Confirmado, el irá a la fiesta
Una tarde, Samantha recibió un mensaje que hizo que su corazón diera un pequeño brinco. Era una invitación para la reunión anual de excompañeros de secundaria. El mensaje venía de Mariana, la encargada de organizar el evento cada año. Sentada a la orilla de su cama, con el teléfono aún en la mano, Samantha sintió cómo una mezcla de nostalgia y ansiedad se apoderaba de ella. A su lado, sobre la colcha color beige, descansaba una vieja caja de madera que había guardado con recelo durante años.
La abrió con cuidado, como si el contenido pudiera deshacerse entre sus dedos. Dentro había cartas, recortes, un diario viejo con tapas desgastadas y una fotografía arrugada que apenas conservaba el color. La tomó con ambas manos y la observó durante varios minutos. En la imagen se veía un grupo de estudiantes en uniforme, sonriendo, algunos haciendo gestos graciosos, y en una esquina, un chico gordito, con la mirada baja y los hombros encorvados. Mathias.
Samantha sintió un nudo en la garganta. Había pasado tanto tiempo y, sin embargo, el recuerdo de aquel chico seguía intacto en su memoria. No por las bromas ni las risas de los demás, sino por algo más profundo. Desde el primer día que lo vio en el colegio, sintió una conexión inexplicable. Algo en él le llamó la atención, quizá su timidez, su ternura, o esa forma tan suya de caminar como si intentara no ocupar espacio.
Pero también recordaba lo cruel que había sido con él. No solo se rió de las burlas de otros, sino que, a veces, fue quien las inició. Todo por encajar, por no ser el blanco de los demás. Y ahora, años después, esa culpa aún la acompañaba como una sombra.
Sacó el diario y lo abrió en una de las páginas marcadas. Leyó en voz baja:
“Hoy Mathias pasó junto a mí en el pasillo. Me miró con esos ojos grandes, llenos de algo que no entiendo. No sé por qué siento esto cuando lo veo. Me odio a mí misma por reírme cuando los demás lo molestan. Pero si no lo hago, se reirán de mí. Ojalá pudiera ser valiente. Ojalá pudiera decirle que me gusta.”
Las palabras la golpearon con fuerza. Cerró el diario y abrazó la foto, como si en ese gesto pudiera pedirle perdón.
—Lo siento, Mathias —susurró—. Sé que no puedes oírme, pero si algún día lo haces… espero que puedas perdonarme.
El sonido de una notificación en su teléfono la sacó de su ensueño. Era un mensaje de Mariana.
"¡Confirmado! Mathias asistirá a la reunión."
Su corazón dio otro brinco. ¿Cómo sería ahora? ¿Qué habría sido de él? ¿Seguiría recordándola? ¿La odiaría?
Pasaron los días, y la ansiedad crecía con cada hora. Samantha eligió con cuidado su atuendo para la noche de la reunión. No quería impresionar a nadie, pero sí sentirse segura, ser la mejor versión de sí misma.
El lugar elegido para la reunión era un salón elegante en el centro de la ciudad. Al llegar, fue recibida por Mariana con un abrazo cálido.
—¡Sam! Qué gusto verte. Estás igualita.
—Y tú más bella que nunca —respondió con una sonrisa.
El salón estaba lleno de caras conocidas, algunas apenas reconocibles por el paso de los años. Risas, saludos, recuerdos flotaban en el aire. Samantha caminó entre los grupos, saludando, conversando, pero su mirada buscaba a una sola persona.
Y entonces lo vio. Cerca de una mesa, de espaldas a ella. Alto, con el cabello oscuro ligeramente peinado hacia atrás, vestido con un traje elegante que marcaba una figura muy diferente a la que recordaba. Era Mathias. Su corazón se aceleró.
—No puede ser… —murmuró.
Se armó de valor y comenzó a caminar hacia él. Pero antes de que pudiera acercarse, una figura se interpuso en su camino. Vivian. Alta, impecable, con esa sonrisa que nunca prometía nada bueno.
—¿A dónde vas, Samantha? —preguntó con tono burlón.
—Voy a saludar a alguien.
—¿A Mathias? —dijo ella con una risita—. ¿En serio crees que él querría hablar contigo?
Samantha la miró, incómoda.
—Vivian, por favor.
—No, en serio —insistió—. Después de cómo lo trataste en la secundaria… No te hagas ilusiones. Él jamás te va a perdonar.
Samantha sintió cómo las palabras la atravesaban. Su mirada se dirigió a Mathias, que en ese momento se giró, como si hubiera sentido su presencia. Sus ojos se encontraron. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Él la reconoció. Lo supo por la expresión en su rostro. Pero no sonrió. Tampoco frunció el ceño. Simplemente la miró. Neutral.
—Lo siento, Vivian. No vine a buscar perdón —dijo Samantha—. Vine a enfrentar mi pasado.
La dejó atrás y se acercó a Mathias, que la observaba en silencio. Cuando estuvo a su lado, respiró hondo.
—Hola, Mathias.
—Hola, Samantha —respondió él, con voz profunda, calmada.
—Hace mucho que no nos vemos.
—Sí, ha pasado una vida.
Hubo un breve silencio. Samantha apretó la foto que había guardado en su bolso.
—Quería hablar contigo. No sé si tienes un momento.
Él asintió. Salieron al pequeño jardín que daba al salón. Las luces tenues iluminaban sus rostros.
—He pensado en este momento por años —confesó Samantha—. No sabía si alguna vez lo tendría.
—¿Y qué esperabas? —preguntó Mathias, sin dureza, pero con firmeza.
—No lo sé. Tal vez… poder decirte lo que nunca dije. O pedirte perdón.
Mathias la miró con atención. Sus ojos ya no tenían la tristeza de aquel chico del pasado. Ahora había fuerza en ellos.
—¿Por qué ahora, Samantha? —dijo él—. ¿Por qué después de tantos años?
—Porque nunca dejé de sentir culpa. Porque no podía seguir fingiendo que no hice daño. Y porque… Mathias no la dejo terminar, se dió la vuelta y se marchó.
Samantha se quedó inmóvil, con la garganta seca y el corazón golpeando con fuerza en el pecho. Gael se había colocado justo frente a ella, interrumpiendo su paso con esa sonrisa cínica que la hacía estremecer. A su lado, Vivian cruzaba los brazos con altanería, como si tuviera todo bajo control.
Gael habló primero, con voz baja, casi susurrante, pero cargada de amenaza.
—No des ni un solo paso más hacia él, Samantha. Ya sabes lo que está en juego.
Samantha frunció el ceño, apretando los puños. Sabía exactamente a qué se referían. Ese secreto… uno que había enterrado años atrás y que no podía salir a la luz.
Vivian se inclinó levemente hacia ella, con esa mirada venenosa que tanto conocía.
—Sería una lástima que Mathias se enterara de todo. De lo que realmente eres, de lo que hiciste.
—¿Por qué hacen esto? —preguntó Samantha con la voz rota—. ¿Qué ganan alejándome de él?
—Lo mismo que tú ganarías si estuvieras en mi lugar —respondió Vivian con una sonrisa torcida—. Él es mío. Siempre lo ha sido, aunque no lo sepa todavía.
Samantha sintió un nudo en el estómago. Alzó la vista justo a tiempo para ver a Mathias alejarse. Caminaba con el ceño fruncido, sin mirar atrás, sin saber que ella estaba ahí, que había querido seguirlo, hablarle, explicarle tantas cosas… pero que no podía.
Gael se hizo a un lado lentamente, como quien da paso a un peón después de haber puesto el jaque.
—Buena chica —musitó.
Vivian la miró una última vez, disfrutando de su derrota silenciosa, antes de girarse y seguir a Gael.
Samantha se quedó sola, sintiendo el viento golpearle el rostro, mientras Mathias desaparecía de su vista. El peso de aquel secreto, el chantaje, y la impotencia la asfixiaban.
Se quedó ahí, viendo cómo el amor de su vida se alejaba sin saber la verdad. Y sin saber que, pese a todo, ella estaba dispuesta a luchar.