Capítulo II – Los días que pesan y los que curan El otoño llegó de golpe, sin avisar. Madrid se llenó de hojas húmedas y de un frío que se colaba por las rendijas del piso como un recordatorio de que las cosas cambian, aunque uno no lo quiera. Lucas ya iba al colegio con su abrigo azul, ese que odiaba porque decía que le picaba. Iván, en cambio, seguía levantándose antes que el sol, con esa energía que no entiende de estaciones. Yo empezaba a notar el cansancio. El trabajo en Nuk se había vuelto más exigente: un nuevo jefe, nuevas metas, y la sensación constante de que todo podía derrumbarse si aflojaba un segundo. A veces, mientras esperaba el metro, pensaba en lo que había sido nuestra vida antes —cuando aún estábamos los cuatro, cuando los días se llenaban de rutinas tan predecibles

