La puerta de la casa de Fredo estaba solo aparentemente cerrada, ya que al empujarla se abrió sin ofrecer resistencia. Antes de empujar la puerta, habíamos hecho gala de nuestra educación y llamamos al timbre, pero nadie acudió a abrir la puerta. A mí el detalle no me gustó. Para un médico aficionado a las películas policíacas, una puerta abierta a aquellas horas de la noche era tan indicativo de problemas como un análisis de sangre con un marcador tumoral disparado. Aquello olía a segregaciones corporales estancadas en el suelo con tu enfermera de vacaciones. Se lo dije a Susana y me respondió que no me preocupase, que Fredo era un tipo muy despistado y que en aquel barrio lo único que tenía eran amigos, que hacía un montón de tiempo que vivía allí y todo el mundo lo conocía. Por cierto

