Una mirada al infierno

Dieciocho años atrás Leonela, fue amiga de Manuela desde la secundaria, conocía todos sus secretos excepto uno; y no es que Manuela deseara compartirlo con ella algún día, pues eso significaría el final de su matrimonio. Por otro lado, entre arpías podían oler la traición y estas mejores amigas no confiaban del todo la una en la otra, más cuando Leonela desde siempre había querido conquistar a Martín Lisboa por su fortuna. Al final, la más astuta de las dos le echó el lazo primero, pero eso no impidió que la reina Johnson haga de las suyas a espaldas de su mejor amiga, coqueteándole descaradamente y haciéndole propuestas indecentes cuando creía que no la veía. Manuela odiaba con todo su ser a Leonela y no dudaba en dejárselo saber. Por eso, cuando Leonela sospechó de la traición de Manuela hacia Martín, no tardó en averiguarlo todo sin importar el tiempo o el dinero que eso le demandara. Levantó toda piedra en el camino hasta conseguir lo que buscaba y en la primera oportunidad que pudieron hablar a solas, la invitó al Spa del hotel de su esposo y la enfrentó. — Dylan no es hijo de Martín ¿Qué piensas que diga cuando se entere? —Suelta la verdad Leonela. —¿C-como lo supiste? —Se siente muy nerviosa Manuela. —Es evidente, no se parecen en nada y sin embargo me recuerda a alguien que conozco. —Sonríe. — A tu primo lejano, Rodrigo. ¿O me equivoco? Manuela traga saliva y no puede evitar entrar en contradicciones, sin contar que su nerviosismo crecía más con esa sonrisa boba de su amiga, que la miraba como manifestando “¡Te descubrí, maldita perra!” —¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me lo declaras? —Interroga Manuela, en tanto Leonela se carcajea. —No busco. Solo te lo comentaba porque somos amigas. ¿¡Por qué lo somos, verdad!? Esas palabras atravesaron el corazón de Manuela, sin duda esa víbora era peligrosa y ahora que la tenía en las manos, solamente podría esperar el chantaje. —Si esperas que confirme tu calumnia, no lo haré. Sé cuanto me odias y estoy segura de que usarás cada palabra que manifieste en mi contra — expresa Manuela muy alterada. —Se nota que no me conoces, Manuelita, soy tu amiga. Este secreto no saldrá de mi boca a menos que sea necesario. —¿Quieres dinero? No puedo creer lo bajo que has caído Leonela. —No quiero tu dinero, lo quiero a él, a Martín. Manuela la mira indignada —Eso nunca, primero te mataré, ¡maldita perra! —se lanza encima de su supuesta mejor amiga. —La única perra, eres tú— le grita Leonela—Mira que acostarte con tu primo y hacerle pensar al estúpido de Martín que Dylan es hijo suyo. —El día que te atrevas a abrir la boca, considérate muerta, maldita bruja. Mientras ellas se jalonaban como dos mujeres sin clase, Ana Paula escuchaba involuntariamente en el cuarto de baño de la habitación. Ella se encargaba de la limpieza del Spa y ese día, recogía las toallas del baño cuando escuchó que entraban a la habitación. Estaba por salir y disculparse, más, al reconocer la voz de Manuela, se detuvo. Las ganas de saber algo de la esposa del hombre que amaba la llenó de curiosidad. Sin hacer el más mínimo ruido escuchó atónita esa verdad tan horrenda que podría cambiar su vida. Una sensación de calma y miedo invadió su corazón, tenía una carta a su favor, pero no las posibilidades de probarlo y Leonela si tenía como hacerlo, sin embargo, esa mujer era de temer y capaz de declararle abiertamente una guerra sin cuartel por quedarse con Martín Lisboa. Minutos después cuando se fueron, Ana Paula pudo respirar tranquila, sintiendo que su corazón latía a mil y se escuchaba como eco en la habitación. ¿Qué haría ahora? Martín en verdad estaba feliz con su hijo, a pesar de que no amaba a Manuela, Dylan era su adoración y razón de vivir bajo el mismo techo con ella. No podía hacer nada, le había prometido a su hermano mantenerse lejos de Martín y por el bien de todos, más le valía cumplir su promesa. Solo le quedaba esperar que con el tiempo Leonela hiciera algo para separarlos y entonces, quizás solo entonces, podría tener esa pequeña posibilidad de volver con él, aunque sabía que nunca seria considera digna de pertenecer a esa familia. Sin embargo, el destino le tenía deparado otra cosa.