de Beyezid I “El rayo”, sultán Otomano desde 1389 a 1402, uno de los primeros y grandes sultanes. Construyendo el ejército turco más poderoso de la historia. Antes de salir, le entregó una bolsa de tela envuelta como burrito, al padre de Aslan, que contenía la carta y la joya. En Douaumont participaron 79 soldados, entre ellos los otomanos, y 19 oficiales alemanes. Solo murieron cinco, uno de ellos, el joven Abdul, cayendo a un costado de su amigo que ni tiempo tuvo de recogerle. Se limitó a correr por su vida y mirarle como se retorcía mortalmente y dejaba de existir. El nacido en Inglaterra y adoptado turco, nunca más olvido a Abdul y hasta en sueños lo veía. Le regaló la joya a su esposa, la madre de Aslan, y esta cuando alcanzó más edad, luego del fallecimiento de su esposo,se la confió a su hijo.>
Filomena tuvo un ataque de tos. Bernardo se incorporó para alcanzarle su vaso con agua, pero ya estaba vacío. Le dio unas palmadas con parsimonia en la espalda cuando la señora se inclinó doblada por la convulsiva tos. Mientras el joven iba rumbo a la cocina, se tropezó con Valeria que obstinada chequeaba las gavetas de la vitrina en la sala comedor. Fue directo hasta ella con el vaso vacío en la mano.
—Ya tocó el tema de la joya— murmuró
— ¿Qué? — pregunto la chica en un bisbiseo y dejando de buscar— trata de sacarle en donde la tiene… aprovecha Bernardo. Es nuestra única oportunidad. Porque en este puto apartamento, ya no me queda en dónde buscar.
—Sí, sí. Déjame llevarle agua— dijo resaltando el vaso— ¿No oyes la tos que tiene?
—No me importa si le llevas cianuro. Primero sácale la información.
— ¡Oye! Que es tu abuela— nuevamente le recordó arguyendo el joven con molestia.
—¿Vas a seguir con lo mismo?— pregunto iracunda. Había algo metálico oxidado en el interior de esta joven— precisamente es mi maldita abuela, no la tuya. ¡Dale, dale! ¡Muévete!
Bernardo continúo hacia su cometido. Le llevó el agua y aun tocia la señora, que bebió con desespero mojándose algunas veces. El chico la secó cuidadosamente con lo primero que encontró a mano. Cuando se hubo calmado y solo quedo un carraspeo en la garganta, le retiró el vaso y se reincorporo a sentarse al pie de la cama para continuar escuchándola. Valeria interrumpió lo que hacía y se paró detrás de Bernardo como sombra. Este la miró de soslayo.
— ¡Huele a mierda!— expresó con amargura la vieja mientras se pasaba una mano temblorosa por la boca— Que yo sepa no me he cagado.
Bernardo miró directamente a Valeria y está a él aperreada con la boca retorcida, diciéndole con la mirada “¿Que cojones te pasa? ¡Dale, que me quiero largar!”
Bernardo y Valeria, que se encontraba en el umbral de la puerta a manos cruzadas, intercambiaron miradas de apresto total. El chasqueo los dedos haciéndole señas de que se acercara más. Ella le hizo caso con las manos, esta vez en la cintura crispada, quedo a la expectativa.
Bernardo y Valeria cruzaron miradas como antropófagos planeando su cena. Ella salió en un impulso rumbo al cuarto estudio en busca del gato de porcelana. Él se puso de pie viéndola partir a toda velocidad. Sin embargo quedó quieto al pie de la cama.
— ¡Dame más agua Venancio!— dio un alarido adocenado que sorprendió al joven. Se le sentía la garganta polvorienta, seca. Bernardo salió, literalmente, corriendo con el vaso en mano a buscársela.
— ¡Tome!— dijo poniéndoselo con cautela en la mano.