Universidad

1255 Palabras
No sé cuánto tiempo estuve dormida. Solo sé que me despertó un estruendo brutal, como si una granada hubiera explotado justo debajo de mi cama. Me incorporé con cuidado, sintiendo el crujido del piso bajo mis pies. Tomé el tubo que guardaba detrás de la cama, lo apreté con fuerza. Respiré hondo. Varias veces. Ryder solía decirme que la oscuridad no era enemiga, que si aprendía a escucharla, me protegería. Me acerqué a la ventana, que estaba abierta de par en par. Las cortinas volaban con el viento como si quisieran escapar. Tomé una tela con el tubo y la levanté con cautela. Entonces lo vi. Una figura oscura me observaba desde lo alto de un pino. Me tapé la boca para no gritar. La figura comenzó a moverse, saltando entre las copas como si flotara. Se acercaba. Se acercaba demasiado. —¡No!— tropecé hacia atrás, mis pies torpes, mi corazón desbocado —¡Mamá! La figura casi entra por la ventana cuando mi madre irrumpió en la habitación. —¿Arianna? Hija— me encontró tirada en el suelo, temblando. —Mamá… algo me iba a atacar. Tengo miedo— me refugié en su pecho, como cuando era niña —No me gusta estar aquí– susurré. —Es solo por trabajo, mi amor. Te prometo que este será el último. Tu padre lo prometió— me levantó con ternura y me acostó de nuevo —Te acompañaré a dormir. —Cierra la ventana— tartamudeé. —¿Vas a demostrar miedo?— me sonrió con esa fuerza que solo ella tiene —Si la cierras, esa cosa se sentirá poderosa. Demuestra que tú lo eres más. —¿Y si me pasa lo mismo que a Ryder?—la miré, y ella se quedó en silencio. —Lo extraño. —Yo también. Era un buen chico—murmuró —Duerme, cariño. Mañana empiezas clases en este pueblo. Me quedé mirando la tela que se movía con el viento, recordando lo que acababa de ver. —¿Todo bien?— preguntó papá al entrar —¿Vas a dormir aquí esta noche? —Shh, tuvo una pesadilla. Quise acompañarla. Es la primera vez que sale del edificio. Todo esto es nuevo para ella —respondió mamá en voz baja. —También dormiré aquí. Así las cuido— se metió en la cama, abrazándonos —El colchón es bueno— susurró. —También pensé lo mismo— dijo mamá, apartando un mechón de mi rostro —¿Este es el último trabajo? —Sí. Este es el último— respondió papá, mirándome con una mezcla de nostalgia y decisión. … Me desperté con el aroma de huevos revueltos y tocino frito. El sol entraba por la ventana, cálido, reconfortante. Me acerqué, recogí la cortina y observé el bosque. Verde, azul, lleno de vida. Los pájaros cantaban como si quisieran darme la bienvenida. —Después de una pesadilla, viene la realidad— me dije, haciéndome una coleta alta. Tomé mis cosas para ir a ducharme. —¡Arianna!— gritó mamá. —¡Ya está listo el desayuno!— gritó papá. Sonreí al escucharlos. Terminé de alistarme, me acomodé los lentes frente al espejo. —Es un nuevo día— murmuré, tocando mi brazalete, el mismo que llevaba Ryder. —¡Arianna!— volvió a llamar mamá. —¡Ya bajo, mami!— cerré la puerta de mi habitación y bajé rápido. Los vi desayunando. Papá con su periódico y café, mamá haciendo anotaciones como siempre. Me acerqué, los besé en la mejilla. —Los amo. —Eres la mejor hija— dijo mamá. —¿Existe otra?— bromeó papá —Siéntate y come. —¿Preparada?— dijo, dejando el periódico sobre la mesa. —Ya puedes empezar tus estudios aquí —añadió mamá, colocándose detrás de Marcus— Tu padre movió algunas fichas. Tienes 18, mostramos tus notas. —Pero eso fue en el edificio. Mis clases fueron diferentes. ¿Qué hiciste, papá? Se miraron y sonrieron. —Eres buena. Tus clases valen aquí también. Es un pueblo pequeño… —¿Pequeño? Algo me dice que esto es más grande. Solo que está oculto— los observé —Lo sé. Debo adaptarme. ¿Cómo se llama la dichosa universidad? —Sapiencia del Claustro. —¿Estás invocando algo?— le pregunté a papá. —Así se llama— respondió mamá. —Mm, bueno… ¿qué debo hacer? —Estudiar. Saliste con nosotros porque no queríamos dejarte. Pero tu deber es estudiar— afirmó mamá con seriedad. —Lo sé— rodé los ojos mientras comía —¿Es lejos? —Solo debes cruzar el puente. Así me dijo mi jefe— respondió papá. —¿Tu jefe?— apoyé las manos en la mesa—¿Papá, quién te dijo que puedo estudiar? Pensé que habías hablado con alguien de aquí. —Mi jefe conoce al director. Se ofreció para darte clases. —¿Sabe quiénes son ustedes? O sea, el director… —No. Mi jefe tiene sus trucos. Además, vinimos por uno en especial. Nadie saldrá lastimado. Solo esa persona que debe algo— dijo papá, serio. —Está bien. Creo que es hora de irme— me levanté. Mamá me dio un bolso grande y pesado. —¿Iré así?— miré mis pantalones oscuros y mi blusa de mangas largas. —Te ves bien. Es tu estilo, Ari— dijo mamá. —Está bien. ¿Por el puente?— pregunté antes de salir. Asintieron. Mamá me abrazó, arregló mi cabello, mis aretes, mi collar. —Te ves hermosa— me dijo. —Te amo, mami— sonreí y salí. Al pisar la calle, los vecinos me observaban en silencio. No dije nada. Solo caminé. Los gemelos me miraban desde lejos. Les sonreí apenas y seguí recto, guiándome por el mapa. Caminé bastante. —¿Estás perdida? —Perdido está el diablo… y aún sale—respondí sin pensar. Me giré. Eran ellos. Los hermanos. Se reían. —Lo siento, es que… —Tranquila— dijo el chico, detallando mi rostro —¿Usas anteojos? Nunca había visto a alguien con anteojos. —Déjala, Leo— dijo la chica —Perdona a mi hermano. Es un poco hablador. —Está bien— seguí caminando. Ellos me siguieron. —¿Los trajeron?— pregunté. Negaron. —Somos deportistas. Por eso somos rápidos— dijo Leo. —Qué bien— respondí —¿Saben dónde queda la universidad Sapiencia del Claustro? —Sí. Justo después del puente— intervino la chica —Tienes bonitos ojos. —Gracias— respondí, siguiéndolos. —Solo debo advertirte algo— dijo Leo, con la mirada fija en la mía —En la universidad hay tres hombres muy temibles. Ellos gobiernan todo aquí. —¿Cómo así? ¿Son los populares? —lo interrumpí. Se rieron. Luego se pusieron serios. —Son más que eso. Si los trillizos te dicen que te vayas, tienes que irte. Es por tu propio bien— dijo Luna, seria. —Está bien. Entiendo— respondí, con firmeza. Pero en mi mente solo había una pregunta: ¿quiénes eran esos tres hombres? Seguramente los típicos bravucones de universidad. —No será nada fácil evitarlos— susurró Leo. Y de pronto, estábamos frente a la universidad del Claustro. La miré. —Me la imaginé toda oscura y siniestra—dije en voz alta. Todos me escucharon. Se giraron hacia mí. —No creo que pases desapercibida— me susurró Luna al oído.
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