Episodio 11

852 Palabras
PRONTO TOCARAN LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA Y UNA MARCHA CON MA Y PA TODAS LAS CAMPANAS TOCARAN CON UN EI NUNI NUNI Y UN CALIENTE CHA-CHA- CHA. —Bailaban haciendo unas sincronizadas monerías. Intercambiaban las manos mientras tocaban los violines. En una de esas, Kelly toca con el arco su violín y también el de Connor— La señora comenzó a reír y toser como si tuviese un acordeón en el pecho, poniéndose carmesí. Bernardo le alcanzó el vaso con agua. Luego del bel belvario con la tos, volvió a repetir el estribillo de la canción que tanto le divertía. Al terminar también repitió la risa y la tos de acordeón. Bernardo le acompañó en la risa sin comprender mucho. Ni siquiera conocía de qué película se trataba, el solo entendía de rap y testigo eran los tantos casetes que tenía llenos de Túpac y sus derivados. Bernardo, aun riendo, miró rumbo a Valeria, pero no estaba allí. Entonces cambió bruscamente la diversión por una cara de intranquilidad, como si a una hermosa hoguera, con leños crujientes, abrazados por una llama de ensueños lenitiva, le tira bruscamente un balde de agua. Se levantó del colchón en un seco movimiento causando un oleaje en la señora. Ya era bípedo nuevamente y camino muy de prisa rumbo a la puerta con una camorra exagerada. Presentía lo peor. Ya en el umbral y sin topar con rastro de la chica, salió corriendo al cuarto continuo y sucesivamente al cuarto estudio, sin resultado alguno. Fue hasta la cocina. Abrió de un iracundo empujón la puerta que daba al lavadero. Sudaba copiosamente, la frente húmeda como botella de cerveza esperando ser tomada. No estaba Valeria en ninguna parte. Se tapó la cara con sus manos. Sintió burlas, armadijos, demonios danzando a su alrededor. Sintió fatiga, como la que se percibe cuando hay un hambre extrema. Se dio tres golpes a mano abierta en la sien. Tuvo deseos de llorar, pasó su antebrazo por la nariz cual arco de violín. Tomó la manija del picaporte y en dos movimientos abruptos abrió y tiró la puerta. Se escuchó desde el apartamento continuo un: ¡Qué barbaridad! Bernardo bajó los escalones de dos en dos buscando la salida con el desespero de un pillado en un incendio. Trotó por el pasillo del edificio, un suelo de granito gastado por el tiempo, hasta por fin salir. Se avizoraba más lluvia, persistía fuliginoso el cielo. El chico parado en la puerta del vetusto edificio en la Habana Vieja, hizo un bosquejo por los alrededores. La mirada iba pérdida, derrotada y el alma astrosa. Un hombre rollizo con una gastada gorra roja ladeada y la cara de Fidel castro en medio. Pasaba por el frente rezando: —Estos charcos están como los gusanos apátridas. Andan por todas partes— de pronto se atraganto en sus propias flemas, tosió y como aspiradora, carraspeó y escupió un gargajo dirigido a uno de esos charcos. Bernardo salió en un arrebato caminando con las manos en los bolsillos, sin rumbo fijo. Con ese letargo y desorientación que trae consigo la derrota. Saboreando esas espinas que hornea la bagual frustración. Vago por la acera, cruzo la calle, llevándose consigo varios charcos. Se perdió entre la multitud agitada que huía grandilocuente del siguiente chaparrón con paraguas suplicantes. Filomena murió tres meses después, a finales de ese año 1993, debido a las complicaciones de una avizorada y mal cuidada diabetes. Sufrió sola en la cama de un hospital la constancia de pinchazos y diálisis, hasta que termino todo. Por esta época Bernardo intentó escapar, incluyéndolo un amigo como quinto m*****o de una tripulación en balsas. Todo estaba bien y entre el ímpetu, la venganza, las ilusiones, le daban la fuerza necesaria para llevar a cabo su diligencia libertaria. Lo inverosímil del caso era que uno de esos integrantes era un ladino informante de la policía. Esa misma noche, no los dejaron siquiera poner las balsas en la arena. Bernardo fue puesto preso con una condena de cinco años de prisión, de los cuales solo cumplió unos meses. En el verano del 94 explotó la crisis de los balseros, el escape de un pueblo que ya no podía enfrentar más hambre y miseria. El gobierno, diabólicamente inteligente, le propuso, arcano, un trato a la población carcelaria. O seguir allí, o camotear en el mar. Bernardo fue uno de los tantos que en la caterva de gente, llegó a ser rescatado por los guardacostas norteamericanos en el estrecho de la Florida. Incluso tuvo suerte, porque cuando esta crisis del 94 llego al punto más alto, convirtiéndose en un desastre humanitario. Los comenzaron a llevar para la base naval de Guantánamo, y al tiempo, luego de muchas zozobras en dicha base, a territorio norteamericano. Bernardo no agarro esta parte menos clara de la historia. Él fue rescatado y de una vez a la tierra de sus sueños. De Valeria nunca más se supo. Solo comentarios que llegan como el granizo, de que vivía muy al norte del país de las barras y las estrellas, gracias a una tal joya. F I N
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