CAPÍTULO CINCO
Alguna vez escuchó por ahí que un clavo saca a otro clavo y pese a haber tenido relaciones sexuales con cualquier mujer que el destino le pusiera en su camino, pero ninguna había podido lograr sacarle a Lucia de la cabeza y mucho menos del corazón.
Lo que sucedía con Angela era algo muy diferente, porque ella había podido lograr sacarle una sonrisa que en meses había experimentado y se había preocupado por él como sólo una mujer lo había hecho en su vida y esa misma hoy se encontraba descansando en paz.
El beso que se estaban dando, a diferencia del primero, era de un ritmo lento y pausado. Era como si necesitara memorizar cada detalle de su boca, de sus labios. Cómo si sus manos les pidieran a gritos sentir la suavidad de su piel.
A diferencia de muchas veces, no tuvo la necesidad de arrancarle la ropa y follarla ahí mismo, solo buscaba, por unos momentos, poder disfrutar de un beso sin sentir la culpa de estar traicionando el recuerdo de Lucía una y otra vez.
Cuando al fin acabaron de besarse, él se aleja de sus labios para quedarse por una milésima de segundos observando detenidamente su rostro, que aun mantenía sus ojos cerrados y su boca entre abierta y cómo siempre, la culpa volvió a envolverlo.
-
Quítate. – dice casi empujándola de su regazo y dejándola sin comprender nada.
- ¿por qué me besaste? – le pide una explicación y sorprendentemente ésta no sólo llega, sino que lo hace de una manera arrogante y poco caballeroso.
- Quería verte temblar bajo mis manos y tratar de contar en cuantos minutos terminas entre mis piernas. – dijo poniéndose de pie y provocándole a ella una sonrisa siniestra, un deseo de hacerle comprender cómo es que se trata a una mujer, por lo que “seduciéndolo” comenzó acercarse a él, moviendo sus caderas, jugando con un mechón de cabello y sonriéndole pícara. – no sabía que sería tan fácil tenerte. – dijo él juguetón recibiéndola en sus brazos nuevamente y en el momento en el que sus manos bajaron a sus glúteos y les dio una fuerte nalgueada, haciendo que el golpe resuene como un eco en la habitación y que ella tuviera una vista hermosa de él excitado mordiéndose el labio inferior, para cogerlo desprevenido y darle algo que lo hará recordarlo para siempre. - ¡que buen culo! – le dice apretando sus glúteos y ella en un movimiento ágil, logra darle un buen rodillazo en las pelotas, haciéndolo gemir de dolor y acabar en el piso sosteniendo la zona con mucho dolor.
- ¡pedazo de imbécil egocéntrico! – le dice para patear, levemente, su pierna y dejarlo allí solo.
Él no podía dejar de retorcerse del dolor y ella de reír a carcajadas mientras se dirigía hacia la salida de ese espantoso lugar.
Alex le había mentido, no la había besado por seducirla, realmente sintió deseos de hacerlo y por ello, se odió. Angela tenía un ángel, como lo decía su nombre, que donde la encontrase, le provocaba una sensación de bienestar que no sentía hace mucho, pero la realidad era que no pretendía enamorarse de nadie y sabía que si la trataba bien, podría llegar a quererla más de lo que debía y por eso, prefería hacer que lo deteste, aunque francamente, todo podría llegar a salirle como no lo espera.
Cuando Angela se dio cuenta de que no podía abrir la puerta y que se escuchaba el ruido de cadenas, se desesperó y al querer utilizar el celular, no pudo hacerlo por la falta de batería y porque se le apagó inmediatamente.
- ¡demonios! – grita frustrada al mismo tiempo que escucha cómo Alex la llamaba “amablemente” mientras se acercaba hacía ella.
- A ver, perrita. – dice esto último y ella levanta una ceja ¿le estaba coqueteando? ¿o simplemente quería volver a su casa sin su m*****o masculino? - hasta a un lado, déjale esto a los hombres. – y entonces, para liberar tanta tención ante la posibilidad de pasar la noche allí y con él, se tomó a chiste sus últimas palabras.
- ¿hombres? ¿dónde? – dijo fingiendo buscarlos y él sonrío levemente poniendo sus ojos en blanco.
- Veo que estas chistosa. – dice sin mirarla y ahogando la risa. – no se puede. – dijo vencido al ver que la puerta estaba con cadenas del otro lado.
- ¡qué? – los ojos de ella se abrieron como plato y comenzó a lamentarse. - ¿enserio tendré que quedarme contigo una noche? – y él levanta una ceja ¿Quién le dijo a ella que podían pasar una noche juntos?
- Te aclaro querida, yo me iré a la oficina a dormir. – dice, pero antes de que ella le abra camino para que pase, ella lo detuvo.
- ¿y yo donde iré? – preguntó preocupada y él solo levantó sus brazos.
- No lo sé, no es mi problema. – y se fue dejándola sola y refunfuñando por lo bajo.
- Maldito idiota. – musita y se queda mirando en dónde iría a dormir.
Cuando la noche llego a Madrid, por alguna razón un frente frío había llegado a la ciudad y ella, que era friolenta estaba sufriendo a montones por estar sentada en una de las sillas alrededor de la jaula y acurrucada a sus piernas para poder entrar en calor, pero estaba temblando como un papel ¿cómo era posible que en pleno verada haga un frío estremecedor como ese? No lo comprendía.
Desde lo alto de la jaula, dentro de un cuarto con calefacción se encontraba él, observándola tras haberse levantado para ir al baño. Por unos momentos se quedó mirándola, hipnotizado por los rasgos que tenía. Si bien sus ojos eran bien rasgados, a alguien le hacía recordar, pero no sabía a quién. Solo no podía dejar de mirarla y pensar que sería bastante descortés de su parte si la dejaba allí con ese frío helado atravesándola, por lo que, decidió tomar dos mantas y bajar donde ella. No podía cargarla en sus brazos y levarla, pero por lo menos la cubriría con esas dos mantas en tanto él se dormía a su lado.
Cuando la mañana llegó y ella comenzó a despertarse, estirando su cuerpo, contracturado por la mala posición, sintió un peso sobre su cabeza y que algo pesado esta cubriendo todo su cuerpo, por lo que inmediatamente abrió sus ojos llevándose una hermosa sorpresa, a Alex durmiendo acurrucado a su lado.
Ella se le quedó viendo por unos momentos y hasta sin darse cuenta sonrió. Acercó su mano para acariciar su rostro, pero se detuvo al momento en el que comenzó a moverse, por lo que solo llevó su mano a su pecho. No lo haría.
- Que lindo es. – dijo casi sin darse cuenta y en un susurro.
- Ya lo sé. – le contesto él con una sonrisa ¿en qué momento se despertó? – yo sabía que te traía loca. – ella pone los ojos en blanco y se levanta, pero cuando quiere irse, tropieza con su pie cayendo encima suyo. - ¡epa! Si quieres que te de sexo desenfrenado solo espera que descontracture mi hermoso y deseado cuerpo. Después te entro duro hasta que se vuelva a poner el sol. – dijo tan suelto que a ella le provocó una ansiedad y unas ganas de que haga lo que decía que solo se mordió la lengua para no seguirle el juego. En tanto él, se armaba una realidad inexistente, para no recordar su triste realidad, la de que a la mujer que mas amaba la asesino un monstruo y ese monstruo era él.
- Idiota. – dice poniendo los ojos en blanco y se incorpora para irse hacía la puerta y con suerte, alguien llegase a liberarla de ese terrible papasito que hasta con la imaginación lo devoraba.
Él se mostraba frío y hostil con ella en un comienzo, pero debía admitir que desde que tuvieron sexo, una conexión extraña surgió entre los dos y que una parte de él comenzaba a disfrutar de su compañía.
-
¡al fin! – grito ella al notar que un señor ingresaba al lugar y “la liberaba” el señor solo la miraba en tanto le dijo algo que le provocó tanta risa al hombre que Alex solo echaba humo por las orejas del odio que le generaba lo que esa chica había hecho, lo que le había dicho.
- ¿qué hace aquí señorita? – le preguntó el hombre y ella sonrió y volteo a mirar a Alex antes, de terminar por asesinar su hombría.
- ¡ese tipor que esta ahí, estuvo intentando toda la noche follar conmigo y siquiera se le ha parado el compañero ¿a usted le parece que me haya dejado con las ganas?! – dice y él se pone rojo como un tomate y el señor, que venía acompañado comenzaron a reírse tanto que ella terminó por tirarle un beso al aire y guiñarle un ojo al dejar el lugar.
- I love you. – le dijo y rio.
Angela será el ángel y el demonio que volverá la vida de Alex una montaña rusa de emociones que lo harán ir del odio al amor en un solo momento.
- Ya te he dicho que no molestes más. Estoy a punto de casarme – Se lo escucha hablar alterado a Thomas en el jardín trasero de su casa.
- Pero yo te quiero y además… - intenta decir, pero él la interrumpe al borde del desquició.
- Entiéndeme, lo que pasó entre los dos fue un error en su momento ¿Imaginado ahora? Comprende que estoy muy enamorado de mi mujer y que ya hemos pasado mucho como para que vos me arruines esto. Por favor Delfina, entiende. – pero ella no iba a estar dispuesta a entenderlo.
- Me vale un coño que estés a punto de casarte. Tienes un hijo conmigo ¿Cuándo vas a decirle a la idiota de tu esposa? ¿O quieres que me aparezca con la niña en plena boda? – amenaza ay él se siente acorralado.
- No, no… por favor. Necesito tiempo. Con mi esposa acabamos de enterrar a nuestro hijo una noticia como esa la devastaría. – trata de hacerle entender, de buscar un poco de compasión en su corazón frío.
- No me importa, yo ya no quiero tenerla conmigo, necesito mi libertad de nuevo. Te doy una semana para decirle o sino yo mismo me encargaré de llevarles este estorbo.- da un ultimátum.
- ¡¿Es tu hija, cómo puede hablar así?! – grita horrorizado.
- ¡También es tu hija y sin embargo la estás negando! – y con eso, simplemente le cerró la boca.
Hacia tres días que Thomas se había enterado de su paternidad y aunque una parte de él sabía que la beba de seis meses era suya, el solo decirle a Lara, la destruiría por completo.
A Delfina la había conocido antes de reencontrarse con Lara luego de esos doce años y solo fue una noche. Ella era una fan y cuando se acostaron, estaba tan ebrio que no deparó en que no se estaba cuidando y aunque la incertidumbre de saber si la había dejado o no embarazada, se esfumó, en cuanto pasó el tiempo y ella no volvió a contactarlo. Pero el tiempo había pasado y luego de tanto buscarlo, lo había encontrado.
Ella tenía a penas diecinueve años recién cumplidos y lo único que le interesaba era su libertad. No quería a su hija, más bien era un estorbo por lo que decidió entregársela al padre. Es decir, a Thomas Whitsen y hacía tan solo setenta y dos horas que se había enterado de todo ¿Cómo haría para decirle al verdad a Lara? Quizás lo entienda, pero la lastimarla saber que otra mujer pudo cumplir el sueño que a ella le arrebataron; y sin siquiera sospechar la cruel realidad que le golpeara el rostro, Lara se mira enamorada de sí misma con un vestido de novia de ensueño.
- Ahora sí, es éste. –
Había elegido el vestido, al mismo tiempo que ya le habían roto el alma en pedazos, sin que todavía se diera cuenta de ello.