UN DESTINO INCIERTO

1653 Palabras
Al escuchar cómo su madre se ha expresado, recordó a su primer amor, ese joven que la había cautivado con su ideología, un joven que aspiraba a ser grande, a pesar de no tener los medios. —¡No es así! —la voz de su hija mayor se rompió por un segundo—. ¡Al menos él confiaba en mí! —la joven tomó su boina del perchero y salió hecha una furia de su casa, dejando a su madre con un grito contenido. Había alguien especial en su corazón, pero esa persona había desaparecido. —Sabes que ella no funciona así, madre —suspiró Robín, al ver la escena. —Debemos intentar hacerla entrar en razón —negó Marie con las mejillas enrojecidas—. Todas las ideas que tiene en la cabeza… ¡Son basura! Sí, tan solo tu padre no la hubiera mimado como lo hizo, ahora estaría casada y yo disfrutando de mis nietos. —Es muy joven para eso, déjala que disfrute su juventud—intentó su hijo de persuadirla—, sé que, si en algún momento sentirá que debe casarse, y lo hará. —¿Cómo puedes siquiera pensarlo? —le dijo preocupada—. Al menos algo de lo que dijo tuvo coherencia hijo, ella es rebelde y a los hombres no les gustan las mujeres de ese tipo. A los hombres de nuestro medio les gustan jóvenes de dieciocho años y sumisas, temo que tu hermana no sabe la gravedad del asunto. Estoy preocupada. Siete años más tarde… Claudine, había aprendido a diseñar muy bien, los años no pasan en vano, pero las oportunidades no se le presentaban como ella se lo había imaginado. Llegando al centro de París, había viajado tanto y ninguna oportunidad se le presentó. Odiaba cuando su madre le sacaba el tema del matrimonio y le restregaba en su cara sus fracasos, ahora ella tiene veinticinco años. No era que no iba a casarse, lo hacía con más frecuencia de lo que se permitiría admitir, pero no era su prioridad en ese momento. ¿Por qué tenía que dejar ir su sueño por casarse? ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil para ella? —¡Claudine, amiga! —levantó una mano su buen amigo Simón. La joven sonrió. Simón y Anaís eran sus dos mejores amigos, siempre habían estado juntos, al menos desde que los conoció. Desde la secundaria, Simón era un chico exótico, fresco y despreocupado. Además, Anaís era más eficaz, fiscalizada y controladora, aunque no era muy competente. Anaís se molesta y le pregunta a Claudine: “¿Dónde estabas, Claudine?” —¡Lo siento, estaba de viaje!, y al regresar me retuvo mi madre, ¿Qué tienen para mí? —Bueno, parece ser que nuestros esfuerzos han dado frutos —dijo Simón, sacando una pequeña libreta—. Me dijo la señora María, que su cuñada Caroline le dijo a doña Beatrice que eras una increíble modista y quiere que le hagas un traje de vestir moderno. —Claudine frunció la nariz y rodó los ojos. No le gustaba el término “costurera” a ella le gustaba más algo como: diseñadora. Ella es una chica muy calculadora, sabe que lo más importante es que no había entendido a quién le haría el vestido al final de cuentas. Su apellido no la definía a ella, quería logros por sí sola. —Es para la señora Beatrice —explicó Anaís—, lo quiere estrenar en la fiesta de los de los Durand. —¡Pero si es en tres semanas! —se exaltó Claudine—Es muy pronto. —Lo sé, debemos darnos prisa. —Bien, eso es bueno por la ocasión, hasta el momento no habíamos tenido aceptación en París —rodó los ojos la joven. —Son sitios grandes, Claudine—indicó Anaís—, no son fáciles de conquistar, menos siendo una novata que ni se ha establecido en un sitio. —Lo sé —dijo frustrada—, pero tenemos que lograrlo de alguna manera, les agradezco su ayuda. —Por el momento, es un buen avance —expresó Simón con su positivismo al tope—, ¡Debemos lucirnos en esta entrega! Los tres chicos revoltosos caminaban por las calles de París con tal enredo que fueron objeto de las miradas juzgadoras de las personas que caminaban por la calle. Incluso se atrevían a permanecer parados en medio de la calle para observarlos, a pesar del gélido frío que ocurría en la época del año. Pero eran jóvenes que vestían muy extrañamente para los transeúntes. Era bien sabido que esa jovencita, quien siempre iba acompañada por chicos rebeldes, según los juzgaban, era una desgracia para su prestigiosa y acomodada familia, incluso ahora tenía a una hermana casada y con hombre que tiene un apellido reconocido en Inglaterra, era vergonzoso incluso para toda Francia tener una mujer como esa con su nacionalidad. Meditaban los que la conocían. —Clau, todos nos observan —dijo Simón mirando a la gente. —Lo sé, creen que sería mejor si no estuviera aquí —señaló Claudine y, mirando a su público, gritó—: ¡Sigan caminando o se les congelarán las orejas! La gente murmuró aún más después de aquel desplante, pero la joven sonreía triunfalmente y acomodó adecuadamente su boina. Ella sabe que la sociedad suele juzgar duramente a una mujer cuando se quiere abrir camino por sí sola. Ella por lo general era grosera al decir su punto de vista, las muchas críticas sobre su persona, la hacían estar siempre a la defensiva, no acostumbraba a dejarse de nadie, y menos que la juzgaran sin conocerla. —En serio, necesitas ser más agradable si quieres que esta gente te compre vestidos —expuso Anaís. —No los tolero, ¡Preferiría comerme un zapato entero, que ser amable con ellos! —Claro, necesitarás tomarles el gusto a los zapatos, puesto que no tendrás ni un franco para comprar algo de comer si sigues con ese carácter. —¡Qué gracioso eres! Vamos, ahí está la tienda. —¿No les parece gracioso que entre más regordetas son las clientas, mejor las tratan? —dijo Simón—A que todos deberíamos engordar unos kilos para ser tratados mejor, ¿no lo creen? —No es gracioso, Simón —dijo Anaís. —Quizá lo hicieron como agradecimiento a todas aquellas mujeres que se llevan todo un rollo para hacer un solo vestido. —¡Si serás tonto! —negó Claudine. —¡Ah! ¡Pero si los estaba esperando! —gritó de pronto la dueña de la tienda— ¿Piensan que tengo todo el día? —En realidad sí —susurró Simón y sonrió hacia la mujer. —¡Mis muchachos! —la mujer plantó un beso en cada mejilla de Simón y Anaís y miró a Claudine con detenimiento—. A ti no te había visto. —Soy Claudine —sonrió y le tomó la mano con determinación, analizando las telas que había en el lugar—. No suelo permanecer mucho en París, pero tiene unas telas preciosas, por eso estoy aquí. —¡Oh! Eres un encanto de jovencita y al parecer tienes conocimiento. —le tomó la cara y la inspeccionó con detenimiento—Además de muy hermosa apariencia. Pero bueno, ¿Qué buscaban en esta ocasión? —Es una tela para la señora Beatrice —informó Simón. —Eso es fácil, le gusta el rosado, vengan les muestro. —No —dijo la joven con firmeza—. El rosado no se usa para alguien como ella, eso, es para jovencitas, no para una mujer de cincuenta años. —Pero querida, ella siempre usa el rosa pálido. —¿Lo usa porque se quiere volver a casar?, sin embargo, no es una debutante, es una viuda que quiere un nuevo marido. Quiere llamar la atención — sentenció—, por eso hace tantas fiestas… ¡Deme ese! —¿El color, olivo? No obstante, es muy triste, no creo que le agrade —dijo la tiendera. —Es elegante y combinará perfecto con el cabello rubio de la señora. También quiero unas plumas, encaje, sede y ribete en la misma gama, algo de dorado vendría bien. —Pareces bastante decidida con la elección, espero no te equivoques. —la tiendera comenzó a sacar las telas y adornos que la joven pedía. —¿Ya tienes el dibujo en la cabeza, Clau? —sonrió Simón. —Determinaremos de un dibujo para confeccionarlo —dijo Anaís. —Lo sé, trabajaré en ello. La tiendera comenzó a comprender la visión de Claudine cuando tuvo todos los elementos sobre la mesa. Estaba tan atenta como los otros dos caballeros que se esforzaban en seguirle la pista a la decidida mujer. No era difícil darse cuenta de que ella era hija de gente acaudalada, ya que el vestido desprendería elegancia y clase sin igual. —Listo, se ha anotado a la cuenta de la señora Beatrice —le entregó las cosas a Simón—. Pero dime niña, ¿Sabes remendar acaso? —Hago la lucha —sinceró la joven—, pero sé hacerlo a la perfección si lo necesito, aunque no tengo la maestría de estos dos. —Eres una muchacha de clase alta, lo sé por cómo caminas y te vistes, incluso por cómo hablas —la miró de arriba hacia abajo— ¿Cómo es que has podido aprender? —Viajo mucho. —sonrió la joven— Nos veremos pronto, espero que esto resulte bien para que entonces nos hagamos socias prontamente. —La mujer pestañeo un par de veces ante la jovencita que caminaba garbosa a la salida y sonrió. Seguro que estaría destinada a hacer grandes cosas; pero llevaba su destino en contra, Dios sabía que era imposible que ella lograra ser alguien.
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