1. Confundí su billetera con la mía. [Parte 1]
Bess.
El sistema es una mierda.
Desde que soy una niña me han enviado de casa en casa, como si me tratase de una pelota de ping-pong que puede revotar de un lugar a otro.
¿Qué no saben que jugar a ser pelota te deja con un horrible mareo?
Además, ¿de verdad todas esas psicólogas y trabajadoras sociales no saben que los hogares de acogida son lo peor que a un niño le puede pasar?
Porque lo son.
Créemelo a mí y a mi experiencia.
Son incontables las veces en las que un padre alcohólico me ha utilizado de criada personal para que le lleve sus muy frías botellas de cerveza hasta su sofá, en donde él se está rascando su gordo trasero como el holgazán que es.
Son innumerables las veces en que psicóticas madres celosas me han acusado de querer seducir a sus muy babosos y poco respetuosos esposos; como si fuera atractivo un sujeto gordo y calvo que huele a siete sin bañarse.
No recuerdo cuándo fue la última vez que un cachondo hijo intentó propasarse en las noches. Afortunadamente, la navaja que siempre cargo conmigo ha estado ahí para defenderme.
¿Y las hijas con ínfulas de reina que creen que puede pisotearte? Ufff, esas son las peores.
Así que si me preguntas cuándo voy a volver a un lugar de acogida, mi respuesta es… ¡Exacto! ¡Nunca!
Inclusive si tengo días sin probar lo que es la comida, y la ropa que llevo puesta ya está cansada de tener tantos remiendos para que no termine de romperse, no importa. Porque al menos no tengo a personas desagradables, tratándome como si fuera menos que ellos por el simple hecho de haber tenido la desagradable suerte de tener padres miserables que me dejaron frente a un orfanato con tan sólo días de nacida.
¿Qué si me deprime que mis padres me hayan abandonado cuando era sólo una bebé?
No, soy feliz de que lo hayan hecho.
Por ahí hay un dicho que dice que mejor sola que mal acompañada. ¿Lo has escuchado antes? Pues esas son las palabras que rigen mi vida.
¿Qué clase de pirada va a querer estar con unos padres como los míos? Afortunadamente, yo no. ¡Y alabado sean todos los panecillos del mundo, jamás lo seré!
Así que estos son los planes de mi vida, la larga lista que organizadamente he enumerado en mi cabeza.
Número uno, esperar a cumplir los dieciocho años, porque claro, el estúpido que dijo que hay que tener dieciocho años para poder trabajar, se cargó mi vida y la de unos cuantos más. Como sea, debo acoplarme a este desastroso mundo así me parezca una locura. O tal vez soy yo la loca. En fin… sigamos con mi lista.
Número dos, creo que ya lo sabes. ¡Sí, señoras y señores! ¡Trabajar, trabajar y trabajar! Porque de nuevo, el estúpido que dijo que se necesita del dinero para vivir, sí, ese sujeto también se cargó mi vida y probablemente la de toda la humanidad.
Y viene el ítem número tres, que claro, te lo diré cuando lo tenga. Porque hasta el momento, no lo sé.
¿Deprimente? Tal vez, pero atrévete a quitar la sonrisa de mis labios y te ganarás un problema.
Y en el día de hoy, mientras me paseo por una de las calles de la ciudad, protegiéndome pobremente con el abrigo que es mi más preciada propiedad —por no decir la única que tengo—, pienso en que todo sería perfecto si el hambre no existiera.
Dios, ¿cuántas personas han muerto a causa del hambre? Sólo espero no ser una de ellas y afortunadamente, gracias a mi gran habilidad de ser pequeña y sigilosa, puedo robar algunos billetes y comida que me ayudan a subsistir día a día.
¿Me estás llamando delincuente? Porque no lo soy.
Yo sé a quién le robo, así que no te equivoques conmigo.
Por ejemplo, ese sujeto de traje y corbata que habla enojado por su teléfono mientras bebe una tasa de lo que probablemente es un amargo café, ni se percatará si le falta un billete de su muy suertuda billetera, ¿cierto? Además, el restaurante sofisticado y al aire libre en el que él come porque obviamente se le es permitido pagar, es una prueba de su muy afortunado nivel económico.
No, un billete para él no hará la diferencia, pero sí puede comprar el bocado que yo podré comer después de muchos días.
Me quedo allí de pie, fingiendo que leo el tablero en donde aparecen las órdenes del día.
Sí, amiga, no es una buena idea.
Mi estómago ruge debajo de mis ropas debido a todas esas apetitosas comidas que probablemente nunca tendré el placer de comer.
El sujeto de traje y corbata está a mi lado, hablando muy entretenido por su teléfono. Corrijo, gritando por su teléfono. Una arruga se forma en medio de sus negras cejas debido al enojo, pero a mí sólo me es gracioso escuchar sus gritos. Así que sonrío mientras él continúa gritándole a un pobre Michael que haga bien su trabajo.
Pobre madre de Michael porque este sujeto la ha invocado más veces de las que puedo contar.
Canto “¡bingo!” en mi cabeza cuando el sujeto de unos profundos ojos azules se pone de pie para ir al baño.
¿Lo ves? No es tan difícil.
Ahora todo lo que tengo que hacer es buscar su billetera en su chaqueta que el idiota dejó sobre la silla, sacar un billete y pirarme de ahí tan rápido como pueda. Claro, mientras hago todo lo anteriormente dicho, daré plegarias al cielo para que él no me descubra.
Sin levantar sospechas, me acerco a su chaqueta como si hubiera nacido para ello y busco su billetera que afortunadamente sí está allí. Una de las principales cosas que debes saber cuando vas a hacer algo ilegal, es que debes actuar con naturalidad, como si no estuvieras haciendo nada malo. Así que, con mi mejor expresión serena, abro la billetera para… ¡Madre mía! ¡Aquí hay muchos billetes y tarjetas de crédito!
Me escandalizo porque es la primera vez que veo tanto dinero.
¡¿Estoy a punto de robarle a un narcotraficante o qué mierda?!
Decidida a que no quiero meterme en tantos problemas, saco el billete de menos valor que hay en la billetera, dispuesta a largarme de allí como una bala.
Pero, ¡oh, por todos los panecillos del mundo! ¡Mi suerte es una mierda!
— ¿Qué crees que haces? — Dice una profunda voz detrás de mi espalda, y gracias a todos los gritos que escuché mientras hablaba por teléfono, sé que es él.
¡El sujeto al que le estoy robando!
Suelto de inmediato la billetera que cae en un ruidoso tintineo sobre la mesa, mis ojos siguiéndola en todo momento, pero claro, guardo rápidamente el billete en uno de los bolsillos de mi abrigo.
¿Qué? Necesito el dinero.
— ¿Me creería si le digo que confundí su billetera con la mía? — Pregunto, cerrando los ojos con fuerza, omitiendo la parte en la que digo que yo no tengo una billetera.
Me sobresalto cuando una pesada mano cae sobre mi hombro, obligándome a girarme. Aun así, no abro mis ojos, porque… ¡estoy avergonzada!
Y sí, sí, maldición, sí. Estoy acostumbrada a hacer esto, pero nunca me han cachado.
Así que, ¿qué se supone que hago ahora?
— ¿Si quiera pensaste en robar un billete de más valor? No sé, hay billetes de cincuenta libras y tú tomas el de cinco — escucho la voz frente a mí —. Lo que me lleva a preguntar, ¿eres una ladrona o un simulacro de ladrona?
Oh, eso sí me enojó.
— ¡Oiga! — Abro los ojos para encontrarme con dos pozos azules que me miran con… ¿diversión? —. Soy una ladrona profesional… he… he robado cosas muy valiosas…como… como…
— Como, ¿cinco libras de una billetera llena de dinero? — Sus labios se tuercen en lo que me parece es una sonrisa que, desde ya, me exaspera muchísimo.