ELENA
—Un, dos, tres… ¡tierra llamando a Elena!
Escucho a lo lejos la voz de Hanna, llamando mi atención con insistencia.
»Houston, ¡tenemos problemas! —continua diciendo, haciéndome reír.
Es tan dramática.
A su favor, mi mente no está precisamente aquí, con ella, en el restaurante; sigue dándole vueltas al abanico de posibilidades que la excitante llamada de Anthony abrió esta mañana.
Ave María purísima. Estos días de abstinencia obligatoria e involuntaria me tienen a un padre nuestro de ser la chica de “El exorcista”, poseída por el demonio de la lujuria. Y si le sumamos que casi todos los días nos vemos, y que los besos no han dejado de ir y venir… Auxilio, socorro, ¡traigan agua bendita!
Ahora entiendo porque Einstein dijo que hay algo más poderoso que una bomba atómica, y es la fuerza de voluntad; porque he necesitado de cada gramo que poseo.
Cuando el médico nos dijo que era recomendable minimizar las actividades que demandaran esfuerzo físico —sexo— para evitar que los puntos se abrieran, o que los tendones se vieran comprometidos, o que los músculos sufrieran algún daño; no dudé ni un segundo en decidir que “minimizar” significaría “suprimir” completamente cualquier actividad que involucrara esfuerzo físico hasta nueva orden.
Y lo estoy cumpliendo, a duras penas, pero que me cuente el esfuerzo.
Pero bueno, volvamos a Hanna, que la tengo super ignorada.
—Deja el show —le digo al ver cómo levanta una mano hacia su rostro y empieza a darse aire con fingida preocupación—. Te estaba escuchando. —Una mentira rotunda, pero ya saben, hay que declarar inocencia hasta el final, porque primero muerta que admitir ante tu mejor amiga que había algo más importante que ella en tu mente. Eso va en contra del manual de mejores amigas, y ese manual es como la biblia—. Solo estaba meditando muy bien mi respuesta. El destino para mi viaje de cumpleaños es una decisión de suma importancia.
Enfocándome en el tema, se acerca mi cumpleaños, ¡el mejor día del año! Es una tradición para nosotras hacer un viaje, así sea de un día, o del tiempo que podamos robar en nuestros respectivos empleos, para destinar a la celebración. Y desde el año pasado habíamos planteado la posibilidad de hacer una excursión por las Islas Maldivas, el paraíso tropical de Asia del sur; pero, con todo lo que pasó y con la boda en el futuro, aun no decido si cercano o lejano, irme a disfrutar de la playa, la brisa y el mar no me parece la mejor de las ideas. Quiero algo un poco más tranquilo.
—¿Qué opinas de París? —propone Hanna, olvidando por completo mi falta de atención y retomando lo realmente importante.
Ay…
—¿La ciudad del amor? —murmuro la pregunta en respuesta. No me veo por allá tampoco.
—Tienes razón, esa mejor dejémosla para tu luna de miel —comenta, sus ojos brillando en ensueño—. Ya te puedo imaginar con Anthony en la cima de la torre Eiffel.
Levanto las cejas, mirándola anonadada.
Yo no puedo imaginarnos.
Bueno, quiero decir, de pronto sí… pero… lo que sea.
»¿Cuándo van a definir la fecha de la boda? —pregunta a continuación, obviando mi expresión—. Necesito saberlo con tiempo para ir organizando el banquete. Y tenemos que llamar a Lizy, mi amiga repostera. Sus pasteles de boda son la cosa más espectacular que he visto y que he tenido el gusto de probar.
Jesus, José y Maria… ya entró en modo boda, y todavía no estoy lista para eso.
Voy a interrumpirla, para que volvamos al tema que nos trajo aquí hoy, cuando continua.
»¡Ah! —exclama, levantando su celular para Dios sabrá qué—. Y tenemos que tener en cuenta el clima para poder definir la locación. Si va a ser una recepción cubierta o al aire libre… ¿La vamos a hacer aquí en la ciudad? —Deja de ver su celular para mirarme cuando hace esa pregunta—. ¿O a las afueras? Algo tipo campestre sería divino, pero tú decides. Eso sí, con tiempo para definir el banquete.
Parpadeo, intentando procesar todo lo que dijo para empezar y terminar con el mismo punto, el banquete.
Voy a agradecer tenerla a ella para todo el tema de la boda, aunque creo, y los últimos cinco minutos no me dejan mentir, que va a enloquecer más ella que yo. Solo digo.
—Enana…
Elijah se acerca a la mesa que estamos ocupando en este momento, siendo el salvavidas que necesito para esquivar el tema.
Siento que primero tengo que hablarlo con Anthony, antes de empezar a definir si va a ser… ¿cómo fue que dijo? ¿cubierta o al aire libre? ¿En la ciudad o a las afueras? ¿Cómo se supone que voy a saber eso? No he sido nunca de las chicas que sueñan con el día de su boda, y desde que Jeremy murió creí que nunca iba a casarme, así que estoy realmente perdida.
»¿Tienes una nueva Bartender en el restaurante? —pregunta mi hermano, mirando interesado en dirección a la barra.
Sigo su mirada, notando a una rubia de metro setenta, más o menos, atendiendo.
Tiene razón, nunca antes la había visto.
Hanna asiente con la cabeza distraídamente, sin dejar de ver su celular.
»¿Qué pasó con René? —pregunta está vez mi hermano, tomando su asentimiento como pauta para seguir hablando.
—Está de vacaciones —contesta Hanna, mirándome de nuevo—. Sigamos con…
—El mejor lugar para ir de viaje —la interrumpo, antes de que empiece a enlistar todo lo que tenemos que tener en cuenta para mi boda.
—¿Porqué no vamos a visitar a mamá y papá? —interviene Elijah, sentándose y olvidando el tema de la chica nueva—. Dios sabe que papá estará encantado de celebrar contigo ese día. Sus parrilladas de cumpleaños son las mejores de planeta.
—¿Quién te invitó a esta conversación? —pregunto, mirándolo con el ceño fruncido—. Porque estoy segura que ni Hanna ni yo te enviamos tarjeta.
Elijah se encoge de hombros, estirando una mano hacia el plato de papas fritas que tengo olvidado frente a mí.
—Soy tu guardaespaldas —comenta con obviedad—. A donde vayas tendré que ir, y ciertamente me gustaría ir a una deliciosa parrillada.
Wow, wow, wow… ¿qué? Absolutamente no.
Y no estoy hablando de la parrillada. Las de mi padre son realmente buenas.
—No irás con nosotras a nuestro viaje de cumpleaños —aseguro, golpeando su mano cuando intenta robar otra de mis papas.
Vi cuando se estaba comiendo las suyas propias. Pidió una porción extra grande de ellas. Ya no deberían caberle más. Goloso.
—Se lo comentaré a Saint —comenta, creyendo que me va a asustar con la idea de que Anthony se entere que me estoy negando a llevarlos, principalmente a él, a nuestro viaje.
Ja. Le puede decir al Papa si quiere, que a este viaje vamos Hanna y yo. Nadie más.
Mi celular elije ese momento para vibrar, y decidiendo que puedo dejarlo creer que tiene voz y voto en nuestros planes, y que me preocupa su reporte a Anthony, lo levanto.
—No vayas a poner su propuesta en la lista —le digo a Hanna al tiempo que abro el mensaje que me llegó.
Valery: El correo de brujas informa que algo sucedió en la oficina del señor Saint.
Bloqueo mis ojos en las letras que van apareciendo en la pantalla.
¡¿Qué demonios?!
Valery: Dicen que hace un rato se escuchó un sonido fuerte, como si alguien estuviera peleando y hubiesen roto algo.
Valery: Lo extraño es que Stewart Roy, uno de los ingenieros de seguridad informática, es quien estaba reunido con el señor Saint en ese momento.
Valery: Salió pálido y mudo. Y Verónica no dice nada al respecto.
Valery: #NoticiaEnDesarrollo.
Su hashtag me causaría risa si no fuera por la noticia que me está dando.
¿Qué será que pasó?
Marco rápidamente el número de Anthony, acercando el celular a mi oreja, pero se va a buzón de inmediato.
Jesús…
—¿Qué sucede? —pregunta Elijah, dándose cuenta de mi cambio de ánimo.
La preocupación invadió cual tsunami mi cuerpo.
No le respondo, sino que marco el siguiente numero que se me ocurre para intentar comunicarme con él, el teléfono de su oficina.
Suena varias veces, y cuando estoy a punto de colgar por fin lo descuelgan.
—Oficina del señor Saint… —murmura Verónica, la asistente de Anthony, su voz un poco más tensa de lo normal, alarmándome más—. Habla Verónica Rojas, ¿en qué le puedo colaborar?
—Verónica —digo aceleradamente, sin siquiera saludarla—. Habla Elena Corelly. ¿Me puedes comunicar con Anthony, por favor?
Hay un silencio de un par de segundos en la línea, y luego me responde.
—Señorita Corelly, claro, deme un minuto.
La línea se queda en completo silencio, y entonces esa horrorosa música de espera empieza a sonar.
Tendré que hablar seriamente con Anthony; debe enviar a personalizar ese sonido.
Elijah está frunciéndome el ceño cuando levanto la mirada hacia él, confundido por mis acciones, y Hanna guarda silencio al otro lado de la mesa, su preocupación evidente en su expresión.
El minuto se vuelve eterno cuando vuelvo a escuchar la voz de Verónica.
»Lo siento, señorita Corelly —murmura en voz baja—. El señor Saint se encuentra reunido con el Vicepresidente Ejecutivo, el Director Jurídico y el Director de Relaciones Públicas y pidió no ser interrumpido.
Emiliano, Billy y Alexander. Si está con ellos debe ser algo importante.
Tomo aire profundamente.
—Verónica —la nombro, buscando la forma de formular mi siguiente pregunta—: ¿Ocurrió algo malo en la oficina de Anthony? —la palabra “malo” sale baja y medio susurrada, porque no sé si es correcto utilizarla, o siquiera preguntar, pero si alguien debe saber lo que ha ocurrido, es ella.
—Lo siento, señorita Corelly —repite la disculpa que me dio anteriormente—. Pero no estoy autorizada para dar esa clase de información.
Suspiro.
Está peligrosamente cerca de pasar a mi lista negra, pero aún no lo hace porque no me ha dado motivos suficientes, y porque entiendo que está haciendo su trabajo.
Aunque ahora que lo pienso sueno como novia toxica, satanizando a todas las mujeres que está alrededor de mi novio. Dios… líbrame de caer tan bajo.
—Está bien, Verónica —le digo—. Llamaré después.
En realidad, llamaré ahora mismo, solo que ella no tiene porqué saber eso.
Cuelgo, bajando mi celular y estirando la mano hacia Hanna.
»Préstame tu celular —le pido, medio exigiéndole.
Podría llamar a Billy con el mío, pero si está en reunión es más probable que le conteste a su novia que a mí. Lógica deductiva de jardín de niños.
Hanna me lo entrega sin preguntar, y busco el contacto de inmediato.
Lo tiene guardado como “Mi cielo”. Todo un coma diabético.
El timbre suena varias veces hasta que se va a buzón.
Condenada vida. ¡¿Por qué nadie contesta?!
Cuelgo, pasando al siguiente en mi lista. Alexander.
Tomo de nuevo mi celular, marcándole a mi cuñado.
Ring… ring… ring…
Estoy perdiendo toda esperanza cuando me contesta, gracias a Dios.
—Nena… —la voz de Anthony es la que llega a través de la línea, y mi cuerpo se relaja por fin. En estos minutos me alcancé a poner tensa pesando en las mil y una cosas que podrían haber pasado—. No es un buen momento para hablar —continúa diciéndome, activando todas las jodidas alarmas de nuevo.
Él nunca me ha dicho algo ni medio parecido antes. Siempre es buen momento para hablar conmigo, sus palabras.
—Anthony, ¿está todo bien? —pregunto, ignorando su comentario—. Están diciendo que hubo una pelea en tu oficina —le digo, informando de paso a Hanna y Elijah que abren los ojos estupefactos—. Y que se escuchó un estruendo. ¿Qué pasó?
Exhala pesadamente.
—No te preocupes, esa información está errada —me cuenta—. Fue solo un accidente. Una de las pantallas de teleconferencias se dañó. Algo sin importancia.
Así empiezan los chismes, ¿ven? De un daño pasaron a una pelea, y casi me matan de la jodida angustia.
Suspiro, relajándome completamente.
Tengo un pequeño problema de paranoia, lo sé, pero no puedo controlarlo, no cuando estuve a punto de perderlo por un loco, avaricioso y vengativo hombre que no merece ni que lo nombre.
—Tienes descargado el celular —le informo, recordando que me envió a buzón inmediatamente, y que poder estar comunicado es fundamental para él—. O se quedó sin señal.
Me recuesto en la silla que ocupo, agradeciendo que todo está bien y no fue sino el susto.
» En fin… dejo que sigas en tu reunión. Veo que me alarmé innecesariamente.
Se queda en silencio unos segundos antes de volverme a hablar.
—¿Nuestra cita de esta noche sigue en pie? —me pregunta, el anhelo bordeando su voz.
Y sonrío, mi propio deseo despertándose violentamente en mi cuerpo; con más fuerza que esta mañana debido a la desesperación que me invadió por esa fake news.
—Por supuesto.
Ahora más que nunca necesitamos liberar tensión.