Lo observo parado frente a mí, con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón. La camisa negra que lleva tiene los primeros tres botones abiertos, dejando ver parte de su pecho.
Lo miro con más detalle esta vez y noto los tatuajes en sus manos, además de uno que apenas alcanzo a distinguir sobre su pecho.
—¿Tú fuiste quien me compró? —vuelvo a preguntar, tartamudeando—. ¿Por qué?
—Ese no es tu problema. Lo único que debes saber es que, a partir de ahora, me perteneces —responde mientras pasa un dedo por mis labios—. Harás todo lo que te pida. ¿Entendido?
—¿Tú también me obligarás a acostarme con otros hombres? —su mirada se endurece—. Me dijeron que seguiría siendo una prostituta. ¿También te dedicas a comprar mujeres para prostituirlas?
—¡Cállate! —me ordena con autoridad—. Tú no serás ninguna prostituta. Estás aquí para cumplir cada uno de mis deseos.
—¿Y si me resisto? —le digo con desafío. Él sonríe, pero no hay amabilidad en su gesto.
Intento caminar hacia la salida, pero me toma del brazo y me estampa contra la pared, pegando su cuerpo al mío. Sujeta mi cuello con fuerza, dejando claro quién tiene el control.
—No me provoques, Aysel... —dice con voz baja pero firme, mirándome fijamente—. No estoy acostumbrado a tolerar la desobediencia. Mi paciencia tiene límites.
Me suelta y retrocede unos pasos mientras llevo las manos a mi cuello, tratando de aliviar la incomodidad de su agarre.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —le pregunto, mirándolo fijamente.
—Cumple cada uno de mis deseos y serás recompensada. Desobedéceme, y serás castigada.
Se sienta frente a mí en una silla, hojeando una revista con indiferencia.
Lo observo detenidamente: su cabello oscuro, su barba bien cuidada, la camisa negra que parece fundirse con su aura dominante. Los tatuajes de sus manos llaman mi atención, pero están escritos en un idioma que no logro descifrar.
—¿Cuáles son tus deseos? —susurro, apenas audiblemente. Sus ojos se clavan en mí con intensidad—. ¿Y hasta cuándo tendré que cumplirlos?
—Serás mi mujer. Me deberás complacer cada vez que yo lo desee —se levanta de la silla y se acerca a mí, acariciando mi cabello con una extraña suavidad—. Ese será tu único trabajo de ahora en adelante. Créeme, es mucho mejor que acostarte con un hombre diferente cada noche.
Me lanza una última mirada y sale de la habitación, dejándome completamente sola.
Estrello ambos puños contra la cama, dejando salir el coraje que me quema por dentro. Luego, me dejo caer sobre el colchón y fijo la mirada en el techo.
¡Esto es una locura!
De repente, me levanto de un salto y me acerco al espejo frente a la cama. Me observo, desorientada y algo fuera de mí.
¡Diablos!
Ni siquiera recordaba que no traigo maquillaje ni mi peluca.
¿Dónde está mi peluca?
Busco mi maleta por toda la habitación, pero no la encuentro. Frustrada, salgo al pasillo, que está medio oscuro, y camino hasta el final, donde encuentro unas escaleras que bajan. Justo cuando estoy a punto de descender, lo veo subir el último escalón.
—¡Oye! —le grito. Se gira hacia mí con el ceño fruncido—. ¿Dónde está mi maleta?
—Mandé deshacerme de ella —responde con tono seco.
—¿Por qué? —exijo, indignada—. ¡Eran mis cosas!
—Ya no las necesitas. Mañana compraremos ropa y accesorios nuevos, acordes a tu nueva vida.
—¡Eso no te da derecho a deshacerte de mis cosas! —escarbo las palabras con rabia—. ¡Eres un idiota!
Doy media vuelta y camino rápidamente hacia mi habitación. Escucho sus pasos acercándose a toda prisa detrás de mí. Antes de que pueda entrar a la habitación, su cuerpo impacta el mío, empujándome contra la pared.
—Que sea la última vez que te atreves a insultarme —murmura con voz grave, su nariz rozando mi cuello. Deja un beso en mi hombro que me hace estremecer, aunque no sé si de miedo o de rabia—. No me busques, Aysel, o terminaré amarrándote y cogiéndote sobre esa cama. Créeme, mañana no podrás ni levantarte.
Me suelta con brusquedad y sale de la habitación, dando un portazo.
Mis piernas tiemblan, y me dejo caer al suelo frío, intentando recuperar el aire que me arrebató.
¿Porque sus palabras no me causaron asco?
Más que sembrarme miedo , sus palabras me excitaron y por un momento en mi mente paso la idea de que lo hiciera .
¡Que diablos me pasa!
No puedo permitirme tener esos pensamientos hacía él cuando el me compró cómo si fuera un pedazo de carne .
Me levantó del piso y me acuesto sobre la cama en posición fetal sin saber que hacer o que pensar sobre todo lo que está pasando .
Me acuerdo de Ana y Tania y unas ganas de llorar grandísimas me invaden , ahora no sabré nada de ellas o cómo estarán sin mi .
Necesito ponerme en contacto con ellas y hacerles saber que estoy bien.
(...)
Abro los ojos lentamente y noto cómo los rayos del sol se cuelan a través de la ventana. Una sombra sobre la luz llama mi atención, y al enfocarme, lo veo de pie, mirando fijamente hacia el exterior.
Solo lleva unos jeans puestos, dejando su torso desnudo a la vista. Parece tan absorto en sus pensamientos que no se da cuenta de que lo observo con atención.
Me incorporo hasta sentarme en el borde de la cama, y es entonces cuando su mirada se cruza con la mía. Se aparta del cristal y camina hacia mí con su expresión dura y fría de siempre.
—Date una ducha. En la bolsa encontrarás algo de ropa —dice, señalando una bolsa sobre la cama—. Baja a desayunar. Solo tienes diez minutos.
Sin esperar una respuesta, sale de la habitación. Ruedo los ojos, molesta por su actitud tan autoritaria.
Me levanto, tomo la bolsa y camino hacia una pequeña puerta, pensando que se trata del baño.
Error.
Lo que encuentro es una habitación vacía. Por los cajones y su disposición, me doy cuenta de que es un clóset... pero no cualquier clóset: es un súper clóset. Incluso me atrevería a decir que es del tamaño de mi habitación en el condominio.
Entro para inspeccionarlo y descubro que cada cajón y compartimiento está vacío. Voy a necesitar mucha ropa para llenar, al menos, la mitad de esto.
Salgo del clóset y me dirijo a una puerta cercana. La abro y, esta vez, acierto: es el baño. Entro, me quito la ropa y me dejo envolver por el agua tibia de la ducha, que cae sobre mi cuerpo desde el cabello hasta los pies.
El agua relaja mis músculos y hace que mi cuerpo se sienta vivo de nuevo. Al salir, me seco con una toalla y me miro en el espejo. Los moretones en mi cuello, los mismos que él causó aquella noche, aún son visibles.
Saco la ropa de la bolsa y encuentro un conjunto deportivo n***o y ropa interior sencilla. Me visto rápidamente y busco mis zapatos junto a la cama.
Una vez lista, recojo mi cabello en un moño y salgo de la habitación. Camino por el pasillo y bajo las escaleras. Cuando estoy a punto de llegar al final, escucho voces discutiendo con intensidad. Una de las voces es de él.
Me acerco a una puerta al costado de las escaleras para escuchar mejor.
—Estás demente. No puedo creer que hayas hecho algo tan absurdo —dice una voz masculina, firme pero indignada.
—Pues créelo, porque ya está hecho. Y nadie puede cambiarlo.
—Natham, estás loco. ¿Cómo pudiste gastar veinticinco millones de dólares en esa chica?
¡¿Qué?!
¿Gastó esa cantidad... por mí?
—Porque no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta. La quería aquí, y así fue, Alex.
—¿Para qué quieres a una prostituta, cuando podrías tener a cualquier mujer que quisieras?
Un ruido seco interrumpe la conversación, como si algo hubiera caído al suelo.
—Te prohíbo que vuelvas a llamarla así —grita él con furia, y mi corazón se acelera—. Su nombre es Aysel. Y más vale que no le vuelvas a decir eso. Ella está en la casa y puede escucharte.
Un carraspeo a mis espaldas me hace girar de golpe. Un hombre mayor, con una expresión seria, me observa y niega con la cabeza.
—Si el señor la encuentra haciendo eso, se va a enojar. Y mucho —dice en tono calmado pero advertente. Me hace un gesto para que lo siga, y lo obedezco—. Al señor no le gusta que escuchen sus conversaciones. Lo pone de muy mal humor.
—¿Más de lo que ya está siempre? —respondo sarcástica. Él se gira y me lanza una mirada desaprobatoria.
—Lo siento —me disculpo, bajando la mirada.
Caminamos hasta llegar a un amplio comedor. La mesa ya está servida. El hombre me indica dónde sentarme, y así lo hago.
—El señor Natham tiene un carácter bastante... especial —comenta mientras coloca un plato de frutas frente a mí—. Le gusta que las cosas se hagan a su manera y en el momento que él diga. No le lleve la contraria, o conocerá una faceta suya que no le gustará.
—¿Quién es el hombre con el que está discutiendo?
—Su abogado, mano derecha y amigo de la infancia: el señor Alex.
—¿Alguien más vive aquí?
—No, aquí solo viven el joven amo y usted. Es la primera mujer que duerme en esta casa.
—¿Por qué?
—Buenos días...
La voz de Natham resuena en la habitación, cortando nuestra conversación. Aparece en mi campo de visión junto a Alex, un hombre más bajo que él pero con una mirada dura dirigida hacia mí.
Natham se sienta a mi lado, toma un sorbo de su café y dirige su atención a su amigo.
—¿Te quedas a desayunar?
—No puedo. Debo supervisar todo para la fiesta de mañana. Hablamos luego.
Se marcha del comedor, pero él parece no prestar atención a su actitud. Suspiro y decido desayunar en silencio. Agacho la mirada al sentir repetidamente su mirada fija en mí, y aunque intento esquivarla, mis ojos terminan conectando con los suyos. La intensidad con la que me observa me pone nerviosa.
—Saldremos en diez minutos.
Su teléfono suena y se levanta para contestar la llamada. Ruedo los ojos, termino las frutas y me levanto de la mesa, ya fastidiada.
Camino hacia la amplia sala y lo veo de espaldas, hablando por teléfono en lo que parece otro idioma. ¿Ruso? Al escucharlo mejor, parece más italiano... o algo parecido. Aclaro mi garganta y él se gira hacia mí. Cuelga la llamada con calma y me hace un gesto con la cabeza para que lo siga.
Al salir, encuentro al mismo hombre que me vendó los ojos ayer y me trajo aquí. Lo saluda con un leve movimiento de cabeza y me dedica el mismo gesto. Abre la puerta trasera de la camioneta y se hace a un lado, permitiéndome subir antes que él.
Durante el trayecto, observo el paisaje por la ventana y noto que vive bastante lejos del centro de la ciudad. Giro para mirarlo, pero está inmerso en sus propios pensamientos. Miro hacia atrás y veo que una camioneta idéntica nos sigue. Rápidamente deduzco que se trata de más hombres que lo acompañan.
Al llegar al centro de la ciudad, el vehículo se dirige a uno de los centros comerciales más exclusivos de la zona. ¿Cómo lo sé? Porque este lugar es conocido por atraer a personas que pueden gastar mil dólares en un simple par de zapatos.
El auto se estaciona en la parte trasera del centro comercial. La camioneta que venía detrás de nosotros ahora se coloca al frente. Unos hombres vestidos formalmente bajan, inspeccionan el lugar y, tras un breve chequeo, asienten para que el conductor se baje y nos abra la puerta.
—¿Por qué estamos entrando por la parte trasera? —pregunto al bajar de la camioneta.
—No hagas preguntas. Solo haz lo que yo diga.
Se coloca frente a mí y ajusta una gorra sobre mi cabello, seguido de unas gafas oscuras. Luego toma mi mano con firmeza y me arrastra suavemente para entrar al edificio.
Dentro, un hombre elegantemente vestido lo saluda y mantiene una breve conversación con él. Luego subimos a un ascensor, y al bajar, llegamos a una tienda completamente vacía. Dos jóvenes empleadas se acercan y él les pide que traigan varios vestidos de noche y conjuntos.
Ellas asienten y se retiran, dejándonos solos frente a unos pequeños sillones. Me siento, algo aburrida, mientras él sigue absorto en su teléfono, tecleando con rapidez.
Poco después, las chicas regresan con varios vestidos y conjuntos en las manos. Me levanto y camino hacia ellas. Entramos a un probador, donde me pruebo uno por uno los vestidos frente al espejo. Natham, sin embargo, no se molesta en mirar. Frustrada y aburrida, decido no probarme más ropa.
Salgo de los vestidores y lo encuentro esperándome, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Te gustó algo de lo que te probaste?
—Me gustó todo.
—Bien. Lo llevaremos.
Las chicas asienten y se llevan las prendas hacia la caja para empaquetarlas. Natham se acerca, saca una tarjeta de crédito y paga sin inmutarse. Mientras tanto, yo deambulo por la tienda, observando las demás prendas y accesorios.
Los hombres que nos acompañan se encargan de cargar las bolsas. Natham, sin decir una palabra, me toma del brazo y prácticamente me arrastra de vuelta al auto.
Al llegar nuevamente a su casa, salgo del auto sin esperar a que alguien abra la puerta. Entro rápidamente y subo las escaleras, caminando con firmeza hacia la habitación. Cierro la puerta de un golpe detrás de mí.
¡Ya no soporto esta mierda!
No me siento a gusto en este lugar. Su actitud y sus constantes órdenes ya me tienen al límite.
¿Por qué pagó tanto por mí?
De repente, la puerta de la habitación se abre de golpe. Él entra con el rostro lleno de furia y avanza rápidamente hacia mí. Instintivamente retrocedo hasta que mi espalda choca contra el cristal de la puerta del balcón.
—Que sea la última vez que me haces ese tipo de desplantes frente a mis trabajadores —dice entre dientes, mientras su mano sujeta mi mentón con fuerza—. O aprendes a seguir mis órdenes por las buenas, o te enseñaré por las malas, y créeme, eso no te gustará.
Me sostiene la mirada con desafío antes de soltar mi rostro bruscamente. Luego se da la vuelta, caminando hacia la puerta con pasos firmes, como si diera por terminada la conversación.
—¿Por qué? —pregunto con voz fuerte, deteniéndolo en seco—. ¿Por qué hiciste eso?
Él se detiene, pero no se gira inmediatamente.
—¿Hacer qué? —pregunta finalmente, mirándome desde la distancia.
—¿Por qué pagaste tantos millones por mí? —Su expresión se suaviza ligeramente—. ¿Por qué tanto interés en mí?
Se queda en silencio por un momento, metiendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Me observa, pensativo, y lleva su mano derecha al mentón, masajeándolo.
—¿Te molesta que lo haya hecho? —pregunta mientras se acerca lentamente a mí—. Te saqué de esa vida, Aysel. Te saqué de ese infierno. Es lo único que debería importarte.
—¿A qué costo, Natham? —respondo con sarcasmo—. Me tienes aquí como si fuera una muñeca, bajo tus órdenes.
—Al costo de que solo sigas mis órdenes —dice con firmeza, a escasos centímetros de mí—. Al costo de que te acuestes con un solo hombre en lugar de con uno diferente cada noche. ¿No crees que es mucho mejor?
—No soy un objeto, Natham, y tú me compraste como si lo fuera.
—Te recuerdo que antes de que yo lo hiciera, ellos ya te vendían como uno —responde duramente, y sus palabras me golpean como una bofetada—. No me culpes de algo cuando yo solo te saqué de ese infierno.
—Para satisfacer tus necesidades, no porque te preocupara por mí —digo con enojo, mirándolo fijamente—. ¿Qué pasará cuando te canses de mí? ¿Me venderás para recuperar al menos parte de tu dinero?
—Eso ya lo veremos... —dice sin emoción, mientras se da la vuelta y camina hacia la puerta. Se detiene antes de abrirla y, sin mirarme, habla con tono autoritario—. Esta noche tengo un evento y tú me acompañarás. En dos horas vendrán para alistarte.
No respondo nada, y él termina de salir, cerrando la puerta con fuerza.
Me dejo caer sobre la cama, intentando calmar la tormenta de pensamientos y emociones que amenazan con desbordarse dentro de mí...