a su panza —. ¡Eso estaba muy rico! ¡¿Cómo dijiste que se llamaba?!
— Lasaña — le contesto con una sonrisa, mirando cómo ella pronuncia la palabra como si fuera su nueva palabra favorita en el mundo —. Puedo comprarte para más tarde, ¿quieres?
Cuando empieza a asentir, se detiene y entonces niega.
— No — susurra débilmente, luego me mira con determinación a los ojos para volver a repetir con más claridad —: No.
— ¿No?
— No — niega de nuevo —. Yo me tengo que ir, así que…
Me estiro en mi propio asiento y la tomo del hombro, obligándola con suavidad a que permanezca en su puesto frente a mí.
— ¡¿Qué mierda tienes con mi hombro?! — Me mira con enfado —. ¡Déjalo en paz!
Muerdo mi labio para evitar decirle que la detengo del hombro porque me da miedo detenerla del delgado brazo y romperlo.
Dios, se ve tan flacucha.
¿Cada cuánto come esta chica?
— Así que te tengo una oferta, pero necesito que te calmes y me escuches — la miro directo a los ojos —. Primero, quiero que sepas que no te voy a hacer daño, ¿me crees?
— Realmente… — me mira con ojos entrecerrados —. No te creo.
— ¿Crees que te habría alimentado si quisiera hacerte daño? — Pregunto entre dientes porque maldición, no estoy acostumbrado a que alguien dude de mi palabra.
— Sólo suelta la sopa y dime tu propuesta, idiota — gruñe mientras rueda los ojos.
Bien, bien, ella quiere saber ya.
— Puedo… — maldición, cerebro, trabaja rápido —. Puedo conseguirte un empleo — empiezo cuando medito que puedo contratarla en mi empresa. Claro, nadie puede saber que es menor de edad, pero eso yo puedo arreglarlo.
— Soy menor de edad — dice, recalcando lo obvio —. No me van a dar trabajo.
— Cuando te digo que te puedo conseguir un trabajo, es porque puedo hacerlo — digo con claridad y tal vez algo demasiado duro —. ¿Entiendes?
Ella abre los ojos como platos ante mi demandante tono de voz, sin embargo, asiente.
Buena chica.
— Entiendo.
Trato de esconder mi sonrisa cuando veo con satisfacción su obediencia.
Tal vez esto no va a ser tan difícil.
— Bien — junto mis manos sobre mi mesa —. ¿En dónde vives?
Espero pacientemente por una respuesta que nunca llega. Después de un largo minuto, lo comprendo.
— Mierda, Bess, ¿en dónde demonios te estás quedando? — Ella desvía la mirada, incomoda. Sin pensármelo, estiro mi mano y tomo suavemente su quijada entre mis dedos, obligándola a mirarme. Ella me mira con grandes ojos cafés, siempre tan sorprendida cuando la toco —. ¿En dónde vives?
— Por ahí — responde torpemente y entonces una chispa de vulnerabilidad aparece en sus ojos, esa misma vulnerabilidad que apareció momentos atrás cuando nombré a la policía.
Así que, de nuevo, por primera vez, soy suave con alguien que no es mi hermana.
— Vamos, bonita — acaricio su mejilla suavemente y ella tiembla ligeramente bajo mi tacto, sus ojos llenándose de lágrimas que no se permite dejar caer —. Necesito que seas sincera, ¿en dónde duermes?
Traga saliva antes de responder —: En algún asiento del parque central.
Endurezco mi mandíbula para tratar de no soltar todas las maldiciones que quieren salir de mi boca.
Cristo, esta chica necesita que la protejan.
Me pongo de pie, dejo unos cuantos billetes sobre la mesa y tomo a Bess de la mano, sacándola de allí.
— ¿A dónde me llevas? — Pregunta, siguiéndome torpemente el paso.
Empiezo a caminar más despacio para que ella pueda llevarme la marcha.
— A mi apartamento — miro la mochila que todo momento ha estado colgada detrás de sus hombros —. Debo suponer que en esa pequeña mochila traes todas tus pertenencias, ¿no es cierto?
Ella asiente y mi enojo crece.
Todo lo que quiero hacer es llevarla a dar una ducha, quitar la suciedad de su cuerpo y vestirla en ropas de seda que contrasten con su perlada piel. Después, meterla a dormir en una cómoda cama King mientras la arrullo en mis brazos, tratando de curar todas las heridas que nunca me va a dejar ver.
Dios, ¿qué demonios pasa conmigo?
Cuando me pregunto por qué ella no se está oponiendo, me encuentro con que está demasiado entretenida mirando unos panecillos que están expuestos en la pastelería por la que pasamos.
Detengo mi paso, provocando que su hombro choque con el mío.
— ¿Quieres? — Le pregunto cuando me mira con confusión.
— ¿Panecillos? — Una enorme sonrisa se extiende en sus labios —. ¡Sí! — Dice con entusiasmo, después parece avergonzarse, así que dice con más calma —: Sí, sí quiero.
Cristo bendito, esta chica va a acabar conmigo.
Aun sosteniendo su mano, camino hacia la pastelería y pido una buena cantidad de panecillos. Bess mientras tanto mira el lugar con ojos brillantes, encantada.
— ¿Quieres algo más? — Pregunto cuando tengo los panecillos en mano.
En vez de pedirme, ella me entrega algo en mano.
Me conmuevo cuando veo que es el billete de cinco libras que me había robado.
— Para ayudarte a pagarlos — explica, señalando los panecillos en mi mano.
Quiero decirle que no tiene que ayudarme a pagar nada, que este es el regalo más barato que le he dado a una mujer en mi vida y sin embargo, su sonrisa es la recompensa más grande que he recibido nunca. Pero en cambio, me quedo en silencio y acepto su billete, seguro de que eso la hará sentir mejor.
Y es que ella no es una niña sólo en edad, también lo es por dentro. Evidentemente le avergüenza recibir los panecillos, pero los desea tanto que no es capaz de rechazarlos.
Le entrego la bolsa de los panecillos cuando continuamos la caminata hacia mi auto.
— ¿A dónde me dices que me llevas? — Pregunta, sosteniendo los panecillos como si fueran un tesoro.
Me río suavemente por su actitud.
— ¿Me vas a dejar llevarte? — Pregunto, mirándola de reojo mientras camino, maldiciendo haber dejado mi auto tan lejos.
— Me diste de comer, me vas a dar un empleo y me compraste panecillos — se encoge ligeramente de hombros —. Creo que te convertiste en mi ídolo, así que sí, adelante, llévame a donde tú quieras.
No creo que sepa lo provocadoras que sonaron esas palabras.
Sacudo la cabeza.
Maldición, Aaron, es sólo una niña. ¡Contrólate!
— Te voy a llevar a mi apartamento — la miro, esperando a que me dé una mirada que me indique que cree que soy un pervertido. Pero nada, ella sólo me mira un corto segundo antes de volver a bajar su vista a los panecillos, nada más que inocencia brillando en sus ojos.
— ¿Y para qué voy a ir a tu apartamento?