Capitulo 2: descubierta

1490 Palabras
El bullicio de la ciudad era un telón de fondo constante mientras navegaba entre reuniones y encuentros furtivos. Las luces de neón de los bares y clubes parecían parpadear con una promesa de escape que no podía ignorar. La investigación sobre la muerte de Daniel continuaba en curso, pero la atención que recibía de la policía era apenas un murmullo en mi vida agitada. Hacía lo mejor que podía para mantener la apariencia de una viuda desconsolada mientras me sumergía en la vida nocturna de la ciudad, una vida llena de distracciones y placeres efímeros. Mi última conquista, un financiero de mediana edad llamado Julián, estaba disfrutando de una copa en mi apartamento. Había algo en su carácter que me atrajo esa noche, un aire de vulnerabilidad y deseo que se alineaba perfectamente con mi necesidad de control y evasión. Mientras se servía un último trago antes de que termináramos la noche, no podía evitar pensar en la posibilidad de que cualquier uno de estos encuentros me acercara a la verdad, o más precisamente, a la verdad sobre mi propia mentira. —¿Cómo está tu esposa? —le pregunté con un tono casual, mientras me acomodaba en el sofá a su lado. Hablaba con elocuencia, como si no me preocupara por lo que decía. —La divorcié hace tiempo —respondió Julián, su mirada fija en mi rostro, como si buscara algo más allá de la conversación trivial. Los años de relaciones superficiales y engaños habían dejado su marca en él. —Lo siento mucho. —Mi tono era sincero, aunque mi mente estaba ocupada en otra cosa. No podía evitar preguntarme si esta noche sería diferente, si algo se escaparía de mis labios, si la verdad se filtraría entre risas y copas. Mientras conversábamos, la puerta del apartamento se abrió de golpe. Me giré, sorprendida, al ver a un hombre que no esperaba. Tenía una presencia imponente, y aunque su rostro no me era familiar, su actitud era de alguien que sabía más de lo que debía. La tensión en el aire se volvió palpable, y una sensación de inquietud se instaló en mi pecho. —Ana Lucía —dijo él con una voz grave y calculadora—. ¿Podemos hablar? Julián me lanzó una mirada confusa, y me levanté para dirigirme hacia el hombre desconocido. No había tiempo para explicaciones, solo para actuar. Lo miré con frialdad, tratando de mantener mi control mientras mi mente corría en todas direcciones. —¿Qué pasa? —pregunté con una calma que no sentía. —No es el lugar —respondió el hombre—. Vamos a dar un paseo. Salimos del apartamento, y el aire frío de la noche me golpeó mientras caminábamos por las calles desiertas. Mi corazón latía con fuerza, y la paranoia me envolvía como una niebla densa. No sabía quién era este hombre, pero su presencia era inquietante. —¿Quién eres? —le pregunté, tratando de ocultar el nerviosismo en mi voz. —Mi nombre es Víctor. Trabajo en la investigación sobre la muerte de tu esposo. Mis pasos se detuvieron en seco, y me volví hacia él, buscando en su rostro alguna señal de amenaza. ¿Cómo sabía Víctor tanto sobre mi vida? —¿Qué quieres? —mi tono fue más duro de lo que pretendía. —Sabrás pronto. —Sus ojos se fijaron en los míos, y había una intensidad en su mirada que me hizo estremecer. —Pero antes de que sigas jugando, hay algo que debes saber. El silencio se extendió entre nosotros mientras caminábamos. Víctor finalmente se detuvo en un parque vacío, iluminado solo por las farolas. Se volvió hacia mí, y su expresión era seria. —Ana Lucía, sé que envenenaste a tu esposo. El mundo se detuvo por un instante. Sentí un nudo en el estómago, y las palabras de Víctor resonaron en mi mente como un eco aterrador. Mi respiración se aceleró, y mi mente buscaba desesperadamente una salida. —¿Qué estás diciendo? —intenté mantener la calma, aunque mi voz temblaba. —No juegues conmigo. —Víctor avanzó hacia mí, su presencia intimidante—. Tengo pruebas suficientes para incriminarte, pero estoy dispuesto a hacer un trato. Mis pensamientos giraban a una velocidad frenética. ¿Qué sabía él? ¿Cómo podía estar seguro de mi culpa? La desesperación me empujaba a buscar una manera de salir de esta situación. —¿Qué trato? —pregunté, mi voz apenas un susurro. Víctor sonrió, un gesto que no era ni amable ni alentador. —No soy un agente de la ley, Ana Lucía. Mi interés es más... personal. —Su mirada se volvió fría—. Sé lo que hiciste, y sé por qué lo hiciste. Pero si deseas evitar consecuencias legales, tendrás que colaborar conmigo. Me miró fijamente, y entendí que no tenía muchas opciones. Mi vida estaba en juego, y Víctor parecía tener el control. Necesitaba averiguar qué quería y cómo podía manipular la situación a mi favor. —¿Qué es lo que quieres? —pregunté con una determinación renovada. —Lo que quiero es simple. —Víctor se acercó aún más, su voz en un tono bajo y amenazante—. Tienes que ayudarme a conseguir algo. Y a cambio, yo garantizaré que la investigación se desvíe de ti. —¿Qué necesitas? —mi pregunta salió de manera urgente, mi mente corriendo para entender cómo podía jugar este nuevo juego. —Necesito información. —Sus ojos eran penetrantes—. Información sobre ciertos movimientos financieros que involucren a tus contactos. Algo que pueda demostrar que hay una red detrás de todo esto. No entendía por completo su motivación, pero el trato parecía ser mi única salida. Si lograba colaborar con él, podría mantener mi secreto oculto y seguir con mi vida. Mi mente estaba llena de estrategias y planes, buscando la manera de cumplir con su demanda sin comprometerme demasiado. —Está bien —dije finalmente—. Haré lo que me pides. Pero necesito tiempo para organizarme. Víctor asintió, su expresión ahora relajada, pero aún cargada de una tensión latente. —Tienes una semana. No te hagas esperar. —Con esas palabras, se dio la vuelta y se alejó, dejándome sola en el parque. Mientras observaba su figura alejarse en la distancia, la realidad de mi situación se instaló en mi mente. La presión estaba sobre mí. El secreto que había intentado ocultar durante tanto tiempo estaba al borde de ser revelado, y ahora tenía que actuar con rapidez. Volví al apartamento, sintiendo el peso de la desesperación y la traición. Julián todavía estaba allí, esperándome, pero el ambiente ya no era el mismo. La diversión se había desvanecido, reemplazada por un sentimiento de peligro inminente. —¿Todo bien? —preguntó Julián con una expresión de preocupación genuina. —Sí, solo... un malentendido —respondí, forzando una sonrisa que no llegó a mis ojos. Me acerqué a él y traté de distraerme con caricias y palabras suaves. Pero en mi mente, no podía dejar de pensar en las implicaciones del trato con Víctor. La noche continuó, pero la diversión se había transformado en una mera distracción. Cada risa, cada beso, cada caricia, era una forma de escapar de la realidad que me enfrentaba. Pero sabías que cada momento de placer tenía un costo, y el mío era más alto de lo que podía permitir. El día siguiente llegó con una sensación de opresión. La investigación seguía su curso, y mi relación con Víctor había añadido una capa de complejidad y peligro a mi ya complicada vida. Mientras me preparaba para enfrentar lo que viniera, sabía que tenía que jugar mis cartas con astucia. Recurrí a mis contactos, buscando información financiera que pudiera satisfacer las demandas de Víctor. Todo debía ser meticulosamente planificado para asegurarme de que nada se volviera en mi contra. Cada paso que daba estaba lleno de cautela y estrategia, mientras intentaba mantener la fachada de una viuda dolida y cooperativa. Cada encuentro, cada conversación, cada paso en esta danza mortal era un juego de manipulación y engaño. La vida que había elegido, llena de placeres efímeros y secretos oscuros, se estaba convirtiendo en una carrera contra el tiempo. La verdad sobre la muerte de Daniel estaba al borde de ser revelada, y la única forma de asegurar mi supervivencia era seguir jugando el juego con la máxima astucia y precaución. La soledad de la noche, el peligro latente de la investigación y el constante juego de manipulación formaban una sinfonía caótica que dirigía mi vida. Sabía que el precio de la verdad era alto, y en el juego de la vida, el riesgo de ser descubierta era una sombra constante. Pero mientras me sumergía en el mundo de los secretos y las mentiras, también me di cuenta de que cada movimiento debía ser cuidadosamente calculado, porque en este juego, no había margen para errores.
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