Megan.
Hogar dulce hogar, sin más clases, ni estudiantes, ni más reuniones con el director del departamento. Solo yo, una copa de vino y un baño de espuma en mi pequeña casita en la facultad. Tres habitaciones y un baño con bañera con patas, suficiente grande para mí.
Giro la boquilla que marca como caliente y luego agrego algunas burbujas al agua y me quito la falda y el suéter, justo cuando hago eso suena el timbre.
Mierda. Mierda. Mierda. Repaso una lista de quien pudiera ser. Mama está en Arizona y no se atrevería a darse el lujo de hacer viajes sorpresa al norte. Mi papá esta… bueno, no lo se, puede estar en cualquier parte del mundo, se había ido hace veinticinco años y no ha vuelto desde entonces. Mi único amigo Alan Moore no llegará a la ciudad hasta mañana. Esto deja a una persona que me está haciendo una broma o a los propagadores religiosos de las “Buenas Nuevas” pero demonios, tengo que responder.
Me envuelvo en una toalla, me coloco la orilla sobre el corazón y camino por la sala hacia la puerta. Antes de abrirla reviso por la mirilla y mi corazón da un vuelco, tal vez incluso se me cayó a los pies.
Ashton Bailey, ¿Qué demonios está haciendo en mi puerta?
—Estoy ocupada— digo, aparte de que llevo una toalla puesta y definitivamente no estoy de humor para recordar nada que lo involucre. Por lo tanto, un acto de Dios no sería suficiente para convencerme de abrir la maldita puerta.
—Megan— la forma en que dice mi nombre, suave y baja, todavía me pone la piel de gallina, todavía me dan ganas de ronronear.
Bien, no fue por pura casualidad, pero su voz sí. Abro la puerta de golpe unos centímetros, lo suficiente para sacar la cabeza sin que vea mi toalla. —¿Por qué estás aquí? — digo, directa, dura y concisa. Tal vez todavía queda algo de mi antiguo yo después de todo.
Él se ríe. —Ahí está la chica que conocí en la clase de Estudios Cinematográficos. La chica en la que no he dejado de pensar en diez años— Saca un bolígrafo del su bolsillo trasero, un bolígrafo azul que podría haber comprado en cualquier parte, pero una pequeña parte de mi espera que no se haya detenido en la tienda del campus de camino hacia aquí. —¿Sabes qué es esto? —
Apoyo la cabeza contra el marco de la puerta y, como yo no quiero abrirla, nos quedamos nariz con nariz. Puedo ver cada mota gris oscuro en sus ojos gris claros. —Es tu bolígrafo. Lo he conservado todos estos años—
Aunque por su olor, esta conversación está inspirada por unas cuantas cervezas de más, su sonrisa derritió mi… bien, derritio todo.
—Ashton, vete a casa. Estás borracho—
—Mi casa es solitaria— suspira, se aparta y apoya la cabeza contra el marco de la puerta. —¿Estás casada, Megan? —
—No— no tiene sentido preguntarle a él si lo esta. Si el gran Ashton Bailey se hubiera atrevido a dar el sí, cientos de tabloides habrían estado allí para informar sobre el vestido de diseñador de la novia, el lugar exótico, la forma en que el sol iluminaba en el día y que el novio no podía apartar los ojos ni las manos de la novia. Sin duda, habían jugado a mostrar y contar con el harem de mujeres con las que salía.
—Pero tengo novio— Miento. No, no lo tengo. Ni siquiera tengo un prospecto.
—Oh— se esfuerza para ponerse de pie casi derecho, se tambalea y abro la puerta de golpe para salir a sostenerlo. Me rodea por la cintura con ambos brazos y me atrae hacia su pecho, de repente puede mantenerse firme.
—¿Tienes novio? — Hace un puchero con el labio inferior que lo hace ver adorable.
—Maldita sea— maldice
Me aparto, sujetando ahora mi toalla. Estamos de pie en el porche de mi casa, en una calle llena de profesores, lo último que necesito es que me vean toqueteando al héroe exalumno.
—Deberías de irte—
Mira a mi alrededor, hacia el interior de mi casa. —¿Está aquí? ¿puedo conocerlo? —
Mierda. Mierda. Mierda. —Um, no. No está aquí, estará en la ciudad mañana— Alan estará de acuerdo con mi artimaña si se lo pido y tendrá que hacerlo porque de ninguna manera voy a ser yo la patética. Además, solo sera por una semana, al menos eso espero.
—Deberíamos tomar algo. Me encantaría conocerlo— dice. Tiene un brillo especial en los ojos y me da un vuelco en el estómago. Algunas cosas nunca cambian y, al parecer, mi reacción ante su bonito rostro no es una de ellas.
—Creo que ya has bebido suficiente— le digo.
Extiende una mano para colocarme un mechón de pelo detrás de mi oreja y me estremezco ante la inesperada familiaridad de su tacto.
—Recuerdo cuando eras tú la que bebía demasiado y yo me encargaba de cuidarte— Si, yo también lo recuerdo, vagamente.
Diez años atrás…
El bar no esta lleno, pero huele a cerveza vieja, una mezcla de perfume y olor corporal, mezclado con el hedor del humo. Me siento en el mostrador de madera desgastado y bebo un sorbo de cerveza. No porque me guste, sino porque para poder sentarme en la barra, tengo que pedir algo, y la cerveza de barril es todo lo que puedo permitirme.
Austin llegara tarde, pero claro que llegara tarde, que estaba pensando. Los domingos eran para ver futbol con los chicos. Al menos están en la casa Alpha, donde todos los televisores están sincronizados en el gran juego y la testosterona exigiendo que nadie pierda ni un solo primer intento.
Entonces espero. Miro alrededor del bar, definitivamente es un bar universitario. Una pequeña pista de baile, muchos televisores, el olor a alitas de pollo fritas y nachos con queso. Además, ofertas de bebidas para los días libres, cervezas de un dólar los lunes, y cervezas de dos dólares los martes con tacos de un dólar, miércoles camisetas mojadas, jueves de trivia y tragos touchdown, o lo que fuera que fueran los domingos. Aunque la clientela de este día es más del tipo de la gente mayor.
El juego se esta jugando encima de la barra y yo lo miro por pura curiosidad, ciertamente no porque comprendiera el atractivo del juego o las reglas que le acompañaban. Parece un grupo de chicos persiguiéndose unos a otros tratando de atrapar un balón medio desinflado, aunque me gustan mucho los pantalones.
Los pocos clientes que hay en el bar estallan en gritos y el camarero, que es nomas o menos de mi edad y un chico alto y flacucho, llena once vasos de shots con tequila y luego los distribuye entre todos los que estábamos en la barra. Me entrega una rodaja de limón y un salero.
—Yo no lo pedí— digo. Tampoco puedo pagarlo, todos mis ahorros los voy a destinar al proyecto que me convertirá en la mujer de Luka Fisher. Ropa, zapatos. Nuevo peinado y algo de maquillaje.
El camarero sonríe, —Oh, cariño. Los tiros de touchdown son gratis el domingo— sonríe. —Disfrútalo— El levanta su propio vaso y espera a que choque el mío contra el borde del suyo. Le sonrió.
—Bueno, en ese caso…— ¿Quién soy yo para despreciar algo gratis?
Ya habia tomado tres shots cuando Ashton finalmente se sienta en el taburete que esta a mi lado.
—Hola. Lo siento, llegué tarde—Me tambaleo en mi asiento y empujo su hombro con el mío.
—No hay problema. Alan, camarero y ahora mi nuevo mejor amigo, me esta explicando las reglas del futbol— Alan se pone de un rojo encantador y asiente con la cabeza, luego mira a Ashton con enojo. Abro los ojos como platos. —Es un juego muy complicado y no es el tipo de cosas que suelo disfrutar. El tequila probablemente ayudó— Señalo mi torre de shots al revés.
Ashton se ríe, con un sonido rico, exuberante y pleno. —Hola, Alan el camarero. ¿Me podrías traer un Jack y una coca cola? —
Sin la sonrisa con la que me había bendecido durante los últimos tres cuartos, Alan sirve la bebida de Ashton y la deja en la barra.
— Son ocho cincuenta—
Ashton le entrega una VISA —Cóbrate la cuenta— Luego despide a Alan como si no fuera más que una ayuda y se vuelve hacia mí.
A mitad del cuarto cuarto, ya estoy encima de Ashton. Lamiendo la sal de su cuello, dejando que mis manos vaguen libremente por su pecho y espalda cuando lo obligo a ir a la pista de baile porque un tipo había puesto música en la máquina de discos. Luego dejo que me suba a un taxi para que me lleve a casa no sin antes vomitar sus zapatos. Y esa fue la razón por la que ya no bebi más, ni siquiera los Touchdown shots en el bar de los padres de Alan los domingos.