Las noches seguían siendo mi refugio, un escape momentáneo del peligro constante que me acechaba. Continuaba con mis encuentros furtivos, cada vez más desesperados y arriesgados. El placer efímero que encontraba en los brazos de diferentes hombres era mi única forma de silenciar los gritos de mi conciencia y la amenaza latente de Víctor. Pero a cada noche que pasaba, la red de mentiras y secretos que había tejido se volvía más densa y enredada.
Una noche, después de dejar a Julián en su departamento, conocí a un hombre en un bar que no frecuentaba. Era alto, de cabello oscuro y mirada penetrante. Tenía un aire de misterio que me atrajo instantáneamente. Nos encontramos en la barra, intercambiando miradas y sonrisas furtivas. Su nombre era Gabriel, y su voz profunda y seductora tenía un efecto hipnótico en mí.
—¿Vienes aquí a menudo? —pregunté, tratando de sonar casual mientras mis dedos jugueteaban con el borde de mi copa.
—No, es mi primera vez —respondió él con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero parece que tú sí.
Me reí suavemente, aunque en mi mente intentaba descifrar si esa sonrisa escondía algo más. Gabriel era diferente a los otros hombres que había conocido. Había algo en su actitud que me hacía sentir incómoda, pero también intrigada.
Pasamos la noche conversando y bebiendo, y finalmente, terminamos en su departamento. La pasión era intensa, pero mientras nuestros cuerpos se entrelazaban, no podía dejar de pensar en la sensación de peligro que emanaba de él. Algo en su forma de moverse, de hablar, de mirarme, me hacía sospechar que sabía más de lo que decía.
Después de nuestro encuentro, me quedé un momento en su cama, observándolo mientras dormía. Tenía que ser cuidadosa con él. Podría ser otro en la lista de los hombres que usaba para escapar, pero también podía ser una amenaza.
Volví a mi apartamento al amanecer, exhausta pero con la mente alerta. La luz del sol comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando mi teléfono vibró con un mensaje. Lo abrí con manos temblorosas, reconociendo el número anónimo que había comenzado a acosarme.
“Sabes que no puedes escapar de tu destino. La verdad siempre sale a la luz.”
El mensaje era corto, pero cargado de significado. Sentí un escalofrío recorrerme y rápidamente borré el mensaje. Sabía que Víctor estaba detrás de esto, manteniendo la presión para que cumpliera con su demanda. Pero también había alguien más, alguien que conocía mi secreto y no dudaba en recordármelo constantemente.
La investigación sobre la muerte de Daniel seguía avanzando, y mi madre estaba siendo interrogada con más frecuencia. Ella había sido mi confidente, la única persona que conocía la verdad sobre lo que realmente había pasado. Pero ahora, esa verdad estaba a punto de ser expuesta, y temía que mi madre no pudiera soportar la presión.
Una tarde, decidí visitarla. Su casa, un refugio familiar que solía ser mi santuario, ahora parecía un lugar lleno de sombras y secretos. La encontré en la cocina, preparando té con una expresión de preocupación en su rostro.
—Mamá —dije suavemente mientras me acercaba—. ¿Cómo estás?
Ella me miró con ojos cansados, y en ese momento, vi cuánto le había afectado todo esto.
—Ana Lucía, la policía sigue haciendo preguntas. No sé cuánto más podré soportar sin... —su voz se quebró y no terminó la frase.
La abracé, sintiendo su fragilidad. Sabía que debía protegerla a toda costa. Ella había sacrificado tanto por mí, y ahora estaba en peligro por mi culpa.
—Todo saldrá bien, mamá. —Intenté sonar segura, aunque por dentro estaba llena de dudas—. Solo tienes que seguir siendo fuerte.
Pasamos la tarde hablando, recordando tiempos mejores, tratando de encontrar consuelo en los recuerdos. Pero la sombra de la investigación nunca se desvanecía completamente.
Esa noche, después de dejar a mi madre, recibí otro mensaje anónimo. Esta vez, era una foto. Una imagen de mí y Gabriel en el bar, conversando y riendo. Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. Alguien estaba siguiéndome, observando cada uno de mis movimientos.
Decidí confrontar a Gabriel. Necesitaba saber si él estaba detrás de los mensajes o si estaba siendo utilizado como un peón en este juego peligroso. Lo llamé y acordamos encontrarnos en su departamento.
—Ana Lucía, ¿qué sucede? —preguntó al abrir la puerta, su expresión era una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Necesito hablar contigo, Gabriel —dije, entrando sin esperar su invitación—. ¿Estás enviándome mensajes anónimos?
Su expresión se endureció y cerró la puerta detrás de mí.
—¿De qué estás hablando?
Le mostré el mensaje con la foto. Su rostro no mostró ninguna reacción, pero supe que sabía más de lo que estaba dejando ver.
—¿Qué sabes sobre la muerte de mi esposo? —mi voz temblaba ligeramente, pero mi mirada era firme.
Gabriel suspiró y se sentó en el sofá, indicándome que hiciera lo mismo.
—Ana Lucía, sé más de lo que imaginas. Pero no soy tu enemigo. Estoy aquí para ayudarte.
—¿Ayudarme? —me reí amargamente—. ¿Cómo puedes ayudarme cuando estás vigilándome?
—Porque hay alguien más detrás de esto. —Su voz era baja y grave—. Alguien que quiere verte caer. Yo puedo ayudarte a descubrir quién es.
Sentí que el aire se volvía más denso. Estaba atrapada en un juego de engaños y secretos, y no sabía en quién confiar. Pero Gabriel parecía sincero, y necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir.
—Está bien, dime qué sabes —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.
Gabriel comenzó a hablar, revelando detalles sobre la investigación que no conocía. Había estado siguiendo los movimientos de Víctor, descubriendo conexiones que apuntaban a una conspiración más grande. Mientras lo escuchaba, mi mente intentaba procesar toda la información.
—Víctor no trabaja solo —dijo Gabriel finalmente—. Hay alguien más en la sombra, alguien que tiene un interés personal en tu caída.
Mis pensamientos se arremolinaron, tratando de conectar los puntos. ¿Quién podría quererme destruida? ¿Quién tenía el poder y la motivación para manipular a Víctor y orquestar esta trampa?
La noche avanzó mientras Gabriel y yo discutíamos nuestros próximos pasos. Decidimos mantener nuestros encuentros en secreto, planificando cómo reunir pruebas para desmantelar la conspiración. Sabía que estaba caminando por una cuerda floja, pero no tenía otra opción.
En los días siguientes, mis encuentros con otros hombres continuaron, cada uno de ellos una distracción calculada. Cada noche de placer era una forma de mantener las apariencias, de desviar la atención mientras trabajaba en silencio con Gabriel. Sabía que debía ser cautelosa, cada paso debía ser medido para no despertar sospechas.
La policía seguía interrogando a mi madre, y aunque ella se mantenía firme, podía ver que la tensión estaba afectándola. La visitaba con frecuencia, asegurándome de que estuviera bien y recordándole que debía ser fuerte. No podía permitir que se derrumbara, no ahora.
Una noche, después de dejar a un amante en su departamento, recibí otro mensaje anónimo. Esta vez, era un video. Lo abrí con manos temblorosas y vi una grabación de mi última conversación con Gabriel. Sentí un nudo en el estómago al darme cuenta de que nuestras reuniones secretas no eran tan secretas después de todo.
Llamé a Gabriel de inmediato y nos encontramos en su departamento.
—Estamos siendo observados —dije en cuanto cerré la puerta detrás de mí—. Alguien nos está siguiendo.
Gabriel asintió, su expresión tensa.
—Lo sé. He estado tratando de rastrear la fuente de los mensajes, pero quienquiera que esté detrás de esto es muy cuidadoso.
La desesperación se apoderó de mí. Estaba atrapada en una red de mentiras y traiciones, y cada día que pasaba, el peligro crecía.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.
—Tenemos que seguir adelante —respondió Gabriel—. No podemos permitir que nos intimiden. Necesitamos encontrar pruebas y exponer a quienes están detrás de todo esto.
Nos sentamos juntos, planificando nuestro siguiente movimiento. Sabíamos que el tiempo estaba en nuestra contra, pero no teníamos otra opción. Teníamos que luchar.
Los días pasaron en un torbellino de encuentros y planes secretos. Cada noche de placer era una distracción calculada, una forma de mantener las apariencias mientras trabajábamos en silencio. Sabía que debía ser cautelosa, cada paso debía ser medido para no despertar sospechas.
Una tarde, recibí una llamada de la policía. Querían hablar conmigo de nuevo. Sentí un nudo en el estómago, pero sabía que debía enfrentar la situación con calma y determinación.
Cuando llegué a la comisaría, me llevaron a una sala de interrogatorios. El detective encargado del caso, un hombre de aspecto severo llamado
Rodríguez, me miró con frialdad.
—Ana Lucía, hemos encontrado algunas inconsistencias en tu declaración —dijo, su voz era firme pero no acusatoria—. Necesitamos que nos aclares algunos puntos.
Respiré hondo, recordando las palabras de Gabriel. Debía mantener la calma y no mostrar debilidad.
—Estoy dispuesta a colaborar —respondí, tratando de sonar segura—. Dígame en qué puedo ayudar.
La conversación fue larga y tensa, pero logré mantener mi compostura. Respondí a todas las preguntas con la mayor precisión posible, tratando de no dar ningún indicio de mis verdaderos sentimientos.
Cuando finalmente me dejaron ir, me sentí agotada pero aliviada. Sabía que la presión estaba aumentando, pero también sabía que debía seguir adelante. Tenía que encontrar la forma de desmantelar la conspiración y proteger a mi madre.
Esa noche, volví al apartamento de Gabriel. Necesitaba su apoyo y su guía. Nos sentamos juntos, discutiendo nuestras opciones y planificando nuestros próximos pasos.
—No podemos rendirnos —dije, mi voz llena de determinación—. Tenemos que encontrar la forma de salir de esto.
Gabriel asintió, su expresión era seria pero decidida.
—Lo haremos, Ana Lucía. No te preocupes. Encontraremos la manera de exponer la verdad y protegernos.
Mientras la noche avanzaba, me di cuenta de que estaba entrando en un juego peligroso y complicado. Pero también sabía que no tenía otra opción. Debía seguir adelante, luchando por mi libertad y por la verdad.
Cada paso que daba, cada decisión que tomaba, estaba lleno de riesgo. Pero también estaba llena de esperanza. Sabía que con la ayuda de Gabriel y mi propia determinación, podía superar cualquier obstáculo.
La verdad estaba al alcance, y aunque el camino era arduo y peligroso, estaba dispuesta a seguirlo hasta el final. Porque en este juego de mentiras y traiciones, la única forma de ganar era luchar con todas mis fuerzas.
Así, con cada noche de placer y cada día de planificación, seguía adelante, enfrentando el peligro y la incertidumbre con valentía. Porque sabía que la verdad siempre sale a la luz, y estaba decidida a luchar hasta el final.