2. Confundí su billetera con la mía. [Parte 2]
— ¿Y usted es un retardado que se ríe porque lo han intentado robar? — Su sonrisa desaparece poco a poco —. ¿No se ha puesto a pensar por qué fue a usted a quien yo decidí robar y no a alguien más? — Quito su mano de mi hombro con brusquedad —. Pues le respondo, lo elegí a usted porque luce tan estúpido como para no notarlo.
— Evidentemente, sí lo noté.
Desafortunadamente.
— Bien por usted — meto la mano dentro del bolsillo de mi abrigo, y saco el billete protagonista de esta escena para sacudirlo frente a su cara —. Y gracias por el dinero, idiota.
Paso por su lado dispuesta a irme, feliz de que este restaurante esté al aire libre, así que nadie ha escuchado nuestra estúpida discusión porque cada quien está entretenido en sus muy felices vidas.
Tengo que preguntarlo, ¿notaste el sarcasmo?
Antes de que pueda dar más de cinco pasos, una mano vuelve a posarse sobre mi hombro.
— ¡Deje mi hombro en paz! — Grito, girándome a mirar al idiota que se ríe porque lo he robado.
Sólo que ahora no se está riendo.
Esos ojos azules me miran de pies a cabeza con seriedad, como si pudiera verme a través de mi abrigo.
— Eres tan huesuda — tuerce los labios y de inmediato un resoplido de indignación es emitido por mí —. ¿Cuánto pesas?
— Perdón, señor gordote — me burlo, sintiéndome fuera de mí —. Pero mi peso no es tema de su incumbencia.
En todo caso, él me ignora y me toma de la mano, conduciéndome de nuevo hacia el restaurante.
— Siéntate ahí — me toma de los hombros y me obliga a sentarme en una de las sillas de la mesa en la que él estaba sentado anteriormente, cuando decidí que lo robaría. Lo hago, sintiéndome demasiado aturdida —. ¡Mesero!
Miro entre parpadeos cómo el mesero se acerca y toma la orden que el orangután a mi lado le pide.
— Y rápido, por favor — pide el sujeto —. Esta chica parece que se va a desmayar de lo pálida que está.
El mesero corre dentro del lugar, cumpliendo su orden.
Tomo con mis heladas manos mis mejillas, sintiendo mi pálida piel.
— Soy de piel blanca, no estoy pálida — miento —. ¡Y no soy un caso de caridad!
— Oh, claro que no lo eres — él sigue sujetando mis hombros para evitar que me ponga de pie y todo lo que yo quiero es golpearlo en las pelotas —. Pero mientras espero a que la policía venga por ti, te alimento para evitar que te mueras frente a mí.
De inmediato, hielo corre por mi sangre.
— ¿Policía? — Levanto mi rostro para mirarlo —. Oye… n-no tienes que hacer esto… y-yo…
— ¿No me estabas robando? — Pregunta con una ceja arqueada —. Porque el billete de cinco libras que tienes en tu abrigo, es una prueba de ello.
— No, espera — mi voz se quiebra ligeramente, así que me detengo un segundo antes de seguir hablando —: Toma — saco el billete con manos temblorosas y se lo extiendo —. L-lo siento, pero no llames a la policía.
Él sólo me mira, sin recibir el billete en ningún momento. En cambio, suelta uno de mis hombros para sacar un celular de uno de los bolsillos traseros de su pantalón y marca a lo que estoy segura, es la policía.
Oh Dios, esto no puede estar sucediéndome.
Si él llama a la policía, me van a enviar de nuevo a un hogar de acogida y no quiero pasar de nuevo por lo mismo.
No otra vez.
Por favor, por favor.
— ¡Soy menor de edad! — Eso de inmediato capta su atención —. ¡Por favor, por favor, no llames a la policía!
— ¡¿Eres menor de edad?! — Se agacha a mi altura, dejando su rostro frente al mío —. Cristo, eres una niña — murmura, detallando con minuciosidad mi rostro.
— Yo…
— ¡¿Qué demonios haces robando en la calle, luciendo tan frágil que podría jurar que estás a punto de romperte?! — Mis ojos se empiezan a llenar de lágrimas ante la forma que él usó para describirme —. ¿Y tus padres?
Sacudo la cabeza, negando. Ya no sintiéndome tan valiente al saber que él va a llamar a la policía y peor aún, que parece leerme como si yo fuese un libro abierto.
— Por favor, no llames a la policía — lo miro con suplica, fijándome en esos ojos azules que parecen tan profundos —. No sabes lo que me va a pasar si la llamas.
— Entonces dame el número de tus padres y te llevo con ellos.
Exploto.
— ¡No tengo padres, idiota! — Me calmo cuando entiendo que esta no es la mejor forma de tratar la situación —. Lo siento, lo siento — y mi lengua empieza a soltar todo lo que se me viene a la cabeza —. Si llamas a la policía me van a llevar de vuelta a un hogar de acogida y no quiero eso. Mira, ¿qué quieres a cambio? Puedo trabajar para ti, gratis, por unos días, en lo que quieras hasta que te pague esas cinco libras o todo el dinero que tú creas que te debo pagar. O simplemente me dejas ir y desaparezco de tu vida y lo juro por Dios, nunca más te volveré a ver. Pero por favor, por favor, no me lleves de vuelta a un hogar de acogida. Esas personas son despreciables y…
Y me echo a llorar como una nena, sin poder contener mis lágrimas.
Y yo no soy una llorona, lo juro.
Mira, yo no lloro cada noche cuando duermo en uno de los asientos del parque central. Tampoco lloro cuando me ducho en uno de esos asquerosos baños públicos. Mucho menos lloro cuando tengo que lavar en las aguas del río de la ciudad una de las dos mudas de ropa que tengo. ¿Y el hambre? Ya estoy acostumbrada a ello, así que tampoco lloro por eso.
Pero a pesar de la vida que tengo, prefiero vivir así a como vivía antes cuando tenía un techo bajo el cual dormir.
Las personas no sólo te pueden maltratar de una forma s****l o física, que gracias a Dios no fue mi caso, pero sí te pueden maltratar de una forma psicológica y emocional, haciéndote sentir como basura.
Y definitivamente, yo no quiero volver a lo mismo.
La sola idea, me dan arcadas.
Me sobresalto cuando dos grandes manos toman mi rostro con una delicadeza jamás utilizada en mí. Ese par de ojos azules me miran con ternura y lo que puede ser empatía, no lo sé.
Me estremezco porque es la primera vez que alguien me mira de esa forma.
— ¿Cómo te llamas?
— ¿Qué? — Pregunto, sorbiendo por mi nariz.
Él sonríe ante lo que sé, es mi maleducada acción.
— ¿Cómo te llamas? — Pregunta de nuevo, ejerciendo un poco más de fuerza en sus manos sobre mis mejillas —. Vamos, bonita, responde.
— Bess — susurro en voz muy baja, lo que provoca que sus ojos caigan en mis labios, probablemente leyéndolos —. Bess Lee.
Sus ojos se quedan varados en mis labios por un largo segundo antes de volver a fijarlos en mis ojos.
— Soy Aaron — dice con esa voz profunda que logra poner mi piel de gallina —. Aaron Cooper.
Asiento, repitiendo su nombre en mi cabeza. Y entonces, pregunto lo único que me importa.
— ¿Vas a llamar a la policía?
Me pongo de los nervios cuando él continúa mirándome, detallando cada pedacito de mi rostro, como si fuera algo impresionante.
¡Sólo necesito que me suelte y me deje ir, maldición!
— ¡Responde! — Grito, perdiendo el control cuando él sigue en silencio, nada más que mirándome. Luciendo como si estuviera peleando una batalla consigo mismo.
— No, Bess — dice mi nombre con lentitud —. No lo voy a hacer.
Suspiro, llena de alivio.
Dios, se siente como si me hubiera vuelto el alma al cuerpo.
— Gracias — le digo, sintiéndome realmente agradecida —. Enserio, gra…
— Pero a cambio, te pondré una condición — interrumpe mis palabras, y antes de que mi mente pueda vagar a lo que él quiere de mí, Aaron sigue hablando —: Me vas a dejar ayudarte.
— ¿Qué? — Llevo mis manos sobre las suyas que aún continúan sobre mis mejillas y las alejo de mí, sintiéndome demasiado cohibida por su mirada —. ¿A qué te refieres?
Él lo piensa un largo segundo antes de decir —: Quiero que te vengas conmigo.
Y entonces, yo me río porque, ¡esto tiene que ser una broma!