— ¿Y esa voz? ¿Te tragaste un hombre? Si tienes catarro vete de aquí… ¡Come mierda!— siguió bebiendo agua desesperada, como si hiciese dos día que no bebía el vital líquido. Esto le llevó a un ligero y ya común derrame por el cuello , además de grotescas salpicaduras su alrededor.
— ¡No mamá! no tengo catarro— respondió limpiándose del brazo una de esas gotas perdidas y recordando la voz de Betty Boop afónica.
< A veces me lo sacaba en cara, se ponía rojo, luego me pedía perdón. Es que casi siempre el que ama, nunca recibe la misma proporción del que es amado. La mesa siempre queda coja, solo hay que saber sentarse y comer en ella sin derramar la sopa. Tu padre trabajaba duro para tratar de complacerme, lo admiré siempre por eso, aunque en realidad nunca le pedí nada. Se ganó a mi mamá, incluso logro que ella leyese libros de poesía, algo que a él le encantaba. A mí no, la verdad, para mí la poesía era cosa de hombres flojos y maricones. Además hay más poetas que poemas. Si uno reúne los poemas en toda la historia, que valen la pena, haces un libro de ocho páginas. Tu padre insistía a cada rato, en leerme poemas sobre todo recitarlas con esa voz, la cual heredaste tú, de rana platanera. Aún recuerdo el pedazo de una que repetía y repetía muy inspirado. ¿Sabes el escritor ese que fusilaron en España?— Bernardo siguió en silencio ante la pregunta— tu si sabes de eso, ese tal Lorca, que escribió una cosa que se llamaba “ Bodas de sangre” ¡Ay idiota! Debes saber. Andas en mil cosas culturales, todo maricón ahí, y ¿no sabes quién es Lorca? Bueno, de esa obra el recitaba:
“Porque yo quise olvidar
Y puse un muro de piedra
Entre tu casa y la mía.
Es verdad, ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eche en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
Y el caballo iba a tu puerta.”
< Era bonito como lo recitaba el muy condena’o.
— ¡Tráeme otro vaso de agua! La boca se me seca como el culo de un camello. ¡Dale desgracia ‘o! seguro tengo el azúcar en mil— bisbiseo esto último, pasando, apesadumbrada, una mano por la cara, pero no evito que el chico le escuchara. Bernardo tomo el vaso que yacía de medio lado en la mano de Filomena. Pregunto:
— ¿No es hora de alguna medicina para el azúcar?— La señora no escuchó y tuvo que repetir dos veces más la pregunta aumentando el volumen de su voz. Ella, con mohines, tomo con dificultad de la mesa de noche un pastillero y lo lanzó rumbo al camino por dónde provenía la voz. Varias pastillas se esparcieron como juego de Jackie.
— ¿Acaso no ves lo que tomó? ¡Maricon! Si tú mismo me las traes. Y la maldita insulina, que me tiene como muñeco de brujería, llena de pinchazos. Tú, eres el que tiene que saber que me toca y que no— hizo una pausa para tomar bocanadas de aire. Paso sus manos por el cabello buscando alguna parsimonia— Mira Venancio, búscame la puta insulina y pónmela.
El joven se retiró en búsqueda de Valeria a la cual encontró más animada tarareando Unforgiven de metálica:
What l’ve felt
What l’ve Know
Never Shined Though in what l’ve shown
Never be, never see
Whon’t see what might have been
En falsete, intentaba llegar a la misma tonalidad del vocalista, se emocionaba. Miraba la joya, con la dificultad dispuesta por la falta de iluminación en el lugar,. Aun con poca nitidez, la presea cónica, compacta redondeada en los extremos, seducía y enamoraba al tacto a Valeria que la cuidaba como si tuviese una granada entre las manos. Estaba embelesada con esas pálidas tonalidades celestes, la beso. Ni siquiera sintió la presencia del chico, el cual fingió una pequeña tos para llamar la atención de ella. Tampoco él le quitaba los ojos de encima a la joya. Al volver en sí, Valeria en un reflejo defensivo y posesivo, cerró las manos, desapareciendo en ellas aquella preciosura. Las apretó, mirándolo de soslayo. No pudo disimular una ligera bocanada de aire.
— ¿Qué quieres?— cuestionó en un suspiro.
— ¿Qué quiero? ¿Por qué la escondes Valeria? Es preciosa, déjame verla. — pidió aproximándose más.
—Ahora te la muestro bien— Contestó sin voltearse del todo
— ¡Esta bien!— aceptó él con cierta incomodidad— la vieja necesita de la insulina. No tengo idea de cómo poner eso. De agujas solo conozco las del reloj. Me dijo que estaba en el refrigerador.
—Eso no tiene ciencia alguna— salto ella fastidiada— agarras la jeringa, le metes 10cc y…
— ¡Óyeme Valeria! ¿Qué cojones te pasa a ti? Ubícate. Te repito por última vez, la nieta de ella eres tú, no yo. Hasta he tenido que llevarla a cagar. Y tú, loquita con la joya esa— al nombrarla, más la apretó ella entre sus manos, como temerosa de que se le fuese a escapar.
— ¡Bueno, bueno! ¡Ya!— salió al paso para quitarse el pataleo reclamo del chico— búscala y yo se la pongo. Total ya tenemos lo que queríamos.
Valeria sonrió a medias irónica. Aun apretaba la joya en sus manos. Bernardo le miro serio de arriba abajo. Intento encontrar algún rastro de su mirada, sin resultados. Salió rumbo a la cocina. Allí estaba todo a oscuras. Tanteando por la pared de lozas antiguas estampadas en azul, busco el interruptor. Por fin lo consiguió y luego de darle dos tres clic, supuso se había fundido el bombillo, intento nuevamente y al quinto se iluminó todo aquello no sin antes pestañear dos veces. “Este puto bombillo esta al darle la patada a la lata” pensó. Salieron montones de cucarachas despavoridas de todos lados y tamaños buscando refugio ante la denuncia de la luz. Algunas se lanzaron desde el fregadero, otras se refugiaron en los relojes de la vieja cocina O ’Keefe & Merrit, que como ojos eran testigo de todo lo que ocurría. Bernardo se dirigió al Frigidaire, del cual había olvidado su mal estado, recordándole esto, el mal olor en su interior. Tapó la nariz con el antebrazo. La luz dentro de este era tan lúgubre como las cosas que había dentro. Exploro a ver si había alguna jeringa o frasco con el medicamento. En el bojeo se encontró una lata de sardinas abierta, con los dientes afilados que deja el abrelatas buscando algún dedo que morder. Le escoltaban unos trozos de yuca cocinadas en un pomo de mayonesa, que como recipiente de laboratorio aguardaba apartado. Un plato de taza de café que resguardaba dos cascos de guayaba y unas cucarachas horchatadas dentro. Al final vio una bolsa plástica que contenía las dos cosas. Antes, sus dedos se hundieron en la mitad de un podrido aguacate, que de verde no le quedaba sino el recuerdo, invadido por una especie de musgo n***o. Sacó la mano, sacudiéndola apurado como si le hubiese machucado los dedos un martillo. Maldijo más de una vez mientras se resignaba a limpiarse en las patas de su pantalón, lo único limpio que tenía alrededor.
Con la bolsa fue donde Valeria que terminaba de envolver la joya en viejo Shayla n***o donde siempre estuvo anidada, para después acomodarlo dentro del búcaro en forma de gato. Luego de esto comenzó arrullar la cerámica como si se tratase de un bebe tomando su tetero para dormir. Se volteó con una seductora mirada, la nariz respingada, erguida como la proa de un velero, orgullosa de su conquista. Sonrió hermosa, y su cabello cortó chorreándole la frente.
— ¡Vamos a ponerle eso a la Mimi!— Dijo amable la chica mientras le quitaba de la mano la bolsa con insulina a Bernardo.
Valeria dejó el gato de porcelana dentro del mini bar que había allí. Delante de botellas medias, vacías, y llenas, lo coloco no sin antes mirarle maternalmente y despedirse como una madre lo haría de su pequeño hijo en su primer día de colegio. Volvió a sonreírle a Bernardo que la miraba fijamente. Sorprendió al joven abracándole el cuello reduciéndolo a su tamaño para luego darle un beso intenso. Una anexión de labios ardiente, firme y sin piedad. Sintiéndose con el control de todo, continuó rumbo a la habitación de su abuela, dejando a Bernardo con los labios entreabiertos y los ojos cerrados, enarcando una erección sin caducidad. Valeria hizo una pausa en el umbral de la puerta, y sus ojos endrinos, achinados por la pícara sonrisa, observaba triunfal el efecto y dominio que poseía sobre el chico, el cual salió detrás de ella caminando con dificultad.
— ¿Que vienes hacer Venancio?— interpelo la señora interrumpida por un largo bostezo— quiero dormir un rato.
— ¡Es hora de la insulina Mimi!— anuncio Bernardo recordando muy bien el fingir la voz de Betty Boop. Necesito repetir la frase tres veces ya que la vetusta señora confundió la oración con: “La perra de Georgina” “La mora está en la esquina”
—Pinchazos y más pinchazos— se quejó perezosa volviendo a bostezar— de verdad la vida me ha tratado peor que aun muñeco de brujería.
— ¡Nada de quejas!— salió al paso el chico muy animado.
—Claro, como no es a ti a quien pinchan… ¡Maricon!— peleo acida, causándole una mímica risa a Valeria que ya tenía cargada la jeringa hipodérmica con las cinco unidades que llevaba.
No encontraban alcohol. En medio del reguero en la peinadora, Bernardo distinguió una colonia agua de violetas que ayudaría en algo a la desinfección de la zona. El joven expuso una parte de la barriga de Filomena liberando los gruesos botones del centro de la bata de casa verde. Valeria, en un descuido a la hora de ponerle la colonia, no controlo la cantidad puso de más, encharcándole la zona.
— ¡Re-hijo de puta!— comenzaron los alaridos— ¿me vas a llenar el bollo de colonia? ¡Hijo de puta! No sabes hacer nada mal pari’o. Que se te caigan los cojones en el mercado de cuatro caminos un sábado en la mañana. ¡Desgracia ‘o!
Miro con reproche a Valeria que igual reía silente. Temió a la reacción de la señora como se le temería a la actitud de un bisonte al curarle una herida.
— ¡Disculpa Mimi!— aplaco el joven
— ¡Pinga!— grito Filomena mientras acomodaba su robusto cuerpo haciendo rechinar el bastidor y el somier entero como los ejes de la carreta de Atahualpa Yupanqui.
Valeria no lo pensó dos veces y presentó la hipodérmica en una piel ya vencida por el tiempo que como adarga de chivo viejo negaba el paso de la aguja. La chica miró amedrentada a su compañero que con la punta de los labios le incitó a volver a intentarlo, cosa que hizo con el mismo ímpetu de su primera procura. Busco cuatro dedos más abajo del ombligo en el extremo izquierdo y volvió a intentarlo. Se hizo un hoyo con pliegues alrededor como una tela de araña. Por fin entro la aguja, ella tardó en apretar el embolo y el la miro diciendo: ¡Cojone! con ausencia total de sonido.
Filomena no hizo ningún gesto de dolor ante el pinchazo, más bien había quedado en una somnolencia que le imposibilitaba todo. Bernardo se acercó a Valeria quitándole la jeringa y el frasco de insulina, oreo le dijo: “¿Nos vamos?” Ella, luego de titubear y una falsa parsimonia, sonrió mirando de soslayo a la abuela, asintió. Comenzó la retirada, mientras él se regresó para cobijar mejor a la abuela que no daba señales más que unos bárbaros ronquidos. Ya, en la limitación de la puerta, escucho el rugir repetitivo y ácido de: “¡Venancio!” Bernardo se detuvo en seco, como cuando le cambian los tacos de freno a una bicicleta. Camino hacia ella alarmado por ver que deseaba esta vez. Valeria se regresó de manos cruzadas y labios presionados hacia un lado.
— ¿Qué quieres Mimi?
—Venancio, Hijo. Quiero pedirte un último favor— dijo más calmada y rogante. Tuvo un leve ataque de tos que culminó en un bostezo—de verdad puede ser uno de los últimos favores que te pido en la vida.
— ¡Déjate de bobería!— salió al paso el chico mirando a Valeria. Intentó tomarle una mano a la señora, la cual rechazó como si tuviese agua caliente entre los dedos.
—Déjate de romanticismo lloriqueos. ¡Mongólico! Sea hombre un día en su vida. Hablo en serio. Quiero pedirle un favor que quiero sentir nuevamente antes de largarme de este jodido mundo de mierda. Siento al tren que viene a la estación a buscarme, con su locomotora ruidosa y negra, aproximándose y yo estoy parada en el andén con el tiquete de ida sin regreso… créeme, está muy cerca. ¡Tráeme la joya! Quiero volver a sentirla en mi vientre. Igual que cuando me la traje.
Hubo choque de miradas entre Valeria y Bernardo, como plomos y flechas en un enfrentamiento de indios Sioux Santee y las tropas del coronel Henry Sibley. La joven, siempre malhumorada y eternos brazos cruzados, aumentó su dosis de amargura declarando un “No” mímico y endemoniado como respuesta. Bernardo volvió a enfocar una mirada piadosa a la señora Filomena.
— ¿Para qué deseas que te traiga eso ahora? Quizás después…
— ¡Tráeme la joya Venancio!— comenzó la frase en modo pianissimo término In crescendo con una ligera variación a Forte.
— ¡Cálmate Filomena!— regaño el joven con hastío, cansado ya de tanta regañadera, mientras se volteaba nuevamente enfocando a Valeria. Allí no estaba la chica, había abandonado su puesto en el umbral de la puerta. — dame cinco minutos Mimi.
Salió casi corriendo detrás de ella, sin prestar atención a las réplicas de la señora a base de gritos maldiciones que dejaba atrás: “Ojala te veas como un bombillo, colgado del culo con el mondongo encendido”. Bernardo pasó por todos los claroscuros de los cuartos. Vino a encontrarla próxima a la puerta, acomodando sus pertenencias en una pequeña cartera con una correa larga y una flor en el medio, que al ponérsela cruzada hacia una división en el pecho resaltando unos duros, medianos y hermosos senos. Al ver llegar a Bernardo, la chica se sobresaltó:
— ¡Ni lo menciones!— reprimió un grito iracundo.
— ¿Qué te pasa Valeria?— apaciguó el chico mirándola fijo y con las manos en la cintura
— ¡Qué te pasa ni pinga! ¡Mulato e’ mierda! Yo no voy a darle nada a esa vieja inmunda. — Su nariz y cachetes enrojecían— te repito por última vez, esa joya es la salvación para huir de esta maldita isla…
— ¿Quién te dijo a ti que yo no sé eso? ¿Crees que no me quiero ir?
—Entonces ¡Que se vaya pa la pinga!
—Valeria, son solo cinco minutos, que la vea y ya.
—Esa vieja que va a estar viendo. Está más ciega que un murciélago. El azúcar la está matando.
—Con más razón, dale eso un momento y ya. Es tu jodida abuela. ¿No tienes sentimientos o qué?
— ¿Sabes que se me quedó grabado en el cerebro del libro de García Márquez El otoño del patriarca?— preguntó ella exhalando como quien libera placenteramente el humo de un cigarrillo.
— ¿Qué cosa?
—Esto: “Cuando pensaba que a los pájaros de sus jaulas se les estaba gastando la voz de tanto cantar y les daba de comer de su propia miel de abejas para que cantaran más alto, les echaba gotas de cantorina en el pico con un gotero, les cantaba canciones de otra época, fulgida la luna del mes de enero, cantaba, pues no se daba cuenta de que no eran los pájaros que estuvieran perdiendo la fuerza de la voz sino que era el que oía cada vez menos.”
— ¿Y eso que pinga tiene que ver con esto?— preguntó Bernardo escéptico y malhumorado.
— ¡Bruto! Que no soy yo la que no tiene sentimientos, eres tu quien anda sensible ¡Maricon!
— ¡Respétame Valeria! Como mismo me muero por ti, podría darte un bofetón
— ¡Dale! Atrévete ¡Hijo de puta!— increpó la chica sin tener el más mínimo cuidado le escucharan. Cruzaron miradas y ademanes como perros en un festival de mordidas. La chica se cuadro al mejor estilo de una boxeadora. Su cabello lacio y corto, se movía a la par de ese ridículo intento pugilístico.
Bernardo quedo mirando aquello y lo que hizo fue estallar en risa, mientras ella seguía dando saltos cortos esperando entrar en combate.
—No te rías ¡Vente!— retaba al joven
— ¡Vamos hacer algo!— dijo Bernardo mientras intentaba borrar cualquier vestigio divertido de lo que tenía enfrente — tienes razón. La señora no está nada bien y no se dará cuenta si le damos algo parecido a esa joya. Sabrá Dios cuánto hace que ni la ve.
—Es lo que te digo, pero te tupes más que las cañerías de la Habana Vieja. — Dejo de saltar y bajó la guardia, incluso movió el cuello de un lado a otro como boxeador intentando relajarse — ¡Vamos a buscar algo!— salió rumbo a la habitación previa al cuarto estudio. Detrás Bernardo como fiel escudero.
Ella comenzó a husmear en gavetas y sacar cosas, dejándolo todo como mismo lo regaba. Tijeras, bolsas vacías, peines sucios llenos de pelos, corta cutículas, peinetas, cepillos de pelo, incluso de dientes, pañuelos de cabeza, rolos, postales viejas, hasta una brújula. Pero nada que se diera un ligero aire a la joya. Con el desatino de creer concluir rápido esta situación, se dirigió al estudio, dejando a Bernardo atrás, como las vacas al becerro que se entretiene con unas mariposas. El seguía buscando en el reguero de otras gavetas.
Valeria estudiaba todo el lugar minuciosamente, incluso más que cuando comenzó a buscar la joya en un principio. Quedo observando el florero de gato, resguardo siempre de la joya, el cual había dejado encima del pequeño mueble con dos pequeñas puertas talladas, haciendo función de una fina y antigua licorera empanizada con una sutil capa de polvo. Pensó, deliberadamente, en que podría funcionar alguna tapa de una vieja botella que no fuese corcho. Puso al gato de porcelana encima de la mesa para que no estorbara al abrir las puertecillas. Y comenzó a mirar los envases en su interior como quien busca un conejo en el maizal.
Había una Johnnie Walker Red Label vacía, una Grao Vasco mediada, otra Pouilly-Fuissé. Un vino espumante Richelieu, también vacía, todas con corchos y tapas de metal. Pero había una en lo más lúgubre del mueble, que tenía una tapa de cristal que la delataba como una corona recién pulida. Valeria, con mucho cuidado, la fue sacando poco a poco no sin tener ciertos brindis con las demás. A medida que salía del pequeño mueble se delataba, era una antigua botella de ron Bacardi. Llego Bernardo en ese momento y con ella en la mano, como un trofeo de la academia Hollywoodense, le sonrió triunfal. La botella era de los años 40 o 50. Una pequeña obra de arte en cristal fino, todo el cuerpo cuadriculado menos en el centro donde supuestamente iba alguna etiqueta. La tapa era en forma de chupón o una lágrima al revés.
— ¡Esta es la que es!—dijo entusiasta la chica quitando dicha tapa y poniendo el frasco encima del mueble donde hace unos minutos estaba el gato de porcelana— ve a la cocina, échale un poco de agua y se lo llevas— ofreciéndolo preceptuó al joven con incómoda prisa.
—Me esperas al lado de su cama— Bernardo respondió con tono edicto arrebatándole la tapa de un solo manotazo. Mirándola con su vista de riposta, se fue del lugar.
— ¡Venancio! ¿Lo trajiste?— preguntó la señora cayendo en un ataque de tos que le hizo sacar media lengua. — ¡Venancio! ¡Hijo de puta!
— ¡Aquí estoy!— contestó Bernardo con su propio tono de voz. Secando en su pulóver azul la dichosa tapa.
— No sé qué dijiste estúpido…pero esa voz, no me convence. ¡Cabron!
— ¡Ya, tranquila Mimi!— entono con el de Betty Boop afónica.
— ¡Dame acá mi joya!— ordenó con exabrupto
Valeria, recién llegada, miro al chico. El, entre mímicas, le indico que se la pusiera dentro. Ella llena de indignación, silente le dijo que se la pusiera en su mano y ella misma lo hiciera. Forcejearon con la tapa como si fuese una malanga caliente. Él, derrotado, quedó con ella en la mano. Frustrado y enojado, fue directo a la señora, le tomo su mano derecha y se la coloco allí. Ambos quedaron expectantes para ver su reacción. En un comienzo la palpo ensimismada con una sonrisa dubitativa. Tosió dos veces y esto le borro la sonrisa, quedo seria, reflexiva. La llevó cerca de sus ojos, pero se dio rápidamente por vencida. Continuó palpándola, buscando la certeza que no lograba con la mirada. Suspiro con amarga nostalgia.
— ¡Ven! Siéntate aquí conmigo— suplicó al chico dando dos toques con la mano al colchón, como se le pediría a un gato perezoso y desconfiado.
Bernardo se sentó, buscando de soslayo el amparo de su compañera que yacía allí de brazos cruzados.
—Cada vez que tengo esto dentro, me remonta a más de treinta años atrás. — comenzó a recoger la bata de casa torpemente. Iba a darle paso a la tapa de Bacardi. Bernardo pasó sus manos por los ojos, en un paroxismo de formatear la mirada que luego dirigió al descascarado techo. Hizo mohines llenos de vergüenza y suspiro— La última vez que lo hice, tú estabas muy niño, dormías. Era uno de esos días donde la cerca de alambre púas llamada tiempo, no era lo suficiente como para contener la envestida de los recuerdos y la nostalgia. Muy probable, habría soñado con Aslan Yildirim. Busque en un arrebato la joya y me la introduje en la v****a. Tu papá había puesto la tele y pasaban una de las pocas películas norteamericanas que se atrevían a poner en esta isla ya revolucionaria. “Cantando bajo la lluvia”. Para tu padre era subliminar ver películas viejas. Me pidió acostarme con él a verla, antes se puso a preparar un batido de mamey para los dos. Le brillaban los ojos en la parte que Gene Kelly canta bajo la lluvia luego de despedirse feliz de su novia— Filomena seguía luchando con su bata de casa. Bernardo, angustiado por esto, le ayudo con sutileza a subirla lo más posible para que ubicara el blúmer y con más falibilidad terminara su labor. Así fue, una vez logrado se puso en posición fetal, se arropo más y tosió en una ocasión.
—A todo el mundo le gusta esa escena de la película, a mí también, no lo puedo negar. Pero no es mi favorita. La parte que me hacía reír y divertir mas era en el comienzo, cuando el pelirrojo Donald O’ Connor y Gene Kelly salen cantando y bailando en un bar de Nebraska, con sus trajes elegantes de exagerados cuadros, algo ridículos. Sombreros de idiotas y unos locos violines. Vociferaban una cosa que decía:
LISTO Y DISPUESTOS PARA EL AMOR
PUEDO SALTAR A LA LUNA Y MEJOR.
LISTO Y DISPUESTO PARA EL AMOR
SIN PREOCUPACIONES NI DESAIRES
ME SIENTO UNA PLUMA QUE FLOTA EN EL AIRE.
LISTO Y DISPUESTOS PARA EL AMOR,